GRITO DE GLORIA
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social
BIBLIOTECA ARTIGAS
Art 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950
COMISION EDITORA
Prof Juan E Pivel Devoto
Ministro de Instrucción Pública
María Julia Ardao
Directora Interina del Museo Histórico Nacional
Dionisio Trillo Pays
Director de la Biblioteca Nacional
Juan C Gómez Alzóla
Director del Archivo General de la Nación
Colección de Clásicos Uruguayos
Vol 54
Eduardo Acevedo Díaz
GRITO DE GLORI\
Preparación del texto a cargo de
José Pedro Barran y Benjamín Nahum
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
GRITO
DE GLORIA
Prólogo de
EMIR RODRIGUEZ MONEGAL
MON1LVIDEO
1964
PROLOGO
i
Una doble fundación
Con sus cuatro novelas históricas — Ismael (1888),
Nativa (1890), Grito de Gloria (18931 v Lanza
y Sable (1914) — no solo contribuye Eduardo Ace-
vedo Díaz al establecimiento de la narrativa en el
Uruguay sino que también aporta una obra capital
para la fundación de nuestra nacionalidad Por eso,
hay que considerar a Acevedo Díaz en su doble ca-
rácter de creador literario y creador de un sentimien
to de la nación uruguaya Había en él un poderoso
temperamento narrativo, una visión de la patria en
su realidad actual, en su tradición, en su marcha ha-
cia el futuro, una capacidad de descubrir en la com-
pleja realidad nacional las cifras esenciales, un cre-
ciente dominio de la anécdota que madura (mas allá
del ciclo épico) en Soledad, esa tradición del pago
que publica en 1894, un inusual poder de observación
de tipos y costumbres Aunque escribió relatos breves
(el mejor tal vez sea El Combate de la Tapera)
necesitaba la amplia y morosa respiración novelesca
para poder comunicar cabalmente su ancha visión de
esta tierra oriental Fue un creador de mundo Es de-
cir fue inventor de una realidad novelesca coherente
y autónoma, una realidad que desde sus mejores li-
bros ofreoe su espejo a la nación a la vez que propone
VII
PROLOGO
normas para el futuro para la nacionalidad aún en
formación en momentos en que él escribía y publicaba
Pero también fue un político destacado La época
que le tocó vrvir (nació en 1851, muño en 1921) ne
cesitaba escritores que fueran hombres de acción Des-
de muj joven estuvo al servicio de uno de los partí
dos tradicionales y supo jugarse en la lidia periodis
tica, en la tribuna, en el campo de batalla Arriesgo
su \ida varias veces por sus ideales Su vocación lite-
raria (aunque fuerte y porfiada) está en permanente
conflicto con esa avasalladora e impostergable voca
ción política que habrá de convertirlo en uno de los
jefes del Partido Nacional, "el primeT caudillo civil
que tuvo la República'* según ha dicho Francisco Es-
pinóla, uno de sus más sutiles sentidores Por eso,
Acevedo Díaz sólo podra escribir sus grandes novelas
en la pausa forzosa de una lucha que casi no le da
tregua El período literariamente mas fecundo de su
obra, el verdaderamente creador, coincide casi exacta
mente con su obligado exilio en la Argentina, entre los
años 1884 y 1894 Entonces escribe Brenda (1886),
su primer novela, de ambiente contemporáneo y aún
inmadura las tres primeras obras del ciclo histórico,
Soledad y seguramente esboza entonces Lanza y
Sable cuya redacción definitiva la lucha política re-
tardara hasta 1914 Su arte de novelista se resiente
naturalmente de esta escisión permanente entre su ca-
rrera de hombre publico (el eje sobre el que se des-
plaza su destino) y su porfiada vocación literaria Sin
embargo su obra de creador no necesita excusas Está
ahí, entera, para ejemplo de nuestra literatura, vigente
a pesar de \isibles desfallecimientos \ de algunos titu
los superfluos (además de Brenda, hay otra novela
Mines, 1907, menos redimible por haber sido pubh-
VIII
PROLOGO
cada después de las obras maestras) Su obra está
ahí, plantada como una de las creaciones mas impor-
tantes y perdurables de nuestra narrativa que no abun-
da en grandes novelistas Ya no se discute el lugar
que le corresponde en el panteón vrvo de las letras
nacionales Hace cuarenta hace treinta años, los crí
ticos mas vigentes entonces í pienso en Zum Felde, en
Alberto Lasplaces) podían oponerle muchos reparos de
detalle — reparos muchas veces justísimos y lúcidos —
sin advertir al mismo tiempo todo lo que su obra tema
de central, de permanente, de hondamente creadora
Ho>, a partir de las luminosas explicaciones de Fran
cisco Espinóla en su prologo a Ismael (Buenos Aires,
1945) es imposible no advertir esa cualidad esencial
de su obra la fundación de un sentimiento de la na
cionahdad, la fundación de una forma perdurable de
la novela uruguava
Pero el nombre de Ace\edo Díaz no ha traspasado
aún las fronteras patrias Todavía es desconocido en
el vasto mundo hispánico Sin embargo, parece indu-
dable que su obra merece trascender las fronteras de la
nacionalidad Aunque buena parte de su eco pueda
perderse fuera del ámbito uruguayo (no tiene por qué
hablar a hombres de otros cielos con el acento tan per-
suasivo con que nos habla), su creación no depende
exclusivamente de circunstancias locales Hay en Ace-
vedo Díaz un creador tan universal como Zorrilla de
San Martin o como Horacio Quiroga un hombre ca
paz de tocar los centros de la vida con la misma auto
ndad, el mismo poder suasorio, la misma imagina-
ción poética Para certificarlo están ahí sus libros, y
sobre todo la importante fabrica de sus novelas histó
ricas.
IX
PROLOGO
La critica (sobre todo Zum Felde) ha discutido la
calificación de tetralogía que correspondería a esas
cuatro novelas del ciclo histórico y ha propuesto en
cambio la trilogía por considerar que la última de las
cuatro (Lanza y Sable), "escrita mucho después,
carece del vigor artístico y de la verdad histórica de
las primeras 1 ' Emitido por primera vez en su Crítica
de la literatura uruguaya (Montevideo, 1921) este
juicio de Zum Felde no ha sido modificado por el autor
en sucesivas ampliaciones de aquel libro (Proceso
intelectual del Uruguay, Montevideo, 1930, Buenos
Aires, 1941) o en otros textos complementarios {Indi-
ce crítico de la literatura hispanoamericana La narra-
tita México, 1959) Ya he examinado ín extenso esta
opinión de Zum Felde en el prologo a Nativa de esta
misma colección de Clásicos Uruguayos A mi juicio
no cabe negar la entrada de Lanz\ y Sable en el
ciclo histórico En primer lugar, porque esa ha sido
la voluntad creadora explícita de Acevedo Díaz ya
que al aparecer Ismael fomento la publicación de
algunos sueltos periodísticos en que se hablaba de los
''cuatro volúmenes" o "cuatro libros" que comprendería
el ciclo entero, llegando a especificar en "La Epoca",
(abril 21, 1838) que "el último y culminante episo-
dio de la obra es una brillante descripción de la defensa
de Paysandú " En realidad, como se sabe, Lanza y
Sable concluye con la capitulación de Paysandú Ade-
mas y a mavor abundamiento, al publicar la última no
vela reafirma Acevedo Díaz su intención general desde
estas palabras del prólogo "Nuestro trabajo, interrum-
pido más de una \ez por distintas causas y de un
tema que diverge un tanto de los anteriores de la se-
ne, relativos a las luchas de la independencia, es con-
tinuación de Grito de Gloria" P&ro hav, sobre
PROLOGO
todo, un argumento mas poderoso la concepción ge-
neral profunda del ciclo exige la presencia de Lanza
y Sable
Acevedo Díaz no se propuso sólo evocar las lejanas
luchas de nuestra nacionalidad por librarse del yugo
español o de la amenaza porteña y lusitana Tam-
bién quiso mostrar en aquellas luchas la simiente de
las guerras civiles que escindirían (hasta el mismo
momento en que creaba sus novelas) la nacionalidad
oriental en dos grupos antagónicos Por eso Ismael
(y sólo Ismael» pertenece al ciclo artiguista de lucha
por la independencia Tanto Nativa como Grito de
Gloria ilustran simultáneamente dos temas en el
nivel más superficial y evidente* muestran la lucha
por liberarse del ocupante brasileño, en un nivel mas
profundo, revelan las primeras señales de la discordia
civil con la aparición de los tres caudillos (Lavalleja,
Oribe, Rivera) que se disputaran la hegemonía Sin
embargo, aunque Zum Felde se equivoca al exceder
los limites de la crítica > negar entrada a Lanza y
Sable en el ciclo, su error contiene un acierto para^
dójico Las cuatro novelas no se integran verdadera-
mente en una tetralogía sino en un tríptico, aunque
ordenado de modo disünto de lo que él propone y por
motivos muy diversos de los que él aduce En efecto
Ismael, que muestra el estallido de la Independencia
y concluye con la batalla de Las Piedras, sena el pri-
mer volante del tríptico, Nativa y Grito de Gloria,
que cubren el mismo periodo histórico, la Cisplatina,
V están inextricablemente ligadas por la peripecia del
mismo protagonista Luis Mana Berón forman el
centio doble del tríptico, Lanza v Sable que mues-
tra el comienzo de la escisión de los dos partidos tra
dicionafcs y los orígenes de una guerra civil que en-
XI
PROLOGO
sangrentaría al Uruguay a lo largo de todo el si-
glo XIX, es el último volante del tríptico
La cronología también confirma esta ordenación
estética Aunque muchos críticos ya han señalado que
no hav hiato histórico o anecdótico entre Nativa y
Grito de Gloria, y si lo hay entre Ismael y N\tiva
fuños diez años) o entre Grito de Gloria y Lanza
y Sable (otro lapso de casi diez años) no se han
sacado todas las consecuencias estéticas de esta obser-
vación Parece indudable, sin embargo, que al cons-
truir sus cuatro novelas de acuerdo con un plan que,
histórica v anecdóticamente vincula fuertemente a las
dos centrales y aisla a las dos extremas, Acevedo Díaz
esta creando no sólo una tetralogía {calificación que
solo tendí ía en cuenta los aspectos externos de la es
tructura narrativa) sino un tríptico
Una observación complementaria al anunciar
Lanza y Sable Acevedo Día? la presentó un par de
\eces bajo el título de Frutos nombre con el que se
conocía popularmente al General Fructuoso Rivera
Este provecto de título permite verificar, asimismo,
no sólo la unidad de concepción de las cuatro novelas
del ciclo en que insiste Acevedo Díaz al hacer el anun-
cio sino algo mucho mas importante, sobre lo que
no se ha hecho hincapié que \o sepa En la concep-
ción del autor, el ciclo se abriría con una novela cuyo
protagonista (Ismael) es un ser de ficción que sim-
boliza la primitiva nacionalidad oriental en armas
contra el poder colonial de España, y concluiría con
otra novela cuvo protagonista (Frutos o sea Rivera)
es un ser completamente histórico que simboliza la
escisión que habrá de producirse en el seno mismo
de esa recién conquistada nacionalidad independiente
De la novela histórica (Ismael) a la historia novela
XII
PROLOGO
da (Frutos, es decir Lanza y Sable) tal era el
camino que habría de recorrer Acevedo Díaz en su
ciclo Es cierto que más tarde, al cambiar el título a la
última novela, soslayó la simetría y el contraste exte-
rior entre Ismael y Frutos, pero no altero para nada
el intimo contraste entre ambos libros En la con-
cepción estructural, como en la realización novelesca,
la primera y la última parte del ciclo se oponen con
profunda antítesis que ilustra su dialéctica interior
Son los dos volantes extremos del tríptico En el cen-
tro, quedan dos novelas Nativa v Grito df Gloria,
que en realidad constituyen una sola
II
Estructura de Grito de Gloria
La anécdota que se inicia en Nativa culmina y se
desenlaza en Grito de Gloria el joven Luis María
Berón que había abandonado su hogar montevideano
para sumarse a la cruzada anti-brasileña del coronel
Olivera, que había participado en algunas escaramu-
zas, que se había visto obligado a refugiarse entre
matreros, que había encontrado en la estancia Los
Tres Ombues no una sino dos muchachas (Natalia,
Dora) dispuestas a amarlo que había rivalizado con
el teniente brasileño Souza por el cariño de Natalia,
reaparece ahora en Grito de Gloria como protago-
nista de acciones no menos importantes Aquí estará
incorporado a la Cruzada Libertadora de los Treinta
y Tres Orientales* continuara su interrumpida relación
con Natalia, entablara en el campamento un vínculo
más puramente camal con una soldadera, la bravia
Jacinta, enfrentara a su rival Souza en el campo de
XIII
PROLOdO
lucha, será herido en la batalla de Sarandi, morirá
en la estancia de Los Tres Ombúes Por el trazado
exterior de su anécdota es evidente que Grito DE
Gloria no sólo es la continuación inmediata de
Nativa, sin interrupción de la peripecia, sin hiato
histórico, sino que es la misma novela una segunda
parte, la otra mitad del tablero central de egte tríptico
narrativo
Lo que no significa que entre una y otra novela
no existan notables diferencias Aunque se trate de
diferencias similares a las que es posible encontrar
entre la primera y la segunda mitad de La guerra y
la paz Porque sin extremar la comparación, es posi-
ble advertir que en Nativa, a pesar de la cruzada
de Olivera y de algunos combates aislados, predomina
el clima de paz, una paz armada que es sólo un inter-
valo entre dos momentos de guerra, pero una paz en
fin En tanto que Grito de Gloria, desde la primera
secuencia importante {el desembarco de los Treinta y
Tres en Ja playa de la Agraciada) hasta la ultima
(la batalla de Sarandi) está hondamente marcada por
el signo bélico Esta diferencia de énfasis explica que
en Nativa predomine la anécdota individual y senti-
mental la relación entre Luis María Berón v las dos
hermanas, el otro triangulo que establece la rivalidad
entre Berón y Souza por Natalia Mientras en Grito
de Gloria, los conflictos individuales aunque sobre-
viven y ocupan espacio narrativo, están dominados
por la acción bélica
Tal vez la más notable diferencia exterior entre
Nativa y Grito de Gloria esté dada por la estruc-
tura misma de cada novela La primera sigue el es-
quema general de Ismael* se inicia, como quena y
recomendaba Horacio en su Arte poética, ín media
XIV
PROLOGO
res en un Uruguay ocupado por los brasileños que
han convertido la Banda Oriental en Provincia Cis
platina, y en momentos en que Luis María Berón esta
a punto de ser descubierto por los dueños de Los Tres
Ombúes Se ha refugiado como matrero en los montes
linderos y su presencia no pasará inadvertida a las
muchachas de la estancia El contacto entre el prota-
gonista y las jóvenes pretexta (como en la Odisea la
llegada del héroe al país de los Feacios) un salto
hacia atrás en el curso de la narración A partir del
capitulo VIII, Acevedo Díaz introduce la historia de
Luis María Berón, Al concluir el racconto en el ca-
pítulo XVII la acción retorna al presente narrativo
en que se mantiene hasta el final Nada de esto ocurre
en Grito de Gloria, cuya acción ea perfectamente
lineal No hay un solo racconto, no se regresa en el
tiempo, todo marcha en forma cada vez más acelerada
hacia la culminación épica de la batalla de Sarandí
Es evidente que la formula, algo mecánica, que Ace-
vedo Díaz había usado ya en Ismael y vuelve a usar
en Nativa, resultaba ahora superfina No en vano
el narrador iba aprendiendo v madurando a medida
que se desarrollaba el ciclo histórico Al simplificar
la estructura externa y aceptar la narración lineal en
lugar del salto atrás en el tiempo, Acevedo Díaz se
despeja de efectos puramente estructurales y concentra
su materia narrativa en lo que realmente importa un
crecimiento inexorable de la secuencia de hechos, una
ma\or complejidad en la visión de los personajes, una
acentuación del carácter épico de la narración La
fórmula (si fórmula hay) es la de la ¡liada
Desde este último punto de vista es muy notable la
diferencia de Grito de Gloria con respecto a Nativa
Es cierto que en e#ta novela toda la secuencia en que
XV
PROLOGO
Acebedo Díaz muestra la Cruzada de Olivera (capí-
tulos X a XII) es de la mejor calidad épica Pero en
el conjunto de la novela, esos tres capítulos no alcan-
zan a redimir un texto que en general está abrumado
por los peores recursos del folletín romántico (pasión
desdichada y morbosa de Dora por Luis Mana Berón,
trazado convencional de las relaciones de éste con
Natalia) y que sólo be justifica como preparación para
un proceso personal que Acevedo Díaz desarrolla y
culmina en Grito de Gloria Como novela autóno-
ma, Nativa no tendría razón de ser En esto difiere
fundamentalmente de las otras tres del ciclo histórico,
que pueden sostenerse (y se sostienen) sobre sus pro-
pios pies La razón es que Nativa no es una novela
autónoma, ni siquiera es una novela es la mitad del
volante central del tríptico
Grito de Gloria, en cambio, podría existir como
narración autónoma Es cierto que si solo existiera esa
parte de la composición central del tríptico se borra-
ría bastante el trazado completo del Uruguav de la
Cisplatma, se icría afectado el proceso de esa visión
profunda de la nacionalidad que quiere comunicar
Acevedo Díaz, y la figura de Luis María Berón, como
alter ego del autor, perdería buena parte de su senti-
do, como se vera más adelante Pero aún así, en la
hipótesis de que Grito de Gloria existiese como no-
vela aislada y única, su validez narrativa no dismi-
nuiría totalmente Seguiría siendo un fresco impor-
tante y viable del momento en que la Banda Oriental
despierta al impulso de la Cruzada Libertadora de los
Treinta v Tres, mostraría a Luis María Berón como
héroe y como amante (la relación con Jacinta es una
de las mas logradas del novelista uruguayo) , culmi-
naría con uno de los pasajes épicos mas notables de
XVI
PROLOGO
nuestra narratna la batalla de Sarandi Aun más
como tema secundario, la novela ilustraría también el
comienzo de una realidad fratricida que habría de
poner en grave peligro esa misma nacionalidad en
formación
Felizmente, no es necesario considerar a Grito de
Gloria como novela aislada sino como parte funda-
mental del tríptico Sus vinculaciones con Nativa son
aún mas sutiles de lo que se ha subravado Así,
Nativa concluve con un abrazo simbólico entre La-
dislao y Luis Mana Berón, en tanto que Grito de
Gloria muestra hacia el fmal a uno de los protago
mstas de ese abrazo, al gaucbo Ladislao Luna enla-
zado en feroz duelo a muerte con un hermano de ar-
mas El abrazo se ha trocado en duelo fratricida Por-
que entre el final de una novela y la conclusión de la
otia ha ocurrido precisamente esa escisión de la na
cionahdad oriental en dos bandos Aquí se inicia una
lucha que llegará a ser en Lanza y Sable, franca-
mente civil Este pequeño incidente, simbólicamente
colocado por Acevedo Díaz en la culminación de las
dos partes del volante central de su tríptico demues-
tra hasta que punto la estructura de cada novela y del
ciclo histórico completo, ha sido materia de estudio,
de meditación, de calculo Por otra parte, Grito de
Gloria no solo esta ligada fuertemente a Nativa
También lo esta, aunque en forma mas laxa, a Ismael
por el papel importante aunque secundario que juega
el protagonista de esta primera novela en la acción
de la tercera Y está muy ligada asimismo a la última
de la sene por plantear en su desenlace el conflicto
que será el tema de la misma la lucha cainita Por eso,
desde muchos puntos de vista, Grito de Gloria es el
gozne en que gira todo el tríptico hacia una fatal
culminación
XVII
I
III
La visión histórica del novelista
Desde sus primeras páginas, Grito de Gloria pone
su énfasis en lo histórico Su primer capítulo, Des~
pues del Catalán, traza el cuadro de destrucción pro-
vocado por los invasores portugueses, que serán su-
plantados luego por los brasileños a partir de la In-
dependencia del Brasil Es el cuadro de nueve años
de ocupación extranjera* los nueve años en que la
Banda Oriental *e convierte en provincia del Imperio
brasileño Aunque el acento está puesto en lo histórico,
Acevedo Díaz quiere comunicar sobre todo el estado
de animo de una nacionalidad oprimida Los capítu-
los siguientes muestran el crecimiento y estallido de
la Cruzada Libertadora de los Treinta y Tres Orien-
tales los esfuerzos revolucionarios de dos caudillos
emigrados en Buenos Aires, Oribe v Lavalleja (capí
tulo II \ , dos emisarios que recorren los pagos de la
patria sometida (capítulo III) , el comienzo de la Cru
zada con el desembarco en la plava de la Agraciada,
epi&odio culminante de nuestra historia que Acevedo
Díaz detalla con intuiciones magistrales de novelista
En el prólogo a Soledad (Montevideo, 1954) ha
mostrado Francisco Espinóla la superioridad de Ace-
vedo Díaz como descriptor de un cuadro histórico so
bre el pincel de Juan Manuel Blanes en su célebre
cuadro En tanto que Blanes coloca a los Treinta y
Tres en el absoluto primer plano de su cuadro, lle-
nando hasta el último resquicio de la tela con su pre-
sentía agrandada y heroica, Acevedo Díaz enf atiza
la pequenez del grupo en medio del paisaje Incluso
los muestra desde el punto de vista de unos paisanos»
XVIII
PROLOGO
"Un pequeño grupo de vecinos del pago presenciaba
la escena desde el pie de la colma, dominando con
sus miradas el arenal por un abra extensa del bos-
que " Este subrayado de un punto de vista ajeno per-
mite al novelista situar a los héroes dentro del marco
natural y subraya el contenido simboUco de la esce-
na la desproporción entre los medios y la magnitud
de su hazaña. En tanto que el procedimiento de Bla-
nes quita perspectiva histórica a la gesta, Acevedo
Díaz encuentra el medio de sugerir emocionalmente
toda su grandeza intrínseca
Ya en el capitulo Y (Al viento la bandera) la visión
histórica pura cede el paso a la ficción narrativa En
escena entran Ismael, Cuaró y Ladislao Luna, Luis
Mana Berón > su ayudante, el negro Esteban, don
Anacleto, viejo y astuto campesino Las figuras histó-
ricas (como Oribe, como Rivera) se mezclan con las
puramente novelescas aunque predominarán sobre to-
do éstas en el resto de la novela Por eso, Grito de
Gloria oscila entre la ficción y la recreación histó-
rica Nuevamente, como en NvrrvA, Luis María Be-
rón habrá de convertirse en el punto de mira desde el
que Acevedo Díaz comunica sus ideas sobre la nacio-
nalidad en formación A partir de este capítulo hasta
el final, la obra progresa inexorablemente en estas
dos dimensiones la histórica y la novelesca Se cum-
ple asi en esta obra mejor que en las anteriores del
ciclo una de las ambiciones declaradas de Acevedo
Díaz reconstruir por medio de la novela el verdadero
proceso histórico
En unas cartas sobre La novela histórica (que fue-
ron aducidas y comentadas en ti prólogo a Nativa
de esta misma colección) señala Acevedo Díaz, ya en
1895, que "el novelista consigue con mayor facilidad
XIX
que el historiador resucitar una época, dar seducción
a un relato La historia recoce prolijamente el dato
analiza fríamente los acontecimientos hunde el escal-
pelo en un cadáver., v busca el secreto de la vida que
fue La novela asimila el trabajo paciente del historia-
dor, y con un soplo de inspiración reanima el pasado,
a la manera como un Dios, con un soplo de su aliento,
hizo al hombre de un puñado de polvo del Paraíso
v un poco de agua del arroyuelo " Mas tarde, en el
prólogo a Lanz\ y Sable (de 1914) insistirá en la
superioridad de la novela histórica sobre la mera his-
toria U A nuestro juicio, se entiende mejor la 'histo-
ria' en la novela* que no la 'novela 1 de la historia Por
lo menos abre mas campo a la observación atenta,
a la investigación psicológica, al libre examen de los
hombres descollartes y a la filosofía de los hechos "
Porque Acevedo Díaz (que tenia en su familia no
tables ejemplos de historiadores v cronistas) sabía per-
fectamente que el dato histórico, por sí solo, poco dice,
que es susceptible de ser tergiversado, que muchas
veces solo refleja una parte, no siempre la mas valiosa,
de la realidad histórica que se pretende recrear En
El Mito del Plata (Buenos Aires, 1916) llega a
escribir "La documentación es una de las fuentes El
documento oficial suele redactarse con arreglo a inte-
reses, y no a sucesos, conforme a móviles de circuns-
tancias, y no a la estrictez de los hechos consumados
Si mas adelante no hav quien lo redarguya presen-
tando prueba eficiente de lo contrario, la opinión ge-
neral calla, y ablente Es tan difícil constatar la ver-
dad sobre un acontecimiento ocurrido hoj y comen-
tado mañana 1 Todo se involucra, cuando no se au
menta o se adultera Es la novela de la historia Aun-
que se revise, rectifique o ilumine, si median pasiones
XX
PROLOGO
políticas no se atiende al criterio de imparcialidad,
siempre que el documento falso las favorezca, las hala
gue y las a>ude en sus planes de presente o de futuro "
Bien sabia esto Acevedo Díaz que como político,
debió luchar contra imputaciones y documentos ale
gados por sus enemigos Pero mejor lo sabia aún como
historiador que debió oponer en plena época de la le-
yenda negra artiguista, a la imagen del héroe nacio-
nal, fabricada por bus peores contrincantes, esa intui-
ción sencilla v magnífica, la estampa que surge de su
Ismael Como historiador, Acevedo Díaz pertenece a
la corriente del revisionismo histórico que en ambas
margenes del Rio de la Plata ha opuesto a la historia
oficial, la historia de los documentos oficialmente ma
mpulados, otra historia mas viva v real, mejor docu-
mentada y al cabo mas fecunda De ahí qut su labor
de historiador (aunque haya sido dominada y supe-
rada por su labor de novelista) haya merecido la con-
sideración y el estudio certero de J E Pivel Devoto
No corresponde examinarla aquí, smo desde el ángulo
de la creación novelesca
A pesar de que conocía la falibilidad de los docu-
mentos históricos, Acevedo Díaz no ahorro esfuerzo
por documentarse sobre cada uno de I03 episodios que
recrean sus novelas > sobre las personalidades que en
ellos intervienen Con orgullo señala a veces, en las
notas históricas que agrega a su narración, las fuen-
tes familiares (por ejemplo las Memorias inéditas del
General Antonio Díaz) en que se apoya para muchas
de sus reconstrucciones En su correspondencia priva-
da quedan huellas de la infinita paciencia con que
pesquisaba un dato o verificaba una circunstancia. Ha-
ce algunos años tuve la oportunidad de exhumar en
la revista montevideana '"Numero" (Año 5, N° 23/24,
XXI
PROLOGO
abril-setiembre 1953) dos cartas escritas por Acevedo
Díaz a su pariente v amigo, el Dr Andrés Lerena,
que constituyen un elocuente testimonio literario so
bre el cuidado y dedicación con que componía sus no-
velas histórmas sobre los escrúpulos con que mane
jaba sus datos Ambas cartas (de agosto 5 y 26, 1892)
tienen como motivo el desembarco de los Treinta y
Tres Orientales, episodio que luego formara parte del
capítulo IV (La Cruzada) de Grito de Gloria, como
ya se ha visto Al anticipar el capítulo en una publi-
cación conmemorativa del Cuarto Centenario del Des-
cubrimiento de America Acebedo Díaz demuestra sus
desvelos en el cuidado y la minucia con que explica
al amigo sus propósitos o corrige algún párrafo de
mínima información
De ahí que no exagere nada al afirmar en Epocas
Militares de los Países del Plata (Buenos Aires,
1911) "En una de nuestras obras, Ismael, hemos
descrito la acción de Las Piedras en todos sus detalles,
con arreglo a datos de procedencia irreprochable" O
que más adelante, al tratar de la campaña libertadora
de 1825, se refiera a la batalla de Sarandi con estas
palabras "En otra de nuestras obras, Grito de
Gloria, continuación de Nativa (romances históri-
cos), hemos descnpto en todas sus incidencias este
episodio culminante de la cruzada de loa Treinta y
Tres, de acuerdo con los datos mas fidedignos de uno
y otro campo " En distintas ocasiones, son las llama-
das al pie de pagina de sus no\elas las que indican
directamente al lector la fuente documental de muchas
de sus afirmaciones Valga como ejemplo ésta del capí-
tulo I (Tiempos viejos) de Nativa "La pequeña no-
ticia histórica que subsigue ha sido extractada con al-
gunas ampliaciones nuestras, de un capítulo do las
xxn
PROLOGO
memorias inéditas del General Antonio Díaz Aun
cuando trata de hechos conocidos que han sido histo-
riados a la luz de informaciones portuguesas y brasi-
leñas, hemos preferido atenernos a esa fuente, por ser
de estricta imparcialidad, principio en que basó siem-
pre sus comentarios y escritos aquel esclarecido mili-
tar y notable analista, a la vez que eminente hombre
público " Estas palabras con que Acevedo Díaz evoca
la figura de su abuelo tienen no sólo un delicado acen
to de piedad familiar, también documentan su nece-
sidad de acceder a la historia patria por otras fuentes
que las oficiales
Pero este cuidado por el dato no se convierte en
superstición del dato Acevedo Díaz no pierde nunca
de vista la necesidad de recrear en su entraña viva
el pasado De ahí que elija el medio de la novela his-
tórica que le permite ser fiel a la Unea más profunda
del pasado > revelar su significación trascendente Lo
que lo acerca a la historia no es un fervor pasatista,
una nostalgia irredimible del pasado, una necesidad
de evasión Está demasiado bien plantado en la reah
dad contemporánea, se ha comprometido demasiado
hondamente con la acción política de su tiempo, para
practicar juegos románticos con el pasado Como
Walter Scott (en la interpretación renovadora de
Georg Lukácz que ya he invocado y estudiado en el
prólogo de Nativa), Acevedo Díaz se vuelca sobre
la historia para desentrañar los signos profundos del
presente v aun del porvenir Su visión histórica es
pasión viva
En Ismmjx hav una página en que Acevedo Díaz
explana su concepto de Id. historia, concepto que está
en la base de su obra de novelista épico "En rigor,
paréceme necesaria en la historia una luz supwior a
XXIII
PROLOGO
nuestra lógica como medio eficiente de mantener el
equilibrio del espíritu, y el criterio de certidumbre
con aplomo en la recta La verdad completa ya que
no absoluta, no la ofrece el documento solo, ni la
sola tradición ni el testimonio mas o menos honora-
ble la proporcionan las tres cosas reunidas en un haz,
por el vinculo que crea el talento de ser justo, despo-
jado de toda preocupación y que por lo mismo parti-
cipa de una doble vi*ta una para el pasado y otra para
el porvenir " Imposible sintetizar mejor el significado
profundo de su obra de novelista histórico esa verdad
Lomplotd que busca el historiador la encuentra la luz
de su doble \ista
IV
La génesis sangrienta de un pueblo
Desde la pinnera novela del ciclo histórico, ha plan-
tado claramente Acevedo Díaz al pueblo como héroe
colectivo de su evocación narrativa Es el pueblo, re
presentado en Ismael Velarde, el que acompaña al
caudillo y gana bajo su dirección, la batalla de Las
Piedras, es el pueblo que sigue, en Nativa al otro
caudillo, Olivera, en su cruzada imposible A ese pue-
blo se suma en esta novela Luis Mana Beron, el se-
ñorito, el intelectual, el alter ego de Acevedo Díaz
Pero aunque Beron juega papel decisivo en esta no-
vela v en Gano dd Gloria sigue siendo el pueblo el
héroe colectivo el que hace descansar la estructura
mítica de su tríptico el narrador uruguavo Es el
pueblo el héroe cjue impregna con su espíritu la obra
entera Como ocurre en las novelas de Walter Scott
XXIV
PROLOGO
(según ha revelado la penetrante \ision de Lukácz en
su aludido libro sobre La novela histórica), también
en este ciclo narrativo de Acevedo Díaz, por encima
de los beroes individuales o de las figuras históricas,
recortadas con escrupulosidad de las paginas del pa-
sado, predomina la masa El pueblo es el verdadero
creador de la nacionalidad
En Grito de Gloria ese retrato del héroe colee
tivo llega a sus puntos mas expresivos En esta no\ela
se dan cita los distintos personajes concretos que for
man el espectro total de ese pueblo de esa nacionali-
dad en marcha hacia su destino Ademas de los héroes
realmente históricos (Lavalleja, Rivera, Oribe) » ade-
más de los personajes ficticios que protagonizan la
gesta (Luis Mana Berónf, Acevedo Díaz ha introdu-
cido toda un<i sene de individuos que ejemplifica los
distintos tipos humanos de esa nacionalidad oriental
en gestación Esos tipos provienen, muchas veces, de
las antei íore* novelas df 1 ciclo, como el gaucho Ismael
Velarde, o como don Anacleto Lascano o Ladislao
Luna (estos últimos son de Nativa) También de la
anterior novela son otras figuras que representan va
nantes fundamentales en el tipo oriental Guaro, que
es prototipo de aquellos indios bracios que vierten su
sangre por la libertad de la patria \ que sin embargo
serán sacrificados por Rivera años mas tarde (episo-
dio que evoca con dolor Acevedo Díaz en uno de sus
mejores relatos cortos, La Cueva dfl Tigre!, el ne-
gro Esteban, asistente del protagonista, y que repre-
senta el pequeño contingente de negros que también
luchó por la nacionalidad oriental Todas e&tas figu-
ras de Nativa encontraran en la acción épica de
Grito de Gloria la ocasión incomparable de mani-
festar directamente su papel en la creación de la pa-
XXV
tria En la batalla de Sarandí con que culmina esta
novela y se cierra el v oíante central del tríptico, Ace
vedo Díaz enlaza contrapuntista amenté todos estos
hilos humanos logrando una trama ceñida en que loa
distintos colores de la piel (el blanco atezado del gau-
cho, el oscuro del negro, el cobrizo del indio) crean
en definitiva el color de la patria Allí se mezclan to
das las sangres en un sacrificio ritual una ceremonia
monstruosa de iniciación viril, que tiene caracteres
hondamente genésicos
Pero en esta batalla Ace vedo Díaz hace algo más
que mostrar ese sacrificio de la sangre Allí mismo se
echan las bases de otro conflicto que dividirá preci-
samente esa sangre en dos El último capítulo de
Nativa, el XXIII, había mostrado a Ismael llegando
con una partida de patriotas a rescatar a Luis María
Berón que estaba herido y preso por los brasileños
en la estancia de Los Tres Ombúes El rescate culmi
naba con el abrazo del protagonista con uno de los
gauchos que había venido a liberarlo, Ladislao Luna
Ese abrazo es simbólico de la novela entera* ya que
muestra la unión del pueblo y de los señoritos en una
causa común la expulsión del ocupante extranjero
En Grito de Gloria, en cambio, la batalla de Sa
randí (precisamente la batalla que asegurará esa ex-
pulsión) concluye con un combate entre dos de los
libertadores El capítulo XXXII, El duelo a lanza,
muestra a Ismael impotente para evitar el duelo en
que el indio Cu aró matara al gaucho Ladislao Porque
lo que ahora separa a los hombres no es la patria sino
la divisa En tanto que Ladislao esta dispuesto a se-
guir a Frutos, al general Pavera, el indio Cu aró ha-
brá de oponerse por las armas a ese caudillaje "Sería
XXVI
PROLOGO
un poco de sangre más, de aquella sangre brava que
tanto se derramaba por lujo en su tierra", reflexiona
Ismael, primer testigo de la contienda fratricida
Allí apunta precisamente Acevedo Díaz la raíz de
un mal que *u novela siguiente exploraría con tanto
detalle En Lanza y Sable, la epopeya libertadora se
convierte en contienda civil Por eso, los finales contra-
puestos de Nativa y Grito de Gloria adquieren un
significado alegórico indudable Al abrazo de Ladislao
y Luis María Beron, en la primera^ se opone simétrica-
mente este otro abrazo de muerte entre Ladislao y Gua-
ro También hay aquí otro sacrificio de sangre, otro n
to monstruoso de iniciación, que abre la perspectiva de
la novela hacia los sombríos colores de Lanza y
Sable Si el abrazo de Luis María Berón y Ladislao
cerraba un ciclo con la unión simbólica de todos los
orientales para destruir al enemigo común, el abrazo
mortal de Cuaró y Ladislao inaugura otro ciclo Desde
esta perspectiva se comprende mejor hasta que punto
Ace\edo Díaz no sólo planeó cuidadosamente cada
uno de los episodios claves de sus no\elás, organizan-
do estructuras dramáticas de sentido simbólico, smo
que su misma voluntad de desarrollar un ciclo com-
pleto que culminase con Lanza y Sable no era sola*
mente un propósito superficial como han creído lecto
res apresurados En la entraña misma del tríptico, en
su disposición dramática y en el juego de sus episo*
dios, en el contraste de sus personajes y en la sime»
tría de sus encuentros, se puede advertir ahora hasta
qué punto estaba enraizada en el novelista la necesi-
dad de proceder gradualmente hasta esta culminación
inevitable el sacrificio fratricida Hacia aquí apunta-
ba el ciclo entero
XXVII
PROLOGO
V
Las hembras bravias
Dentro de ese cuadio humano, juegan un papel
muy importante las hembras bravias que nuevamente
introduce Acebedo Díaz en Grito de Gloría Esas
hembras ya habían encontrado un prototipo único en
la Smforosa de Ismafl que pare a su hijo (que será
luego el Abel Montes de Lanza Y S<UBLr) en medio
del campo, como una ñera También en el breve e
intenso relato que se titula El Combatl de la T\pera
había tenido Acevedo Díaz ocasión de mostrar a Ciña-
ca y a Cata, dos hembras bravias que luchan mano a
mano > mueren junto a sus hombres, aplastados por
el enemigo portugués Allí había dado el narrador en
escorzo unas figuras que Gpito de Gloria le permi-
tiría estudiar con ma& espacio y detalle De todas las
hembras bravias que ha diseñado Acevedo Díaz la
más rica es precisamente Jacinta El autor dedica va-
nos capítulos a dibujar a esta mujer, a describirla en
detalle a deleitarse con su agreste apostura, con sus
modales de fiera, a mostrar como crece en ella una
pasión por Luis Mana Beron, cómo se le entrega
cómo despierta también al joven
La figura de Jacinta e^ta presentada en forma doble
insistiendo en los aspectos más vigorosos de la hem
bra pero también idealizándola en un medio tono en
que aparece la ironía (por ejemplo, el capitulo XX,
Los coturnos de Jacinta que llega casi a la parodia
heroica \ \ en que aparece también la senümentahza
ción Es evidente que el narrador realista y hasta na-
turalista que era Acevedo Díaz simpatiza con esta hem-
bra que se entrega sin remilgos, que tiene apetitos
XXVIII
PROLOGO
carnales v los demuestra, que desde muchos puntos de
vista es el negativo de las heroínas lánguidas o per-
plejas de Nativa Al hacer que Luis María Berón se
sienta provocado por Jacinta, que acabe por poseerla
sobre el campo mismo y en las vísperas de la batalla,
que pelee a su lado y hasta caiga herido de muerte
junto al cadáver inmolado de la hembra, Acevedo
Díaz ha otorgado enorme rehe\e a este personaje fe-
menino Ella simboliza algo mas que la mujer de los
gauchos la típica soldadera que va representaban
Sinforosa, Cinaca y Cata Hay todo un lado de Ja
tinta que es pura soldadera, v no en vano Acevedo
Díaz ha resuelto que haya sido antes amante del indio
Cuaró y madre de Camilo Seirano, otro personaje
importante de Lanza y S\ble Pero este aspecto bra-
vio está atenuado v hasta escamoteado en Grito de
Gloria Solo en las entrelineas se alude a alguna rela-
ción entre Jacinta v Cuaró, el indio que vé como la
mujer ronda a Luis María Berón se hace a un lado
En cambio, el novelista subraya el otro aspecto de
Jacinta como amante de Luis Mana, por ese aspecto,
se vincula con la Fehsa de Ismael y con la protago-
nista de Soledad, la muchacha que también se entre-
ga cabalmente por amor
Sin embargo, en la relación entre Luis María Be-
rón y Jacinta hay otro elemento que falta en las an-
teriores novelas y está ausente asimismo en Soledad
Porque Luis María Berón representa a las clases altas,
las clases dirigentes, de un modo que m Ismael ni
Pablo Luna pueden repiesentar El joven montevidea-
no mantiene en Nativa un romance sumamente com-
plicado y cuadrangular con Natalia, la hija del dueño
de Los Tres Ombúes Ese romance — en que mflu
yen e interfieren los celos neuróticos de la hermana
XXIX
1
ÍIOLOSO
de Natalia, la infeliz Dora, y las atenciones del te-
niente brasileño Souza, que ronda también a Natalia —
está en la mejor tradición del folletín romántico Con
esa historia paga tributo el autor a los restos de una
literatura que ya había caducado en su época pero
que seguía teniendo alguna vigencia emocional La
historia de Jacinta en Grito de Gloria ya pertenece
a otra etapa del estudio de las emociones eróticas, está
más cerca de Zola que de Richardson o Rousseau
Precisamente por haberse atrevido a enlazar en estre
cho aunque decreto abrazo carnal a Luis María Serón
V a Jacinta, por haberse decidido a llevar esta unión
más alia de la carne, hasta el sacrificio mismo de Ja-
cinta sobre el cuerpo herido de Luis Mana Berón,
Ace\edo Díaz ha dado una dimensión simbólica a
este encuentro del señorito y la hembra bravia Es
este el tercer sacrificio de sangre que la novela ilustra
De ahí la importancia única que tiene el personaje
de Jacinta en la economía general del ciclo histórico.
En unas declaraciones que contiene una carta a sus
editores Barreiro v Ramos, y que titulo Crítica y
Romance, Acevedo Díaz explica en 1894 los motivos
por los que se inició en la vida literaria con una obra,
Brenda (1886), en que la protagonista es una joven
dibujada en la mejor tradición novelesca del roman-
ticismo Lo que allí dice el autor sirve, a contrapelo,
para comprender la djsünción, entonces tan evidente
e impuesta por las costumbres, entre la doncella y la
mujer, entre la hermosa dama y la hembra bravia
"Yo pude haber trazado, en vez de una pulcra donce-
lla, los perfiles que esbocé más tarde en Cata y Cinaca
de El Combate de la Tapera, en Felisa o Sinforosa
de Ismael, o en Jacinta de Grito de Gloria, he-
roínas de chiripá y blusa de tropa que al fin he visto
XXX
PROLOGO
no desmerecen, en osadía, al menos, de aquellas he-
roínas de Anosto, bellas y soberbias que ae andaban
a toda rienda de sus bridones por valles y riberas
buscando a correr en el peligro a sus desfallecientes
caballeros, combatiendo con sus males a espadón y
lanza, y regresando a las perdidas a sus castillos para
mudarse de ropas, si es que alguna buena dueña se
las tenía limpias y planchadas Pero si bien es verdad
que se modelaban entonces en mi mente e*as figuras
de realidad palpitante con toda la crudeza de sus for-
mas y el calor de sus instintos, de bronceadas pulpas
y cabezas de loba, había antes, y permítaseme la ex-
presión, que castigar la concepción personal del arte,
pagando el diezmo al noviciado "
Lo que aquí dice Acevedo Díaz demuestra bien cla-
ramente que él tenía conciencia clara de ese noviciado
que debió pagar al arte al concebir y ejecutar figuras
tan imposibles como la de Brenda, pero lo que sin
duda también veía, aunque no reconozca sino implíci-
tamente en la carta citada, es que otras figuras poste-
riores siguen pagando tributo al noviciado Pienso,
sobre todo, en Natalia y Dora de Nativa Ambas res-
ponden a esa concepción de la doncella de buena fa-
milia que Acevedo Díaz no se atreve a explorar sino
conv encionalmente De ahí surge precisamente la de-
bihddd de la intriga amorosa de esta novela con res-
pecto al fuerte episodio de Jacinta en Grito DE
Gloria Al concebir a la hembra bravia, Acevedo
Díaz levanta el romance de su ciclo histórico hasta una
verdad novelesca que estaba faltando por completo en
la obra anterior No importa que Natalia siga apare-
ciendo en Grito de Gloria y que sea ella quien recoj a
el ultimo suspiro de Luis María Berón Desde el pun-
to de vista erótico, la relación del protagonista con
XXXI
PROLOGO
Jacinta saKa a la novela de la ñoñería impuesta al
romance con lan dos hermanas
No es difícil explicar por qué Acev-edo Díaz que
era capaz de llamar al pan pan y al vino vino, que en
Ismael y en El Combate de la Tapera, como pos-
teriormente en Soledad, supo mostrar el apetito eró-
tico íntimamente enlazado a la \ida afectiva de sus
personajes v manifestándose en forma directa y a
veces poética, pudo cometer la larg;a equivocación de
Nvnv* No se trata solo (como sugiere él mismo en
el caso de Brfnda) de pagar un diezmo al noviciado,
Lo que se justificaba en 1886 ya parece menos excu-
sable en 1890 luego de escritas dos novelas largas
Hay otro elemento, no menos importante, pero de una
naturaleza distinta, que Acevedo Díaz no parece tener
en cuenta Las convenciones sexuales de su tiempo im-
pedían que el narrador pudiera presentar a las don-
cellas de la clase alta oriental de otro modo que como
jóvenes torturadas por un misterio (el del apetito
erótico) que su educación religiosa les impedía reco-
nocer como tal Las hembras bravias, en cambio no
ignoraban por su misma educación natural el signi-
ficado de ese apetito De ahí que Natalia y Dora sean
invadidas por emociones y sentimientos que no reco-
nocen Aunque hay diferencia entre las dos Mientras
Natalia va siendo poco a poco iniciada, por su amor
a Luis Mana Beron, en esos misterios Dora (que es
una neurótica reprimida v alucinada! se pierde en la
locura Por eso, Jacinta resulta precisamente el negati-
de Dora al dar rienda suelta a sus apetitos, Ja-
cinta se salva del destino de Ofelia que acecha a Dora
Del punto de vista narrativo, Natalia tiene un poco
más de vida Sin embargo, al ser comparada con Ja
cinta parece un mero figurín, recortado de alguna no-
XXXII
vela sentimental > pegada sm mayor relieve sobre las
páginas de Nativa v de Grito df Gloria La hem-
bra bravia > en cambio, tiene cuerpo v espesor, tiene
sangre y médulas^ es
Lástima que Acevedo Díaz no se haya animado a
lle\ar más lejos el encuentro ocasional de la sangre
bravia de Jacinta \ la meditativa de Luis María Be
ron, lastima que haya decidido reducir su vínculo a
esa noche en las vísperas de la batalla de Sarandi La
muerte de Jacinta al día siguiente impide que se ín
corpore al vasto cuadro genésico de esta novela un
nuevo prototipo que sm embargo existió en la reali-
dad y tuvo función decisiva La acción ritual cumplida
por Jacinta y Luis Mana Berón sobre el campo que
luego fecundarían sus dos sangres derramadas, queda
asi interrumpida Solo en la novela siguiente, en la
figura del odiado y admirado Frutos Rivera, encon-
trara Acevedo Díaz el empuje genésico que colme ese
vacio Por eso mismo y hasta en su dimensión sim-
bólica, la figura de Frutos es tan importante Pero
ésta es ya otra historia, y otro prólogo
VI
El testigo imaginario
Vanas veces se ha señalado aquí, y en el prólogo
a Nativa para esta misma colección, que el protago
msta de esta novela v de Grito de Gloria funciona
a modo de alter ego de Acevedo Díaz Es evidente
que al elegir a un señorito montevideano, hijo de
españoles que aceptaron sin mavor violencia la do
minación portuguesa y brasileña, el autor ha querido
XXXIII
PROLOGO
buscar para la parte central de su cirio un héroe con
el que le fuera más fácil identificarse En Ismael,
Acevedo Díaz se coloca fuera de su personaje, un
gaucho himple movido por una pasión muy primitiva
)' directa Aun en aquellos pasajes en que muestra a
Ismael más de cerca, Acevedo Díaz no pierde el ca-
rácter de observador imparcial, de naturalista, de so
ciólogo positivista, que estaba de moda en la novela
finisecular europea Ya he demostrado en otra parte
(véase mi libro Eduardo Acevedo Dulz, Montevideo,
1963), la suerte de doblaje narrativo sociológico a que
se ve obligado el autor en aquella novela Pero tanto
en Nativa como en Gpito de Gloria, el protagonista
es un hombre educado, un intelectual un observador
capaz de contemplar la realidad revolucionaria al
tiempo que paiticipa íntimamente en ella De este
modo, Acevedo Díaz puede prestar a su personaje
las reflexiones históricas que antes había intercalado
cumo del autor, cortando la marcha de la narración
con trozos inequívocamente ensayísticos
La elección de Luis María se jusafica incluso histó
ricamente Porque si en la primera época de la gesta
libertadora fueron sobre todo los gauchos quienes re*
presentaron masivamente a la patria en armas, en la
segunda etapa también los burgueses, la pequeña aris-
tocracia montevideana, empiezan a participar activa
mente en la lucha Ya se había quejado Artigas (según
testimonio del Coronel Caceres, citado por Eduardo
Acevedo 'en sus Anales Históiicos del Uruguay, tomo I,
Montevideo, 1933, p 267) "de que pocos hijos de
familias distinguidas quisieran militar bajo sus órde
nes, tal vez por no pasar trabajos j sufrir privacio
nes *' Y el historiador Juan Manuel de la Sota (tam-
bién citado por Eduardo Acevedo, I, p 190) afirma
XXXIV
PROLOGO
en 1815 que "la población de Montevideo era en su
mayor parte española europea" y agrega que "sus
hijos participaban casi todos de sus ideas'' La ocu
pación portuguesa y el posterior dominio brasileño
alteran las cosas En Nativa, Acevedo Díaz muestra
precisamente a Luis María Beron rebelándose contra
la actitud colaboracionista de su padre, viejo español
que no simpatiza con el movimiento independientista
y \ endose al campo en pos de lis huestes irregulares
que no se resignaban al dominio extranjero
Parece evidente que en este personaje Acevedo Díaz
proyecta mucho de si mismo, en una suerte de ana-
cronismo deliberado El también, cuando era estu-
diante de diecinueve años, abandona sus estudios en
Montevideo > se lanza a participar en la Revolución
de las lanzas Hasta qué punto estaba orgulloso de
esa decisión que marcó profundamente su nda, se
puede ver por una referencia que, treinta y dos años
mas tarde, hará en una carta al Dr Aureliano Rodrí-
guez Larreta Í4 A los 19 años, siendo estudiante de
derecho, abandonando mi carrera y mi porvenir, con
curn como soldado a la gran reacción de 1870 Tú
no estabas allí y pudiste estarlo", dice con acento en
que aun vibra el fervor juvenil a pesar de las tres
décadas largas que han transcurrido (La carta fue
publicada en El Nacional, Montevideo, julio 22 y 23,
1902, bajo el título de Las convicciones políticas y la
lógica de procederes, como se trata de una polémica
Acevedo Díaz olvida que el Dr Rodríguez Larreta
también tiene su foja de revolucionario ) El mismo
espíritu se evidencia en algunos fragmentos de
Nativa, como aquel en que se burla de los poetas
que idealizan el campo sin conocer sus fatigas y su
verdadera grandeza (capítulo X, Rulos y nazarenas)
XXXV
V
PROLOGO
o como aquel otro en que hace meditar a Luis María
Berón sobre las pruebas durísimas a que lo somete su
experiencia revolucionaria (capitulo XII, Prole del
Pampero, uno de los mejores de la novela) En estos,
como en otros pasajes de Nativa, es posible advertir
hasta qué punto utiliza Acevedo Díaz sus propias pe-
ripecias revolucionarias para situar a Luis Mana Be-
ron en la realidad concreta de su aventura, hasta qué
punto, la identificación entre creador y creatura es
profunda, hasta qué punto esta orgulloso Acevedo
Díaz de su heroica foja de servicios
Pero la creación de Luis Mana sirve también otros
propósitos No sólo permite al autor identificarse
emocionalmente con el protagonista y mostrar la revo-
lución desde dentro, no solo facilita un punto de con-
tacto que provecta al narrador al centro mismo del
periodo que evoca, sino que también facilita la medi-
tación histórica, esa perspectiva intelectual sin la que
el ciclo entero seria puro ejercicio de imaginación y no
contendría (como contiene) toda una teoría sobre la
creación y la formación de la nacionalidad oriental
Al situar a Luis María Berón en el centro de Nativa
y de Grito de Gloria, Acevedo Díaz ha interpolado
audazmente en la historia un testigo imaginario que
le permite analizarla a medida que la va viviendo
Hasta cierto punto este proceso es similar al que uti-
liza Virgilio tn su Eneida para situar al protagonista
También es muy evidente la semejanza que existe en-
tre el piadoso Eneas y este caballeresco Luis Mana
Berón Pero este paralelo no debe ser tomado muy
literalmente
Si hiciera falta alguna prueba suplementaria de esa
identificación entre los puntos de vista del protagonis-
ta y del narrador bastana citar el capítulo XXVIII
XXXVI
PROLOGO
de Grito pe Gloria (El esfuerzo nacional) en que
se presentan las reflexiones de Luis María sobre la en-
crucijada histórica que está \iviendo la patria Esas
reflexiones del protagonista serán utilizadas por Ace-
vedo Díaz en un artículo publicado más tarde Saran-
di 9 1825/ 1901 , escrito sin duda para conmemorar un
nuevo aniversario de la celebre batalla Sólo que en
el artículo, como es lógico, Acevedo Díaz omite toda
referencia a la novela, ya publicada, y se apropia hte-
raímente de lo que Luis María Berón había pensado
El procedimiento no es ilícito aunque es curioso* Pero
se invoca aquí porque resulta ilustrativo del carácter
de portavoz de las ideas del autor que tiene el prota-
gonista de Nativa y Grito de Gloria
Pero Luís María Beron cumple este papel no sólo
con respecto a la realidad histórica de la que es testi-
go inmediato y actor sacrificado También contempla
la marcha de un proceso que resultara inevitable En
Nativa ya se ve la figura de Oribe a través de los
ojos del protagonista, ojos muy favorables a este per-
sonaje que tendrá influencia decisiva en nuestra histo-
ria posterior También se muestra a los otros caudillos
(Lavalleja, Rivera) a través de la mirada, ahora más
severa, de Luis María, En Grito de Gloria el pro-
tagonista advertirá antes que nadie las maniobras se-
paratistas de Rivera, descubrirá la duplicidad de este
fascinante personaje, reconocerá la fisura en la uni-
dad patriótica, deletreará la -inscripción trazada por
mano invisible sobre los muros de la patria Lo que
allí contempla el protagonista es lo que habrá de
ocurrir en Lanza y Sable Pero como Berón muere
al final de Grito de Gloria, Acevedo Díaz utiliza
el doble cuerpo central del tríptico para establecer,
antes del estallido de la guerra civil, el diseño del fu-
XXXVII
PROLOGO
turo Incluso la muerte de Berón, que ciñe de paños
fúnebres el final de la novela» resulta también simbó-
lica Porque el trato de estar por encima de los parti-
dos que )a se esbozaban > se sacrificó al servicio
exclusivo de la patria de todos Pero Beron muere,
le sobrevive en cambio el indio Cuaró, el primero en
alzar la lanza fratricida
Hasta la muerte de Luis Mana acentúa el carácter
de portavoz del autor, de alter ego simbólico, que tie-
ne este personaje Porque también Acevedo Díaz, sin
renunciar al compromiso, a la definición política, a la
lucha con las armas en la mano cuando fue necesario,
trató de estar v estuvo muchas veces por encuna de
la agitación fratricida Pero su intento resulto al fin
v al cabo imposible AI oponerse a las directivas de
Aparicio Saravia en las elecciones de 1903, Acevedo
Díaz se jugó su destino político Lo hizo por seguir
sus convicciones políticas mas profundas, por estar a
favor de un concepto muy elevado de la patria, pero
su gesto equivalió a un suicidio El también (como
Luis María Berón) quiso estar por encima de la con-
tienda y fue sacrificado
Grito de Gloria, que se abre con el desembarco
en la Agraciada, en que aparecen unidos todos los
orientales, concluye con el encuentro cainita entre
Cuaró y Ladislao y con la muerte de Luis María Be-
rón Se cierra así una parte del ciclo histórico para
abrirse otra, la ultima Con Lanza y Sable, la novela
histórica se convierte en novela política La metamor-
fosis era inevitable aunque algunos críticos (como
Alberto Zum Felde) haya creído oportuno censurár-
selo Era inevitable porque el proceso que estaba re-
construyendo Acevedo Díaz en su ciclo había adquiri-
do precisamente entonces ese tinte político El nove-
XXX VIH
PROLOGO
lista no podía, sin traicionar a la realidad, tomar otro
rumbo El que lo hava reconocido así, el que se haya
atrevido a encararlo, jugándose ahora también su des-
tino de novelista, el que haya podido llevar a cabo su
vasta obra y hacerla culminar con Lanza y Sable
(tal vez su obra mas compleja y madura), demuestra
una \ez más de qué temple estaba hecho este creador
Emir Rodríguez Monegal
XXXIX
EDUARDO ÁCEVEDO DIAZ
Nació en la Villa de la Union el 20 de abril de 1851
Hombre de energía y destacadas dotes intelectuales, participó
en actividades muy distintas, como novelista, periodista, poli
tico, diplomático y militar Interrumpió sus estudios de Abo
gacu para dedicarse, a la vida político militar de la República
de«*de las filas del Partido Nacional Esto lo obligo a expa
triarse vanas vece*, residiendo en la República Argentina
donde se ca«o y nacieron sus hijos Participó en la re\olución
blanca de 18701872 y en la Revolución Tricolor Í1875) En
1897 volvió a tomar las armas cuando el movimiento revolucio
nano de Aparicio Saravia del cual fue uno de los gestores
Desde muy joven actuó en el periodismo nacional, pu-
blicando sus primeros ensayos historíeos en la revista "El
Club Universitario ' y colaborando en los diarios de la época
"La República" (1872), 'La Democracia" (1873 74) de la
que fue director fugazmente del 9 al 13 de ago&to de 1876,
'La Razón" (1880) > sobre todo "El Nacional", cma direc
cion ncupo a partir del año 1895 hasti la fecha de su expa
tnacion definitiva en 1903
Es elegido senador de la República por el Departamento
de Maldonado en el año 1899 El año anterior había sido
nombrado miembro del Consejo de Estado La sucesión pre
sidencial de 1903 provoco su separación de la vida política
activa dpi país Junto con varins legisladores di. su fracción,
desoven do las directivas partidarias, voto por D José Batlle y
Ordoñez, asegurando de este modo su elección como presi
dente A consecuencia de este acto fue expulsado del partido,
renunciando el 23 de abril de 1903 a la dirección de "El
Nacional" y alejándose definitivamente del país
El H de setiembre de 1903 es nombrado Enviado Ex
traordmariu > Ministro Plenipotenciario tn Estados Unidos
México y Cuba Dedicado a la carrera diplomática representara
al país en la Argentina, Brasil, Italia y Sui7a, Austria Hungría,
radicándose definitivamente en Buenos Aires donde murió el
18 de jumo de 1921
Sus obras son las siguientes Brenda, Buenos Aire, 1884,
Ideales de la poesía americana, Buenos Aires, 1881, Ismael,
Buenos Aires, 1888, ftativa, Montevideo, 1890, Grito de glo
na, La Plata, 1893, Soledad, Montevideo, 1894, irroyo Bian
co, Montevideo, 1898, Carta política, Montevideo, 1903, Canal
Zabala, Montevideo, 1903, Mines, Buenos Aires, 1907, Epocas
múitares de los países del Plata, Buenos Aires, 1911, Lanza
y sable, Montevideo, 1914, El mito del Plata, Buenos Aires,
1916
XL
CRITERIO DE LA EDICION
Grito de gloria se publica por quinta vez, siendo las edicio
nes anteriores las siguientes primera, La Plata, E Richelet,
1893, segunda, Montevideo, A Barreiro y Ramos, 1894, ter
cera, Montevideo, C García y Cía, 1938 (Biblioteca "Rodo"
de Literatura e Historia, v N oa 30 31), cuarta, Buenos Aires,
Sociedad editora Latinoamericana, [1954]
La presente edición sigue fielmente el texto de la segunda
de Barreiro y Ramos ya mencionada, introduciendo tan solo
en la acentuación las modificaciones presenptas por las nuevas
normas de la Academia Española
J P B y B N
XLI
GRITO DE GLORIA
I
DESPUES DE CATALAN
Las campañas antes tan hermosas, rebosantes de
vida, estaban ahora mustias, llenas de desolación pro-
funda Creeríase que un ciclón inmenso las hubiese
devastado de norte a sur y del este al occidente, se-
pultando hasta el último rebaño bajo las ruinas del
desastre
Soplaba como un viento asolador sobre los campos,
la grande propiedad parecía aniquilada No se veían
ya numerosos los ganados agrupados en los valles o
en las faldas de las sierras.
En su mayor parte las viviendas estaban sin mora-
dores, saqueadas, en escombros, y en estas "taperas"
crecía la yerba salvaje hasta ocultar los picachos de
lodo seco ¿Para que hombres y perros pastores 9 En
la tierra conquistada había concluido la labor libre
y muerto toda industria Sus hijos, ya exánimes los
unos, los otros errantes, habían agotado en lucha tenaz
todo el caudal de su esfuerzo bravio
El desaliento cundía a modo de vaho asfixiante de
uno a otro confín, no se elevaban cabezas altivas, ni
brazos poderosos, ni gritos terribles de combate, allí
donde durante nueve años se habían chocado múltiples
ejércitos y consagradose a hierro y fuego la aspira-
ción constante de hbertad
Los nuevos dueños del país allanaban las propie-
dades y se repartían los frutos Acompañábales la sed
insaciable de riquezas que se apodera de los fuertes
[3]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
en pos de fáciles victorias y extendían la garra con la
brutalidad de la bestia cebada Ninguna barreia po-
día detenerlos Dineros, bienes, honras, vidas, todo era
barrido por la ola de la conquista
En los primeros días, a través de las cuchillas, a
lo largo de los caminos, en lo hondo de los valles, un
ruido pa\oioso cada vez en aumento, un mugido ex
tenso, continuo, emiestro, formado por infinitos ecos
llenaba de aflicción los pagos
Las pocas mujeres que habían quedado en sus mo-
radas salían inquietas a las puertas o se lanzaban an
gustiadas a las vecinas lomas, atraídas por aquellos
ruidos de tronada, conjunto de balidos y clamores,
de relinchos v carreras
Entre enormes polvaredas, cuyas nubes se extendían
al ras del suelo como humazos de combate en un día
sereno, se corrían hacia la frontera como impulsadas
por un viento tempestuoso considerables tropas de
ganado
El arreo era completo
Sinnúmero de astas en tumulto apiñadas, chocándose,
formando una verdadera selva de pitones agudos, so-
brenadaban en el nubarrón de tierra doradas por el
sol, y se escurrían veloces a lo largo de las carreteras
Entre aquel turbión de volutas de polvo, de cornamen-
tas y de pezuñas en perpetuo movimiento, distinguíanse
las cabezas de los jinetes, que agitaban aun mas el
torbellino con las banderolas de sus rejones, prolon
gados silbos y voces atronadoras
Eran soldados Tiograndenses y pauhstas
Alguna vez, el clarín acompañaba a los voceros con
notas roncas y estridentes
La torada se atropellaba entre bufidos, Helándose
por delante novillos y becerros y embistiendo a los
[4]
GRITO DE GLORIA
f lanqueadores , y entonces el ganado arisco, casi ci-
marrón, se deslizaba rápido hacia los montes, en los
que en gran parte se guarecía aplastando ramas y ma-
lezas
Los soldados hacían cerco al resto y proseguían su
camino con gritos lúbricos, bebiendo y jurando, des-
truyendo los míseros huertos y plantíos con los cascos
de sus caballos y los mil pies de las manadas que em-
pujaban como un torrente sobre aquellos, con gran
alborozo de la turba
Hacia otros rumbos, el cuadro revestía los mismos
colores, la misma violencia impune, igual desborde
de instintos insaciables
Allá, era un ganado yeguar arreado al galope, en
cuya masa confusa iban mezclados los caballos mansos
y los potros, corriendo desatinados entre sones de cen-
cerros, >a agrupándose en deforme montón de crines
y cabezas, ya dispersándose en parte entre corvetas y
hocicadas de fiera embravecida, para perderse en los
desfiladeros y anfractuosidades de las sierras, lanzando
Tehnchos que repercutían en los cerros lejanos como
ecos de una bocina poderosa
Acullá, eran las bestias dóciles, los bueyes arran
cados a las carretas y al rejón que labra el surco, con-
fundidos con los carneros y porcinos, los que rodaban
por el camino impelidos por la horda, estrujándose,
atropellándose al ruido del esquilón, en medio de
tremendos ludimientos de cuadriles \ de guampas, y
que, ora se detenían de súbito azorados al escuchar
a lo lejos loa bramidos del ganado vacuno semejantes
a notas sonoras de mil trompetas colosales ora reco-
menzaban su marcha en violentos remolinos sembrando
la carretera con los cuerpos del rebaño menor aplas-
tados por la pezuña del enjambre
[5]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Más lejos, sobre la loma llena de verdigay y de cla-
ridades ardientes, otros grupos, otros hacinamientos
dudosos, otras aglomeraciones de hombres y de bestias
como envueltas en una humareda de incendio, se pre-
cipitaban presas de un vértigo hasta hundirse en los
llanos apartados en fragorosa balumba
Sobre el dorso de las "cuchillas" destellando vivos
reflejos, altas, amenazantes, en haz siniestro, alcanzá
banse a ver las moharras de los astiles y el bronceado
de los morriones de la caballería mvasora
En todos los contornos se alzaba sordo e imponente
un rumor de agonía, y no pudiendo aterronarse para
escapar a la saña de aquellos rapaces vencedores, las
familias enteras abandonaban sus casas llevándose lo
mas necesario, lo que hallaban a mano en medio de
sus angustias, y se ocultaban en los lugares selváticos,
únicos campos de asilo en su infortunio, donde tam
bien habían buscado refugio los hombres que salvaron
de la persecución implacable o de la ruda pelea
Desde sus ladroneras de pahua o de guayabo, cuando
no del ombu gigante de una isleta, observaban anhe-
losas cómo la avalancha crecía y rodaba con estruendo,
a la manera que se desprenden, chocan y precipitan
los peñascos de la cumbre de los cerros poniendo en
fuga a las piaras bravias, cómo cruzaban a escape los
destacamentos arrollando las puntas del ganado que
había huido del rodeo, o alguna masa compacta de fie-
ros novillos que en rapidísimo arranque se azotaba al
arro> o en brincos tremendos sin hollar el ribazo, para
hundirse en los "rincones" del bosque en cuyos senos
oscuros se esparcía como una ola bramadora
Miraban también rodar entre montones de arenisca
y guijarros en las faldas de la sierra, a las yeguadas
indómitas, y lanzarse en mole a las aguas sus pujantes
[6]
GRITO DE GLORIA
"baguales" sacudiendo los crinudos pescuezos para
ganar por el mismo instinto los escondidos potriles
donde tan solo las sutiles flechas del sol v el ágil "ma-
trero", — la luz y la audacia, — violaban el secreto
de la salvaje guarida
Cuando no eran las corridas, las matanzas o las
"boleadas" del ganado con frenético desenfreno en las
colinas y en los llanos las que animaban los pagos
desiertos, eran los escuadrones escalonados, las parti-
das sueltas exploradoras o los destacamentos en comi-
sión los que desfilaban a períodos, en una sene inter-
minable de jinetes y "reyunos", cuvo transito sobre
ciertos terrenos de canteras en el silencio de las tardes
producía como un temblor prolongado oído con im-
potente cólera por los asilados en los bosques
A veces, algún incendio iluminaba en la noche con
sus rojizos resplandores serranías y valles Era que,
como quien espanta alimañas, la tropa ponía fuego a
un juncal espeso o a un grupo de "talas" y "sombra
de toro" para obligar a la fuga a los "matreros" o a
la vacada cimarrona Fuertes crepitaciones llenaban
el espacio en vasta comarca, envuelta en inmensas co
lumnas de humo negro, remedando aquellas los es-
tampidos de un fuego ensordecedor de fusilería en los
estribaderos de una sierra
Horas después, el sol alumbraba cuerpos carboni-
zados y montones de cenizas ardientes
No pocos de aquellos soldados de uniformes verdes
con vivos amarillos echaban pie a tierra delante de
alguna morada solitaria, hacían saltar con las puntas
de los sables los débiles cerrojos o con los cuentos de
sus lanzones los \entamllos sin cruz de hierro, y pe-
netrando al interior en tropel poníanse a destruir el
miserable ajuar y a escudriñar los techos, debajo de
[71
4
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
la cumbrera, de las costaneras, de loa aleros, en busca
de onzas de oro o alhajas ocultas derribándolo todo
entre cínicas algazaras, hasta las pobres estampas de
imágenes religiosas que adornaban las negras paredes
Salían luego cargando con las prendas de mas valía,
que echaban sobre el u recado" o metían en las male-
tas, y continuaban su marcha devastadora, señalando
cada etapa con un exceso
A ocasiones, encontraban a los dueños en sus vivien-
das en preparativos de irse a los montes, o a otros
que arreaban presurosos sus bestias de confianza a lo
largo de las laderas para buscar refugio en la espesura,
en fraternal intimidad con los tignnos v capivaras
Iban mujeres, niños y viejos, cuando no inválidos de
la sangrienta guerra* a veces gente moza y varonil
muv osada y aguerrida
Entonces los episodios eran terribles
La soldadesca desbordada acometía la caravana dis-
persaba sus miembros y se distribuía los despojos, si
>a no era que, reunidos los mocetones uno contra diez,
cargaban ciegos a daga y trabuco rompiendo filas, en
tanto los débiles corrían a ampararse en las malezas
En estos encuentros ignorados > dramas lúgubres
*oha suceder también que en medio del botín y del
desorden, "matrero^ 5 bravos, en montón, saliendo si-
gilosos del vecino monte caían de súbito sobre la tropa
dispersa con el estrépito de una manada en días de
corrida, y la diezmaban sin perdón ultimando en el
suelo hasta el último \encido
Mas bien luego aparecían nuevas fuerzas en las pró-
ximas "cuchillas" repitiéndose las tétricas escenas en
toda la zona hostil, hasta que ya los campos talados no
ofrecían alicientes, ni de los bosques taciturnos bro«
taban voces agresivas
C8]
GRITO DE GLORIA
De este modo, decirse puede que no hubo un pago,
un río, un arroyo, una sierra, un llano, una loma donde
no corriese sangre
Los cuerpos sin vida quedaban desnudos al sol y a
la lluvia, lejos de ojos piadosos, como los de animales
montaraces allí donde les sorprendió la muerte
Raro era quien por amoroso afecto ataba un cadá
\er a un madero y lo subía a las ramas de un ceibo,
para que así escondido en bó\eda ramosa entretejida
de enredaderas* eahase al diente del felino, >a que no
al pico del cuervo
Se había peleado sin tregua durante años en todas
partes, con viril arrojo, sin aguardar auxilio alguno
de nadie, se había luchado en la angustiosa desigual-
dad de diez hombres contra escuadrón, como en los
cantos inmortales de los poetas de la gloria, por largo
tiempo se había debatido en soberbia cólera el valor
nativo contra huestes organizadas, siempre socorridas
por esfuerzos que en hileras interminables trasponían
las fronteras, pero, al fin, las vidas potentes se fueron
extinguiendo, las supremas energías se desgastaron en
el choque permanente lo mismo que las rocas al embate
de la oleada, causóse el músculo del peso del acero, y
cayeron de las manos como inútiles instrumentos las
armas ya melladas, chorreando sangre todavía
Por suerte, el exterminio solo alcanzo a una parte
de la indomable generación de la época
Reinstalado en Montevideo el general vencedor, lo»
nativos, en considerable número, salvaron los confines,
asilándose entre sus hermanos los argentinos Reno-
vóse el éxodo del otro lustro y a orillas del Uruguay
miróse con dolor lo que quedaba detrás, ¿ todo lo mas
querido 1 Arrasadas campiñas, tumbas gloriosas, sin
una luz consoladora de esperanza bajo el cielo de la
tierra triste
[9]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
La riqueza pecuaria había desaparecido, salvo aque
líos ganados que, internados en los montes, sirvieron
al proceso prodigioso de "orejanos", el comercio y las
nacientes industrias habían sido cegadas en sus fuen-
tes, cerradose todo horizonte al trabajo libre, a la
\ida sin zozobras, a la autonomía del pago, con todo
llevaban consigo la tradición latente, la pasión madura
de la tierra, la conciencia del esfuerzo que ya ha con-
sagrado un derecho y que perdura en la desgracia
como alimento de las almas, cualquiera fuese su
destino
Esa emigración fue rápida, tumultuosa, con todas
las confusas lineas del tropel de la derrota Se bus-
caba un sosiego relativo, que en algo devolviese la
entereza de ánimo por los que escapaban del circulo
de fuego, vencidos por su propia impotencia
El eco terrible de los gritos de triunfo los aturdía,
golpeándoles por detrás como una fusta implacable, y
precipitándolos a la otra banda envueltos en el pánico
¡Era como un estrépito de puertas que se cerra
ba para siempre 1
Algunos devoraban lágrimas en silencio, otros mal-
decían de sus caudillos, sin excluir a Artigas, los más
alejaban sin protestas ni lamentos mirando hacia
delante cual si examinasen la naturaleza del nuevo
terreno a que se debían adaptar tantas energías apa-
rentemente domadas
Los desechos de una ribera buscaban su cohesión
v adherencia en la otra, sin preocuparse de la activi-
dad perdida, lo mismo que moléculas segregadas que
una fuerza impulsiva vuelve a un cuerpo que han
integrado
El tiempo, que debía correr largo, devolvería su au
dacia ai espíritu Los organismos, ahora fatigados,
llegarían a cansarse de su misma quietud
[10]
GRITO DE GLORIA
¿Cómo esperar otra cosa cuando a la vista estaba
la inmensa loma verde formando horizonte del otro
lado del rio e invitando a volver y a luchar con toda
la magia de una ilusión de gloria 9
Los mismos que en su ofuscamiento levantaban ai-
rados el puño, sentían que un llanto de fuego se agol-
paba a sus ojos, estrangulándoles un grito de innoble
desahogo en la garganta
Aquellos restos se diseminaron en las provincias lito-
rales, confundiéndose en la población nacional sin mas
perturbación ni mido, que el que puede producir en
una pla\a honda la bullente franja de una grande ola
vagabunda
Existían amistades y simpatías, que se reanudaron
Después, sobrevino la calma y empezaron a cica-
trizarse crueles heridas
En el transcurso de los días y de los meses la laxitud
de animo siguióse a la antigua fiebre de pelea cesaron
los relatos de trágico colorido las historias de palpi-
tante realidad dramática y detalles conmovedores, los
reproches amargos, los comentarios ardorosos
Como un soplo helado, pasó sobre los recuerdos el
trabajo honesto utilizo los brazos cuando no la faena
a monte, y los mismos hombres con talla de caudillos,
se resignaron a la vida oscura
Sobre estas consecuencias naturales del desastre,
el tiempo puso el sello de su influjo, acallando poco
a poco las voces sordas de la protesta en la orilla hos
pitalana, y en el país dominado, los lamentos del pa-
triotismo
¿Pesaban demasiado las cadenas, para agotar las
últimas fuerzas en estériles clamores r
[U]
II
DOS CAUDILLOS
Si en estas comarcas se había cesado de combatir,
en otras de América la batalla continuaba encarnizada
V terrible, en la prueba del postrer esfuerzo por la
redención del continente
Con el oído atento a ecos que llegaban de muy le-
janas reglones, súpose un día que la victoria había
coronado en A> acucho la grandiosa obra , y esta nueva,
estremeciendo de júbilo a hombres y pueblos, repercu-
tió en el corazón de los emigrados orientales remo-
liendo todas sus fibras como un toque de clarín que
convocase a la pelea
Allá habían luchado a razón de uno contra tres
después de duros sufrimientos, descolgándose de los
Andes con desesperado esfuerzo para concluir con un
choque formidable una labor que contaba dos largos
lustros de combates y en ese choque se había que
brado para siempre el poder de la metrópoli y rendí-
dose con honra sus ilustres generales Se relataban y
discutían con entusiasmo los episodios la pericia de
Sucre la carga heroica de Córdova, el denuedo de la
caballería americana tanto más resaltante cuanto que
el triunfo había sido obtenido sobre capitanes de
alientos como el virrey La Serna, el caballeresco Can-
terac el bizarro Monet y el intrépido Valdez En mental
panorama, reproducíanse las escenas del drama militar
en sus menores detalles la muda v elocuente proclama
de Córdova al dar muerte a su caballo de guerra como
[12]
GRITO DE GLORIA
un adiós soberbio a la wda en caso de derrota, el
avance de sus batallones contra las infanterías de Ge-
rona hasta cruzar bayonetas a un paso de la fatal
hondonada la matanza implacable junto a aquella fosa,
las cargas de los regimientos que destrozaron a los
dragones de Torata y Moquehua, la briosa tenacidad
de Valdez contra la oleada de los independientes, que
acabaron por hacerle saltar en pedazos su acero to-
ledano, y por fin, la rendición entre aclamaciones so
lemnes y dianas, que el entusiasmo creía percibir cla-
ras y sonoras como notas finales de la batalla gloriosa
Este suceso enardeciendo los espíritus que se pre-
ocupaban de la suerte de America como de una causa
común y solidaria retemplo el ánimo de los orientales
exaltando su9 ideas e impulsándolos a una obra que
no habían abandonado por completo, con nuevo vigor
y empeño | El ejemplo era edificante T El aura de la
lejana victoria acarició todas las frentes, estimulando
a las proezas del valor, los que tenían títulos para diri-
gir los trabajos de un movimiento armado, viéronse
i «unidos de improviso por los ímpetus del mismo an
helo, acaso creyendo en su impaciencia que se hacía
tarde ya para justificar cumplidamente una prolongada
inacción
Con sigilo, en las sombras, bajo la atmósfera de en
tusiasmos despertados por la fausta noticia, algunos
emigrados se pusieron al habla y dieron principio a
una maniobra complicada ) difícil, tan ardua, cuanto
parecía de irrealizable El problema no podía resol-
verse sino por la espada Pero, ¿cómo hacer frente
a la adversidad sin riesgo de hundir la causa en el
mismo abismo, malograda la empresa temeraria 9
- Cierto día, en el último mes de verano-, algunos
hombres se encontraron reunidos en una habitación
[13]
!
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
del saladero de Pascual Costa Eran emigrados orienta-
les Antes que presas de agitación indiscreta parecían
fríos y reflexivos, gravemente absortos en un tema de
trascendencia
Dos de ellos sostenían el dialogo Los demás escu-
chaban en profundo silencio sólo interrumpido por
una que otra observación juiciosa y concisa, como de
subalternos que entienden su deber
Era el uno, hombre joven de eleiada talla, fuerte
i bien constituido Su bizarra presencia la energía
de la mirada y del gesto, su acción desenvuelta \ el
tono que empleaba en el debate, denunciaban un tem-
peramento brioso* suavizado en sus arranques por las
frases correctas y modales cultos El semblante denun-
ciaba despejo y atrevimiento, reflejándose en los ojos
esa expresión de voluntad dominante que distingue a
los que han adquirido el hábito del mando Caíale el
bigote negro sobre el labio formando fronda al infe-
rior, algo grueso y saliente, la cabeza bien cubierta
de cabello, se afirmaba en el cuello robusto, derecha
y altiva, como cabeza de soldado a quien arrulla la
ambición Mo\ía con dignidad el brazo musculoso, ter-
minado en una mano fina y larga, > acaso por la cos-
tumbre de usar la voz imperativa, formábasele sin es-
fuerzo una arruga profunda en el entrecejo que le
daba un aspecto adusto, casi de dureza Sus palabras
eran medidas, concreto su pensamiento* sus opiniones
firmes Cuando hablaba, había que oírle, aunque se
discrepase de una manera radical
E<*te sujeto vestía una casaquilla militar de caballe-
ría, sin presillas, pantalón azul-marino v botas altas
de piel de lobo
El otro personaje, era un hombre de estatura baja,
cabeza grande y cuello de coloso a plomo sobre un
[14]
I
GRITO DE GLORIA
tronco cuadrado y fornido, macizo del cráneo al pie
como una escultura de piedra, ágil, diestro y osado
a juzgar por sus movimientos vivos e impetuosos, >
el cual al primer golpe de vista, presentaba en su fi-
gura los caracteres típicos del sableador, del domador
y del caudillo
Su rostro amplio y lleno, de frente despejada, nan-
ces carnudas, cejas abundantes en remolino, ojos de
mirar fuerte, barba un tanto recogida, orejas de pa
bellón ceñido revelando audacia > grandes alientos,
dábanle en conjunto un aspecto de fiereza que acaso
en el fondo bien pudiera ser una gran suma de bon-
dad, de abnegación y de sencillez
Hablaban con mesura, como hacen los que han me-
ditado mucho un plan cualquiera Las cabezas, como
instintivamente atraídas, habían formado núcleo v
casi se rozaban
Aunque planteado \a al parecer el problema, se
inculcaba sobre sus términos principales en sentido de
la solución Mucho, sin duda, se habría espigado en
el vasto campo de las presunciones y de los cálculos
mas o menos certeros, pero, se persistía en parte ar-
dua, con la tenacidad de los que tantean la senda entre
los riscos de una montaña
— El caso es el siguiente, — decía el de elevada ta
Ha — nuestra tierra en poder de los brasileños desde
hace años, es considerada por estos como una de sus
provincias, en mérito del acta de incorporación arran-
cada a un cabildo débil
Los argentinos por su parte, sostienen que ella les
pertenece de derecho, aun cuando Artigas la separase
de hecho del antiguo virreinato, y sin duda se reservan
reincorporársela en la ocasión propicia
[15]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Nos encontramos, pues, entre estos dos fuegos, y si
entramos a la acción menospreciando a uno u otro
de los dos poderes fuertes, nos acribillan
— |Eso, lo veríamos' — exclamó su interlocutor
dando una gran voz
— i No hay que verlo f — arguyo un tercero — El
comandante esta en lo cierto Son tres pretensiones
las que se persiguen pero de las tres, la realmente dé-
bil es la nuestra Si osamos obrar por cuenta propia,
nos trituran Tengamos en cuenta que vivimos vigi-
lados aunque gocemos de simpatías, que el gobierno
interesa en no romper hoy por hoy con su rival
^ que sin el auxilio de otros, solos en la empresa, au/n
cuando alcanzáramos algún resultado en la lucha, este
bien sena pasajero Pronto seríamos anonadados, por
mutuas conveniencias
— Y fuera de considerársenos temerarios verían en
nosotros unos aventureros peligrosos que, sin elemen-
tos para esa lucha, ni medios suficientes para formar
nación aparte, habríamos venido a perturbar el equi-
librio de las cosas y a comprometer la paz, sin pro
vecho para ninguno de los dos rivales
El hombre de cuello de atleta se írguió, diciendo
con aplomo
—Nación independiente podemos *er Los paisanos
no quieren ser mas que orientales
— También nosotros Pero, hay que pensar mucho
estas cosas graves No seremos lo que deseamos, sin
algún apoyo fuerte
— Eso digo yo, y me viene mortificando hace tiem-
po, — observó otro de los circunstantes, con acento de
convencido
El que primero había hablado, dijo entonces, como
recogiéndose en sí mismo
[10]
GRITO DE GLORIA
—Siempre he creído que nuestra hermosa tierra
separada de ésta y de otras por grandes ríos y por el
océano, está destinada a encerrarse dentro de sus na-
turales límites \ a vivir de sí misma, con sólo el amor
de sus hijos Pero, todavía no hemos salido de los
primeros pasos, y ante todo, es preciso redimirla
¿Podemos hacerlo nosotros, exclusivamente, contra
todos los poderes conjurados?
4 Qué conseguiríamos con irnos a estrellar contra
las murallas 7 Sentar plaza de hombres irreflexivos,
de soldados de aventura, acaso, de falsos patriotas
— Sí, pero los argentinos nos acompañarán
— Si nos acompañan, será a condición de que vol
vamos a la antigua forma Entretanto, su gobierno nos
resiste y nos persigue
Siguióse un breve silencio a estas palabras Todos
se miraban como inquiriendo una idea
Al fin, el que había vido calificado de "comandante"
lo lompió añadiendo
— Habría un medio de zanjar las dificultades y de
dar base a la empresa, si sabemos dominar los ím
pulsos
El de planta de caudillo y mandíbula recia, que se
movía nervioso en su asiento, preguntó con brus
quedad
— ¿Cual sería?
— En la posición en que nos encontramos, y persua-
didos de que solos no haremos patria, convendría que
prometiésemos reconstruir la familia De este modo el
gobierno quedaría obligado, y los generosos senti-
mientos de nuestros hermanos lo impulsarían a prote
gernos abiertamente O brasileños, o argentinos Esco-
jan compañeros 1
[171
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Pasaremos solos, — prorrumpió el otro con vio-
lencia — Los paisanos leales vendrán con nosotros 91
les decimos que va a volver la libertad a los pagos, y
no lo harán si se les antoja que nos hemos aporteñado
— Pronto verán que no En último caso han de pre-
ferir esto, a hablar portugués y tener un amo
Alguna fuerza hizo este razonamiento en el ánimo
del caudillo que se quedó con la mirada pensativa,
balbuceando bajo, entre sorda irritación
— No quieren mestura ni tienen miedo a nadie
— Yo bien sé de lo que son capaces
— Cargan de frente sin contar el número
— Asi es Con todo, es necesario fortalecer nuestro
propósito con una segundad cualquiera de que en lo
más critico no seremos abandonados a nuestra suerte
— Entonces, ¿qué es lo que nos conviene hacer 7 —
interrogó una \oz bronca, de militar impaciente
— Lo que nos convendría, sería difundir la especie
de la reincorporación una vez que invadiéramos, ins-
pirar confianza con nuestros propios actos al gobierno
argentino y manifestar públicamente el propósito en
todas partes siempre que la suerte nos favorezca de
algún modo en la empresa
En la primer proclama debería expresarse con cía
ndad que perseguimos un fin práctico, y que detras
de nosotros hay un poder pronto a socorrernos De
otro modo, el provecto queda abocado al fracaso se-
íía pretender un imposible
P01 otra parte, en Montevideo, los trabajos sobre el
espíritu de la misma tropa siguen con éxito Algún
concurso importante nos vendrá de allí, a pesar de la
\igilancia de Lecor, pues consta a ustedes que conta-
mos con amigos decididos hasta entre las mismas mu-
jeres
ri8]
GRITO DE GLORIA
Sé bien que se habla de los hechos y episodios pa
sados como de una razón de resistencia en los paisa-
nos« a una nueva guerra , pero, toda campaña militar
en cualquiera época no siembra sino sinsabores por
sagrada que sea la causa Después, sólo algunos re
sistirían a esta empresa, y ya sabemos quienes son
Poco debe importarnos, desde que los mas nos secun-
den , como estoy seguro sucederá, si llevamos al frente
de la invasión al comandante Lavalleja
El aludido» que era el hombre bajo y vehemente, y
el encargado del saladero, arqueó las cejas, replicando
— Ya he dicho que acepto el honor, y vuelvo a de-
claiar que antes de retroceder dejaré la vida 1
Pero, creo que es conveniente aclarar estos puntos
El primero ¿ están ustedes conformes en que procla-
memos la anexión, como cosa necesaria, dejando al
tiempo que confirme o no este acto tan grave ?
Reinó un momento de silencio Moviéronse las ca-
bezas en actitud de vacilación, luego, todo* fueron
asintiendo sin discrepar en detalles Uno, arguyo
— 4 Sí 1 Después los sucesos dirán
— ;Pues que hablen los sucesos 1 — exclamo el cau-
dillo con violencia — Lo que yo quiero es que pase-
mos cuanto antes; que pongamos mano a la obra con
la a\uda de quien buenamente la preste sea a con-
dición de eso que ustedes dicen necesidad, sea para
nuestra libertad completa El sable que tengo ahí col-
gado se salta de la vaina Acordemos los medios
poca política, que ésta todo lo embrolla 1 ¿Qué piensa
usted, comandante Oribe ?
El así nombrado vol\ió a hacer uso de la palabra,
diciendo con una mesura que no excluía la firmeza
— Cuando el cabildo de Montevideo, contra la opi
món de los de Canelones y Maldonado que estaban
[19]
EDUARDO ACEVEDO PIAZ
cohibidos por los imperiales, sostenía la idea de la
independencia absoluta, todos nosotros la defendimos
con las armas, aunque infructuosamente Creo que
ahora estaríamos dispuestos a lo mismo, si alguien
nos apoyase, como entonces lo hizo el general Alvaro
da Costa Pero, ¿quién ha de venir en nuestro auxilio
en las presentes circunstancias 9 Los gobiernos nos hos-
tilizan Por eso ha sido mi insistencia que procuremos
atraernos al de Buenos Aires, nuestro aliado natural
No se si lo conseguiremos habrá que tomarse mucho
empeño en ello si ha de darse solidez al movimiento
Luego, es preciso explorar el ánimo de los paisanos
prestigiosos
— Ese era mi segundo punto la madre del borre-
go Se nombraran tres de los compañeros en comisión
En seguida de esto, queda el rabo por desollar
i Frutos'
Y el caudillo apretó nervioso los dos puños
Los demás quedaron en suspenso
— i Frutos 1 — prorrumpió al fin Oribe — Al briga-
dier, si se puede, se le utiliza, Quedaremos en la al-
ternativa de hacerle plena justicia si reacciona, o de
eliminarlo si se obstina Dada la posición que ocupa,
lo primero sería de gran eficacia v lo segundo de
gran efecto
— ¿ El gazapo es pura maña 1 — murmuró Lavalleja
con la vista en el suelo, como si mentalmente esbozase
ante ella la figura de au antiguo y astuto compañero de
temerosas aventuras.
Como se ve, la lucha a emprenderse presentaba para
estos hombres todas las perspectivas angustiosas con
que la desconfianza y la duda rodean siempre a las
tentativas arduas De euyo heroica, ésta exigiría un
temple nada común en sus actores, una decieión a toda
[20]
GRITO t>B GLORIA
prueba y una voluntad inquebrantable en el propósito
que pusiera de relieve bu grandeza y le atrajese el
concurso de las energías populares Rivera tenía pres-
tigio real en campaña
Comprendiéndolo asi, esmerábanse en conciliar los
medios de ejecución con la enormidad del obstáculo
Sobre este tema inculcaron, prolongándose gran
parte de la tarde en el animado diálogo Tuvieron en
cuenta los elementos propios las nutridas filas ene
migas, las grandes dificultades de los primeros mo
mentos, la porción de suerte que entra siempre como
fuerza coad\uvante en la acción desesperada las con-
secuencias que aparejaría una posesión completa de
la campaña, las eventualidades posibles en lo inter-
nacional > político dada la situación respectrvi de las
dos naciones males, > por último, bordaron con mano
caprichosa en tela tan vas+a las ilusiones mas se-
ductoras
lJesignooe como avanzada exploradora a Manuel La-
wlleja, Manuel Freiré > Atanasio Sierra Estos patrio-
tas debían de recorrer la zona meridional del país,
donde residían los principales hombres de prestigio, a
fin de consultarlos v zUseüos al pensamiento Tam-
bién les estaría encomendada la misión de ir hasta
Montevideo para ponerse al habla con ciertos \ecinos
de representación > \alimiento
Tratóse de la bandera
— Mantendremos la única que ha flameado en nues-
tras guerras, — dijo Oribe
— Sí Ninguna otra La bandera de Artiias Es la
que conocen como propia los paisanos, la que seguirán
con íesolucAÓn, aunque les recuerde los tristes desas-
tres No hay trueque con otra, ni se cambian ca-
ballos en la mitad del río r Este es mi modo de
[211
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
pensar Si viene otra derrota, sera la última, porque
caeremos envueltos en esa bandera
— jDe acuerdo r — exclamaron diversas voces que
en lo excitadas revelaron hervor en las pasiones
Ll recuerdo había herido íibias sensibles La ense-
ña del heroísmo infortunado aparecía simpática y atrá-
cente ante los ojos de los que la habían visto ondear
en los campos de la derrota, en los postreros días de
la pelea implacable con sus tres fajas de colores sal-
tantes sencilla, sm moharra de plata ni corbata de
fiecos de oro, en un astil de coronilla, con su tela re-
joneada por el acero y cubierta de manchas de sangre
en testimonio mudo del esfuerzo y del sacrificio
[22]
III
EXCURSION A LOS PAGOS
Dog días después de esta reunión, dióse principio
a ciertas maniobras que apenas trascendieron en Bue-
nos Aires, pero que, en la Banda Oriental tuvieron su
prolongación y eco entre determinadas personas ave-
cindadas en el litoral Empe?o a decirse que "la semi-
lla cuajaba", que "pronto sonaría la hora"*
Hablábase de otros asuntos no menos graves El
gobierno argentino había prohibido decididamente
todo trabajo tendiente a romper las relaciones de amis-
tad que existían entre la república y el imperio a con
secuencia del ultimo tratado Se vigilaba con el mayor
celo los pasos de los emigrados, por manera que sus
planes tenían que ser sofocados en embrión Y aun-
que así no fuera, aunque lograsen llevar la iniciativa
al terreno, ¿de qué medios se valdrían para cohonestar
las hostilidades de los dos grandes adversarios entre
los cuales colocaba su misera suerte a los patriotas 9
Cuando el general Lecor, hombre astuto y político se
posesiono de Montevideo, había convocado el cabildo,
y apercibido del incremento de la emigración, así como
de los peligros que ésta incubaría, apresuróse a invitar
al regreso a vanos de los vecinos influyentes que se
encontraban en Buenos Aires, entre ellos al alcalde
de primer \oto y al regidor defensor de menores
Pedia a esos ciudadanos que siguiesen sirviendo sus
empleos, asegurándoles en nombre del emperador "un
completo olvido y respeto sumo", si acataban su auto-
ridad ¡Su majestad estaba lleno de clemencias 1 Inter-
[23]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
pietábalas complacido el general \pnccdor, cabiendo
que aquellos personajes habían ido comisionado* para
pedir auxilios al gobierno argentino
Como se \eia esa actitud de Lecor y la de lo^ hom-
bres públicos de Buenos Aires coincidían en el sentido
de atemperar las pasiones \ de cerrir toda puerta a la
esperanza Algunos expatriados volvieron El mavor
numcio quedo, sin olvidar sus viejos laies \fiadía¿,e
que, en \ez de dailo todo por concluid o, los proceras
se empeñaban con gran celo en atraerse iecuiso& y
ganar voluntades, recurriendo a las personalidades des-
collantes por su poder e influencia Con este motivo,
dábase como un hecho que el general Estanislao Ló-
pez, gobernador de Santa Fe > caudillo prepotente del
litoral, habíase comprometido a sororrer con muni-
ciones a los hombres que meditaban proyectos tan ex-
traordinarios como los cuentos heroicos de los "pava
dores"
A pesar de tales rumores* los \ecmos reflexivos se
resistían al convencimiento atnbuverdo la propa-
ganda que se hacia al deseo constante y \ enemente de
sacudir una opresión que les imponía íenegar de su
idioma, cambiar los hábitos políticos y aun las cos-
tumbres sociales en nombre del derecho de conquista
Algo vino no obstante bien pronto, a difundir nueva
alarma en el país
En ciertos pagos empezó a esparcirse como en se-
creto la versión de que los hombres emigrados se pro-
ponían cosas muv senas respecto a la situación impe
rante Una junta o centro directivo había enviado al
país varios sujetos, bien vinculados a sus propósitos
por solemne juramento, para que explorasen los dis
tritos y consultaran la opinión de los patriotas acerca
de una tentativa revolucionaria a realizarse
[241
GRITO DE GLORIA
Estos emisarios habían penetrado al territorio de
una manera misteriosa, pues nadie Ies vio poner pld
en las playas del río Internáronse sin ser sentidos
Cruzaron las campañas de incógnito, levantando a lu
paso murmullos de asombro, de esperanza, de alegría
entre aquellos que eran dignos de conocer sus secretos,
y siempre marchando audaces a tra>és de guardias ene-
migas, ibanse deteniendo aquí y acullá, en poblaciones
aisladas, para continuar en la noche su camino, a modo
de sombras fugaces Hablaban a puertas cerradas, co-
mían del "asador" poco y a prisa, tomaban "mate"
amargo con el pie en el estribo o de a caballo, decían
j adiós 1 con un acento extraño, de forasteros furtivos,
y luego desaparecían sin dejar rastro Se aseguraba
por unos que traían a los paisanos "memorias del viejo
Artigas", otros sostenían que el viento, como indicio
"de un pampero fuerte", soplaba de Buenos Aires
El hecho era que estos personajes de "agüero" iban
recorriendo ciertas zonas en donde vivían gozando de
prestigio algunos caudillos, — aunque esa su vida era
comparable con la de las alimañas a monte, acechados
por un cordón de soldados que vivaqueaban en todas
direcciones
Los emisarios avanzaban, sin embargo, eludiendo
peligros Habían estado en Pando De allí se habían
dividido sin tropiezo alguno, después de conversar con
antiguos servidores del vencedor de las Piedras, uno3
para el centro de la campaña, otros para Montevideo,
como si fuera fácil atravesar sus murallas defendidas
por cien cañones, sin inspirar recelos
De pronto habían sido sentidos, a pesar de andarse
con tantos disfraces, v a una, todos los destacamentos
desparramados por los campos a modo de "perros ti-
greros" se lanzaron sobre ellos, siguiéronles la huella
t25J
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
con tesón, los acosaron de cerca y consideraron segu-
ras las presas, antes que los hombres misteriosos lle-
garan a la ribera del gran río
Interés como pocos, había en apoderarse de ellos
Y así se creía sucedería, dados los exiguos medios de
fuga de que podían echar mano en un país conquis-
tado, con todo, confirmando la sospecha de las gentes
sencillas que los habían visto cruzar taciturnos por de-
lante de sus ranchos, de que no debían ser más que
''ánimas de valientes" caídos en otros años borrascosos
en los charcos de Corumbe y de Aguape) que regresa-
ban a sus hogares convertidos en "taperas", evaporá-
ronse al final del rastreo a modo de duendes, v los
perseguidores encontrando la soledad siempre por de-
lante, arroyos sin manadas en sus ribazos y montes de
aspecto siniestro de cuyo seno parecían salir resuellos
de fieras que descansan, se decidieron al fin a \orver
riendas, persuadidos de que una cosa es descubrir al
''matrero" por la humaza del fogón encendido en su
guarida de bóvedas flotantes, y otra cogerlo a lo largo
del boquete, o sentado en una rama
Se había sabido después, aunque sin certidumbre,
que aquellos hombres desconocidos habían atravesado
el ancho no en medio de peligros idénticos a los que
acababan de conjurar, a causa de las embarcaciones
armadas que hacían la vigilancia de costas, que la
corriente les fue tan propicia como la suerte en tierra,
y que el capitán de una cañonera brasileña aseguraba
no haber visto bote m chalupa alguna en el carnal, sino
un ^camalote" en el que iban dormitando \ arios tigres
que arrastraban hacia abajo las aguas torrentosas
Mas se susurraba en los pagos del oeste, > era que,
según los informes de un patrón de cabotaje llegado
con su balandra a Mercedes, poco después del suceso,
[26]
GRITO DE GLORIA
unos hombres desconocidos que parecían venir de
ribera oriental habían desembarcado en un punto des-
amparado de Las Conchas con trajes muy descom-
puestos, botas enlodadas hasta las rodillas > un aspecto
sospechoso de gente aviesa o contrabandista El los
había vi^to casualmente al regresar a la costa de una
corta excursión al interior, } cuando se metían en los
grandes pajonales del bañado, sin duda huvendo de
toda pesquisa Llevaban "recados" al hombro, por lo
que debía presumirse que habían cabalgado o que ten
taban hacerlo
Estos vagos siniestros tenían unas figuras imponen-
tes, cabezas desgreñadas cubiertas con chambergos ne-
gros y unos ponchos cruzados por el pecho Iban mi-
rando a todos lados, como quienes acechan Cuando
la autoridad salió a perseguirlos, ya se habían perdido
entre las altas maciegas, sin que nadie hubiera acer-
tado a dar con ellos ni con el rumbo que llevaban
La verdad es que estos rumores y coméntanos te
nían en inquietud los pagos del litoral
¿De que se trataba 9
Si era de nuevas peleas para emancipar la tierra, los
emigrados vivían en sueños, pues el enemigo que de
ella se había enseñoreado disponía de tanto poder que
sólo pensar en redimirla era demencia El yugo dema-
siado recio y resistente, con coyundas de hierro, no
podía romperse con una sacudida de toro Se había
fabricado a propósito para bajar la cerviz a un coloso,
y obligarlo a mirar siempre al suelo por mas briosa
pujanza que sintiese en su cabeza
Luego estaba allí bien cerca el dilatado imperio,
semillero de hombres, fuente poderosa de riqueza, dis-
puesto a renovar sus legiones en caso de suerte adversa,
y a cambiar la índole genial y las costumbre! del ele
[27]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
mentó nativo como había cambiado el mapa geográ
fico político Estaba allí, a un paso, el foco temible de
fuerzas hostiles, el emporio de recursos inagotables en
donde reponer las pérdidas, con un tesoro de millones,
millares de combatientes y numerosos buques de guerra
mandados por hábiles marinos
En estas condiciones el adversario, ¿ quiénes eran los
que pensaban agredirlo ? Se ignoraba Pero fueren ellos
quienes fuesen corrían el nesgo de ser sacrificados
apenas asomaran en campo raso
Con las tropas que guarnecían el país podíase librar
batalla a un fuerte ejército, — al menos de la organi-
zación y contextura de los que entonces se formaban
En haz las unidades de combate de la conquista cons-
tituían una mole incontrastable con refuerzos inme-
diatos y generales expertos Algunos de estos habían
tenido por escuela militar practica las guerras de la
península contra los ejércitos de Bonaparte, \ por el
hecho, sus aptitudes para la táctica \ la estrategia su
peraban al nivel del médium, aunque este les reser
vara con la sorpresa de lo imprevisto el guerrear ín
esperado
La plaza fuerte de Montevideo rodeada de muros y
baterías, contenía tropas escogidas de las tres armas
El general Lecor habíalas distribuido en todo el cin
turón de granito, alcanzando a sumar tres mil soldados
con la caballería desmontada Esta guarní* ion podría
duplicarse en breve tiempo con nuevos batallones de
línea Una escuadra anclada en el puerto, compuesta
de los mejores buques, resguardaba la plaza de todo
peligro del lado de la costa Las casernas rebosaban
de repuestos de armas, p oh ora v balas, ^ran número
de cañones de bronce habían reemplazado las piezas
de hierro vacilantes en sus afustes, y fusiles de nueva
[28]
GRITO DE GLORIA
fábrica, los \iejos depósitos corroídos por la herrum-
bre Una mano \igorosa e inteligente parecía haber
dado lustre al corselete del brvalvo, trabajado por el
verdín y la broza desde el tiempo de la colonia todo
relucía en los instrumentos de guerra > en los hom-
bres de armas No había más que cerrar filas > morder
caituchos De aquel recinto fortificado, podíase, como
en otros años, lanzarse columnas abrumadoras, sin
perjudicar la defensiva de bastiones y explanadas Era
siempre como un antro de energías concentradas, las
que al salvar el foso se resolvían en borbollón de pe-
nachos v de aceros
En la campaña, este poder tendría en pocos días su
complemento Las extremidades participarían de la ro
bustez del tronco Una dmsión entre el Negro y el
Urugua>, suficiente para rechazar cualquier avance
aun de tropas numerosas, los jinetes del mariscal
Abreu y del general Barreto formando diez escuadro-
nes en las proximidades de Mercedes, la nudad histó-
rica de las primeras legendas en la Colonia, como
Montewdeo, destinada a encerrarse tras de sus grandes
portones la infantería \ caballería de Rodríguez, un
regimiento en el rincón de Haedo custodiando las mas
hermosas "caballadas 5 ' arrebatadas a lo» distritos del
norte, otro en Sonano A estas fuerzas considerables
debían agregar«e mas adelante las de Braz Jardim y
de Bentos Gongalves en numero de mil quinientos sol-
dados Reuníanse a un paso de la frontera, y podían
entrar inmediatamente en acción si así lo exigieran
las circunstancias a la par de otros contingentes po-
derosos, como los cuerpos de inf antena y buques de
guerra que se en\iaran en auxilio de Lecor desde Río
de Janeiro
[29]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Todo esto, y la actitud misma del brigadier Fruc-
tuoso Rivera, comandante general de campaña, co-
mentado por los patriotas a cu\os oídos habían llegado
las voces de nuevos planes revolucionarios, daba base
consistente a su creencia de que los emisarios perse-
guidos no debían haber sido portadores de un santo
y seña de guerra a muerte
i Fácil era que se hubiese exagerado 1
[»•]
IV
LA CRUZADA
No transcurrieron muchos díag después de esas sor-
das inquietudes sin que una nueva emoción de sor-
presa, casi de estupor, viniese a apoderarse de los
ánimos en los miamos distritos de la costa De esta vez,
el hecho no podía ser más grave ni más terribles las
consecuencias Era aquello de que se trataba una aven-
tura sin ejemplo, a pesar de ofrecerlos muy notables
aunque de otra índole, la historia de las guerras de
Articas
Súpose por distintos conductos, a propósito utili-
zados, que la empresa hasta entonces considerada im-
posible por exigir un esfuerzo gigantesco había dado
comienzo
¿De qué manera?
Los antecedentes y detalles que se relataban eran
motivo de asombro, a partir de que el gobierno argen-
tino negaba todo apoyo moral y material al movi-
miento No obstante eso, se habja producido De ello
se tuvo bien pronto la certidumbre
En los primeros días de ese mes, abril del año XXV,
los emigrados prepararon dos gánguiles, barcas de
popa y proa iguales y cuyo aparejo consistía en un
solo palo con vela latina en el centro
Estos gánguiles o "chalanas", como las designaba
en su lenguaje la gente marinera, estaban a cargo de
excelentes patrones cu\os ^verdaderos nombres aún no
ha constatado la historia por mas que ge supongan de
fimfcvanwnt» conocidos
[31]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
En uno de estos ganguilc? anudóles más de una vez
en su 3 faenas Andrés Eche\Ptt o Che\este por c< irrup-
ción vasco animoso, tan "baqueano" en los ríos como
en la zona terrestre comprendida entre uno y otro
arenal
Esta circunstancia hizo que los promotores del mo-
vimiento escogiesen la ''chalana" en que Che\este ha-
bía trabajado, para la primera exposición, pues que el
guía era inmejorable, v designado éste por "ba-
queano", cargaron sigilosamente el gánguil con algu
ñas carabinas, sables y pólvora
En él se embarcaion doce hombres, dus oficiales y
diez de tropa
Se citaban sus nombres con admiración, como de
gente que estaban destinadas a morir dentro de bre-
\es horas
Llamábanse los primeros Manuel Lavalleja y Ataña
siu Sierra lus últimos Juan y Ramón Ortiz, Santiago
Nievas, Ignacio Nuñez, Francisco \ Luciano Romero,
Tiburcio Gómez, Carmelo Colman, Juan Rosas y Juan
Acosta
El vasco francés que los guiaba en el no > que debía
acompañarlos en tierra firme, incorporado por el he-
cho a la empresa, constituía el número trece de la lista
de expedicionarios
Hinchada la pobre lona por brisas propicias, zarpó
la "chalana" del puerto de Buenos, Aires el día 5 , cruzó
el no sin llamar la atención más que una gaviota
errabunda > arubando a una playita solitaria que na
die \isitaba, la de una ískta semiane%adiza, apostadero
de tigres* llamada Brazolargo por su angostura, des-
embarcó «u contingente
Esta isbtu próxima a la ribera suspirada, facilitó
el acceso d los c < pedir onanos a la estancia del pa-
[32]
GRITO DE GLORIA
tnota Tomás Gómez, con quien habíanse convenido los
medios de movilidad que traía prontos, esperando U
llegada del último refuerzo con los jefes
Pero los días pasaron dos semdnas corrieron dentro
del bosque siniestro, sobre un suelo de ciénaga hollado
por alimañas > como éstas escondiéndose los hombres
y procurándose el alimento a saltos en la espesura o
arrastrando la res hasta la pla\a en tierra firme, en
medio de las sombras derrengados, hoscosos, fieros en
su misma debilidad La prupba no podía ser mas ruda
Los compañeros que debieron seguirlos sin demora,
habían sufrido contrariedades senas, las que trae apa
rejadas todo plan que rompe con la monotonía de lo
normal, desafia los vientos y las olas o descubre alguna
malla de su tejido
Notado el mo\imiento por las autoridades argenti-
nas, celosas de su neutralidad, \ieronse forzados los
que quedaban a buscar puntos aislados en la costa que
les sirviesen de salida en persecución de sus intentos
temerarios En ese afán constante, sin desfallecimien
tos, se agitaron durante once días llenos de fiebre Al
fin lograron reunirse en grupos en sitios desiertos,
de la orilla El tiempo se mostraba adverso, como
los hombres Un viento recio sacudía las aguas
revolviéndolas en escarceos espumantes Tenían el pe-
ligro detras, al frente, mas alia, por todas partes los
amagos del desastre ¿Qué importaba 9 La resolución
estaba hecha, el sacrificio ofrecido en aras de una pa-
sión ferviente v quedaba d consuelo de morir, el pos-
trer rí curso de los fuertes cuando nadie los comprende
ni los ampara en sus decisiones supremas
Embarcáronse \ *e entregaron a las ondas El abis-
mo que éstas guardaban no era ma\or que aquel que
los atraía con fuerza misteriosa > al que habían jurado
133]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
caer sin queja cuando se hubiese extinguido la última
esperanza
Un norte dominante, que los antiguos habrían lla-
mado aciago, de augurio funesto, azotó las pequeñas
velas al extremo de ser arriadas mas de una vez para
voher al casco su equilibrio
Fue así como después de rudas vicisitudes en todo
lo ancho del río, los expedicionarios «se reunieron a
los que aguardaban en la isleta
Este encuentro tan deseado, entonando la fibra,
afianzó en aquellos varones el pacto de su arrojo con
la suerte
Los que llegaban y habían sido el tema de hondas
ansiedades, eran Juan Antonio Lavalleja jefe de la
invasión, Manuel Oribe, segundo en el mando, Pablo
Zufriategui, Santiago Gadea, Manuel Freiré, Basilio
Araujo, Jacinto Trapani, Simón del Pino, Manuel Me
Iendez, Gregorio Sanabria, Pantaleón Artigas, oficia-
les, Andrés Spikermann, cadete, Juan Spikermann
Andrés Areguatí, sargentos, Celedonio Rojas, cabo
primero, soldados Joaquín Artigas, Tose Leguizamón,
A\ehno Miranda, Dionisio Oribe y Felipe Carapé
Los compañeros los condujeron al sitio oculto en
que ardían dos fogones rodeados de asadores impro-
visados con ramas gruesas, y donde circulaba el mate
como una infusión necesaria al temple de la fibra
El lugar era aparente, circuido de vegetación arbórea
por todos lados, de manera que hubiera sido difícil
descubrir desde el no resplandor alguno
Cheveste y dos más de los forzados isleños, en la
noche anterior habían cruzado el no en una canoa, y
cerneado en la costa una vaca, que trasportaron a su
[34]
GRITO DE GLORIA
De esa %aca se alimentaron, y de ella seguían co-
miendo, en el momento de la reunión de los demás ex-
pedicionarios
Estos traían fatiga y hambre, y la cena fue de her-
manos Se cantaron décimas glosadas, se dio suelta al
buen humor, y risas homéricas hicieron olvidar las
amarguras pasadas a bordo del gánguil
En aquel lugar desierto, rodeado por las aguas, con
su verde cortinaje de arbustos y malezas a todos rum-
bos, raro era el aspecto que presentaba el grupo de
hombres audaces
Los había entre ellos de todas razas, de distintos
colores como el "quillango" indígena, blancos, co-
brizos, negros, piel de "yaguareté" terminada en col-
millos y garras, el militar de escuela junto al "mon-
tonero*', el ideal culto en connubio con el instinto bra-
\ío, el ciudadano libre en fraternidad con el liberto
Algunas figuras resaltaban por sus formas de alci-
des cabelludos, mucho músculo, pocas palabras, duro
el gesto, el mirar sombrío Las vestimentas añadían
rasgos singulares al conjunto Casacas de húsares, cal-
zado de granadero, pantalones amplios, chambergos de
ala floja, chmpaes de tejido crudo, botas de cuero de
potro, ponchos de grandes haldas, nazarenas trinado-
ras, complementado todo por el arreo ofensivo de lar-
gas dagas, trabucos de hierro, carabinas de cazoleta,
pistolas de cinto y sables corvos
La diversidad de tipos guardaba así armonía con
la de las armas Prueba de que había sido una espon-
taneidad impetuosa la que había producido aquel acer-
camiento } aquella unión, que debía aumentar su
fuerza a medida que se fueran abriendo las válvulas
a los instintos propulsores en el mismo médium nativo
El aroma de la tierra, que había adobado las fibras,
[35]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
debía ponerlas en vibración De allí se percibía ya el
ambiente que incendiaba la sangre, y todo dolor pa-
sado era espuela punzadora
Para muchos de ellos ¿qué concepción podía ser la
de la patria 9 ¿Difícil explicarlo 1 Al mirar hacia la
ribera oriental parecía que algo entreveían en las som
bras con los ojos del alma Acaso el pago, el pago
era la patria La patria en pequeño con su terrón co
nocido, con su fragmento de cielo, con sus horizontes
visibles con su arroyo fecundante, con sus lomas pin-
torescas, con sus bosques solitarios Algunas viviendas
primitivas construidas con el tronco, el lodo v la ma-
siega, dispersas como asilos de una hora de razas va-
gabundas, el potro recorriendo el llano con la crin
revuelta et "ñandú" con el alón tendido en la ladera,
el "carancho' 7 junto a la blanca osamenta, el jinete
errante hiriendo el aire con el ruido de las espuelas
o con los ecos de una trova de "enramada'' ese era
el pago
( Bien podían ellos estarlo contemplando como un
miraje esbozado en sus cerebros'
Los espíritus elevados, que eran los menos, iban más
allá de esos horizontes
Por eso, en la hora de que hablamos, aquellos hom
bres, los que mandaban y obedecían, formaban una
sola familia sin más afectos que un ideal común , todos
aspiraban al mismo fin, las necesidades, los apetitos,
los groseros sensualismos de la existencia ordinaria, si
asomaban como efervescencias del grupo, entidad com-
pleja de heroísmos, no era más que para dar mayor
encanto a la idea del sacrificio
Limpiaron las armas con cariño, hasta verlas relu-
cir, prepararon los cartuchos de carabina en paquetes
que envolvieron en pañuelos, e hicieron líos con el
[36]
GRITO DE GLORIA
resto para cargarlos a modo de mochilas con los abrí
gos y "recados"
Con reses transportadas hasta allí desde la costa,
ocultos en la espesura, celebraron su última cena, con
dimentada con la salsa de su denuedo, y se dispusieron
a marchar
En esa noche brillaban pocas estrellas, había mur
murió en las playas y un ligero liento zumbaba entre
los sauces En la orilla oriental ardía una hoguera
Al comentarse después estos detalles, a la luz de los
vivacs en tierra natrva, no falto entonces quien dijese
que en este punto las cosas, del fondo de la ísleta,
acaso de algún "camalote" detenido en los recodos de
la costa, había llegado de pronto el bramido de tigre
hambriento que tai vez alumbraba con sus fosfóricas
pupilas el rastro de la presa , a cuy o bramido respondió
uno riendo
— jYa vamos 1
Y como si esta hubiese sido una voz de mando, to-
dos empezaron a moverse en las sombras con el menor
ruido posible
Minutos después bajaban en grupo a la pequeña
playa, siempre en silencio, apenas interrumpido por el
roce de los sables, los acentos bajos de prevención y los
ludimientos secos de culatas
Las "chalanas" se encontraban en el centro de una
como herradura formada por la vegetación de las on
lias casi Tozando con sus fondos la arena
Cada uno de los expedicionarios llevaba consigo
arreo doble El embarque se hizo rápidamente, entrán-
dose los hombres al agua hasta media pierna, sin des-
orden, dividiéndose el grupo en partes iguales
Las "chalanas" largaron El viento favorable em
pezó a empujarlas con fuerza
[37]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Al frente, en el enorme cauce, no se veía luz alguna,
a no aer una que otra plateada arista, reflejo del pálido
fulgor de las alturas, las riberas aparecían como gran-
des manchas negras formadas por el hueco de los ba-
rrancos y una cresta de arboles hirsutos que servían de
agreste festón a sus bordes enhiestos tajados a pique
Allá muy lejos, un resplandor, quizás el del incendio
de maleza en algún islote anegadizo, dibujaba en el
horizonte una luna color sangre que pareciera surgir
recién abriéndose paso entre doseles de crespón
Del suelo nativo no llegaba ningún eco
Pero cerca de la plaja, la hoguera seguía ardiendo
Era un fuego de escasas proporciones, aunque muy
Msible que de vez en cuando mostraba sus lengüetas
por encima de su disco de brasas, semejante a la dis-
tancia a una enorme "alúa" posada en lo hondo de la
selva
En el grupo que navegaba delante, vanos hombres
hablaban en voz muv baja
— Será una guardia — decía uno extendiendo la
mano hacia la fogata — ¿Vamos a estrenarnos pronto T
— A la fija nos esperan con la tercerola al brazo —
agregaba otra voz ronca y enérgica — Han cenado de
lo ajeno y quieren enlucernarnos antes que pisemos
tierra
— La "fariña" habrá andado en los bocados — mur-
muró un tercero — Estos tinosos se cuidan bien por
miedo de hacer cueros de epidemia
0>ose cerca una nueva \oz, que decía
—No, compañeros Esa fogata que parece luminaria
de brujas la ha encendido un amigo Los hermanos
Ruiz viven ahí, junto a la costa Anoche estuvieron
con ellos el comandante Oribe y el capitán Manuel,
[38]
GRITO DE GLORIA
viendo que Gómez no contestaba las señale», ni podía
haberlas contestado porque ha días lo corrieron, ha-
ciéndolo pasar a Entre Ríos La cruzada debió ser el 7,
V hoy estamos a 19 Los Ruiz quedaron en que harían
fogón como a\iso Vamos derecho a desmontar de este
redomón bufador
— i Ahora caigo, canejo Bien haiga el bicho de luz 1
— ¡A ver si se callan 1 — dijo alguien con tono de
mando
Los murmullos cesaron de súbito
También se iba extinguiendo la llamarada y amen-
guándose el foco rojizo, como si una mano apartase
sus ascuas o las íecubriera de aiena Destacábase en
las tinieblas una gran mancha más negra, en plano
bajo, que era el monte enmarañado, difuso, torciéndose
en espiral o ensanchándose en el llano con todo el
vigor de la savia comprimida Este cancel inmenso
llegó a ocultar por completo la hoguera, se navegaba
en la zona tenebrosa, casi razando la base del barranco,
) como el \ íento soplaba le\e en esos momentos, se
hacía uso del remo
Los murmullos recomenzaron
— Alia en el largo veo una lucesita que se me hace
de farol — susurró uno al oído de otro, señalando ha
cía delante
— No le des a la "sin hueso" — dijo el compa-
ñero — Parece que andan muchas lanchas en el río
jugando a la que menos ha de topar, tomo los becerros
en el bajo cuando hay un toro cerca Por atrás se co
lumbra otra parejita a un ojo de lechuza
El que primero había hablado volvió la cabeza, y
alcanzó a percibir en realidad en el fondo del cauce
fija y siniestra una luz amarillosa
[39]
f
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Era de temer una andanada de cafion de crujía
— A la cuenta es otra barca cargada de "inamelu
eos" Lindo sena aguaitarla aquí al reparo de los u ba
randies"
En ese instante los remos dejaron de hundirse en el
agua mansa, y las "chalanas" siguieron su marcha
lenta, empujadas apenas por ráfagas tardías
Las claridades lejana* pero sospechosas que se dis-
tinguían a proa > a popa, concluyeron por desaparecer
entre el laberinto ramoso de las costas cu\as entradas
y recodos sin duda se inspeccionaban A mten alo^ \ ol«
vían a relucir, distantes, a modo de luciérnagas sin
rumbo abatiéndose sobre el haz de las aguas dormidas
Eran altas horas cuando las proas surcando la ca
nal enderezaron hacia una ensenada que hacia mas
tenebroso el bosque de "talas" y de "molles", desple
gado en su fondo como una gruesa columna en batalla
Esa ensenada a cuyo flanco desliza su hilo de agua
un humilde tributario, forma una cur\ a sensible rema
tada en dos ligeros recodos } da acceso hasta la orilla
solo a embarcaciones pequeñas La corriente deriva
hacia esa costa, cuyos -veriles ha ahondado en su base
empujando los residuos a una pía) a hermosa cubierta
de den c as arenas, donde la planta se hunde y asoma
su enriscada "roseta' la espina de la cruz
En este sitio del Arenal Grande airiaron vela las
"chalanas" y tomaron tierra los nrvajores
Apartadas aquellas de la ribera por el pebgro de
tumbarse o varar en las dunas, el desembarco fue pe-
noso con el agua a la cintura, en cuva diligencia los
marineros > los mismos patrones con sus cuerpos se-
mihundidos en el río sirvieron de jalones por largo
rato al tránsito de las armas y monturas
[40]
GRITO DE GLORIA
Diseñábanse en el cielo detrás de las altas colinas
verdes que rodean en anfiteatro el cumulo de arena9,
los primeros albores del día 19
Sábese ya que no debió ser éste el del desembarco,
sino el 7 del mismo mes El patriota Tomas Gómez, de
acuerdo con sus amigos de causa, y comprometido a
tener dispuestos los elementos de movilidad necesa-
rios para montar el contingente en la fecha indicada,
cumplió esperando a aquel con un número determinado
de caballos que mantuvo ocultos en Ls islas Pero, el
tiempo pasó en angustiosa incertidumbre Los brasi-
leños, ya inquietos ante ciertos movimientos inusitados,
hicieron recaer sus sospechas sobre Gómez y ordena-
ron perseguirle El patriota wose entonces obligado
a abandonarlo todo, y atravesando el Uruguay, buscó
refugio en la Argentina
De esta manera al pisar el suelo nativo, los invasores
se hallaron condenados a una inacción que podía ser-
les fatal Ninguno, a pesar de tan grande contrariedad,
manifestó su disgusto Y bien debió esperarse que
murmuraran, pues que llevaban largos días de priva*
ciones y sufrimientos Los cuerpos estaban postrados,
esfuerzos sin descanso, noches de insomnio, alimenta-
ción deficiente, vigilancia continua por una parte, y
por otra la sucesión de emociones violentas que en lo
moral coincidían con la faena sin tregua del músculo,
eran causas sobradas para predisponer los espíritus al
desaliento No sucedió así En el grupo taciturno algún
vinculo de tracción aferraba las voluntades, porque to-
dos se movían de consuno y obedecían sin réplica
Toda\ía en las tinieblas, amontonados, con la ame-
naza allí de donde venían, con el peligro inminente en
el terreno que pisaban, desmontados en tierra de cen-
tauros, solos en su pasión ardiente, parecía sin em-
[41]
r
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
bargo, circular entre ellos como un aura de entusiasmo
viril que ahogaría en sus gargantas el descontento Se
habría dicho con razón que la madre tierra devolvíales
las fuerzas como al titán de la ficción helénica
Subíanse en color las rosas del oriente orladas de
escarlata v; difundíase una suave claridad en el llano
arenoso, cuando se alzo una voz enérgica mandando
formar
Había premura en apartarse de allí, y poneT la selva
por medio Después se atendería a los medios de mo-
vilidad
Un pequeño grupo de vecinos del pago presenciaba
la escena desde el pie de la colma, dominando con sus
miradas el aienal por un abra extensa del bosque
Estrechóse fila en el acto, terciadas las carabinas y
desnudo* los aceros
Pasóse lista con rapidez
Eran treinta > tres hombres de jefe a soldado
Lavalleja recomo la fila con el sable en la diestra,
y en la izquierda desplegada una bandera que tenia
en su centro una inscripción de grandes caracteres
¿Qué lema era aquel 9
En el escudo primitivo de campo blanco con un sol
arriba y debajo un brazo robusto sosteniendo una ba
lanza, símbolo de la justicia, se leía este mote con
libertad, ni ofendo m temo
En la bandera de tres fajas, blanca, azul y roja, em-
blema esta última de la sangre vertida la inscripción
consagraba el mote o leyenda del escudo era la su-
prema aspiración de Artigas, allí estampada con sig-
nos perdurables
Bajo el sol brillante que bañara de intensa vida el
desierto v al soplo del "pampero" que henchía la sole-
dad de rumores, en otro tiempo habían germinado y
[42]
GRITO DE GLORIA
crecido los instintos al igual de los cardos espinosos,
el amor de la tierra enroscó sus raices absorbentes en
el corazón bravio, la pasión del valor endureció el
nervio en las crudezas de la vida semisalvaje, y la
voluntad del mas fuerte, el carácter mas tenaz y vigo-
roso fue el prestigio de todas las voluntades fue el Upo
de todos los caracteres dominando con su acción y el
encanto del éxito aquel conjunto de instintos y de pa-
siones capaces de impulsar los ideales de la clase culta
hacia el triunfo de señalados destinos, una vez que se
expidieran soberbios en la vasta escena del drama re
volucionano
Con esos amores locales — tan necesarios a los hom-
bres? de los campos como el aire y la luz — con esos
fanatismos de pago llenos de indómita fiereza, había
Artigas formado las huestes que en obstinada lucha
arrastrados por la impulsión inicial de un movimiento
poderoso a la vez que por la violencia de sus propias
propensiones concurrieran eficazmente a derribar con
el edificio de la colonia el imperio de la costumbre
En aquel período turbulento, el esfuerzo, aunque
tenaz y heroico, no revistió foimas definidas, ni trazo
planea luminosos, pero abrió nuevos rumbos
Era el esfuerzo anónimo, a veces ciego, que se obs
tina en la tendencia evolucionaría, y en el secreto va
tejiendo las nacionalidades hasta exornarlas de atri-
butos propios y carácter típico
En aquella bandera desplegada por Lavalleja esta-
ba el símbolo de esc esfuerzo, y a su vista los bra-
zos se levantaron v todos los instintos rugieron
Lavalleja sacudió el paño con firme mano, y seña
landolo con la punta de bu acero resumió une corta
arenga en este grito de pujante brío
— ¡Libertad o muerte f
[43]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Treinta y dos voces lo repitieron, tendidos loa sables
deshecha la fila por una conmoción profunda, puesta
por algunos en tierra la rodilla y sellado por otros el
suelo con el labio, y por un momento el eco formidable
al devolver ufano el juramento pareció ruido de cade
ñas que se trozaban con estrepito
No pudo echarse diana, pero la diana de redención
se escuchaba en todos los espíritus
El sol nacía, y resurgía la vida en el bosque estre-
mecido por el marcial rumor, cual si en su espesura
alentara la autonomía de los pagos y se agitasen las
almas de aquellos fieros caudillos que todo lo sacrifi-
caron a sus adustos y terribles amores 1
[44]
V
AL VIENTO LA BANDERA
La cifra, pues, de los invasores, no era para ins
pirar temor a un poder incontestable Que llegara a
aumentarse, era todavía un problema Aunque melenu-
dos, carecían de la legadura de los gigantes bíblicos
que con la honda o la quijada nivelaban en un mo
nien'o las condiciones de la lucha
Como hemos dicho, el guarismo de los dominadores
teniendo sólo en cuenta las tropas de la guarnición
en el país incluidas las auxiliares de Rivera y las que
podían maniobrar en el acto desde la \ieja línea divi
sona en donde \rvaqueaban con sus armas en pabe-
llón sumaba cinco mil hombres próximamente Este
ejército compuesto en su mayor parte de infantería y
caballería de linea, estaba apoyado por una artillería
de plaza y de camparía que contaba con ciento cin
cuenta cañones Segundábalo en las \ías Aúnales una
armada de siete buques, perfectamente equipados v
prontos para la ación
Proporcionalmente, correspondían desde luego a ca
da invasor más de ciento cincuenta soldados con cua-
tro piezas de artillería La proporción no podía ser
más aterradora, del lado de la tierra nativa Después
estaba el hondo canal del río* suíiciente a absorberse
millares de hombres en la fuga desesperada , y del
linde opuesto, las autoridades hostiles listas para apo-
derarse de los vencidos en desagravio drl \encedor
[45]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Aquellos hombres que dominaban taleg perspecti-
vas sin pueriles ofuscamientos, creían de buena fe que
ellos se convertirían en dorados horizontes de una
mañana de gloria El caso era hacer pie firme en el
terreno
En las primeras horas buscaron refugio en el bos
que — la guarida del patriotismo en aquellos tiempos
crueles de donde el patriotismo salía como hambrienta
fiera para poner pavor a los campos
En el bosque aguardaron que Etchevest y los her-
manos Ortiz trajeran caballos de los alrededores
Ellos los buscaron por los mas escondidos lugares
El matalote de un leñador en que los hermanos se
montaron, uno sobre la cruz, otro sobie las ancas sir-
vió de vehículo para la pesquisa Ftchevest caminaba
al frente fiado al vigor de sus piernas escudriñando
con ojos de baqueano la espesura a lo largo de la
costa De la tropilla que Gómez se hibía visto obli-
gado a dispersar días antes dieron a altas horas con
diez caballos, más tarde encontraron otros
El número completaba el de las exigencias, y se
volvieron cuando asomaba el alba al escondrijo de
sus compañeros
Ese día lo pasaron entre el ramaje esperando que
el sol cayera
Ya avanzada la tarde los in\ acores aderezaron sus
caballos, pusieron a grupas lo que sobraba del arma-
mento y municiones de guerra, y emprendieron la
marcha con esta consigna de Lavalleja
— Por razón alguna nadie se separe de las filas
Dirigíanse a la estancia de Beli», a inmediaciones
de San Salvador, donde rustía una guardia en«ruga
Había que empezar por batir las guardias
Esta, sin embargo, alcanzaba a cien hombres
[4«]
GRITO DE GLORIA
Algunos montaraces de largas greñas, hoscos y ca-
llados se incorporaron al grupo, que hacía su trayec-
to a trechos por el interior del bosque
Mandaba el destacamento de dragones a sorprender
el comandante Julián Laguna, al servicio del imperio
Advertido, formó en ala sobre la loma El jefe de los
invasores se detuvo, e invitó a conferenciar a su ene-
migo Vino éste, y hablaron Sin duda alguna las re-
sistencias del invitado se hicieron pertinaces, porque
el caudillo de la empresa, perdiendo la paciencia, llegó
a exclamar de un modo brusco
— No entiendo de conseja Ríndase, o lo cargo
— i Cargue, que hay hombre 1
Lavalleja revolvió el caballo hacia sus filas, y car-
gó, bandera al viento La it,f riega fue breve Un
avance a media rienda, \ arios sablazos de gente en
celada, alguna sangre vertida, confusión sin entrevero,
media vuelta y desbande
No pocos de aqutllo% soldados batidos que habían
desnudado sus aceros murmurando, los volvieron a la
vaina, e ingresaron al grupo vencedor
Dos horas después, cuando se aprestaban los inva-
sores para continuar su obra de viento de borrasca
depurador v bravio, una partida de patriotas trayendo
varios pnsioneos, se les incorporó
Esta junción produjo entusiasmo en las filas Los
recién venidos eran casi todos antiguos soldados de
Lavalleja u Oribe
Juntos habían vivido en los montes durante largos
meses, hostdizando al enemigo desde la madriguera
sin ceder nada de sus od.os nativos, ahora se presen
toban sin tacha, soberbios, encelados, arrastrando un
grupo de vencidos en prueba de ardor varonil y de
fibra guerrera
[47]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Acompañábalos un clarín que no cegaba de echar
diana con un hrío que denunciaba la robustez de sus
pulmones En las filas abrazábanles entre aclamacio-
nes ruidosas, llamándolos por sus nombres v pidién
doles detalles del encuentro en que habían salido \ic-
torjosos
Uno de los nuevos campeones era el capitán Ismael
Velarde soldado de las primeras guerras, a quien La
\?11eja conocía bien
Joven esbelto, de semblante de muier v mirar duro,
lle\aba la lanza con aire de soberbia aciso con el
m^mo que lo estimúlala a emnuñarla en ,u primera
mocedad El era el que enterado del pasaje de los
treinta y tres patriotas había reunido algunos com-
pañuos en las \ertientes de Santa Lucia v arroján-
dole sobre un destacamento de caballería de línea bra-
sileña apostado en los campos de Robledo rr atándole
vanos soldados } apoderándose del rp c to La refriega
había sido aún más fructifeia Kl évfto d« olvió a la
causa de los patriotas un buen numero de natrvos que
se encontiaban asediados en el monte, \ otros prisio
ñeros en las "casas* 1 los cuales rescatados, figuraban
ahora en el grupo como números distinguidos El te
mente Cuaró, veterano de Latorre, de atezada piel,
miembros fornidos \ pescuezo de toro, entraba en la
cifra, también Ladislao Luna antiguo alférez de Ri-
vera en sus aventuras heroicas del año XVII Seguían
lupgo algunos "tapes" de Soriano y moretones anscos
de la cuchilla de Marrincho, que hibím creado en
el torbellino de la lucha y en él debían desaparecer
como "tucos** en noche de tormenta
Pero, entre todos, un voluntario atrajo las miradas
por su aspecto > compostura
r48]
GRITO DE GLORIA
Era éste un joven blanco v rubio de ojos azulea,
cabellera blonda y rizada, alto, gallardo, de manos y
pies pequeños, que llevaba la espada como un oficial
correcto, el sombrero como un trovador y la espuela
como un caballero
A pesar de la tostadura del sol \ el viento, y del
deterioro extremo de las ropas, Oribe lo reconoció
apenas fijó en él la vista Se llamaba Luis María Be-
rón En su mirada triste v su frente soñadora parecía
reflejarse algo como las nostalgias de la tierra y en
el gesto altivo > adusto presentirse el librar de la fi-
bra a impulsos de una sangre rica y generosa
Seguía a Berón como su sombra, un negro liberto
con todos los aires de una buena mama, mozo, ro-
busto, bien plantado y gran jinete, el chambergo so-
bre la oreja bota a media pierna, una haba del aire
en el ojal de la blusa y el trabuco cru?ado a los rí-
ñones
Por último un \iejo sobresalía en el grupo Era
este hombre muy tieso y muy espigado» de mirada
viva y ceñuda, propia de ojos hundidos en las cuen-
cas y rodeados de un matorral de cejas gruesas en
forma de penachos de "ñacuiutú" Tenía la nariz gan-
chuda y prominente en el vómer, el pelo que había
sido crespo y del que apenas quedaban algunos lar-
gos mechones caía sobre I03 hombros a modo de ca-
pullos invertidos de cortadera la barba enmarañada
y recia, teñida en parte por el humo del tabaco, mos-
traba su punta retorcida hacia un costado por el uso
del barboquejo
Lle\aba sombrero de panza de burro, chapona de
paño azul, chiripá de tela gruesa listada a bandas ro-
jas, botas flamantes de cuero crudo y espuelas de
[49]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
hierro, cuyas ruedecillas hacían música gruñona con
el freno y las coscojas
La daga que traía a la cintura formábale por de-
trás un embuchado en la chapona El poncho en rollo
a las grupas, y una gran lanza con cuatro medias lu-
nas y banderola tricolor que blandía en la diestra,
daban a este nuestro antiguo conorido don Anacleto
todo el aire de un caudillo de pago que aun goza de
la plenitud de su prestigio
Su caballo overo de cula recogida > crines retacea-
das a cuchillo, en buenas carnes > regulares bríos
solía pararse para golpear con el casco el sucio, en
cu\a s>azon, el \iejo capataz le acercaba la espuela con
cuidado y apretando las rodillas como si *c tratase
de un "redomón'* de más manís que un '"matrero"
Pasada la efusiva expansión de los primeros mo-
mentos, el \alioso contingente entra a formar en el
escuadrón de Oribe, quien nombra a I«mael Vtlarde
capitán de la primera mitad con Cuaió de segundo,
y a Lui<* María su anudante secretario
Ladislao, con su grado de alférez, queda ^ubordi
nado a aquél, haciendo revistar en filas a los "tapes'*
y mocetones montaraces
Adquirido asi mayor nervio con gente de resolu-
ción a empresa, maciza en la marcha y en extremo
hábil para manejarse en el terreno, la reducida fuerza
re\olucionaria siente que se aumentan sus alientos y
que crece en ella el espíritu de cuerpo que ha de lle-
varla unida y vigorosa de escaramuza en refriega y
de combate en batalla, en una serie no interrumpida
de brillantes jornadas
Se alza la bandera, y se grita jtodo por la patria 1
¡la tierra pertenece a los valientes 1 Los jinetes se agi-
tan fiero*, rompen los clarines en marcial fanfarria
[50]
GRITO DE GT ORIA
que estremece el suelo del camino al paso de aquella
caballería temeraria en duelo con la suerte, que va a
quebrar lanzas contra el dragón forrado en hierro de
la conquista
La pequeña legión a\anza, entra en Soriano, — la
\ieja villa taciturna del sistema hispano colonial — >
V da el grito de independencia con asombro de sus
solitarios moradores Algunos antiguos ser\idores de
Artigas que allí dormitaban sobre el gran estero os-
curo como soldados que han caído rendidos por el
cansancio, oyeron el grito, v escucharon la lectuia de
una proclama en que se hablaba en nombre de la
unión argentina, de la autonomía dt la provincia co-
mo parte integrante de la República limítrofe y del
auxilio que de ella \endna, toda vez que los orientales
íespondieran al llamado del patriotismo La proclama
nada decía de las primeras luchas, y mucho de una
vida nueva No preocupó la formula a aquellos an-
tiguos servidores Era sin duda una proclama como
cualquiera otra, "que a>udasen no mas los de la otra
banda'*, después el tiempo diría lo que del crecimiento
y el choque de las pasiones y de los intereses resul-
lase Tras de ese encogimiento de hombros del estoi-
cismo, los hombres se limitaron a este criterio con-
cn to "ante todo es preciso sacudirse el peso del yugo,
\ \enga el socorro para ello de quien pueda más que
Artigas"
Y descolgaron sus sables mohosos, acudiendo al ru-
mor de la batalla La legión subió a cien , y estos cien
marcharon hacia el arrojo del Perdido
En el travecto, cae prisionero un baqueano enemigo
de nombre Juan Baez, que llevaba instrucciones es-
critas de Rivera para el ma>or Calderón, jefe de dra-
gones En la nota urgíale que se le incorporase sin
[51]
EDUARDO ACEVEDO pfAZ
demora para abnr operaciones sobre Lavalleja Sol
dado de este en las guerras anteriores Baez acata a
su viejo jefe ofrécesele para mdueir a engaño al bri-
gadier y le informa que algunas par lulas merodean
por alh cerca Añade que ha> tropa acampada en los
ribazos del Monzón, uno de los manantiales del arro\o
Grande, y que con ella está el comandante general de
campaña
j Al encuentro, a paso de trote 1
El baqueano \uehe sobre sus pasos \ con él la pe-
queña columna, que abandonó por el hecho el rumbo
que le hubieia conducido hasta el campamento de
Calderón, situado a la orilla de otro canalizo secun-
dario de aquel arroyo
Bruscamente, las partidas contrarias aparecen tras
lomando a la carrera la pióxima "cuchilla" como im-
pelidas por un instinto irresistible, \ a la vista de la
hueste, blanden las lanzas como un saludo marcial, y
en vez de acometer se incorporan a las filas Orense
gritos vehementes* v algunos de aquellos hombres se
abiazan juntando sus cabezas sin deteaerse
La columna asi robustecida, sigue andando en bus-
ca de la av entura temerosa como asistida de una vir-
tud aquihana El humilde Baez la guía, es este oscuro
soldado el que ha de llevarla al terreno de uno de
sus mejores triunfos, el que debía asegurar el éxito
de la empresa Baez aunque al sei vicio de los domi-
nadores hasta pocas horas antes, ya no es un prisio-
nero, porque he ha identificado con los que acompaña,
ni se considera a sí mismo un traidor, pues que su
conciencia no le acusa y su corazón le arrastra Es una
unidad del esfuerzo anónimo, que cae en cuenta* el
baqueano de la aventura que, casualmente atravesado
en su camino, se apasiona de la audacia, v se resuelve
[52]
GRITO DE GLORIA
a separar aquella de su marcha ciega guiándola a
favor de su arte por senderos desconocidos hasta pre
cipitarla armada v potente sobie el enemigo mas te
mible — por «er aquel que podía detenerla en sus
alances > rompe i el nervio de su acción
Baez se adelanta en prosecución del plan acordado
con Lavalleja, a favor de las asperezas del terreno, y
dejando oculta la columna sigue solo hasta encon-
garse con la guardia que mandaba el biavo oficial
Leonardo Olivera
Juan Baez dice a e^te
— El mavor Caldeióu con el escuadrón de diago
nes esta en el bajo, ac;uarddndo órdenes Yo sigo hasta
el rampo del comandante genual a darle parte
Olivera no se surprende de la nueva, y pide su ca
bailo contestando tranquilamente
— Voy ha^ta el bajo Anuncie el caso al jefe
En seguida monta* toma el galope trasloma "v cae
al llano sin recelo Allí es íodeado y se le intima ren
dicion
Apercibido de esto, exclama con entereza
— Rendirse , a quien 9 Todos somos hermanos j Pido
lugar en las filas, para mi y mis compañeros T
En esos momentos un pequeño grupo, apartado del
grueso que había estado inmóvil al pie del declive, a
las órdenes del comandante Oribe, movióse brusca
mente tendiéndose en ala en la ladeia
Sentíase a la parte opuesta el galope de vanos ca-
ballos
Fijáronse allí las miradas
Pronto escalo la colina un jinete de figura apuesta,
cabello negro v semblante tostado, joven, en la pleni-
tud de su vigor, quien, bien sentado en los lomos,
cubierto por un poncho de tela color ante, cuya halda
[53]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
derecha había arrollado sobre el hombro, \enía se-
guido por otros dos a guisa de escolta
Sujetó el caballo al trasponer la "cuchilla", y em-
pezó a descendería al trote, algo sorprendido del cua-
dio que se extendía a su vista
—Ese es Frutos — dijo Ladislao con cierta fruí
fion íntima j Véanlo si se mueve arrogante 1
Ismael lo miro de sosia) o, por debajo del ala del
sombrero, murmurando
— i Veras que se duebla T
Otra voz dejó caer con pausada entonación estas
palabras
— i Ahora, para qué T Ya cavó el "matrero"
Alguien añadió con risa irónira
— E«tá lustroso, a íuerza de buen vivir ¡ Naide
rompa esa cuña por ser del mesmo palo'
El comandante Oribe hizo una seña
El pequeño grupo emprendió el galope, formando
media luna a retaguardia de los recién \emdos, y
el mismo jefe, abandonando con Luis María su pues-
to, picó espuelas > se puso en un instante junto al
brigadier
Al sentir el tropel, Ruera volvió el rostro y saludó
llevando la mano al sombrero La estratagema le que-
daba de manifiesto, su saludo, suplantando a la pro
testa, era un principio de llamado a la clemencia
Oribe lo alcanzó cuando >a estaba próximo a La-
valleja
El brigadier se detuvo sin objetar nada sabiendo
que era temible el adversario que tenía a su lado,
por lo que, dirigiendo un tanto inquieto la palabra a
Lavalleja exclamó
— Perdóneme la vida, compañero Ordene que se
respete mi persona
[54]
GRITO DE GLORIA
El caudillo invasor lo miró severamente, respon-
diendo en el acto
— ¡No lo han de matar 1 En cuanto a lo demás, no
pensó usted lo mismo respecto a mí, no hace mucho
tiempo, cuando por orden de Lecor entró a acosarme
en los campos de Zamora
Rivera, aunque bastante impresionado ya por los
rumores de voces airadas que llegaban hasta él echó
mano al fondo inagotable de sus recursos de astucia,
apresurándose a decir con el tono de la major sin-
ceridad
—¡Oh 1 nunca fue mi intento el perseguirlo a
muerte Le aseguro que lo buscaba para proponer
le un plan de independencia, pero las cosas vinieron
mal
— ¡Buen modo de buscar' Obligar a un hombre
a huir en pelos, \ con solo los calzoncillos No le
hace, paisano, nunca es tarde para eso
En un grupo del flanco se murmuraba de una ma-
nera sorda Los reproches de Lavalleja incrementaban
la excitación Aquellos como rezongos de cimarrones
aumentaron por grados la alarma de Rivera, acaso
porque sabía él medir la importancia de su persona,
y por parte de sus adversarios, la imperiosa necesi-
dad de eliminarla o de hacerla servir a sus fines Sa-
gaz en la combinación de sus planes, como despierto
en el peligro, aquellos murmullos amenazadores le in-
dicaron el medio de prevenir la explosión del des-
contento Entonces dijo sin vacilar, con el acento de
aquel que no puede creer se dude de su lealtad
— Estoy dispuesto a entregar la fuerza de mi mando,
y si usted lo quiere, en el acto mismo imparto órde-
nes Aseguro que no habrá resistencia alguna, por
cuanto los muchachos están siempre cismando con la
[55]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
libertad de la tierra y a una voz mía seguirán el
movimiento
— Falta hace que se les caliente la sangre, — re-
puso Lavalleja, echando un terno redondo Mande lo
preciso a preparar la entrega
Mientras Frutos — como le llamaban los criollos —
daba instrucciones a Olivera para que hiciera largar
los caballos a su tropa, y difundiese en el campamento
la especie de que eran los dragones de la provincia
los que estaban en el bajo, la pequeña columna des-
montó, a la espera del resultado Al primer impulso
rencoroso, habíase sucedido cierta satisfacción bulli-
ciosa Si el caudillo obraba de buena fe, la empresa
iría adelante de un modo irresistible
Unos minutos después se ordenó montar
Lavalleja dijo al cadete Spíkermann
1 — j Cuando estemos en medio del campamento, há-
gala flamear alto para que la saluden todos '
El cadete llevaba en la diestra un astil con funda
de hule negro, y ocupaba el centro de los escalones
Estos avanzaron al trote Al encumbrarse en la colina,
divisaron los fogones y a la fuerza que vivaqueaba
confiada casi encima del ribazo
Los invasores penetraron en el campamento en for-
mación, y una vez en el centro, el porta desplegó la
bandera al grito de "i libertad o muerte f " Esta gran
voz, porque fue briosa y sonora, salió de labios de
Luis Mana Antes que el estupor visible en todos los
semblantes, se hubiese desvanecido, el capitán del pri-
mer escalón de Oribe puso espuelas a un redomón tos-
tado y entrándose en las filas rivenstas con gesto ce-
ñudo, dijo imperioso*
— ¿Dos pasos al frente, todo el que no sea oriental 1
[56]
GRITO DE GLORIA
Los brasileños que revistaban en la fuerza obede-
cieron sin dilación, y depusieron las armas
Los demás fueron alistados en la tropa invasora
El clarín echo diana
Ahora se sentía en el núcleo un aliento poderoso
de fe y de audacia que levantaba los corazones ante
las realidades del éxito
— ^A este paso comandante, el ensueño sera pronto
un hecho' — dijo Berón, fijando en Oribe su mirada
llena de luz y de pasión patriótica
— Tal vez — respondióle su jefe, con aire adusto
La obra empieza cuando concluya, sabe Dios si será
completa
Demarcaremos con la espada la frontera Y así que
hayamos triunfado, serán nuestra defensiva la elección
y el ejemplo
— De la frontera Norte, no dudo, ayudante, que
quedará señalada con nuestra sangre, si necesario fue
re Pero jhay otra frontera que la fatalidad de
las cosas borrara acaso, aunque la forme un río an-
cho como mar 1
Luis María se puso más adusto que su jefe, y mi-
rando la bandera que flameaba altiva, repuso con
acento amargo
— Y entonces eso ¿nada significa 9
El comandante se sonrió
— Si — dijo — Recuerda muchos años de pelea, la
lucha ciega contra todos los que han querido arreba-
tarnos nuestro derecho
— Y ahí está — murmuró Berón, como hablando a
solas |Es la misma protesta, la protesta de siempre 1
Callóse, triste Parecióle que sentía esa protesta zum
bando en el aire, eco lejano de combates desespera-
dos, — al sacudir el viento la bandera Si no era el
símbolo de redención, de independencia absoluta, de
[57]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
historia propia, si en manog de Artigas fue pendón
de caudillo, emblema de crudezas y de ambición hosca
y fiera, ¿por qué se agitaba como lábaro de un nuevo
ideal entre los que por ella habían dado su sangre?
Aparte de aquella independencia absoluta, ese sím-
bolo no se armonizaba con el esfuerzo Se componía
de tres franjas paralelas La roja no la cruzaba ya en
diagonal, como en los primeros tiempos Su prestigio
se fundaba en su origen histórico ¿Por que renegarlo,
en la hora de las grandes reivindicaciones 9 Allí es-
taba en medio de las filas con sus colores vivos, osado,
altanero, como la pasión indómita de otros años, es-
parciendo en derredor los recuerdos de cóleras fu-
riosas de agravios infinitos, de cruentos infortunios
¿Hablaba a la memoria hiriendo en el instinto de la
venganza o en la fibra de un patriotismo formado en
la lucha constante, en la aspiración permanente a la
existencia sin ligaduras ni reatos 9 Con su tela se ha-
bía empezado a tejer la nacionalidad, y ciertas nacio-
nalidades se tejen ai principio con crudezas de semi-
barbane, que son las que más resisten a la decaden-
cia que corrompe y disuelve Esa bandera se paseó
en combates heroicos sin que la deshonrara la misma
derrota, ungiéronla con sangre a raudales en terribles
entrévelos, consagráronla como signo de guerra a la
absorción y a la hegemonía todas las soberbias de
pago encarnadas en los hombres de valor, y todas las
energías locales se habían crecido y encelado bajo sus
flotantes pliegues, formando con sus rabias v enco-
nos, sus sacrificios y ejemplos como durísimas mallas
en que debía embotarse el golpe de muerte al ideal
de independencia En prueba de esto estaba allí ♦
¿Conocía otra bandera el paisanaje belicoso 9 Esa era
la que a pesar de asoladoras guerras, hablaba a sus
[58]
GRITO DE GLORIA
pasiones con la elocuencia de una arenga momentos
antes de la carga, de un premio a sus afanes después
de la \ ictona Al pensar que no fuera ahora em-
blema de un poder propio velábase el encanto de su
prestigio, ¿simbolizaría el sacrificio de los débiles en
obsequio a la grandeza ajena, a la eterna tutela del
mas fuerte, al \il precio de la necesidad, como se de-
cía en la época del embrión evolucionarlo 9
¿De qué modo entenderían esto los hombres de cor-
teza rústica, de pensamiento de niño y corazón de
león?
En medio de este hondo soliloquio, > alejado Oribe,
Luis María vio detenerse cerca a Cuaró, quien se puso
a contemplar impasible la escena que se desenvolvía
a su frente
Una vez fijó sus ojos negros y relucientes en la
bandera, dilatándosele las alas de la nariz cual si ol-
fatease humo de pólvora, o se le agitara algún ins-
tinto adormecido en el fondo de la entraña
Berón, que lo observaba atentamente, di j ole
— ¿Te estas acordando compañero 9
El teniente parpadeó con fuerza hasta dar a sus
pupilas un brillo luminoso, y alzando el brazo semi-
desnudo señaló la tricolor con un gesto de orgullo
— En Catalán estuvo asma, — contestó — , hasta tar-
decita, cuando Latorre mandó que vo cargase con la
escolta La querían tomar, yo la defendí y me mata-
ron la gente, a mí mesmo me curtieron a lanza, pero
desde que no morí, la bandera no cayó Veras her-
mano que la salvamos mejor en esta pelea k Va a
durar más que \os y que yo 1
— jSi eso fuera cierto, si sobreviviese lo que ella
en el fondo simboliza 1 exclamo con emoción el
joven ¿Qué importaría lo demás 9
[59]
VI
PENSAMIENTO, VALOR Y AUDACIA
Concluido el desarme de los brasileños, y hecho el
alistamiento de los orientales, el jefe de la invasión y
el comandante general de campaña se reunieron en
un rancho de las inmediaciones para hablar de asun-
tos relativos al hecho consumado
Se decía en el campamento que de esa conferencia
solicitada por el prisionero, debía resultar algo im-
portante y decisivo
Bajo tan excelentes auspicios, y agigantadas las es-
peranzas del grupo con las adhesiones que se iban su-
cediendo, fue esa tarde cada vivac un concierto de
\oces de jubilo, cuya nota dominante la de la patria
libre, hacia palpitar de entusiasmo los pechos varo-
niles Los tañidos de guitarras de trecho en trecho
en los fogones, acompañaban a cánticos llenos de un-
ción profetica A las décimas del trovador de pago se
unían las risas sonoras las voces estruendosas, los
gritos pujantes de barbudos colosos, y en medio de
este torbellino de ecos y palabras de cantos y tañidos
revueltos en una atmósfera placida, radiante de luz,
se alzaba el relincho poderoso de los redomones con
tagiados de la fiebre de la pelea, a modo de bocina de
aquella música de centauros Esto duró mas de dos
horas
Bien luego un rumor lisonjero recorrió los vivacs
La entrevista había terminado Rivera adhería al
movimiento compartiendo el mando con Lavalleja
[60]
GRITO DE GLORIA
Agregóse que Oribe ponía sello a este acuerdo renun-
ciando por su parte al derecho que pudiera asistirle
por razón de iniciativa, y subordinándose como antes
a las decisiones del segundo
Momentos después de esta primera impresión, la
noticia se confirma en la orden del día, y el regocijo
se colma Habíase cumplido una de las bases del pac-
to de los buenos, la del "perdón de los hermanos ex-
traviados"
Cuando Lavalleja recorría al paso de su caballo el
campamento, disponiendo lo necesario para la mar-
cha, Luis Mana le oyó decir con sencilla expansión,
dirigiéndose a Oribe que caminaba a su lado
— Convenía a la causa un << bngadeiro , \
A Berón le intrigo la frase
— En rigor, tenemos ahora tres jefes, — se dijo
Uno que se impone por el mando, un segundo que
aspira a lo mismo por el prestigio, otro que en reali
dad impera por la superioridad moral
Los examino en el pensamiento , hizo análisis de an-
tecedentes y aptitudes, escarbó en el terreno del pa-
sado, en busca de elementos de juicio, exhibióselos a
sí mismo tales cuales eran, para ratificar su criterio
al respecto
¿ Cómo surgieron en el agitado escenario, cuáles eran
sus méritos relativos — a dónde iban arrastrados por
el impulso inicial de la aventura?
Voluntario consciente, resuelto, bien definido en sus
convicciones y tendencias, el estaba obligado a refle
xionar sobre todas estas cosas, y a la observación pro-
lija de los actos de los que mandaban El amor a su
causa inducíalo a escudriñar propensiones y fines Se
rebelaba ante la idea de servir a otros que a aquellos
que constituían sus ardientes ideales de juventud»
[61]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Bien veía él que los directores de la empresa no
se identificaban por el carácter, por las luces de in-
teligencia y por la pericia militar, pero creía de bue-
na fe que coincidían en la pasión por la tierra, en la
alteza del sentimiento patriótico y en la enérgica vo-
luntad de redimir al país del yugo extranjero En lo
moral, como en lo físico, esas personalidades ya cul-
minantes habían sido fundidas en moldes muy distin-
tos aunque únicos tal vez, por el \igor de la fibra,
la tenacidad en el propósito v la grandeza del es-
fuerzo
Una ligera observación le había sido bastante para
persuadirse de que el espíritu de Lavalleja no había
recibido luces vivas sino nociones de vida práctica,
que estaba nutrido de sentimientos nobles, de ideas
de niño y genialidades de \ aliente En ciertos rasgos
aislados peisonahsimos, pudo el notar cómo la vo
¡untad primaba v ponía de reheve al varón temible
para quien empresa alguna fuera difícil, ni el mayor
peligro razón de miedo Coiazon de grandes alientos,
cerebro tardo en concerní, criterio ad\erso al racio-
cinio frío y calculado
Lo que el joven voluntario sabía de él y de los
otros lo autoi izaba a comparar y distinguir El tea-
tro era reducido, los actores mu) limitados A veces
en desnivel, por la calidad
En igualdad de condiciones y aptitudes militares,
sm escuela teórica ni ma>or cultura, aunque con ese
fondo moral en que se refundían la simplicidad y la
rudeza con las virtudes del tipo héroe, Lavalleja ha-
bía asomado como Rivera en la época de Artigas a
la >ida turbulenta En su viril mocedad no había te-
nido al igual de aquél como escuela del valor y de
[62]
GRITO DE GLORIA
emulaciones dianas, la intimidad y la ejemplandad
de los "matreros" avezados a la pelea sin cuartel
Honesto y trabajador, en cuanto se podía serlo en
tiempos tan atrasados, la industria de transportes ha-
bía sido su ocupación preferente Guió carretas tira-
das por bueyes en sus mejores años, y en el manejo
de la "picana'' no llegó a desmerecer ciertamente como
hombre de bríos del paralelo con aquellos antiguos
paladines que labraban la tierra o cuidaban rebaños
o se ejercitaban desde niños en las pruebas de fuerza
muscular, alimentándose con salsa negra
Con antecedentes tan humildes > tan sano corazón,
guardaba así en su rica naturaleza de hombre entero
las cualidades necesarias para imponerse en la lucha
por el denuedo, aunque en esa lucha se tratara de
uno contra diez, y de ahí que su brazo fuera desde
el primer momento temido, y su \oz la nota más vi-
brante en los entreveros gloriosos
Proezas admirables habían sido sus primeros pasos
en la lucha y desde que alcanzara el grado de capitán,
hablase crecido en amor propio y chocado con su
igual el capitán Rivera
Fue esta una contienda entre la valentía del león
y la astucia del zorro, que Artigas mismo no pudo
nunca dar por concluida a pesar de sus buenos es-
fuerzos, y que debía prolongarse con idénticos carac-
teres de acritud y de violencia en el espacio > en el
tiempo
En cierto modo, el uno complementaba al otro, sin
que jamás pudieran avenirse ¡La diferencia estaba
en el fondo moral'
Al contrario de Lavalleja, y también de Rivera, Ma
miel Oribe era un hombre de instrucción y prepara-
ción habituado al roce con otros de reconocida cul-
[63]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tura y elevada categoría, del doble punto de vista so-
cial y político
Aparte de lo que traía desde la cuna, de sus ante-
cedentes de familia y de las nociones recogidas en
buena escuela, alcanzó en la vida práctica, todavía
muy joven, a formar su carácter y dar sello propio a
su personalidad como número distinguido en la ge-
neración militante de aquellas épocas tumultuosas
Como Laialleja, era un varón de ímpetus, de arrojo
imponderable, de celos embravecidos, pero, no tenía
su prestigio en las masas, ese prestigio que se forma
en las intimidades de los instintos y de las fierezas,
en las proezas del músculo contra hombres y alimañas
-y en la tolerancia de ciertos hechos licenciosos que
aumentaban la pasión por el caudillo, y lo hacían
dueño de voluntades y de >idas
La\alleja era caudillo desde los tiempos de Artigas
Oribe había sido uno de los oficiales de infantería
más reputados del primer campeón de nuestras luchas,
empero, no uno de los mas consecuentes
De aquí esa su falta de prestigio en el médium na-
tivo
La organización misma y disciplina de su arma,
aunque para las tres era apto, estaban en pugna con
la irregularidad manifiesta de las milicias de a caba-
llo Mandaba soldados sometidos al rigor de la regla,
Lavalleja encabezaba grupos audaces que no conocían
la represión se\era Identificado con la hueste, este
ultimo había seguido al archi-caudillo cuando Oribe
lo abandonó había peleado bravamente y aumentado
su renombre hasta que, prisionero, fue a padecer por
su causa en una de las fortalezas de Rio de Janeiro El
rey Juan VI había tenido para el frases de admiración
[64]
GRITO DE GLORIA
En cambio de la influencia sobre la hueste, así ad-
quirida, Manuel Oribe era un soldado organizador,
activo, dominante, mamobrista de aplomo en el te-
rreno, versado en la estrategia, que había estudiado
en los libros y cuando era preciso, por la desigualdad
en el número y la calidad de los combatientes, acome-
tedor e intrépido
Tenía sobre La\alleja y sobre Rivera, además de
la noción clara de la milicia y de la aplicación opor-
tuna de las reglas, la ventaja del valor disciplinado
Sus pruebas, desde que entro a la vida de la acción,
fueron siempre brillantes
Lavalleja, organismo de acero y gran jinete, lo li-
braba todo al choque heroico, y al cargar ceñudo con
el sable bajo, más fácil le era destrozar regimientos
enteros con una oleada de audacia homérica, que ba-
tir por plan metódico y fijo Con la carga improvisaba
la victoria Rivera lo aventajaba en astucia y en ar-
teria, más no en decisión
Oribe combinaba, y aprovechaba de los detalles so-
bre el terreno, en cuanto lo permitía la pericia de la
tropa a su mando
De esta superioridad, sin embargo, no hacía él uso,
como se ve en la tremenda a\ entura que se incubó en
el saladero de Costa, la pasión patriótica que lo alen-
taba le había impuesto el deber de declinar ese dere-
cho, para honor de si mismo y de la cruzada
Hombre de acción adaptable perfectamente al mé-
dium, si se había de tener en cuenta la índole propia
y las propensiones ingénitas de la clase campesina,
Juan Antonio Lavalleja era la entidad llamada a re-
emplazar al archi caudillo en la escena política, por
su prestigio y por la fuerza misma de la tradición
reciente
[65]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
La masa popular de las campañas lo había formado
V nutrido a su manera genial, como a otros caudillos,
dándole con sus arrebatos y vehemencias la terquedad
del pago y el rigor de sus instintos Era un fruto le-
gítimo bien maduro del clima y de las energías indó-
mitas, que encarnaba decirse puede, las pasiones loca-
les en toda su intensidad bravia El suelo privilegiado,
que encierran > al que forman marro gigantescos ríos
> el océano, de modo que lo oreen las poderosas alas
del pampero que a el llega rugiente y entre su a límites
acaba, podía enorgullecerse de su hechura Excedíase
del nrvel común lo suficiente para el mando Sus ac
titudes mentales no eran superiores a las del médium,
pero sí su poder de iniciativa v su osadía romancesca
para la aventura belicosa, como que era en medio del
peligro v del conflicto que este hombre sentía ensan-
chársele la \ida, sin ser por ello sanguinario, cruel o
implacable Había adobado su personalidad con sus
virtudes, su soberbia, si alguna tenía, nacía de la con-
ciencia de ser hijo de sus obras Miraba sin enojo
que otros lucieran sus talentos, pero no toleraba que
se dijese de alguien que podía igualarle en valor
No dudaba de los intrépidos, mas confiaba en sí
mismo como en una lanza aquihana Innata en él la
bravura, no precisaba haberse nutrido con médula de
fieras, su corazón fuerte se hubiese asfixiado bajo
de una coraza Esa bravura contagiaba todas las filas
cuando daba cara al plomo y al hierro, arrastraba
con imperio y destruía con ímpetu, rebasando el obs-
táculo como una onda arrolladora
Acaso, por sus hechos anteriores v por su influen-
cia sobre ciertos pagos. Fructuoso Rivera hubiera po-
dido ser el caudillo de la empresa, pero había ser-
vido al dominador y recibido de él grados y empleos
[66]
GRITO DE GLORIA
Por otra parte, ¿tal pensamiento hubiera salido del
fondo moral de Rivera, tan apegado al terruño, y tan
reacio al proyecto de una patria libre v altiva? Ha-
bía tenido razón de dudar Audaz y emprendedor, as-
tuto v artero, de acción rápida, oportuno y hábil como
caudillo de división volante, Rivera había descollado
en las primeras guerras \ enciendo las mas de las vtces
sucesivamente en combates parciales contra los espa-
ñoles, argentinos v portugueses Su conocimiento com-
pleto del terreno v la confianza que sabia inspirar a
sus hombres, preparáronle siempre el éxito, aunque
de el no aprovéchala nunca sino en favor de su pri-
macía personal, fuera cual fuese la situación que los
sucesos le crearan Dúctil y maleable como pocob cau-
dillos, de sus mismos reveses había sacado provecho
Lo mismo había sabido asegurar su supervrv encía en
- la victoria que en la derrota, a partir de que su ob-
jetivo dominante era perdurar en la escena, lo mismo
influía sobre ella como "montonero" que como "bri-
gadero", bien persuadido de que su prestigio en las
huestes dependía de su presencia y de su acción cons-
tante sobre ellas, de modo que no dudasen de su amor
a la tierra y de su identificación absoluta con las pa-
siones locales
Por otra parte, — pensaba Luis María — ¿cómo
afianzar su lealtad, tantas veces descalabrada en la
prueba? Cuando La\alle]a y Oribe, aceptando el apo-
yo del general Alvaro de Costa, que procuraba reti-
rarse con sus voluntarios reales a Europa, sostenían
las pretensiones del cabildo "a una independencia ab-
soluta", Rivera se alistaba en las filas dtl imperio,
bajo las órdenes de Lecor, aceptaba honores y resis-
tía activamente con «su valimiento y prestigio a una
[67]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tendencia nacional acentuada, que era un anhelo vivo,
constante en los hombres de corazón
Ahora, la fatalidad de Jos sucesos ensolvíalo en un
movimiento análogo que él no había preparado, que
lo arrastraba en sus remolinos violentos, y que debía
conducirlo más lejos de lo que él mismo hubiera pre-
visto, enredándolo en sus propias mañas y amoldán-
dolo por fuerza a un modo de ser y temperamento que
pugnaban con su sistema de caudillaje exclusivo y sus
miras hacia el futuro de supervivencia prepotente
De todos modos, en el desarrollo de los sucesos que
tan extraños y fuera de lo común se presentaban, ten-
dría él oportunidad de descubrir sus afinidades si
había doblez en su actitud del momento j Acaso fue
sincero 1 ¿Quién podía leer con claridad en aquel
rostro movible, lleno de reflejos vivaces o de sombras
según las circunstancias, ni adrvinar la intención en
las frases cortadas o ingeniosas que solían escaparse
de sus labios gruesos, como muestras de espíritu tra-
vieso y perfectamente adaptable a todos los caprichos
de la suerte 9
Por otra parte, él había asegurado una posición que
debía mantener sin mella su prestigio
Beron experimentó cierta sacudida nerviosa, cuan-
do le vio llegar departiendo con Lavalleja
Ya no era el mismo de horas antes Traía el sem-
blante encendido, sonriente, y accionaba con aire de
hombre que ha recuperado su dominio Hacía como
que escuchaba con gran atención a su interlocutor in-
clinada Ja cabeza, y el mirar de soslayo con cierta
expresión socarrona para asumir luego un aspecto
grave de mesura que transformaba su gesto en una
mueca de mascara Parecióle al joven que en aque-
llos párpados semi-caídos y en la mirada de flanco,
[66]
GRITO DE GLORIA
casi dormida, había algo del "aguara" que explora y
husmea Calcaba sus palabras en las de Lavalleja, en
perfecto acuerdo, y acompañábale en la risa con otra
retozona y contagiosa que daba inflexión a sus meji-
llas, de un moreno coloreado por sangre robusta So
encogía con frecuencia de hombros y enarcaba las ce-
jas negras, echándose sobre el cuello del caballo, cuya
crin poníase a peinar con los dedos Esta caricia de
"matrero" solía venir aparejada con su risa zumbona,
llena de malicia, y alguna ocurrencia picante
¿De qué hablaban 9 Sin duda del plan estratégico
a observarse con respecto al enemigo, ignorante de
lo que pasaba Lavalleja se expedía con vehemencia
Su voz recia, amontonando roncas exclamaciones, se-
mejaba un redoble
Luis María llego a oír esto, que decía Rivera
— La "armada" es grande, pero no ha de escapar
ninguno Todo esta en marchar sin detenerse, en
lo oscuro y gambeteando
[69]
VII
EL CUERPO DE PAULISTAS
Empezaba a anochecer cuando la columna asi en-
grosada al igual de esas que un \iento de tempestad
improvisa y hace rodar con major ímpetu a medida
que se crece en su carrera, abandonó su campo, deri-
vando entre asperezas hacia San José de Mayo
En esta villa se hallaba destacado un regimiento
brasileño compuesto de paulistas Su jefe, el coronel
Borba, soldado violento y vanidoso que tenía en poca
monta a los nativos, no sólo como hombres de guerra,
sino también como elementos de sociabilidad estima-
bles, no tema noticia alguna de lo que había ocurrido
en Monzón Por completo descuidado entre los hala-
gos de la vida urbana, recibió una tarde una nota del
comandante general de campaña, en la que se le or-
denaba que sin pérdida de tiempo buscase con su re-
gimiento la incorporación a las demás fuerzas en el
paso del Rey
El coronel Borba se apresuró a disponer la marcha,
confiado en que, a poco de operar con el experto ba-
queano y caudillo Frutos, no quedaría por aquella zo-
na ni rastro de rebeldes
Estos se encontraron en el paso en las primeras ho-
ras del día, deteniéndose la fuerza de combate como
a doscientos metros al frente, en formación Los pri
sioneros, que eran casi tantos como los combatientes,
fueron relegados al flanco izquierdo con sus custodias,
a la derecha, guardando distancia prudencial del vado,
[70]
GRITO DE GLORIA
se colocaron vanos jefes y oficiales con algunos or-
denanzas
Gomo en otrog puntos, ardía allí un buen fogón El
liberto Juca, asistente del brigadier, reparaba un gran-
de asado de costillar ensartado en una baqueta, a la
vez que el café en una regular caldera
Antes de caer la tarde había llegado al campo, ti-
rada por robustos bueyes, una carreta llena de vitua-
llas, seguida de un destacamento de caballería, pasando
vehículo y hombres, sin la menor brega, a poder de
los afortunados invasores
Cuaró y el liberto Esteban, que se hallaban con sus
ropas en girones, echaron mano de dos vestuarios La-
dislao se apoderó de un capote Aunque con su vesti-
menta también en guiñapos, Ismael miró con desden
los uniformes de tropa "portuga", pero en cambio se
hizo dueño de una trompa de bronce que traía la ca-
rreta colgando del timón, la que cmó a los "tientos"
de la cabezada de su lomillo
En esta operación le sorprendió Luis Mana quien
le dijo sonriendo
— ¿También suele usted soplar, capitán 9
— A ocasiones, — contestó Ismael, — cuando quedo
solo
Esta es compañera que defiende junto con lo que
grita Un toque apnendi y es el que más asusta
— ,Ah, >a'
Cuaró parecía malhumorado, pues se le había dicho
que no habría pelea, sino una sorpresa sin peligro
Acercóse a ellos Ladislao, echándose el capote a las
espaldas, y con la vista hacia arriba, exclamó,
— Agua mansa viene, y a lo gallo hemos de que-
dar ♦ , La trampa que se arma va a apretar ai "fin-
[71]
8
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
chado" en lo escuro, si es que el guapo no ventea de
aquel costao y se alza con un bufido
— La armada se achicó, — repuso Ismael — Cuando
meta el bazo no hay mas que tirar del "pial"
La atmósfera en >erdad, estaba cubierta por gruesos
vapores, y empezaba a caer una lluvia fina, de esas
que perduran largas horas y vienen acompañadas de
un aire fresco y sutil La tarde declinaba rápidamente
Al reparo del monte denso Uamareaban los \ivacs en-
tre humaredas y emanaciones de carne flor, dorada al
rescoldo de los troncos no secos, cuyos gases escapa-
ban por los extremos entre espumas en borbollón Los
soldados circuían los fuegos, tomaban "mate ,> o co-
mían, pero con sus armas ceñidas y sus caballos ensi-
llados La orden era de tenerlos del cabestro
Cuando el regimiento de paulistas llegó al vado,
cerraba una noche lluviosa, de profundas tinieblas
A poco de haberse detenido allí, Borba atra\esó el
río, por orden superior, y fue a acampar al flanco iz-
quierdo de los patriotas, en la falda de un mamelón
El comandante Oribe con vanos hombres, siguió en
las sombras paso a paso el movimiento, y deteniéndose
al fin en el paraje preciso frente a la cabeza de la tropa
brasileña, dijo a Luis Mana que marchaba a su lado
— Ordene usted al coronel Borba que forme pabe-
llones, y desfile por su derecha, en nombre del coman-
dante general
Luis María se acerco al jefe pauhsta, en instantes
que otro ayudante le invitaba a pasar con todos sus
oficiales al vivac de Rivera, así que terminara de co-
locar su fuerza
Berón, a su \ez, trasmitió la orden que llevaba
[72]
GRITO DE GLORIA
Practicóse en el acto la maniobra, en la forma pres-
crita, v en seguida Borba y sus oficiales se dirigieron
al fogón del brigadier
Apenas se hubo él separado y perdídose en las ti
nieblas, un jinete grande y fornido se abalanzo sobre
la retaguardia de la tropa que desfilaba, lo mismo que
si ae tratase de golpear con los encuentros a un vacuno
que se aparta del "rodeo" Las filas se deshicieron
bruscamente al sentir el empuje impre\isto, y todos los
hombres se agruparon en montón deforme, precipi
tandose en medio de estrujones y caídas hacia el llano
en que se encontraban los prisioneros El jinete, enor-
me en la oscuridad, los atropellaba a diestra y sinies-
tra > dábales con el cuento de su lanzón para que no
se rezagasen, profiriendo voces roncas
Alto y negro, en un caballo que bufaba a cada em-
bestida herido por la espuela, aquel fantasma arremo-
linaba la grey lo mismo que un ganado sobre un suelo
pastoso cubierto del agua de la lluvia, y al brillo de
algún relámpago que lo tiñó de luz verdosa, los sol-
dados sin tino, azorados, concluyeron por correr hasta
refundirse en el núcleo acampado entre custodias La
guardia les abrió camino, repartió algunos golpes aquí
y acullá con las culatas de las carabinas, rodeó de
nuevo aquella masa confusa de hombres hacinados, y
el silencio volvió a reinar en la densa niebla
El jinete se había \ueIto hacia los pabellones, que
en ese momento eran recogidos por soldados del es
cuadrón de Oribe
— ¿Desfilaron 9 interrogó una \oz
— jYa 1 — respondió el jinete — El "rodeo" quedó
grande, ) el charco chico
— jOh 1 { e\ teniente Cuaro 1 gritó uno No perdona
la ocasión de arrimarse al bulto
[73]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
El aludido, pues Cuaró era en efecto, repuso con
calma
— Los refregué por descargar la rabia, y no per-
der la costumbre La lanza estaba ganosa, y lo mesmo
se quedó
Un acento suave y tranquilo, que enfrió algo el ar-
dor del teniente — pues que él sabía de qué boca bro-
taba — se alzó a su lado, diciendo
— Más vale así, compañero, matar por lujo no es
del valiente
Cuaro guardó silencio, y Luis Mana, que era el
que había hablado, volvió su caballo hacia el fogón
de Rrvera, donde se agitaban bultos y se alzaban vo-
ces, como si allí ocurriera un conflicto seno
Cuaro enderezó al sitio, refunfuñando, acaso sin-
tiéndose arrastrado por la influencia extraña que el
joven voluntario ejercía sobre él en otros casos tan
duro y seh ático
Borba había llegado con sus oficiales al \ivac del
brigadier, un tanto perplejo por los rumores que llegó
a sentir a su retaguardia, — allí donde formara pa
bellones
— Mal tiempo lo acompaña, coronel — dijole Rivera
alegremente al estrecharle la mano — El viento sopla
crudo, pero aquí hay café listo, un buen fogón y re-
gular compañía
i Allegúense ustedes 1 — añadió dirigiéndose a los
oficiales, siempre placentero No ha de decirse que falte
el agasajo > la buena intención en noche como ésta que
parece de brujos Juca, dále el jar rito al coronel,
que esté caliente y espumoso ¡ Noite do diavo f
■ — Muito friolenta, siú Frutos, noite de constipado
mais para abrigo que para peleja
[74]
GRITO DE GLORIA
— Otros que andan por ahí a salto de monte no han
de pensar de ese modo, y a la íija que no duermen por
ganarle largas al tiempo y, a o inimigo* La\alleja
es como gato montes
El comandante general se reía de muy buena gatia
y restregábase las manos, para concluir formando un
circulo con los índices y pulgares a modo de "lazada",
le\antando aquéllos a la altura del pecho
En rededor de los recién venidos se había hecho
como una herradura Las cabezas aparecían pálidas y
atentas algo siniestras en la taciturnidad al resplandor
rojizo del vivac Los oficiales de Borba se miraban
con inquietud, sin pronunciar palabra
El coronel secundó en su risa a Rrvera, y exten-
diendo las dos manos hacia la llama para secarse la
humedad de la llu\ia, pregunto con tono de ruda
ironía
— ¿Onde ficaron os patrias revoltosos? O ator-
doado Lavalleja nao e que um volta costas
— De temer es que se nos aparezca como un convi-
dado al fogón, coronel, porque le gusta mucho hacer
las del ñandú, confiado el hombre en la noche y la
gambeta
— t Ficana morto ? E una brmcadeira, senhor
brigadeiro Aínda nao \i mnguem leopardo pelas flo-
restas
— Ya hay algunos aquí en el llano — le interrum-
pió con la mayor naturalidad el brigadier — No po-
dremos tallar báciga esta noche, y lo peor del cuento
es que ni tiempo han dejado para poner mano a la
espingarda ni saltar en pelos Vienen triunfando con
la "ronca"»
Esto diciendo, diose vuelta, lleno de aquella nsa
que semejaba zumbido» de abejón
[75]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Borba y sus oficiales miraron sorprendidos para
atrás, en instantes que Lavalleja dirigiéndose al pri-
mero pronunciaba estas palabras
— j Ríndase a las armas de la patria, o paga con la
vida la menor resistencia 1
Borba atónito, fijó sus ojos en todos los semblan-
tes airados, y wo que en ej círculo las manos nervio-
sas se posaban en las empuñaduras de los sables o en
las culatas de las pistolas Oyó también que alguno,
hirviendo en cólera decía
— j Me escuece la gana de meterle en los sesos la
carga del trabuco 1
Dirigiólos entonces a Rivera, con un gesto de hom-
bre a quien abandonan las fuerzas, y como solo ob-
servase en las sombras, al lado opuesto del fogón, un
bulto negro, inmóvil, silencioso que le daba las es-
paldas, desprendióse con un molimiento rápido la
espada que tendió al jefe invasor
Este dióse suelta a su vez, y en lugar de la suya,
una mano retinta cogió el arma Era la de un negro
liberto, quien lleno de un aire de dignidad propio de
ordenanza de jefe superior, señaló con la empuñadura
el rumbo al prisionero
Borba marchó, bastante aturdido, y tras de él sus
oficiales, que habían sido desarmados con una cele-
ridad asombrosa por los hombres del grupo
Andando bajo la lluvia mansa en la profunda oscu-
ridad, Cuaró, que llevaba a un capitán cogido del codo
y cuyo paso se hacía inseguro en el terreno desigual,
se detuvo y dijole con \oz calmosa
— Mejor es que tires de las espuelas, y andás más
lindo en el pantano
El capitán obedeció en el acto, y descalzóse sus ro-
dajas de horcadura de bronce
[76]
GRITO DE GLORIA
Cu aró se apresuró a cogerlas, calzándoselas a su
vez muy despacio y sesudamente en sus botas de cuero
de tigre
Cuando se reincorporo y siguió la marcha con su
prisionero, sintióse tentado de llevarlo a un "totoral"
que hacia el flanco había sirviendo de guirnalda a una
laguna, pero una sombra, la de un hombre que a
paso lento \enía detrás y que a el le pareció el ayu-
dante Berón, le hizo desistir del intento, y continuó en
pos de los otros, gruñendo, casi colérico
[77]
VIII
CALDERON
Muy temprano, junto al denso bosque entre cuyas
orlas corría el rio y cuando sonaba la diana vibrante
y alegre, se hizo formar a los prisioneros, que suma-
ban centenares entre oficiales y soldados
A la claridad pálida de una aurora cenicienta, apa-
recían mojados con los uniformes llenos de lodo y los
rostros marchitos Algunos los tenían verdinegros, en-
jutos y salpicados de barro seco como si los hubiesen
recostado en el charco improvisado por la lluvia
— Cómo anda la lombriz de tierra' — ocurnósele
decir a Ladislao De esta hecha \ an a ser más que las
langostas
Cuaró que los miraba con ojos torcidos, apoyado
en su lanza enorme como "picana" de carreta, hizo
una mueca expresiva, y extendiendo la mano libre ha-
cia la falda de la colina que dominaba el lado opuesto
del paso del Rey, exclamó
— iMirá* ahí viene otra gente media avispa que anda
maliciando En cuanto olfatee, va a disparar
Ladislao vio en realidad un destacamento que se
aproximaba a pasos cautelosos, escoltando vanos ve-
hículos de campaña, sin duda cargados con los útiles
de tropa Venia a su frente un oficial quien a poco
de haber avanzado en su camino, mando hacer alto,
y dirigiéndose solo a la loma púsose a mirar con aten-
ción la extraña escena que se desenvolvía allende el
vado
[76]
GRITO DE GLORIA
Rivera le enderezó su anteojo por el abra que for-
maba el paso y cambió algunas palabras con Lavalleja
Como Ladislao viese que un ayudante venia al galope
hacia su escuadrón, dijo
— i Mandan cargar 1
Cuaró se irguió de súbito, pasó la palma de la dies-
tra por la boca, frotóla en el astil del lanzón, y repuso
con viveza
— A esta mitad ha de ser, amigo i Capitán Mael 1
¡Dicen cargar 1
Ismael estaba impasible con un pie en el estribo y
los brazos sobre el "recado", cuando aproximándose
el comandante Oribe, dijole
— Cruce el paso capitán, con &u mitad, y cargue
esa fuerza que se encuentra quieta en la ladera, pero
procure apoderarse de todos o de lancearlos en la
fuga ¡Conviene que ninguno escape 1
Cuaró dio un pequeño gruñido y apretó los dientes
Velarde se sentó de un salto en los lomos, echando
mano a su lanza, y dio una voz
— ^Paso de trote 1
La mitad marchó en desfile^ entró al agua, atravesó
el vado, perdiéndose un momento en el cortinado del
bosque, y reapareció bien pronto tendida en ala en la
ladera opuesta
Sin aguardar un minuto, cargó en dispersión
El enemigo dio la espalda a toda rienda después de
disparar algunos tiros de carabina, y en el desbande
los mas siguieron corriendo a lo largo de la linea del
monte, mientras que un grupo pequeño se lanzó a la
loma en la esperanza de ganar el llano
Un jinete que blandía una lanza con moharra en
forma de culebra retorcida salióles al encuentro de
flanco, dando un bramido Fue como un avance de
[79]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
fiera A uno de los soldados lo alcanzó el bote, pe-
ñerándole la moharra por el costado izquierdo
La punta apareció por debajo de la tetilla, cimbróse
el astil hastd crujir, > el jinete arrancado de loa lomos,
dio en el suelo de cabeza, que se doblo como una es-
piga bajo el peso del cuerpo con el sordo desplome
de una res La sangre manaba a borbotones
Viola Cuaró humear, dilatando las fosas nasales
como para recibir aquel vapor tibio, su pupila llegó
a adquirir la fijeza del ojo felino, recogiéndosele las
túnicas hasta descubrir toda la órbita, gritó furibundo
clavando las dos espuelas al redomón, y precipitóse
sobre otro de los fugitivos, sin darle mas tiempo que
para arrojar la carabina y desnudar el sable
A la \ista del corvo en manos que temblaban al
amagar un mandoble, subió de pronto la cólera del te-
niente En vago el primer golpe, su lanza en el segundo
buscó el blanco tan firme y certero que rompiendo
las dos manos que oprimían el sable, entró en el pecho,
arrojando de un en\ión a su enemigo El revuno de
éste asustado, dióle un par de coces en el suelo, y
arrancó a escape
Cuaró se revolvió rugiente tirando al pasar una
nueva lanzada al caído, empujándolo un trecho entre
contorsiones y crepitante crujir de huesos, y ponién-
dose a los alcances del último que quedaba, y que ya
había descendido veloz al llano, le gritó en su idioma
— jVolta cara, "mameluco" 1 ,
El soldado sujetó de golpe su caballo, y volvió en
efecto su rostro anguloso de color lívido, de nam chata
V ojos saltados de las órbitas Temblábale sin duda todo
el cuerpo, porque sus espuelas hacían música de trému-
los Asimismo se echó a la cara con ambas manos la
carabina e hizo fuego
GRITO DE GLORIA
El teniente se había tendido sobre el cuello de su
redomón, pero este ardid estuvo de mas, pues si bien
chispeó el pedernal, el tiro falló
Guaro llevóle el ataque con un alarido, Y el soldado
cayo al suelo con la lanza clavada en los ríñones Se
estremeció un momento con los brazos en cruz ? y que-
dóle inmóvil boca abajo
Cuaro se puso a mirar en derredor, haciendo bailar
a su potro sobre los remos traseros, en busca de otro
adversario
No había ya ninguno Por delante, el llano estaba
solitario Sobre la linea del monte, Ismael regresaba
al trote al vado con el destacamento paulista prisio-
nero
Entonces enderezó al rumbo despacio Su redomón
tema las nances muy rojas > abiertas, el ojo despavo-
rido bajo su copetr de crin Temblábale la piel lus-
trosa tomo si lo hubiesen azotado con un látigo de
acero
Su jinete parecía haberse calmado de súbito
A la agitación terrible que lo había sacudido mi-
nutos antes llegó a sucederá cierto sosiego, un aire de
indiferencia v una expresión vaga en la mirada ya
con sus parpados semicaídos Arrastraba el lanzón
sobre los pastos y llevaba la cabeza baja, sin preocu-
parse de limpiar la sangre que le cubría la mano de-
recha Al pasar junto a los caídos, se cercioró si esta-
ban bien muertos, ddndoles un golpe con el cuento
del arma Movió la cabeza con un gesto grave, y
siguió su camino
Una vez en el campamento, dirigióse a su fogón,
clavó en tierra la lanza y se apeó, diciendo a Esteban
con una risilla alegre
— Empréstame el chifle para remojar un poco»
[81]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Por delante del vivac empezaron a pasar a grupos
los compañeros, y por turno se iban deteniendo a
observar de cerca aquel rejón cubierto de sangre fresca
y cuya banderola aparecía pegada al astil por los
coágulos como si hubiese entrado por repetidas veces
en el cogote de un toro
— ¡Lanza brava T — dijo un viejo — ¡No parece
sino que juese el rabo de mandinga por lo retorcida
y culebreante 1
Cuaró se había acostado y sacudía en el ane una
de las robustas piernas para hacer saltar algo como
pulpa líquida, que le teñía de rojo la bota de cuero
de tigre
Una de aquellas gotas espesas salpicó lejos, adhi-
riéndose a la larga y curva nariz del viejo, que se
había inclinado sobre un estribo para mirar mejor
Todos rompieron a reír estrepitosamente
El paisano, enderezándose con rapidez, limpióse la
nariz con mucha parsimonia, y dijo, uniendo su risa
a la algazara
— ¡Jueguen no más con sangre, que a la guelta de
pocos años en ella nos hemos de ahogar a juerza de
estarla oliendo !
— ¡Lindo el lunar, don Cleto 1
— ¡Una berruga portuguesa'
— ¡A ver si en la primera hunta esa chuza, dra
gonazo f
El llamado don Cleto, arremolinó la que tenia en la
mano por encima de la cabeza, blandióla de costado
con cierta habilidad, tendióla hacia su retaguardia ve-
lozmente amagó adelante, enristrándola como para
acometer a un fiero enemigo, hizo un saludo, la hun-
dió en tierra y se cuadró en los lomos, arrogante
[82]
GBITO DE GLORIA
Y como todos aplaudiesen su destreza entre broncas
carcajadas, él impuso silencio con un ademán, cla-
mando en voz estentórea
— ¡ Un freno coscogero y unas boleadoras de retobo
de lagarto a quien clave primero la suya a tiro de
trabuco de la muralla'
— A Ya está 1
— iTire el pelo al aire 1
— Por esta cruz, que me parta un rayo
Entre estas y otras voces altisonantes, las manos se
alzaban, poniendo en conmoción los fogones cercanos
Cuando la algarabía iba en aumento y amenazaba
degenerar en broma de mal carácter, uno gritó desde
la altura en que se encontraba a caballo
— ^ Ahí viene gente 1
Se callaron, apartándose algunos del \ivac para ob-
servar mejor Solo Cuaró siguió tendido sobre la
hierba, fumando tranquilamente
Estaba ya avanzada la mañana El sol cortaba la
linea del monte asomando su disco sobre las copas más
enhiestas que exhibían grandes ranuras en el follaje
e infinitas ramas en laberinto formando en lo alto
de la bóveda como un inmenso pabellón de bayonetas
pavonadas La atmósfera sin celajes, pura, transpa-
rente, permitía distinguir de muy lejos los menores
objetos Desde la próxima loma dominábase por enci-
ma del bosque, que serpenteaba en un plano hendido,
el panorama extenso y luminoso de la opuesta ribera
sembrado aquí > alia de puntos negros que resaltaban
en el verde sin fin de las praderas, y que eran otros
tantos "ranchos" de "totora" y tierra dispersos en la
gran zona desierta como jalones del esfuerzo en la
lucha por la vida Ningún pastor ni gaucho errante se
veía mover en el fondo de esa zona El ganado mismo
[83]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
parecía haberse alejado de los contornos Solamente
algunos "chimangos" trazaban circuios sobre la colina
del centro, en el sitio donde dejara Cuaró tendidos tres
adversarios En cambio hacia la izquierda del vado,
venia marchando en columna un escuadrón en parte
armado a carabina y a lanza sus últimas mitades
Al frente trotaba el jefe con el clarín de órdenes un
poco a retaguardia La tropa venia sin guiones, ni es-
tandarte Aunque bastante numerosa, su porte \ su
avance no indicaban intenciones hostiles
El escuadrón se detuvo en el paso al habla con la
guardia avanzada, y poco después, obedeciendo a
orden trasmitida por un ayudante del brigadier Ri-
vera, lo traspuso, y se adelantó en el radio del campa-
mento a trote largo
Todos observaban con atención, preocupados al pa-
recer con la frase que un soldado había murmurado
irónicamente en medio de un gran silencio
— iSon los dragones de la provincia con su jefe
cordobés que vienen al llamado de Frutos '
Calderón seguía algunos pasos al frente, de bota a
la rodilla y un poncho ligero de paño negro en banda
sobre el pecho, columpiándose en la montura cabiz-
bajo y desconfiado
Apenas lo vio llegar y examinó su figura, chocóle
a Luis María este nuevo personaje que con luido de
"chapeado", y espuelas entraba al campo como con-
tingente de importancia
Aparte de su aire de vanidad sin disimulos y del
corte de sus facciones indefinidas, miraba con taimonia
y encelamiento No era oriundo de la tierra, sino de
una provincia mediterránea argentina, ni su apellido
era el que ostentaba Todo él constituía una falsa en-
tidad, en medio de aquel hervidero de pasiones locales
[84]
GRITO DE GLORIA
Berón observó en el rostro cetrino del jefe de dra-
gones cierto gesto burlón al contemplar la bandera,
y entonces dijo a Oribe
— Mi comandante ese hosco soldado \a a dar que
hacer
Oribe fijo sus ojos inteligentes en Calderón por
breve rato, y luego contestó
— Si es capaz de volido, le cortaremos a su tiempo
las alas, avudante Estov poi creer que en efecto, es f e
es de los "retobados**
Calderón desfilo con c us dragones por la izquierda,
> acampó paralelamente al monte
Poco tiempo después. Luí* Mana lo vio conversando
animadamente con Rivera algo apartados de la gente
Paseábase el poco distante, a la espera del toque de
atención, pues se iba a levantar campamento de un
momento a otro
Por mas que observó de nue\o al jefe de dragones,
no hallo detalle alguno porque rectificar su anterior
juicio La vulgar figura del personaje solo denunciaba
la acción burda y el instinto avieso En cambio el
rostro del caudillo en este instante expresivo, atrajo
su mirada, sin el quererlo, parecióle que aquellos ojos
oscuros de cejas y pestañas pobladas, habituados a mi-
rar en el desierto, a percibir de un golpe todo lo que
se agitaba en la soledad inundada de luz y oreada por
el "pampero", cual si para ellos fuera el ambiente un
inmenso espejo reflector, tenían con el alcance del ojo
del buitre el poder virtual de los que leen en la inten-
ción Ya era mucho que de mu) lejos descubnesen un
vado o una "picada" o distinguieran entre diez mo-
rros de una sierra aquel que señalaba como un guía
gigante la curva del camino, pero algo mas era que
[85]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
revelasen con atrevimiento la posesión del secreto
ajeno
— Le adrvino el plan, — decía Rivera — Pero no se
precipite La ocasión puede presentarse, esta gente
anda sin rumbo
Luis Mana se alejó de alh
[8«]
IX
JUNTO A LOS FOGONES
Media hora habría transcurrido, cuando la columna
emprendió marcha a San José con su considerable
masa de prisioneros
Tomóse allí una guardia brasileña, y se acampó
junto al monte
Algunos grupos de hombres cerriles, jinetes en re-
domones con "bocados'', taciturnos, envelados en sus
cabelleras, se incorporaron a las fuerzas Con ellos ve-
nían dos o tres mujeres de chiripa y chambergo, y
más de un perro de hocico negro y piel rojiza
En los fogones, al caer la tarde, circularon noticias
halagadoras Decíase que en la villa de San Pedro,
hasta entonces guarnecida por milicias del país, se
había producido un movimiento uniforme en fa\or de
los invasores Las comunicaciones de Lavalleja infor-
mando sobre la captura del comandante general de
campaña, habían apresurado la explosión rompiéndose
sin escrúpulos todo lazo de obediencia, y relegándose
a ultimo término al jefe inmediato que lo era el bra-
sileño Ferrada Toda la milicia aclamaba a los liber-
tadores, en el centro de aquella región no existían }a
enemigos A otros rumbos se iban sucediendo los al-
zamientos de una manera sorda, siniestra, los contin
gentes aparecían de improviso en la llanura, sin saber
de donde brotaban, enconados > resueltos
Afirmaban algunos que éstos salían de los bosques
al rumor de libertad, así como "puntas" de ganado
[87]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
alzado cuando la gram.lla escasea en los potnles v
el sol re\erbeia en el "plaW con un calor que llega
a la sangre del "matrero* 5 Tin hermoso miraje de nue-
va vida, sin duda, encantaba los campos
jLa decima del tnimío en idioma nativo, recorría
lomas, nos y selvas como un grito de gloria '
En la noche, muv claia v fuá, los fogones ardían a
lo largo del campamento reflejando sus vivas Damas
en el fondo negro del monte Desde el linde de la
villa los giupos de hombres y caballos aparecían enor-
mes al resplandor de esas llama* envueltas en humaza
densa, y la s>ne de fogones, como fantásticas lumina-
rias de ciudad construida en un \alle profundo
Junto al vivac de Ismael se alternaba el canto con
el cuento, tañíase al descuido una guitaria o se comen-
taban las noticias recihidas
El aroma de carne de novillo ensartada en el asador,
unido al muv acie de los troncos ^cmiverdes? llenaba
la atmósfera del *itio, sin molestia visjhle para los
que aspiraban su ambiente Un "'mate" de tres berru-
gones \ asa en forma de cuerno andaba de mano en
mano Los cigarrillos de tabaco en íoilo no caían de
las boca*, como sepultada* entre el boscaje de barbas
nunca rasuradas Eran, según la expresión de don
Cleto, "parejitas sus brasas con los bichos de luz en
el ortigal escuro"
Con este motivo, uno había dicho
— Roncheador como cardo, el viejo
— Déjalo que voracee —agregó otro — Ya no le
va quedando mas que esa nariz de k carancho'* des-
plumao
— Es mi orgullo — repuso don Cleto, con mucha
seriedad — El hombre ha de ser narigudo para dejar
[88]
GRITO DE GLORIA
algo a la adevinación, lo mesmo que el "flete" por el
pelo y el pajaro por el pico
Pusiéronse a reír estruendosamente
— jNo sé nada 1 — siguió diciendo el capataz de
Robledo — Con risas no se aturde a la experiencia,
y dejando de chiflar por puro gusto, más valiera pedir
una cosa de sustancia ¿A pedirla \oy por Cristo 1
Reinó el silencio Las miradas se fijaron en el \iejo,
con aire de curiosidad
■ — Sin despreciar a naide — aíndió don Cleto —
no hay aquí más que un cantor el que tiene la
guiLarra i Lindo juera se negara cuando pide la
nunión 1
Un aplauso ruidoso acogió estas palabras^ como si
en realidad ellas hubieran interpretado los deseos del
grupo Algunos estrecharon la mano a don Cleto, y
no faltó quien lo abrazase con entusiasmo
El que tenia la guitarra era Ismael
Un poco apartado del fogón, casi hundido en la
sombra, de modo que la llama solo alumbraba su ros-
tro delgado y pálido, estaba como de costumbre taci
turno, acaso indiferente a lo que a su lado ocurría
Caíale sobre sus ojos un rizo castaño de una suavi-
dad > brillo que envidiaría una mujer, y la barba cor-
tada sedosa, ornando el óvalo correcto, daba a su
semblante una belleza extraña de alcinoo huraño y
triste
Apo> abalo sobre el codo izquierdo Con su mano de-
recha rasgueaba la guitarra, tendida delante sobre la
hierba
— jQué cante el capitán 1 — exclamaron algunos a
la vez
[89]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— I Sí, que cante f Linda la tro\a ha de ser
— i Por el amor o la tierra 1
— ^Como quiera la calandria trina con primor '
— ferrar el pico chimangos 1
Ismael se había sentado, y tañía el instrumento
Ya no habló ninguno El capitán tosió, e hizo ge
mir la prima
A poco alzóse su voz de timbre claro y -vibrante, tan
pura > fresca que parecía disputar a las cuerdas el en-
canto de sus ecos Y canto de esta manera
Cayó un día en mi guitarra — un r amito de ce-
drón, — y el latido de la entraña — en las cuerdas
trémulo
Vino el ramo de una moza — toda, puro corazón 1
— y en la noche de ese día — otra flor ella me dio T
Jué un godo mal querido — sabidor de mi ventura,
— y entre sombras como fieras, — nos trenzamos a
facón
Ca\o el godo mal herido — envasado en el riñon,
— el sarnoso tu\o cura, — más la moza se murió 1
En un cajón la acostaron — sobre piedras la pu
sieron, — el cuervo bajo gritando — por sus ojos de
lucero
Sin rumbeo por los campos — naides supo mi do-
lor, — el monte me dio su abrigo — como a un perro
cimarrón
Perdíanse en el bosque los sones plañideros, y todos
permanecían en suspenso Tal vez el trino de algún
a\e insomne contesto el lamento, pero las bocas que*
daion mudas en torno del \ivac
\ en tanto el silencio se hacía cada vez mas pro-
fundo, y las cabezas caían melancólicas sobre los pe-
[90]'
GRITO DE GLORIA
choa, la voz adolorida modulando en dulce concento,
repetía su queja*
En un cajón la acostaron
Sobre piedras la pusieron,
El cuervo bajo gritando
Por sus ojos de lucero
Sin rumbeo por los campos,
Naides supo mi dolor'
El monte me dio su abrigo
Como a un perro cimarrón
Luego, la guitarra ca\ó en tierra gimiendo Ismael
estaba lívido, con un brillo de fiebre en las pupilas,
el labio temblante, tono el ceño Cuando encendió el
cigarro, su mano estremecida sembró el suelo con las
chispas del tizón
Después dijo como abstraído sin duda aludiendo al
recuerdo
— Parece mordedura de un gusano \enenoso
Don Cleto, que había escuchado casi en cuclillas con
la larga barba enroscada en la mano a manera de ma-
nija de chicote y el codo firme en la rotula, exclamó
— En oyendo canturria de esa lava, hay que mo-
quear a la juerza ¡Después vengan alardeando que
es mas gustosa una clannata del alba 1
Uno se amostazó, murmurando con enojo
— ¡Nunca falta un guey trompeta 1
— ¿Qué 9 ¡Vení a ponerme el vugo 1 No soy de
rumiar, ni cabestrear como otros que van de la soga
— replico el viejo encorvándose de súbito, como si
la frase le hubiese dado en la chilladera
[91]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— ¿Y a que santo ese "mangrullo" 7 — preguntó
mas hosco su interlocutor, que no era otro que La-
diJao
— jA San Frutos 1 — dijo don Cleto temblandole
el "barbijo" al viento de la colera — Muchas \eces
\ ide al zorro desatar un mancarrón de la estaca y tirar
de la guasca hasta arrollarla toda en la cueva y en
cuanto hocicó el animal trozarla a diente fino deján-
dole tan solo el bozalejo, pero nunca he visto que el
coludo haga hocicar al "matrero 1 ' por el gusto de en-
redarlo en su mesmo maneador
Ladislao se levantó de un salto iracundo, volviendo
el mango de hierro forrado en cuero de su 6 r< benque"
— ¿Yo no soy de loa que \an al fogón del briga-
dier — siguió desahogándose el antiguo capataz, todo
encogido y nervioso, con el chambergo en la nuca y
los dos biazos en continuo movimiento — Para fogón
tengo bastante con el de mi jefe, cuando gu^tt? v quie-
ra Allí no si juega plata del Brasil m se tira la
taba por ganao ajeno ni se manda carnear con cuero
por engordar de cuaresma [Sino, \em v chíflame 1
romo si no tuviese vo conoscencia del truje v maneje
para un enriedo — - flor por retrucólo a Oribe y ca-
lentarle las macetas al más comadrero
— |A la fija te lonjeo 1 — prorrumpió Ladislao arro-
jándose con ímpetu sobre don Cleto con el ' íebenque"
alzado
El capataz de Robledo callo de pionto v se hizo
un arco
Pero cuando su contendiente iba a descargar con
furia el golpe, un brazo vigoroso sujetó su mano, obli-
gólo a girai sobre sus talones cual una peonza j como
efecto del empuje, apartólo temblequeando algunas
varas
[92]
GRITO DE GLORIA
Al mismo tiempo, este tercero interventor, que era
Cuaro, dijo con su aire calmoso
— Déjalo al viejo, que es guen amigo
Ismael se había tendido sobre una carona y cerraba
los ojos Parecía dormir
Ladislao \ino a sentarse todo encrespado en su
"lomillo"
Fulgurábanle las grandes pupilas \erdes y tenía
trémula su mejilla, de una palidez de muerto Al sen-
tarse lanzó al teniente, que a su vez se había echado
boca abajo en los pastor, una mirada oblicua, infle-
xible y dura
Cu aró dio una especie de gruñido «oído
Luego, silencioso denudó una cuchilla semejante
a cortadera de colmenero, v se puso con ella a picar
tabaco
Allá lejos del fogón, hundido en la sombra, de pie
y con los brazo* cruzados sobre el pecho, Luis María
había observado la escena
Acercóse sin pri^a y se sentó en los pastos
Alcanzáronle el "mate'* que sorbió con lentitud, mi-
rando a todos los semblantes con un aire tranquilo y
severo
Don Cleto se fue retirando del sitio poco a poco
Ladislao se levanto al rato, paseóse un momento por
allí cerca, como quien \igila los caballos atados a la
"estaca 1 ', y luego se perdió en las tinieblas, sin decir
palabra
Cuaro cogió un tronquillo ardiend} encendió el ci-
garro y se puso a fumar, casi inmóvil somnoliento
Ismael se sacudió un inflan Le, puso la mano bajo la
mejilla, y siguió en su *ueño al rescoldo del vivac
El clarín hizo oír el toque de silencio
[93]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Luis María se envolvió bien en su poncho, tendién-
dose de costado
Cuando poco después se aproximo el liberto Esteban,
lo halló dormido
Reinaba en el campamento una calma completa
Los fogones se iban convirtiendo en cenizas, lu-
ciendo apenas uno que otro punto rojizo de brasas
agonizantes Algo de rumoroso como una respiración
enorme y confusa se sentía en el aire, en concierto
con el triscar y el resoplido de las bestias
[94]
X
SOBRE LA PISTA
Muy temprano, Luis Mana estiró sus miembros,
arreglóse las ropas y fuese a la orilla del no
Había entrado por un sendero estrecho, que al for-
mar con otro parecido las pinzas de un cangrejo,
monte por medio, unía al de éste su extremo junto al
borde del no El sitio era oscuro y ramoso, cubierto
de breñas y enredaderas silvestres al punto de colgar
sobre las aguas todo un cortinado espeso de hojas
y de lianas de un -verde deslucido y ajado por los
primeros hielos Los pálidos rayos del sol naciente
abriéndose paso con dificultad a través de aquel tejido
enmarañado sembraban la línea opuesta del cauce de
pequeñas placas de oro como si cruzasen por una
inmensa sombnlla de filigrana La9 plantas acuáticas
unidas en gruesa trenza de una a otra ribera, descen-
dían por grados — como un pie cauteloso — el redu-
cido pero escarpado barranco, hundíanse poco a poco
en el no hasta esconderse en su seno, y siguiendo
las inflexiones del álv^o iban trazando arcadas de
esmeralda para perderse al fin en lo turbio, y reapa-
recer luego en la otra orilla, cuyo tajo a pique esca-
laban audaces con profusión de hojas y de guías
El lugar en que se encontraba Luis María era una
especie de plano inclinado v sin duda el abrevadero
de las bestias montaraces, a juzgar por las múltiples
huellas de pies en la tierra, ahora blanda y húmeda
Allí habían recogido agua en sus caldenllog o en sus
[95]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
u chifles" los soldados a primera hora, pues podían
observarse rastros recientes de planta humana Tam-
bién ciertos arboles aparecían chapodados por el cu-
chillo en lo que fueron sus brazos secos y los altos
^e^bales que crecían a su sombra estaban estrujados
por el rastreo en busca de troncos caídos
A un costado, el boscaje formaba nutrida tapia ho
josa y era como el cancel de un "potrerillo" que se
extendía hacia el fondo del monte Algunas aves sal
va] es aleteaban, lanzando notas de alboroto en el
fondo de la bóveda sombría
Barón rocióse el rostro, inclinado sobre la superfi*
cíe, después de lasarse las manos, frotándolas con
arena fina Se enjugó con un pañuelo de geda que
llevaba al cuello, y que luego puso a orear sobre las
matas
En esta diligencia estaba, cuando voces para él co-
nocidas se hicieron oír muy cerca, detrás del cortinado
del boscaje
Se hablaba alh con animación, informándose pronto
Luis Mana de lo que se discutía, pues las voces lle-
garon a intervalos claras y precisas hasta él
Puso atención Conversaban Rivera y el jefe de
dragones Un tercero, en quien ere) ó reconocer a La-
dislao por el acento, s>oha intervenir en el dialogo
— Yo no sigo con estos pelados — decía Calderón
tosiendo bronco y con tono de desprecio Si he ve-
nido es a su llamado, y creyendo que le sería útil para
hacerlos entrar en \ereda Bastaba con un amago de
carga, a toque de clarín Pero veo que usted se
encuentra atado por su promesa de correr la cara-
vana, v por lo de Borba Asimismo pienso que no hay
ra?ón j Usted ha cedido a la fuerza'
GRITO DE GLORIA
— La pura verdad, compañero Fue un retruco de
sorpresa, y me pialaron ¿Qué haría usted si viniendo
por el camino muy confiado, se encuentra en una
vuelta con gente que \a arreando todo por delante ?
Hacerse el manso y seguir en lo revuelto, lo mismo que
si usted fuese de la lava De no jni para hacer el
cuento r Hay que mangonear y resignarse* hasta
que aclare Eso no ha de tardar mucho a mi parecer
Si loa porteños ayudan, la cosa puede pintar, y en-
tonces deje a la bieva que madure, siempre con el
ojo alerta si no auxilian la piedra acabará de hacer
patitos, y después jal fondo 1 En este caso cada uno
sabrá cómo fajarse y poner cara de hombre sin pe-
cado
— Esa conducta trae peligro, comandante Lecor no
ha de ver en nosotios mas que traidores, sin que val-
gan excusas Lo bueno sena acometerlos desde ahora,
atar a los principales, concluir con todo de un golpe
esto afirmaría la reputación ) vendría en provecho se-
guro Mi tropa esta h^ti Los prisioneros son muchos
y se armarían sin trabajo con las mismas lanzas y
caiabmas que les quitaron
Otio de los de allí reunidos, y en cuyo eco Berón
reconoció a Ladislao, observo con aplomo
—Para mas segundad el golpe ha de darse entrada
la noche Yo rondare junto al fogón del jefe hasta
que duerma
—No estoy conforme — replicó Rivera Lavalleja
trae hombres duros que no han de dejarse así no mas
sujetar con "lazo" Ha\ algunos como toros Después
de eso lo más acertado es lo que digo bovar en la
corriente hasta vei la onlla, en bien de la tierra
i Quién- sabe ! Tal vez sea lo mejor de todo en me-
dio de esta escundad de cosas y de esta diferencia
L 97 1
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
de opiniones que lo sacan a uno del rumbo Los jefes
dicen que vienen por la unión a los porteños, y los
demás afirman que no quieren sino libertad comple-
ta país independiente Agárreme esa avispa por la
cola |E1 diablo que los entienda 1 Pero vuelvo a
decir que el asunto es de no exponerse a que lo lle-
ven a uno con los encuentros, y dejar que el tiempo
pase, que el ha de establecer si la lengua para en
tendernos todos como hermanos ha de ser el portu-
gués o la castilla, y si el gobierno lo han de formar
o no los paisanos El guevo quiere calor, y recién co-
mienza a sentirse
A esto, respondió algo el jefe de dragones bajando
el tono
Fue lo que dijo ininteligible para Luis María El
murmullo de voces siguió un rato largo, sobresaliendo
a \eces alguna frase o palabra enérgica, y al fin se
fue alejando con el ruido de pasos, hasta extinguirse
en lo intrincado del monte
Beron se pu^o a andar pensativo por el tortuoso
sendero de la "picada" Sentía una opresión penosa
en el pecho y triste/a en el ánimo
El había oído bien, no podía haberse equivocado
Primaba en ciertos espíritus la anarquía, el habito de
la licencia, la lógica del calculo mezquino que suele
ocupar en el cerebro el sitio destinado a las convic-
ciones profundas y al ideal patriótico
Rivera se había mostrado irresoluto, luego razo-
nador acaso por astucia o por sistema, pero, jaquel
Calderón * Bien lo había él conocido desde el pri-
mer momento que pisó el campo, era un matón con
ínfulas de cortesano, adorador de los fuertes { Habría
que cuidarse de su rote en los fogones 1
[98]
GRITO DE GLORIA
Lo que confundía más a Luis María era la inmix-
tión de Ladislao en estos manejos, aunque ya estaba
él prevenido desde el incidente con el viejo Anacleto
y con Cuaró. que había presenciado a la distancia
Sin duda alguna, la antigua relación del "matrero"
con Frutos, como él lo llamaba familiarmente, se ha-
bía reanudado en esos días de un modo estrecho
Recordaba ahora ciertas salidas furtivas de aquél
en el campamento hacia los vivacs del brigadier, y
algunas conversaciones misteriosas con milicianos del
escuadrón a las que no había dado el importancia, y
que después de lo que acababa de oír, creaban forma
a sus sospechas descubriendo ante sus ojos las hondas
disidencias que se incubaban en el campo por acción
corrumpente y serio peligro de la moral de la tropa
Imponíase la necesidad de seguir los pasos de es-
tos hombres Respecto a Rivera, el cuidado debía ser
menos Estaba el caudillo vinculado al movimiento por
actos graves cuya responsabilidad no le sena fácil
declinar ante un consejo militar, y de otro punto de
vista parecía, por su actitud y sus palabras, confor-
marse al nuevo ambiente con esa ductilidad de espi
ritu y carácter maleable que lo singularizaba entre los
de su clase En la marcha cautelosa del zorro y en
los zig zag del ñandú él había tomado norma de ex-
periencia Sabía como hacer camino y adaptarse a
las inflexiones del terreno, sin despertar desconfian-
zas ni caer en sus propias celadas Por otra parte des-
empeñaba un cargo prominente en la medida de su
prestigio, que colmaba su amor propio poniéndolo en
condiciones de avanzar y de elegir partido cuando el
"buthva" cávese de maduro
En todo esto pensando, a paso lento por el sendero,
interrumpido a trechos por retorcidos gajos de <( mo-
[99]
EDUARDO ACEVKDO DIAZ
lies" v "blanquillos ' que apartaba ron la vaina de la
espada firme en la diestra y apoyada en el hombro,
llego el joven a la zona limpia, dirigiéndose a su
\ivac
En el que le seguía se encontraba >a Ladislao ha-
blando de pie con un soldado del escuadrón
Notó el joven que el dialogo fue breve En seguida
se separaron
Cuando Ladislao se volvió encontróse con la mira-
da fija v penetrante de Luis Mana, clavada en su
rostro ron una insistencia desusada
El "matrero" no se inmutó saludólo con la mano
V se apartó de allí silbando un 1 cielito"
El joven siguió con la vista al miliciano con quien
había conversado Ladislao
Aquél atravesó toda la linea de fogones recostóse
al monte, montó a caballo y se marcho al trote en
dirección al paso
Entonces Luis Mana miro en ^u rededor y divi-
sando cerca a don Anacleto que alisara las crines de
su overo marchó hacia el v le dijo
— ¿Ve usted aquel hombre que va oullando el mon-
te, rumbo al paso?
— Sí señor
— Pues va usted a seguirlo hasta cerciorarse a don
de se dirige, o por lo menos, si *e aleja mas de dos
cuadras del campamento |Y boca cerrada 1
— Muy bien mi teniente Pero en c-os campos soy
poco baqueano y pido permiso para ^acar algún ve
ciño regalón como gato de tura, de los ranchos del
lao allá de la "cuchilla" Aquel mélico tiene fi-
gura de aparecido ¿No es un hombre chico que pa-
rece damajuana con nariz de "chifle"?
[ 100]
GRITO DE GLORIA
— No, es alto y rubio Buaquese usted el baquea-
no que dice
— Ansma lo bombeo mejor mi teniente, al reparo
del otro, sin que el hombre ventee que lo van ojeando
Y esto diciendo don Anacleto se puso sobie los lo-
mos, estiróse el halda del chiripá, y tomó un galopito
comadrero, arrastrando la punta del "maneador"
Iba muy grave, orgulloso de la confianza en él de-
positada, sujeta la lanza en el estribo y cruzado el
trabuco en la cintura
Como viese que a la salida del campamento, su hom
bre tomara el paso y siguiera su camino sin volver la
cabeza en actitud de gran despreocupación e indife-
rencia, lo mismo que si se dirigiera a prov eer las ma-
letas a alguna casa de negocios, él a su vez sujetó el
overo, continuando al tranco, y bajo la lanza
El miliciano mantuvo el paso hasta trasponer la
primera loma Después recomenzó el trote largo
Don Anacleto hizo una \uelta extensa para e\itar
sospechas, y llegó a marchar en línea paralela apar-
tado unas tres o cuatro cuadras de aquél Esta mar-
cha monótona duró algunos minutos, procurando en
ella el seguidor desaparecer a trechos en las ondula-
ciones del terreno a fin de desorientar al miliciano
De pronto este emprendió el galope firme
El viejo arrimó espuelas sin des\iarse, murmurando
— i Es al ñudo 1 ♦ En cuanto llegues, >o ya estoy
de guelta
El galope simultaneo fue sostenido En media hora
cruzaron muchos llanos y "cuchillas", un airoyo y
variad "cañadas" fangosas
Se habían puesto lejos del campamento
Recién entonces llegó a apercibirse don Anacleto
que él iba pisando un pago que no conocía, y que
[101]
EDUABDO ACEVEDO DIAZ
su hombre lo llevaba más alia de lo prudente, — aca-
so a una embo<*< ada muy peligrosa
Reflexionó El seguido debía ser un "re^ertor", si
es que no era un enemigo disfrazado que iba a dar
cuenta a los otros de lo que había \isto Esto pasaba
de grave, y el teniente había tenido razón en hacerlo
"bichear" hasta descubrirle la "gueva" Habían pa
sado cerca de una "pulpería", y el hombre ni siquiera
hizo ademán de pararse apurando por el contrario su
galope, habían encontrado algunos "ranchos" en el
transito, y se había apartado de ellos cuidadoso, al
punto de aproximársele a él más de lo conveniente,
lo que en tantas otras ocasiones lo puso en el caso
de volver riendas al overo, obligándolo en la última
a detenerse junto a un palenque
Entonces el perseguido se apeó para apretar la
cincha
— ¿ Si estuviese aquí el teniente Cuaró 1 — di-
jese entre dientes el viejo
En ese momento el miliciano puso en el los ojos,
mirándolo con mal ceño
Don Anacleto resolvió en el acto entrarse al "ran-
cho", que estaba allí a unos pasos, y haciendo sonar
junto a la puerta el sable, dijo ahuecando la voz
— ¿A ver un hombre que sirva de baqueano en el
pago 1 ¿ Y listo, porque tengo orden de afusilar al
que se retobe '
Apareció en la entrada así evocado, un sujeto ya
viejo muy barbudo, larga cabellera y aire bonachón,
cubierto con un poncho verde-botella en extremo usa-
do, un chambergo incoloro de alas tendidas y flotan-
tes sobre la melena entrecana, y llevando en vez de
botas unas ojotas grandes o sean abarcas de cuero
peludo atadas con "tientos" por encima del empeine,
[102]
GRITO DE GLORIA
con relleno de bayeta, las que daban a sus pies la
forma de muñones propios para apisonar la huanera
de los corrales
— l Buenos días — dijo con acento manso Ahora
mismo iba a montar para ir hasta el bajo a repuntar
la tropillita porque me han dicho que anda todo re-
vuelto Si es de su gusto, pase Aquí está toda
mi gente afligidísima Mis dos mozos mayores se han
ido desde a>er de tardecita
— Gracias por la oferta — contesto don Anacleto
Pero no puedo echarme a sobonear en la hora en que
estamos, porque el caso es de pronta íesoK encía
Monte y venga a priesa
Rascóse el hombre la nuca, y aunque vacilante,
montó en su cebruno
Ya el miliciano había desparecido del vallecico en
que se apeara para aTreglaT su u apero*'
10
E103J
I
XI
EL HOMBRE DE LAS OJOTAS
Don Anacleto mostróse colérico si bien su rostro
rebelaba cierta íntima tranquilidad Monto ágilmente,
diciendo con el entrecejo fruncido
—Vamos a apurar hasta el "duraznillo" aquel que
se columbra en la loma, porque el \enao se me pone
lejos del tiro
Los dos pusiéronse al galope corto
Para mas tampoco daba el cebruno del baqueano,
cuyo arreo guardaba armonía con las prendas del
dueño Consistid en un "recado" que había prestado
largos scr\ icios, a juzgar por las ranuras de la ca*
roña > las grietas de la cincha, así como por los es-
casos vellones que le quedaban a una piel de carnero
que le sei\ía de cojinillo, el rendal era oobno de
adornos con solo dos botones casi deshechos } otios
tantos pasadoies de bronce, el sobrepuesto de cuero
de "carpincho" agujereado en vano* sitios y el ''lazo"
de "torzal" o s>ea de tiras ajustadas en serpentina,
arrollado al anca
— ¿En qué page* estamos ? — interrogó don Ana-
cleto con tono de imperio
— Estos son campos de Núñez, ^eñor — respondió
el guia sua\e y bondadoso Están cuasi encima del
distrilo de Canelones, aquella población que se ve allá
al costado del durazmllar es lo de Morcira, a este otro
rumbo, como a media legua, va el camino a Gua-
dalupe Si usted luese servido de no llevarme le-
[104]
GRITO DE GLORIA
jo^ había \o de agradecérselo con el alma Tengo a
la mujer un poco apestada y un chico con el carbun
cío
—De llevarlo o no lejos, a sigún — repuso don
Anacleto Siento que el ' daño" ande en su casa Pero
preciso que me mdilguen en pstas alturas que parecen
lomo de lunanco, hasta que \o no mire turbio Si
ju«sc en hs cuchilla* de Navarro y de Marrmcho,
naide me ganaba a lisLo
Los campos por delante apaienan solitarios rega
dos por una luz esplendorosa, con sus pactos de un
verdor íutei.so En la loma no se percibía ni una som-
bia, ni una manifestación de \ida
Don Anacleto fue desarrugando el ceño, e invitó a
su guia a picar tabaco alcanzándole un trozo en rollo
Para e^to, púsose al paso, \ entablo conversación
muy unido al compañero riéndole de los temores de
éste, lleno de un aire de protección y valentía que
inspiraba respeto
Su vo¿ bronca formaba contraste con la muy ati-
plada del guía y no menos sus carcajadas ruidosas
con la risa comprimida de aquel, propia de paisano
franco y retozón Don An^rieto hablaba de sus cosas
juveniles
Hicieron alto para dar fuego a un )esquero y en*
cender los cigarros
En tanto don Anacleto acercaba la >esca a una cola
que se había sacado de atrás de la oreja, añadió a lo
dicho, gravemente
— Como le iba rilacionando, nunca tuve \ertud para
el casorio Siempre jui sólito como ómbú en despo-
blao Y no es que mozas muy garridas no quisieran
arrocinarme, sino que era grande la armada ^De
[105]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
balde paisano ! a saltltos Ies hacía la cruz 4 Para otros
ese qurveve 1
Y dígame por su vida ¿cómo cuántos hijos tiene 9
El baqueano atizó el cigarro con la uña del pulgar,
) atragantándose con el humo, dijo
— Doce v la pava echada
— jPor Cristo qué avestruz padre 1 La docena del
flaire
— ¿Le parece mucho 9 Para eso andamos en el
mundo amigo viejo, aunque ya medio lisiados
— ¡Hum 1 no es, mala chuza la que usted maneja
paisano ¿A la cuenta todos son machos 9
— Y hembras también, que Dios los cria juntos
— t Ya se \e' ¿Y cómo se llaman esos pedazos del
corazón ?
— Anicasia, Canuta, Jesusa y Nicanora para ser-
virle
— l Gracias' Han de ser bien formadas y de linda
pinta ¿Y cómo se maneja la "doña" para vestir a
tanto perjeño? Porque la cosa es de asustar a un
santo que juese
Pao^e el hombre de las "ojotas" observando
—Deberían los hijo& nacer con plumas como los
pollos
— ¡Para que se larguen al primer volido a la cuen-
ta 1 — exclamó don Anacleto retobándole el buen hu-
mor por todo el cuerpo
Llegaban en este instante a la cresta de la "cuchi-
lia" Desde esa altura la vista dominaba un vasto pai-
saje, bajo una atmosfera purísima Los horizontes
clareados por el sol permitían distinguir al ojo del
campero los bultos que se movían a la distancia, y
clasificarlos sm error
[106]
GHITO DE GLORIA
A la derecha, sobre la carretera que conducía a
Guadalupe elevábase una nubecilla de polvo disten-
dida y paralela al horizonte a semejanza de una hu
maza en el ambiente sereno
Un jinete, que se percibía reducido como un mu
ñeco de plomo, se dirigía hacia ese punto, del que no
debía dictar mucho, pues trepaba la aspereza del de-
clive próximo al camino
Los dos hombres se quedaron atentos, en silencio
Aquello era novedoso Don Anacleto ahueco la ma
no sobre la frente, a moda de visera y dijo
— Aquel que se va encimando es el mélico que yo
seguía No hay mas que el flojonazo me saca el
bulto
El baqueano que a su vez observaba sm parpadear,
exclamó en tono de quien está bien seguro de lo que
afirma
— Aquella es gente armada la que se ve por el ca-
mino Arrean caballos a los costados v van al
trotón firme
— jMi gente no puede ser' La dejé acampada — ar-
guyo don Anacleto con alguna alarma
— Es tropa de Lecor, a la fija la misma que pasó
ayer al clarear por junto aquel "totoral'' del playo
donde hizo la carneada
Una lmea negra efectivamente se dibujaba en la
loma, por debajo de la cerrazón gris formada por el
polvo del camino Era como una serie de puntos co-
rriéndose hacia el Sur con una velocidad no interrum-
pida de marcha forzada
— ¿No será esa la división de Pintos 9 — preguntó
don Anacleto
— No señor El regimiento de Pintos está de firme
en Guadalupe, y de moverse lo ha de hacer para Mon-
[107]
EDUARDO ACJ5VEDO DIAZ
tevideo El hombie sabe que el ciento malo \iene de
aquí atrás en donde todo parece que se ha puerto al
revés, y crea que antes de darle cara, se ha de mirar
mucho Esa tropa que vemos hd calido de la plaza,
> al tocar alguna cosa que no ha de haber sido es-
puma de "chajá", se viene reculando como alacrán
con la cola entre los cuernos Un toque a degüello
cerquita los poma en desbande
— ¿Usted ha sido mehtar? — interrogó con gran
seriedad don Anacleto
— Serví algún tiempo paisano Después de Corumbé
me recogí a cmdar de mi familia
— [Ya mahcirba \o que abajo de esa mansedumbre
había entraña de dragón, canejo 1 Y pues que ha olido
pólvora lo convido para allegarse conmigo al totoral
aquel, a mirar de más cerca a esos mandrias que se
van a brincos de "quirquincho" derecho a la cueva
—i No se fie, paisano* Mire que esos hombres acos
tumbran ir arreando cuanto animal caballar encuen-
tran a los flancos, y no <=ería difícil que hubiesen des-
prendido algunas partidas ligeras a esta parte del
campo donde saben que ha\ \eguada alzada
— ¡Nunca supe que era miedo T — exclamó el viejo
exaltado ¡Vamos hasta las totoras sin mirar para
atrás 1
— ¡Como quiera 1 — repuso el baqueano
Don Anacleto remolineó la lanza, y los dos arran-
caron castigando
En mitad de la carrera, el guia en voz que denun-
ciaba absoluta calma, prorrumpió señalando con su
diestra el nexo de dos colinas
— Por ahí viene a toda rienda una paitida echando
por delante mis >eguas t Ponga la oreja y oirá el
batir del cencerro 7
[108]
GRITO DE GLORIA
Don Anacleto miró, sujetando
Cinco o seis jinetes bajaban ya la ladera azuzando
con las culatas de las carabinas y aun con los sables,
una "punta de yeguares'* Daban gritos aturdidores,
v venían desplegados en arco para mantener los ani
males en núcleo *
— Son portugos Sino fíjese en e*os trajes co-
lor de garzamora que traen y en los embudos de hule
metidos en la cabeza
— ¿Y adonde se enderezan 9 — preguntó bastante
demudado don Anacleto Son muchos esos águilas para
aguaitarlos
—Es así Lo mejor seria corrernos por este playito
rumbo al talar de aquel arrobo j Si alcanzamos, ni el
polvo 1 Pero a usted lo condena esa lanza con ban-
derola, y nos van a cargar
— -j Rumbeemos * — gritó don Anacleto procurando
ocultar su rejón, v haciendo entre los dedos un gui-
ñapo de la insignia
Silbaron dos balas por el flanco de improviso como
una ratificación del dicho del baqueano
Luego otra, que picó delante haciendo saltar algu
ñas bnsnas
Apuraron el galope
Pero un nuevo proyectil acertó en los cuartos tra-
peros del overo, que se puso a corcovear dando con
don Anacleto en tierra
El baqueano se detuvo, alargo el brazo v cogió el
rejón que escapado de la mano de su dueño en la
caída, se había hundido por el cuento en plano obh-
cuo y derivaba ya hacia el suelo por el peso de la
moharra
El semblante del guía se había puesto violáceo cual
si un aluvión de sangre inyectara la penfene, y de
[ 109]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
sus ojos oscuros brotaba un brillo extraño Su cham-
bergo incoloro flotaba sobre el dorso y la melena
suelta se alborotaba sobre las dos mejillas, crispada
y ondulante, dándole un aspecto imponente que aterró
a don Anacleto descoyuntado e inmóvil en los pastos
No dijo palabra Escupióse en las manos nervioso,
empuñó el ástil y re\ol\ió su cebruno ya sobresaltado
por el ruido de los disparos
La yegua madrina de su "tropilla", manca de los
encuentios, con el vientre casi ai ras> de las hierbas,
jadeante y sudoiosa pasó pesada, sin fuerzas, a su
lado, batiendo el esquilón
Miróla de soslayo en las ancas, donde Helaba dos
o tres surcos sangrientos hechos por los sables y llegó
a arrojar un grito ronco retenido hasta ese momento
poi el arrebato en su garganta, semejante a la nota
de un a\e de rapiña a raíz de una pedrada en la
cabeza
Gruñó otra bala redonda desgarrando a su caballo
la piel del cuello, lo que acabó de ponerlo ágil y sal
tarín al punto de tascar el freno despavorido
El lo cuadró con mano experta, y sin perder los
estribos, en los que apenas encajaban las puntas de
sus "ojotas", acometió echado sobre el pescuezo al
igual del toro que busca romper el cerco
La lanza trazó un semicírculo dividiendo al grupo,
luego una recta inclinada que terminó en la garganta
de un soldado, derribándolo por grupas, después un
molinete veloz que remató en un golpe de flanco
abriendo a un segundo el vientre, y por ultimo, blan
dida con furia en un alti-bajo para ensartar a un ji-
nete de frente v despedirlo lejos de la montura, el
hierro marró el bote y el astil se hizo trizas en el ar-
zón sembrando el aire de astillas
[HOJ
GRITO DE GLORIA
Sonaron dos o tres detonaciones El hombre de las
"ojotas" cavó de boca sobre las crines del cebruno,
bamboleóse un instante v en seguida se deslizo a las
hierbas con un ruido de mole que rueda en un ba-
rranco
En medio de su pavura, don Anacleto lo mo caer
con dos agujeros negros en el rostro a ambos lados
de la nariz, producidos por la doble descarga de una
pistola de dos cañones a quema ropa
A uno de los soldados, tendido boca arnba, brotá-
bale como un surtidor la sangre del cuello Aún así
seguía retorciéndose El otio estaba inmóvil, con el
vientre desgarrado
[1111
XII
EN MARCHA AL CERRITO
Avanzaba la tarde llena de celajes, destemplada pre-
sagiando noche de hielo El sol descendía, y >a sobre
el horizonte sus rayos mortecinos abriéndose paso en
tre festones de un matiz de perlas, teñían los cirrus
de la opuesta zona de un rosa vivo tan puro e intenso,
que éstos semejaban alas de enormes flamencos sur-
cando de través los aires en apiñada banda Una es-
pecie de bruma sutil extensa v colorante, que no era
más que menudo polvo difundido en la atmósfeia a
lo largo de la carretera, denunciaba desde lejos a los
vecinos inquietos la marcha de una gruesa columna
de caballería
En realidad venía hacia Guadalupe gran tropel de
escuadrones a bandera desplegada Oíanse a interva-
los toques cortos de clarín
Era la fuerza patriota que avanzaba en dos colum-
nas precedida por una gran guardia de tiradores y
lanceros, y cubierta por una doble linea de flanquea
dores que iban a regular distancia del núcleo, guar-
dando entre ellos los trechos de ordenanza
Aquella masa se movía en orden, con rapidez, de-
teniéndose de vez en cuando breves momentos para
rectificar líneas y dar resuello a los caballos Nume-
rosas "tropillas" de relevo y reserva se aglomeraban
a retaguardia fuera del camino leal, trotando en las
praderas colindantes en densas agrupaciones
[112]
GRITO t>E GLORIA
La hueste revolucionaria te dirigía a Guadalupe en
donde se hallaba el coronel brasileño Pintos, con el
segundo cuerpo de paulistas
En la columna de la derecha y ni frente del primer
escuadrón, marchaban juntos Luis Mana e Ismael
Cuaro iba en el ángulo de la mitad algo separado
de la tropa, con la vista fija en el extremo de la co-
lumna de Id izquierda Componían esta columna los
dragones de Rivera
Luis María iba preocupado por la falta del mili-
ciano que había hecho seguir, en su salida del cam
pamento, y mucho mas con la del mdrviduo de ti opa
que enviara en pos de él E^tos detalle* nimios para
otro tenían a sus ojos una importancia sena a partir
de los hechos alarmantes de que estaba en posesión
¿Qué habría ocurrido, que no aparecía sin más de-
mora don Anacleto''
No dejaba de» causarle inquietud un incidente que
acababa de producirse y que se ligaba de un modo
estrecho a sus alarmas
Ladislao había cambiado de filas, yéndose sin pase
ni consulta siquiera a las del brigadier, con quien iba
a esa hora conversando muv animadamente
Al irse, había cruzado silencioso delante de sus com-
pañeros de fogón Cuaro le había mirado con encono
Como al pasar lo hiciera encogido al punto de si
mular corcova en las espaldas el teniente mal preve-
nido le había dicho en voz alta y airada
— Ponele un puntal al rancho L Mira que se te
va a caer!
Luego, Cuaro se puso fulo Su cortezuda piel apa-
reció más negra que de costumbre Las alas de la na-
ris se le estremecieron \anas veces, como si trataran
de desplegarse con el venteo de un animal de presa
[1131
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Luis María llamó la atención de Ismael sobre la
actitud del teniente
Cuando Velarde lo obsenó, Cuaró ojeaba taciturno
a Ladislao
— Recuerda lo del fogón — dijo
— Asi ha de ser Por lo menos adivina lo que pasa
— No quiere a Fiutos Dice que es un "aguara 1
rabón
bonnóse el joven ayudante y murmuró bajo
— Ladislao asegura por su lado, que nuestro jefe
quiere que todos marchen < on el ma)or orde±i, cuando
lo justo seria que sólo en la pelea los hombres obede-
cí! sen Mientras que esto no sucediera los paisanos
podrían andar de rancho en ranchu, disputar c>on los
jefes, jugar a la "taba'* \ hasta dormir fuera del cam-
pamento si sentían deseos de cama blanda
Ibmael guiñó un ojo, alargando el labio, gesticu-
lación habitual en el cuando ciertas ocurrencias le
parecían despropósitos
Después, resumiendo en una frase lacónica de estilo
pintoresco su opinión sobre el individuo, dijo seco y
bre\e
— Cnao a monte
— Mal ejemplo, compañero, si cunde El respeto y
la obediencia son tan necesarios al soldado como el
valor, para ir a la batalla Por eso admiro al bravo
que solo lo es delante del enemigo Ese triunfa o
muere en su ley
Ismael, aunque casi insociable, cerril, tema el es-
píritu vivo y perspicaz, algunos años de roce con cier-
tos hombres lo habían hecho un tanto accesible Las
palabras de Cerón si bien no muy claras para él, ha-
lagaban su oído como una música extraña A veces
lo dejaban en suspenso Luego miraba al rostro del
[114]
GRITO DE GLORIA
joven con un aire de admiración y de tristeza que es-
parcía en el suyo como un resplandor del instinto in-
teligente, ansioso de encontrar para manifestarse notas
como aquellas de un idioma sonoro
Así lo miró ahora melancólico y huraño
Después murmuró
—Por eso, antes no vencimos Los hombres se jun-
taban como yeguares cuando el campo se quema, y
coceaban al fuego Ansina morían rabiosos pero sin
miedo
— Nuestras derrotas gloriosas no han sido mas que
lujos de heroismo > — - dijo Luis Mana Se peleo sin
organización sin disciplina, sin ideal militar En la
hora de la prueba cada uno daba de si toda la médula
de su coraje, con su sangre o con su vida pero antes
de ese momento supremo ninguno pensó que un co
barde hábil podía mas que cien valientes imprevisores
Se creía en la pujanza del brazo como e,n el golpe de
una centella, los briosos paisanos hacían la cruz a
los fusiles en son de burla, y se Teían de los cañones
hasta el punto de enlazarlos de las ruedas Sin em-
bargo, esos fusiles y esas piezas que ellos comparaban
a las arañas negras cuando se arrastran por el camino,,
fueron los que inutilizaron su esfuerzo y su denue-
do ¡Acuérdese usted, capitán 1 usted, que puede en-
señarme el camino del sacrificio y hasta reprenderme
si me muestro débil en el día del combate, acuérdese
y diga si pso es verdad
— jComo que aura es noche' — contestó Ismael ín
genua > suavemente
Luis Mana se quedó pensativo, } miró de soslayo
la columna de la izquierda Ismael siguió aquella mi-
rada y se amorró
Continuaron marchando en silencio
[115]
EDUARDO ACEVTCDO DIAZ
Comenzaba una noche muy despejada, con su pol-
vareda de estrellas y su aire frío como vaho pene-
trante de ocultos abismos Los soldados se habían en
\uelto en su* ponchos Las dos lineas de bultos negros
siguiendo paralelas guardaban un promedio de cin-
cuenta pasos al trote firme Entre los prisioneros na
die alzaba la \Q7
En la columna de la izquieida cierto bullicio sordo
como de enjambre se extendía de la cabeza al otro
exLremo los milicianos conversaban, reían, canturrea-
ban, lanzábanle pullas como flechas o entreteníanse
en levantar en las puntas de las lanzas algún residuo
visible al paso, que luego despedían sobre el escalón
¿flautero a modo de bola perdida Con este motrvo,
a \cces algún íedomón enarcaba el cuello al sentirse
rozado en los corvejones y sacudiendo los lomos he-
ría el aire con los cascos introduciendo el desorden
en las filas Si el jinete lo domeñaba, el elogio circu-
laba de boca en boca, si medía el terreno, el ruido
del desplome producía una explosión de risas que po
día resumirse en una sola y colosal carcajada
En mas de una ocasión se impuso silencio
En la derecha la actitud era distmta La consigna
había sido de observar la mayor compostura, y a
causa de no cumplirla varios hombres fueron remiti-
dos a la guardia de prevención En caso de reinciden-
cia, debían marchar a pie con el caballo del cabestro
El comandante Oribe que era el que había dado la
orden, decía que el voluntario estaba obligado por su
misma abnegación a excederse al soldado de linea,
sin lo cual su desprendimiento sería un acto \amdoao
> su \irtud guerrera un pueril alarde El que ofrecía
lo más que era el contingente de su sangre, y aun
de su vida, debía lo menos, que eran el respeto y la
[116]
GRITO DE GLORIA
obediencia La victoria dependía de mil voluntades uni-
das como eslabones, sin perjuicio de la libertad indi-
vidual relativa que no hacía sino afianzar la unidad
del esfuerzo Otra línea de conducta sólo engendraba
un espíritu de insubordinación y de licencia, que al
estimular los resabios concluiría por torcer los planea
mejor combinados y por erigir la prepotencia perso-
nal en úmea autoridad respetable El soldado se debía
a la disciplina, como el ciudadano a la le)
Todo esto había dicho a sus subalternos horas an
tes, con firmeza v desenvoltura militar, recurriendo a
paso lento las filas
Sus palabras habían hallado eco
De ahí que en el escuadrón reinase el orden Solo
uno se había retirado descompuesto y arisco, que era
Ladislao Luna
El dialogo de Luis María y de Ismael, no había
sido más que un comentario a aquella arenga en fa-
vor del buen servicio
Sobre este tema se seguía hablando a la cabeza de
la columna, cuando se mandó un alto de descanso
Todos echaron pie a tierra deseosos de desperezarse
fuera de los estribos con entero desembarazo, y las
bestias resoplaron de contento, sacudiendo frenos y
monturas
Uno de los oficiales, el capitán Melendez, se acercó
al grupo formado por Berón, Ismael y Cuaró, diciendo
— Parece que ha habido hoy un pequeño choque
de partidas sueltas a este lado del camino, pues l«s
exploradores han \isto tres muertos en el bajo
— ¿Enemigos 9
— Dos de ellos El otro, no se sabe si pertenecía a
los nuestros Aseguran que no debía ser de la milicia,
tU7]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
no se encontró arma alguna a su lado, ni siquiera un
cuchillo
— ¿Viejo o joven, ese muerto 9 preguntó Luis María
— Hombre maduro de pelo entrecano, que llevaba
"ojota&" Le habían acertado dos balazos en la cara,
lo que de lejos hacía creer que tenía cuatro ojos Los
otros muertos eran de caballería de linea Por el uni-
forme debían de pertenecer a la que esta de guarni-
ción en Montevideo Uno estaba ca&i degollado, y al
otro le habían revuelto en el vientre una lanza con
cuatro medias luna3 de modo que no le quedase en-
traña que no luciera al sol
— iQué cornada fiera 1
— Lo particular del caso es que junto al de las
"ojota*" se vio un astil hecho añicos, pero sin rastro
de moharra Se supone que los vencedores se llevaron
el hierro para que no sirviese a otro que tuviere un
brazo parecido
Luis María se acordó de don Anacleto, que iba ar-
mado de una lanza con cuatro medias lunas Los da-
tos, sin embargo, no arrojaban bastante luz Aun en
la hipótesis contraria, resultaría de ello que él no
había perecido
Con todo apresuróse a relatar el incidente que mo
tivó la salida del viejo en seguimiento del miliciano
sospechoso, desde San José
Sus compañeros escucharon muy atentos, y Cuaró
dijo
— Mira, el viejo no era baqueano y sacó un vecino
Al vecino le hicieron estirar el garrón, y arrearon con
el viejo El que lanceó no jué él, sino el vecino, que
había de ser hombre duro
— jPor qué teniente T
[118]
GRITO DE GLORIA
— El viejo es blando como cera de "camoatí". .
No ruempe lanza ni en un tronco, porque el brazo se
le hace junco
Ismael se sonrió > Luis Mana se sintió más tran-
quilo Cuaró había resumido en una frase toda una
observación sico fisiológica sobre la personalidad de
don Anacleto, y a partir del aserto, las probabilida-
des de haber salvado la vida estaban a su favor A
buen seguro que él se habría dado maña para 1 librar
la piel con la menor lesión posible*
La orden de seguir la marcha interrumpió la con-
versación
A poco andar, súpose que no había enemigos en la
villa Cruzóse el Santa Lucía por el paso del Soldado
Siguió la fuerza avanzando a gran trote En sus
desviaciones frecuentes corto un trecho largo de campo
y pasó con el agua al pecho el arroyo Canelón Grande
A altas horas percibiéronse delante grandes sombras
de arbolados v casas Era la villa de Guadalupe con
sus chacras, quintas y edificios de "quinchado" o teja
en medio de tinieblas, que contribuían a aumentar en
las calles las paredes sin blanqueo, el solado de tieira
y la falta de reverberos
La fuerza revolucionaria formando una sola colum
na atravesó la villa como por en medio de una doble
fila de sepulcros, tal era el aspecto de las viviendas,
la soledad y el silencio que dominaban por doquiera
El segundo cuerpo de pauhstas se había retirado
hacía muchas horas abandonando algunos despojos, y
siguiendo el camino de otra columna que había con-
tramarchado del interior a marchas forzadas para gua-
recerse en Montevideo
Según se supo, el coronel Pintos había tenido no-
ticia de todo lo ocurrido el día anterior por conducto
[1191
U
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
fidedigno Las nuevas se les trasmitieron por "chas-
que" expreso que llegó aplastando caballos, y que le
sorprendió en la ignorancia rnás completa Al prin-
cipio todo fue vacilación y zozobra apremio y desor-
den Después resolvióse el repliegue sin demora, a
paso precipitado sin esperar instrucciones de la ca-
pital Emprendida la retirada bruscamente se arrastró
lo que sej pudo, llevóse por delante las guardias des-
tacadas envolviéndolas en el tumulto, cortáronse los
tiros a los vehículos de andar torpe dejándolos en el
medio o a los costados de la carretera a modo de es-
tafermos que señalaban en la densa oscuridad el rum-
bo de la fuga; v como hicieran sin duda demasiado
peso algunas armas blancas y de fuego, fueron con
ellas sembrando el terreno hasta muy cerca del anti-
guo Real de San Felipe, según los partes de la gran
guardia que iba barriendo el camino como la primera
ráfaga del viento de tempestad que debía rugir contra
los muros ciclópeos
Se agregaba que bajo la impresión recibida, la tropa
se había hecho un hacinamiento, al punto de ordenar-
se muy tarde en escalones La voz de los jefes y ofi-
ciales tuvo que ser acompañada de la amenaza y de
la espada para dar alguna corrección a las filas y
mantener el paso uniforme en campo abierto El co-
ronel Pintos en un arrebato, había hablado de fusilar
Entonces la insubordinación y más que eso el pánico
que iba tomando creces, fue dominado en parte a
pesar de la hora, el aislamiento y el peligro cercano
El regimiento se alejó a tropezones, ocultando en las
tinieblas el rubor de su desmoralización
Venían las primeras luces del alba, cuando la divi-
sión revolucionaria acampaba a orillas del Canelón
[120]
GRITO DE GLORIA
Se habían adoptado resoluciones importantes Los
dos jefes principales con la masa de prisioneros de-
bían contramarchar al interior y para distintos pun-
tos otros subalternos que gozaban de prestigio en sus
respectivos distritos La villa de San Pedro fue de
signada como punto céntrico de reuniones parciales
que debía presidir el brigadier Rivera, y las nacientes
del Santa Lucia como sitios a propósito para el cuar-
tel general de Lavalleja De este modo la fuerza a la
ofensiva quedaba reducida a cien hombres, escogién
dose al efecto cincuenta voluntarios al mando de Oribe
y otros tantos de los ex dragones de la provincia Eran
sus armas la carabina, la lanza y el sable distribuidas
convenientemente
Acordóse que una \ez frente a las murallas, Calde-
rón dirigiría en jefe quedando el comandante Oribe
de segundo
Se extraño esta resolución No se quería en las fi-
las al ex jefe de dragones PeTO se dijo que había
sido adoptada a sugestión del mismo Oribe, y este
detalle, acentuando la personalidad del que hasta ese
momento venia posponiendo las satisfacciones vanido-
sas y los egoísmos irritantes al bien de su causa y del
país, selló todos los labios Debía aquello ser hábil y
acertado desde que el así lo quena Nadie quiso en-
tonces investigar el móvil determinante del hecho, dán-
dose así adaptación práctica a la regla de obediencia
que debía en adelante ser la base de subordinación y
de respeto a las órdenes superiores
Al expirar el día esos cien hombres eran los únicos
que formaban campamento a los ribazos del Canelón
Con las primeras sombras, se mandó ensillar
— ¿Vamos adonde la madriguera 9 — preguntó
Cuaró
[121]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Así es — respondióle Luis María, que impartía
la orden de fogón en fogón — Cuando asome la au-
rora veremos a Montevideo f
Al pronunciar estas palabras parecía nervioso y fe-
bril Embarazábale una emoción violenta de alegría
mal reprimida, el desborde de un goce mucho tiempo
ansiado, acaso el goce mayor a que pudo aspirar en
sus largos días de aventura y de peligro j Montevi-
deo r j Allí estaba todo lo que con el ideal de la
patria gloriosa y libre amaba más en la vida r
Al \erlo excitado, Ismael ceñudo y triste, que había
empezado a quererlo con el afecto que crea la comu-
nidad de sacrificio dijole
— Esta contento porque va a su pago donde está
la novia
Beron se encendió como una mujer, y cogiéndole
entre las suvas la mano se la estrechó con vehemencia
El capitán Velar de acercólo torvo la cabeza, que
oprimió con la de el en una caricia de amigo adusto
V silvestre, como de quien nunca había conocido otro
halago que el del sol del desierto
Luis María se conmovió La caricia de aquel valiente
parecióle como el resuello de una herida dolorosa que
nadie había restañado, mal curada en la soledad de
los bosques como la de un toro bravio
Después cuando se emprendía la marcha a la sor-
dina, caída la noche, los dos iban juntos y callados
mirándose a veces con extrañeza cual si recién hubie-
ren hallado el secreto de una recíproca simpatía
La marcha fue dura Como no se llevaban prisione-
ros ni convoy, y el número de hombres era muy limi-
tado, se caminó a trote largo sin otras treguas que las
necesarias para dar un descanso a las cabalgaduras
o paia recoger los restos abandonados por el enemigo
[122]
GRITO DE GLORIA
en su retirada Algunos de estos despojos por su ca-
lidad, demostraban que aquél iba pávidamente impre-
sionado Encontráronse carros de provisiones de gue-
rra y de boca, espadas, clarines, uniformes de oficiales,
pistoleras, monturas, y en ciertos sitios a las orillas
de la carretera, desertores y rezagados con todo su
arreo encima Los vecinos del transito decían que los
pauhstas a su paso como fantasmas de media noche,
iban alarmando uno por uno los apostaderos del tra-
yecto, a punto de no dar tiempo a cargar con lo más
indispensable a las guardias, sintiéndose en el silen-
cio profundo de las altas horas gritos y galopes des-
enfrenados en todas direcciones, rodar de carros y
estridor de armas, todo lo que dejó de oírse a los po-
cos minutos como un ciclón que pasa de súbito y se
pierde a lo lejos
Entonces Oribe dijo a sus oficiales y soldados
— Mañana enarbolaremos la bandera en el Cernto,
sitio de tantas glorias, y cambiaremos balas con los
opresores de nuestra tierra
La pequeña legión acogió estas frases llena de ar-
dimiento, movióse al unisono venciendo al sueño, ene-
migo el mas terrible del soldado, atravesó campos,
arroyos, cañadas, valles y asperezas, dio lugar en sus
filas a nuevos contingentes de hombres resueltos, y se
puso en los lindes del distrito antes que despuntase
la alborada
Al pasar por Las Piedras, Ismael extendió el brazo
hacia la zona del Nordeste, y dijo a Luis María
— Ahí vencimos a los godos con el viejo Artigas .
Enlazamos los cañones, les quitamos todo 1
Nenguno escapó, ni el mesmo Almagro
— ¿Quién era Almagro? — preguntó Berón
[123]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Ismael guardó silencio un rato Después dijo
— jOtra vez he de contar 1
Comprendió el joven que en esta frase iba envuelto
el desenlace de una historia dramática que resumía
quizas toda la vida de aquel hombre
Por eso a pesar de su interés, no quiso insistir Esas
cosas no debían ser escudriñadas
Con todo, ¿cuan grato le había sido oír las palabras
de su compañero al felicitarle a su modo por la vuelta
"al pago", y al hablarle de una novia que él debía
tener allí que le esperaba ansiosa tras una larga au-
sencia 1
Sin intención de sondear en lo intimo, Ismael había
acertado rozándole con suavidad un sentimiento oculto,
que no se amenguó nunca en la existencia aventurera,
sino que tomó creces como una necesidad imperiosa
de su espíritu
En realidad él tenía una novia, cuya imagen venía
reproduciendo de mucho tiempo atrás en su cerebro,
imagen más hermosa cada vez, a medida que el deseo
enardecía su mente y se agolpaban a su memoria los
gratos episodios del pasado
Rubia, de ojos garzos, piel de ro9a, esbelta, más
expresiva en el dulce ceño que en la frase, retraída,
resignada, erguíase su interesante figura a cada paso,
como llamándole cerca con un ademán de suave
ruego
La conoció en la hacienda de Robledo en momentos
para él amargos, cuando huía de los dominadores de
monte en monte Pudo hablarla en horas de pasajero
reposo Después cultivó su amistad cuando herido en
una refriega oscura, ella y su hermana Dora lo aten-
dieron en la casa de su buen padre don Luciano, dueño
del campo , Esta amistad fue lejos, pasó a ardiente
[124]
GRITO DE GLORIA
simpatía Aún no estaba restablecido el día en que se
aparecieron en el campo los brasileños, que se llevaron
a Robledo y a su hija Natalia, aquella Nata que había
puesto vendas a sus heridas, velado su sueño, oído
sus delirios, atenuado sus dolores y héchole pensar en
los deliquios de la ventura
Se acordaba él bien Con su padre preso, acaso por
su culpa fue la hija También la negra Guadalupe El
teniente Souza había usado de una conducta correcta
con todos, a pesar de los antecedentes que de él lo ha-
bían separado en la paz y en la guerra Cumplió sus
deberes de soldado con modales corteses, atento, sin
rigor, y esto le hacía halagar la esperanza de que el
viaje de la estancia a Montevideo se hubiese hecho sin
tropiezos ni sobresaltos
Desde aquel día nada había sabido
Ahora que marchaban en ese rumbo, el de las man-
chas del sur, que tanto conocía, avivábanse sus memo-
rias v latía con fuerza el corazón Iba hacia donde
estaban su hogar, sus padres > su amada, a los luga-
res de su niñez y ju\entud primera con sus caseríos de
teja roja, sus calles de laberintos, sus plazuelas som-
brías, su puerto sembrado de >clas y de mástiles y su
cmturón de granito Heno de almenas y cañones Y pen-
sando que era mucho su gozo por solo volver del inte-
rior de la tierra después de tantas contrariedades, ima-
ginábase que sería acaso mavor el de otros que habían
luchado más que el y que llegaban de otro país, sin
recordar en esta hora de sacrificio las comodidades
que dejaban en la opuesta orilla
Asi cavilando entre las excitaciones nerviosas de la
marcha nocturna, alzábase ante su vista a pocos pasos
el bulto de su jefe que trotaba firme silencioso, en
vuelto en las tinieblas como insensible a la fatiga y al
[125]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
sueño Este era uno de los que había traspuesto el
rio y despedido las naves al volver a pisar el suelo
nativo
Venían de lejos en busca de la tierra, del agua y del
fuego sin cálculos ni miedos, ellos que fueron siempre
los v alientes en la derrota y en la victoria, porque
siempre pelearon uno contra veinte sin pedir tregua ni
perdón Dignos de mandar y de ser obedecidos ¿qué
eran los sacrificios de los jóvenes a la sombra de su
heroísmo, consagrado por la tradición oral y el amor
de la raza oprimida ?
Apenas un eco débil en el grande esfuerzo anó-
nimo
Y al observar a su jefe erguido avanzando en línea
recta, como si fuese acaudillando innumerable hueste,
rumbo a la plaza formidable que encerraba millares
de hombres y un centenar de cañones dentro de sus
muros, con la intención de retarla a duelo, su cabeza
ya debilitada por el insomnio empezó por creer que
detras venia en realidad toda una legión invencible en
vez de un grupo de cien jinetes bamboleantes en los
estribos
El trote pesado de las cabalgaduras somnohentas
parecióle extraño galope de hipogrifos, el ruido sordo
de los cascos en el suelo el rodar de artillería de sitio ,
una que otra voz ronca en las filas algún son de trom
peta precursora de ataque, y cuando vino el alba sin
nubes a descubrir los horizontes lejanos, y vio a un
flanco enhiesto en la ribera al cerro a modo de gi-
gante taciturno con manto de hiedra y corona de gra-
nito, v allá en anfiteatro reclinada en las arenas la
plaza fuerte con sus altas murallas negras, llegó a
apercibirse que estaban en la cima de un montículo
cubierto de cardizales y "taperas** Un escalofrío re-
[126]
1
GRITO DE GLORIA.
corrió todo su cuerpo, y se le escapó un grito inde-
finible
Como se restregase con ambas manos el rostro,
Cuaro dijo
— Espanta el sueño ♦ Mandan formar
El corto escuadrón despkgose al galope por reta-
guardia de la cabeza en batalla, contestando al unisono
a una arenga bre\e de su jefe, en tanto el porta elevaba
la bandera en la cumbre del pequeño calvario, sitio
de históricas leyendas
[127]
XIII
DENTRO DE MURALLAS
El general Lecor, gobernador Je la Cisplatina, que
creía saber bastante de ciencia militar, y que en punto
a planes de tacticógrafo no reconocía por entonces an-
tagonista entre los capitanes más expertos del ejército
a que servía, no dio importancia a la invasión de un
pequeño grupo Supuso que por mas que este grupo
se aumentase pasando sucesivamente de "montonera"
a escuadrón, a regimiento, a división en el caso de
que no fuese batido v disuelto desde el primer instante
por las tropas regulares que se hallaban destacados
en puntos estratégicos, la guerra sería de caballería
contra caballería, no debiéndose dudar del éxito favo
rabie dada la cantidad v calidad de las fuerzas impe-
riales
Aquellos centros estratégicos o ganglios del sistema
militar ofensivo y defensivo de la época, aparte de
Montevideo, plaza fuerte de primer orden y cuartel
general de ejerciLo, eran la ciudad de la Colonia pro-
vista de murallas y baterías > de una guarnición rela-
tiva de las tres armas, centinela vigilante de los ríos,
con embarcaciones de guerra en la rada, el pueblo
de Mercedes también guarnecido, con lanchas airaada»
en el puerto que exploraban sin cesar el curso del Ur Li-
gua v en su confluencia con el Negro, la villa de San
Pedro del Durazno situada en el centro del país, sobre
el Yí, donde tenía su asiento el comandante general
de campaña, y los pueblos de San José y Canelones
L 128]
GRITO DE CLOBIA
escalonados en el trayecto a Montevideo, con sus cuer-
pos de paulistas en disponibilidad para acudir a cual-
quier zona amenazada»
Al norte, la misma antigua linea divisoria era una
defensa por sí sola incontrastable, dado que allende
ella estaban los refuerzos que en sene continua debe-
nan desfilar en caso necesario basta cubrir la pro-
\incia de hombres, armas y caballos*
En tales condiciones de defensa, el barón de la La-
guna que escudaba bien el derecho de la conquista
dentro de fortalezas inexpugnables, descansaba con-
fiado en la habilidad especial del brigadier Rivera
p/ira deshacer en un solo encuentro a los "gauchos"
sin verse él en la necesidad de apelar a movimientos
estratégicos que desdeñaba usar en absoluto con ene-
migos de esa estofa Para precipitarlos al Uruguay y
sepultarlos en su cauce con lanzas, sables y potros, bas-
taría una carga en dispersión del "bngadeiro 53 con los
dragones de la provincia Lavaüeja era un "patria'*
que entendía más de picar bueyes que de organizar
milicia, Oribe no pasaba de un conspirador oscuro,
los demás invasores venían al amor del botín y del
saqueo Para gente de esta madera el comandante de
campaña se sobraba ¡La cuña no podía ser mejor 1 Y
esta ocurrencia, hacía feliz al vencedor de India
Muerta.
Sobre la conducta del brigadier no debía abrigar
sospecha alguna, pues el le había reiterado con las
protestas de su lealtad inconmovible, su patriotismo de
brasileño.
Pero, cuando supo que Rivera había caído en poder
de Lavaüeja, y más tarde, que se había plegado al mo-
vimiento declarándose abiertamente rebelde, dio en-
[ 1*9]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tonces al suceso unas proporciones que no había pre-
visto y consideró perdida su acción en la campaña
La prisión de Borba acabó por hacerle creer que
un refuerzo de algunos millares de hombres se impo-
nía para volver a la obediencia la asendereada Cis-
platma
Acudió al emperador.
Capaz de un plan militar aceptable y hasta decisrvo
en sus consecuencias matemáticas, habituado como lo
estaba a combinarlos sobre planos exactos de un terri-
torio reducido, lo mismo que sobre un damero movía
hábil las piezas de ajedrez, llegó sin embargo a pen-
sar que no le sería fácil la solución del problema, hasta
tanto al menos no llegasen por el puerto dos mil in-
fantes y por la frontera tres mil jinetes
Las cosas se habían puesto muy turbias Oí patrias
revoltosos aparecían ya maniobrando en campo raso
y consiguiendo rápidas victorias, todo, sin mancharse
con la sangre de los vencidos, ni asaltar las propieda-
des Luego estos "gauchos" tenían también su política,
sus procederes correctos, sus cálculos de proyección
al futuro como si hubiesen cursado estudios teórico-
prácticos en el destierro
En esta forma y por estos medios, la acción de los
"insurgentes" se hacía temible
Era probable la influencia del gobierno argentino
en esos sucesos, cuja marcha > desarrollo indicaban
un derrotero fijo ¿Cómo creer que los nativos solos
se atreviesen a todo el poder del imperio? Esto no era
posible en concepto de Lecor y de sus hombres
Lo que ocurría era un principio de nueva tentativa
de absorción y predominio por parte de Buenos Aires
cuestión de fondo o banda oriental o provincia cia-
[130]
GRITO DE GLORIA
platina, según la bandera que flamease triunfante en
la ciudadela del antiguo real
¿Pretenderían acaso los nativos erigir su tierra en
nación independiente 9 ¿Eso era ilusorio 1
No faltaban sin embargo, quienes sostenían que esa
era la tendencia inflexible, aun cuando existiera una
desproporción notoria entre la aspiración y los medios
Los españoles viejos, que después de la jornada de
Ayacucho habían perdido la fe en la restauración del
régimen secular, afirmaban que la tierra uruguaya
tenía en el mapa geográfico los fundamentos de su
personalidad autonómica, aparte de las razones histó-
ricas que siempre la mantuvieron alejada de Buenos
Aires Los espíritus parecían apasionarse a este res-
pecto
Distinguíase entre esos españoles — núcleo de la
verdadera clase conservadora del país — el antiguo
vecino don Carlos Berón, persona de fortuna
Había sido este sujeto grande amigo de Elio y Vigo-
det y resuelto partidario, como es de suponerse, de
la causa real Odió en la misma medida a los argen-
tinos, a Artigas, a los portugueses y a los brasileños,
así como había odiado a los ingleses contra quienes
combatió en los días de la defensa encabezada por
Huidobro, pero este aborrecimiento sin reservas ha-
bía sufrido en los últimos meses transcurridos una
modificación tan sustancial como violenta respecto a
los nativos
Sus mismos íntimos lo extrañaban, aunque se sen-
tían inclinados en definitiva a seguirle en su cambio
de ideas
El señor Berón daba sus razones, muy convencido
de ser lógico con el mismo radicalismo hispano-colo-
nial de principios del siglo
[131]
t
EDUARDO ACOTKDO DIAZ
Mientras España fue posible — decía en su diléctica
ecpecial, — sostuve aquí sus fueros Desde que no logró
el intento, he sostenido y sostendré que esta tierra co
rresponde de exclusivo derecho a sus descendientes le-
gítimos — vale decir a los que en ella han nacido
De éstog es la patria, que tiene por limites al Piratiní,
el Uruguay, el Plata y el Atlántico a los cuatro vientos,
para conservarla han peleado contra los ingleses, los
españolea, los argentinos, los portugueses y los: brasi-
leños durante todo un cuarto de siglo { Y siguen pe-
leando 1 No hay derecho contra derecho La indepen-
dencia es del que la basca sin descanso, la abona con
su sangre y la conquista con su valor ¿Por que dispu
térsela? jEa' no porque sean pocos los que luchan
la justicia ha de abandonarlos j Mejor 1 j Quedaran
sin brazos o sin piernas, pero con el alma entera y
bravia, por Santiago' ¿Por ventura no es sangre es-
pañola la que corre por sus venas, y sus hechos no
son dignos de la raza 9 Ya quisieran estos "San Sebas-
tianes" valer cada uno lo que aquel dragonazo de Ar-
tigas que en nueve años no se bajó del caballo y tuvo
a mal traer generales y ejércitos como si fuesen de
poca monta, > Es verdad que lo vencieron, pero
¿quién no triunfa echando legiones sobre un puñado 9
¿Vaya un mérito ' Aquel centauro que se andaba el te-
rritorio a escape haciéndose sentir aquí, alia y en todas
partes, de día y de noche, como si no comiese ni dur-
miera, siempre tieso en los lomos, a través de inviernos
y veranos, lo mismo bajo la helada que bajo el sol
rajan te* nunca al abrigo, perseverante, duro, mas so
berbio en la derrota que en el triunfo, no se ha muerto
por eso, se ha perpetuado en otros, dejando una cría
que ha de costar extinguirla al mismo demonio Es
la cría de los indomables que tienen el brazo de ñan*
[132]
GRITO DE GLORIA
dubay y las nalgas de hierro t Qué vayan éstos con
sus reyunos y sabrán otra vez lo que es amasijo'
i No 1 ya se ha derramado mucha, demasiada sangre
para bautismo, y estos pobres criollos merecen que los
aplaudan, que los estimulen, ser dueños de sua fértiles
reglones, arbitros de su suerte, va que su suerte los
condena a una batalla continua en la que todos cejan
al fin, menos ellos, lo mismo que si se reprodujeran
en los osarios que han ido amontonando las guerras
implacables
El asombro que estos o análogos desahogos causaba
en el ánimo de sus familiares y contertulianos por la
sinceridad y la vehemencia con que eran vertidos, te
nían su atenuación en el hecho de encontrarse su hijo
único Luis Mana en las filas "insurgentes"
Por lo menos, todos se daban esa explicación del
cambio operado en sus sentimientos e ideas
Su esposa particularmente, se sentía muy compla-
cida de oírle expresarse en tales términos, aun cuando
antes del alejamiento de su hijo ella nunca se había
preocupado de asuntos de esta naturaleza Ahora pen-
saba y sentía como él, seguíale atentamente en sus di-
sertaciones sobre las cosas del día quedándose pendien-
te de sus labios callada y ansiosa, como si fuesen las
más gratas a su corazón
Por otra parte, tenía una compañera joven, hermosa,
que dividía con ella sus impresiones ayudándola a su-
frir laa zozobras de la ausencia, cuyo vacío no le era
dado llenar sino con su pensamiento constantemente
entristecido No la vinculaba a esa joven lazo alguno
de sangre, pero era ella hija de un amigo de su esposo,
que estaba preso, y la que había atendido a su Luis,
herido en una refriega alia en los campos desiertos el
[133]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
día que fue llevado casi moribundo a la estancia de
su padre.
Este doble titulo a su aprecio fue razón de simpatía,
que aumentó cada hora, al punto de no querer des-
prenderse de Natalia Esta debía estar siempre a su
lado hasta que su padre recobrase la libertad ¿Como
dejarla sola 9 La pobre joven había perdido a su her-
mana en la última estadía de campo, a causa de lo que
ella llamaba la "gota coral", su reciente duelo recia
maba cariños y debía sentirse bien allí, en el hogar de
Luis María, que éste había abandonado "siguiendo un
ensueño" — según la frase melancólica de la madre
La casa en que vivían era muy hermosa, en la calle
de San Fernando Muchas habitaciones con paredes
macizas, patios grandes, jardín, huerta, y en el fondo
un estanque Tenía \ islas a la plaza principal y a una
iglesia de ladrillo desnudo, que era la Matriz
Desde un pequeño mirador del fondo se divisaba
la ciudadela con sus dos cúpulas chatas, la muralla
del norte, la puerta de San Pedro y más alia el campo,
las colinas ondulantes y el montículo de la Victoria
A la izquierda, por encima de las techumbres roji-
zas y de las casernas de piedra con sus medias naranjas
cubiertas de verdín, las aguas en anfiteatro modelando
la penín&ula, nuevas lomas airosas y el cerro con sus
faldas sembradas de viviendas dispersas como oscuros
abejones en verde dosel
Los buques de la armada asomaban sus cofas por
arriba de la isleta de la bahía, a modo de lianas con-
fundidas entre árboles sin hojas
Don Carlos Berón tenía por costumbre en las tardes
ir al mirador, en donde permanecía un rato obser-
vando con un anteojo las naves que entraban o salían
A veces, el campo era su panorama predilecto» Espa-
[134]
GRITO DE GLORIA
ciaba la visual en la vasta zona que se descubría de
lante largos momentos, atento a las menores noveda
des del horizonte Cuando descendía, daba sus noticias
con aire sesudo Una fragata venia a toda vela del Ja-
neiro, o un bergantín verileaba por la punta del este,
rumbo a Maldonado, si ya no era que el vigía de se-
ñales indicaba buque a la vista, o unas nubes de occi-
dente impelidas con fuerza, presagiaban la llegada del
"pampero"
A ocasiones, reinando la borrasca, con un gorro de
piel de mono y envuelto en una capa subía a su ob-
servatorio, a fin de persuadirse si el viento y las olas
habían hecho garrear los barcos de pescadores o las
lanchas de guerra Cuando era muy recia la "suestada 1 *
veía en la playa del norte como una resaca de gángui-
les, botes y balandras, unas de borda en las arenas,
otras de quilla para arriba En las costas del levante
solía distinguir contra las piedras pequeñas embarca-
ciones hundidas que solo enseñaban la mitad de los
mástiles Hacia el sur, naves dispersas empeñadas en
ganar de bolina el puerto, o una goleta juguete de las
olas con el timón roto, o una barca sin velamen ni
masteleros que se ocultaba o resurgía entre crestas es
pumosas, para sepultarse al fin en el abismo
Entonces cuando bajaba, traía nuevas de sensación
a su esposa y huésped reunidas con otras personas en
el comedor, al amor de la lumbre
Condolíanse todos de los sufrimientos ajenos en lar
gos y animados comentarios pero al fin caían en los
propios, sin apercibirse de ello, como corolarios for-
zados de todas las conversaciones o íntimas confi
dencias
Aquellas idas de don Carlos al mirador eran fre-
cuentes, aun en días crudos, siendo así que antes sólo
[135]
12
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
lo hacia por pasatiempo, como un ejercicio higiénico,
evitando en lo posible el contacto del aire frío Su es
posa había llegado a notarlo, y acaso adivinando la
causa, sin trasmitirse impresiones, le miraba fijamente
al rostro cada vez que volvía como *i quisiera leer en
el alguna nueva extraordinaria
El viejo soldado de Ruiz Huidobro nada decía que
no fuese relato de algún accidente del puerto o apre-
ciación del estado de la atmosfera Aparte de eso su
gran casa de comercio absorbíale casi todo el día No
se llevaban sin embargo los libros a su gusto, ) esto
a pesar de dirigir él mismo la contabilidad con aquel
esmero y pulcritud que tanto distinguían a los hom
bres probos de la época Algo creía el \iejo Berón que
faltaba allí, que el no se explicaba claro, por lo cual
siempre se exhibía a sus dependientes de mal ceño,
rígido, al punto de ser temida su presencia detras de
mostradores
Y como viese que nunca dejaba de tener una razón
de disgusto preguntóle una tarde a su esposa si ella
no notaba lo que a él le parecía gran deficiencia en su
despacho
— Sí, — había contestado la señora con un gesto de
tristeza infinita — Falta el tenedor de libros
Don Carlos había tosido sin replicar e idose al mi
rador a paso firme, muy metido en su capa
Esa tarde bajo casi de noche, diciendo que en el
puerto y en todo el largo de la rambla del sur anda-
ban vanos barcos voltijeando sin tino y desgarrada la
vela, buscando algún peñasco en donde abrirse o algún
aterrado en donde enclavarse Se habían izado señales
5 disparadose cañonazos de socoiro, pero la mai esca-
ba muv gruesa, del sur venían como montañas de aguas
\erdinegras y espumas y el cielo oscuro prometía lluvia
[136]
GRITO DE GLORIA
torrencial Las goletas y patachos sacudidos en sus an-
claderos lo mismo que grandes corchos, habíanse afir
mado con cabos y maromas a los postes cercanos a los
muelles, bien arreado el velamen ¿Qué sumaca había
de atreverse a verilear por la restinga de punta Bra\a
para prestar auxilio sin caer en los bajíos pedregosos 9
La tormenta iba tomando el giro del huracán
Como una confirmación de estos datos, llegaba un
sordo estruendo de atrás de las murallas del sur mezcla
de los bramidos del viento con los furores del oleaje
— I Pobres los pescadores ) marineros T — dijo la
señora — Pero ¿de la parte del campo nada vistes 9
— I Nada ! — ¡prorrumpía con violencia don Car-
los — Está desolado > monótono, con sus eternas lo-
madas sin alma \rviente en parte alguna como si todo
lo hubiese arrasado una peste maldita'
En estos sus enojos de todos los días con un fan-
tasma, pues a nadie nombraba, concluía siempre por
irse a su habitación
Su esposa y Nata quedábanse meditabundas, con
una gran sombra de pesar en las frentes
De este estado solía sacarlas la avispada Guadalupe
entrando de improviso y trayendo alguna noticia oída
entre los grupos de la calle o del café de la esquina in-
mediata, cuando no la había recogido de labios de los
esclavos de confianza o de los negros pasteleros que
pululaban en las aceras de la plaza con sus canastas
de empanadas rellenas
No siempre sus informes eran verídicos o halaga
dores, pero por lo menos reavivaban las impresiones
y deseos, engendrando nuevas dudas o esperanzas sobre
la suerte de los "insurgentes"
Las medidas que se habían dictado contra los jefes
del movimiento eran tan inflexibles que hacían pensar
[137]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
cosas lúgubres acerca del fin que pudiera caberles a
los que con ellos servían Se habían ofrecido premios
de sumas cuantiosas por ciertas cabezas, y era de te-
merse que este aliciente empujara a la perfidia y a la
traición pues que todos los medios se consideraban
lícitos para restablecer el orden
Las nuevas de Guadalupe se referían día a día a
estas resoluciones, y a las seguridades que se daban de
ser presentados pronto al gobernador los cráneos de
los caudillos audaces
Otras veces eran rumores vagos pero alarmantes so-
bre hechos ocurridos en el interior de la ciud adela y
otros cuarteles Se hablaba de extrañas maquinaciones,
de síntomas inquietantes en la infantería pernambu-
cana, y hasta llegó a difundirse con misterio la especie
de haberse aplicado crueles castigos en las casernas a
varios soldados
Los principales hombres natrvos, avecindados en el
recinto de la plaza, habían sido apresados y conducidos
entre guardias a bordo de una corbeta de guerra, la
misma en que se encontraban don Luciano Robledo y
otros patriotas purgando imaginarios delitos
La mano militar se hacía sentir a plomo Ultima
mente no se toleraban reuniones, y al toque de queda
todos debían recogerse en sus moradas bajo la ame-
naza de una represión segura
El mismo afán de inquirir datos, para mistificarlos
en beneficio de la situación, como recurso de adhesión
pasrva, iba desapareciendo Se conversaba con miedo,
a medias palabras, sin afirmar nada concreto, de ahí
que no \iniese de la calle otro ruido que el de los ins-
trumentos militares y el del paso precipitado de las
tropas que relevaban los puestos
[138]
GRITO DE GLORIA
No era solamente Guadalupe quien sorprendía a
sus amas en medio de las preocupaciones de cada día
Otra persona, a quien ellas y el mismo señor Berón
recibían con deferencia por razones bien explicables,
venía de vez en cuando a ofrecerles sus respetos de un
modo tan cortés v afectuoso, que venciendo naturales
escrúpulos veíanse en el caso de retribuirlos con aga-
sajo aun en medio de las tribulaciones de ánimo
Era esa persona el teniente Pedro de Souza de la
caballería imperial, gallardo mozo de modales cultos
que llevaba el uniforme con bastante bizarría y no
arrastraba por el suelo la contera del sable como otros
de su arma
Medido y circunspecto, sus frases nunca rozaban las
cosas del día sino por incidencia, en cuanto eran ellas
estrictamente precisas Asuntos familiares eran sus
temas, a veces delicados comentarios sobre la necesi-
dad de la paz, el don precioso para los países jóvenes
y ricos
Jugaba al ajedrez o al dominó con don Carlos, quien
rara vez perdía, por lo cual el visitante tenía para él
sus méritos incuestionables En ciertas noches se hacía
tertulia a la malilla por breve rato Las visitas no eran
largas, mucho menos en el tiempo de que hablamos,
porque el serv icio exigía múltiples atenciones v se com-
binaban los medios de abrir campaña de un momento
a otro
Alguna vez la señora de Berón se permitía aventurar
alguna expresión en sentido de investigar la verdad de
lo que estaba pasando
El teniente notaba entonces cuán fijos en su rostro
se ponían los lindos ojos de Natalia, muy abiertos,
cual si a ellos se agolpase de súbito todo lo que con-
[ 139]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
centraba en el fondo del cerebro Emoción extraña le
causaban aquellas pupilas llenas de luz serena 1
Contestaba solicito diciendo que los informes no
eran nunca seguros, pero lo cierto parecía que la in-
surrección había alcanzado algunas ventajas Nada
más agregaba Era necesario resignarse
Natalia había sido siempre con él atenta, pero re-
servada, casi prevenida Algo de aspereza acompañaba
a sus palabras o de forzado a sus sonrisas
Aquella joven blanda y bella sentía mal sus nervios
en presencia del oficial extranjero Causas concurrían
para ello, aunque no fuesen de odio o antipatía pro-
funda Las vicisitudes de su familia y los pegares pro-
pios, inclinando su espíritu al aislamiento, la habían
hechu mdif érente a todo anhelo que no naciese de lo
qut ella había amado o quisiera aún, como suprema
aspiración de su vida solitaria
Era una juventud llena de primores, pero adusta
Algo de altivez > de dureza se descubría en su ceño
a pesar de la expresión suave de sus pupilas sombrea-
das por doradas pestañas Sus actitudes imponían a
Souza que ahogaba siempre en sus labios alguna frase
insinuante, si es que a medias no la emitía como fórmu-
la de un pesar oculto o de un sentimiento amable Sin
duda ella había comprendido que el teniente reprimía
deseos vehementes de expansión, ansias quizá de revé
larse por entero, y ponía delante su frialdad como va-
lla insuperable Con todo, cuan bien dispuesta se ha-
llaba en el fondo de estrechar mas aquella relación,
de hacerla más comunicativa y familiar, siquiera fuese
para \encer las reservas discretas de Souza respecto
a lo que ella tanto anhelaba conocer en sus menores
detalles '
[140]
XIV
LAS NUEVAS DE LUPA
Una mañana muy temprano, Guadalupe dirigióse
presurosa a la pescadería del norte en busca de pes-
cadillaa de re>, bocado predilecto de don Carlos que
ella era mu) hábil en preparar, y que a indicación de
Natalia tenia dispuesto a lo menos dos veces en la
semana Iba la negra con su canasto al brazo luciendo
un vestido nue\ o a listas moradas y un pañuelo de co
lores vivos cruzado por el pecho, echando miradas
por encima del hombro a los pernambucanos del trán-
sito, cuando al llegar a la calle de San Pedro viose
en el caso de detenerse, pues estaba obstruida por un
regimiento de caballería
Ella miró con atención Sabía distinguir los cuerpos
del ejército por sus números, aun por sus Uniformes,
y conocía a sus jefes por haberlos visto muchas veces
en revistas > paradas
— |Hem T — dijo en \oz alta con cierta ironía > no
poca desenvoltura — ¿De donde vendrán estos 7
¿El segundo de paulistas del coronel Pintos entreve-
rado con el que salió el domingo? Ha de calentar
la cosa en el campo
Y observaba con atrevida curiosidad, llevando sus
miradas de la cabeza a la cola de la columna, que
aún no había traspuesto la puerta de la muralla
Las cabalgaduras parecían transidas, cubiertas de
lodo, escuálidas, con las cabezas gachas y los vientres
lastimados por la espuela
[141]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Los jinetes todavía somnohentos, muy pálidos enco-
gidos en las monturas, con las carabinas a la espalda,
los abrigos a medio cuerpo, denunciaban con sus bos-
tezos que la marcha había sido de todo la noche Al
gunos traían sólo la mitad de sus prendas de vestido
o de "recado", como si los hubiesen dejado caer en el
camino u olvidado en los vrvacs Otros estaban sobre
los lomos limpios de jamelgos que los tenían como sie-
rras Estos se apoyaban en una pierna, con un tronco
colgante al lado opuesto, doloridos, malhumorados,
exhaustos de fuerzas No faltaban quienes murmurasen
pasándose las manos por las cabezas poh orientas Los
oficiales estaban silenciosos, inclinados sobre el pes-
cuezo de los caballos, que a su vez, al tascar los frenos
con las nances a una línea del lodo, parecían abru
mados por el cansancio, el hambre* la sed v el sueño
Un clarín se había apeado, y dormitaba recostado en
la montura El porta con el estandarte en su funda
puesto en la cuja, estaba cogido de el a dos manos
con los ojos cerrados y un pie fuera del estribo El
coronel Pintos recorría al paso ]as filas, deteniéndose
para cambiar palabras con los capitanes
— i No digo yo r Estos han llevado una azotaina —
murmuró Guadalupe alargando su labio pulposo y
mostrando los dientes
Y recogiendo el vestido, pasó zarandeándose por
entre dos mitades con un gesto desdeñoso
Los soldados rezongaron, dirigiéndole algunas pu
lias medio dormidos Fue como un murmullo de msec
tos gruñones, zumbándole en los oídos
Aunque ninguna de las frases llegó a entender claro,
la negra volvió de lado la cabeza con el hombro enco-
gido, torció la boca y dijo sin pararse
[142]
GRITO DE GLORIA
— ¿A mí monos 9 4 Ya se quisieran 1 Lindo les
fue en el baile 1
Y siguió, riéndose, con un contento que le retozaba
por todo el cuerpo entre visajes y contorsiones
La pescadería estaba allí cerca, de modo que en
pocos momentos hizo su compra, pero no de pesca-
dillas esta vez, pues no las había, sino de brotólas ex-
traídas en la noche por las redes de jorro en la costa
del Este
De todos modos ella había hecho otra pesca de im-
portancia que se sentía ansiosa de comunicar a su ama ,
por lo cual se solvió casi corriendo por el mismo ca
mino para no perder ni un minuto
El regimiento marchaba a lo largo de la calle de
San Fernando al trote, ) sus últimas mitades enfren-
taban con la de San Carlos, que iba en línea recta a
la ciudadela
Guadalupe llegó jadeante a la casa de Berón
Era la hora precisamente en que todos debían en-
contrarse ya de pie Natalia se levantaba con el sol
por habito invariable Concluido su atavío en el cual
ponía pulcro esmero, recorría el jardín y la huerta,
reuníase a la madre de Luis María, y se ocupaba con
ella de dirigir las cosas domésticas alternándose en la
labor, hasta que todo quedaba en orden
Después, como atraídas por el mismo pensamiento,
a veces sin comunicárselo, hallábanse juntas de nuevo
al pie de la escalera del mirador o en el mirador mis-
mo, con el anteojo en la mano para observar el campo,
que de allí se dominaba sin obstáculo alguno al frente
Guadalupe las encontró en camino del observatorio,
cuando el señor Berón dirigiéndose también allí, no-
tando la agitación de» la esclava, acercóse preguntando
[143]
EDUARDO A CE VEDO DIAZ
— ¿Qué ocurre, muchacha 9 ¿Qué has \i¡=to en la
calle 9 jAnda lista 1
— jQué ha de ser, señor 1 — dijo Guadalupe sofo-
cada Los paulistas han vuelto acabo de verlos, han
pasado por aquí todos corridos y cansados
— ¿Cuales 9 ¿Los de Borba o los de Pintos 9
—Los de Pintos, señor, los conozco bien Vienen
que da miedo, mugrientos, sin ánimo, con los caba
líos que se caen de aplastados El coronel parecía
un fantasma, con la cara de difunto, todo metido en
el capote hecho una espiga
— j Aguarda muchacha, aguarda' — repuso don
Carlos con el aire grave de quien calcula echándose
el gorro a la nuca y el índice en la frente Pintos es-
taba en Canelones y Borba en San José, pues que
Pintos ha trasnochado al galope, según tus datos, Bor
ba ha caído en poder de los invasores* > éste ha bus
cado la salvación en la fuga j Golpe de mano atre-
vido 1 No hay duda Una marcha forzada a la
buena de Dios hecha por esos guapos, una sorpresa
de tente tieso y no te muevas, y zas todo el regi-
miento en la trampa 1N0 puede ser de otro modo 1
Luego se han venido ganando largas al sueño derecho
a Guadalupe para caer sobre el segundo cuerpo, el
que, por una fatalidad del diablo que siempre se atra
viesa, sintió el avance, y matando caballos ha endere-
zado a la guarida atrás del cascarón a donde no al-
canza el plomo ^um 1 Esto marcha
Las mujeres oían sin desplegar los labios En sus
rostros sin embargo, transparentábase una emoción
de intensa alegría
— Los otros que salieron el domingo — se atrevió
a decir la negra, interrumpiendo al señor Berón, —
venían también revueltos .
[144]
si *** 4
GRITO DE GLORIA
— ¿Venían? ¿No te equivocas negrilla 9 — exclamó
el viejo chispeandole los ojos, en un arrebato de en-
tusiasmo concentrado
— i Digo que sí señor 1 A algunos de esos los
traen enancados, con las casacas rotas llenas de barro
Don Carlos levantó el puño con un \isaje que le
formo diez arrugas en el semblante, restregóse las
manos con indecible goce, y corrió a la escalera del
mirador repitiendo con acento ronco
— ¡Esto marcha mujer 1 ^sí, marcha por San
bago 1
Natalia cogió entre las suyas la mano de la señora,
y mirando a su negra, dijo toda estremecida
— iQué noticias buenas traes Lupa 1 ¿Si supie*
ras cuanto bien nos hacen 1 Mucho tarda don Car
los en decir si allá en el campo se divisa algo ¿No
quiere usted que subamos, señora?
—¿Para qué hija 9 Ya nos dará el noticias Tu Ba-
bes que cogiendo el anteojo no hay medio de quitár-
selo, es como un capitán de buque que se empeña
en descubrir la costa aunque esté a cien millas
Y la señora se sonreía con el rostro encendido por
la impresión, atrayendo a la joven en un dulce mo-
vimiento de simpatía.
— jAh, no ! — murmuraba Guadalupe, tan pronto
no han de llegar niña 4 Ni que tuvieran alas 1 Y si
llegan han de ser tantos que hemos de sentir el ruido
de lejos
— jYo no sé, pero creo que llegarán pronto 1
— A Si viera, niña, los pauhstas sucios que da mie-
do 1 Los otros no han de venir más limpios, pero
para esos tendremos ropa planchada y ponchos nue-
vos Los pobrecitos han de estar muy necesitados con
[145]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tanto andar a todos rumbos durmiendo al raso y pa-
sando miserias
—Calíate, Lupa ¿qué sabes tú 9
— Yo no sé, niña, pero adivino ¿Y qué importa 9
Ellos a donde quiera que lleguen han de encontrar
almas buenas que les hagan el gusto No son como
estos indrviduos que apestan de lejos y andan como
maletas en los reyunos
En esto oyóse la voz de don Carlos, que bajaba
tramo a tramo, diciendo
— Aun el lente no dibuja nada que se parezca a
hombre, allá en el Cerrillo. Por aquí cerca pulu-
lan soldados de la plaza en partidas que andan 'ven-
teando las afueras j Maldito campo taciturno f Ni un
pajaro vuela espantado*
El español apareció en la puerta con su cabeza rí-
gida y las manos debajo de la capa, castañeteando
los dedos con impaciencia
— |Nada T — continuó violento No hay mas que
quieren desesperarlo a uno en esta incertidumbre en
que se \ive Acaso esta negrilla ha confundido can
grejos con caracoles, porque yo no me explico como
detras de los ciervos no han aparecido los cazado-
res Siquiera el cuerno ha debido oírse a lo lejos
denunciando que se \iene sobre la pista de la re*
cansada
Al sentir la voz del amo, Guadalupe con un pretexto
se había vuelto a la calle
— No seas impaciente, — dijo la esposa, al fin han
de asomar
— ¿No crees lo mismo 9 — agregó abrazando a Na-
talia
f 146]
GRITO DE GLORIA
— I Sí, sí r — contesto ésta con ingenua alegna Lle-
garan y quedarán cerca de nosotros siquiera sabre-
mos que están ahí
Don Carlos movió la cabeza y se fue a su escrito-
rio No podía conformarse con tanta credulidad Lo
lógico era que las tropas brasileñas hubiesen llegado
con las lanzas de los "insurgentes"' en los Tiñones
"para el efecto moral"
Apenas él las dejó, las dos mujeres subieron al mi
rador Una en pos de la otra usaban del anteojo, gra-
duándolo de distintas maneras en el afán de distin-
guir alguna cosa sospechosa en los apartados hori-
zontes
La región del norte estaba desierta, con sus loma-
das y valles \estidos de esmeralda inundados de luz
Algunos animales se destacaban como puntos negros
en los declives o junto a los hilos de agua que doraba
el sol con vivos reflejos A trechos algunos ombúes
despojados de follaje en las copas, peí o anchos y ra
mosos en su medio, se elevaban a grande altura en
parejas solitarias, como mudos centinelas indígenas
enchivados al frente de las \iejas almenas
— t Cierto 1 — dijo Natalia Todo está solo
— Uno que se presentase ahí, bastaría a animarlo,
hija, pero no desespero en verlo llegar Yo lo conozco
bien, es capaz de venir 1
La joven bajó el anteojo, y miró a aquella madre
amante con tal aire de ardorosa confianza que tsta
no pudo menos de tenderle los brazos y estrecharla
contra su seno Después volvieron a mirarse las dos
con los ojos húmedos, como si alguna lágrima los hu-
biese bañado, pero sonrientes* conmovidas por la mis-
ma emoción, abrigando quizá idéntica fe a pesar de
la ignorancia en que vivían
[M7]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Bajemos — dijo la señora El goce queda para
la tarde
— |No r — murmuro Natalia con cierta entonación
grave — , para el sol de mañana Verá usted f
La madre de Luis se puso a reír, y ella la acompaño
como una aturdida, mientras bajaban
Ponían el pie en el patio, cuando Guadalupe se
acercó corriendo
Regresaba la negrilla mucho mas agitada que la
otra vez, temblando, llena de aspavientos
Sus amas se quedaron sorprendidas
— { Lupa * — exclamó la joven, >a me parece que
de todo haces una montaña ¿Que pasa 9
Guadalupe se cuadró como un soldado, puso sus
dos manos en el pecho, los ojos en blanco y alargó
el labio inferior
— No se figura, niña — contestó muy autera, no
adivinaría su mercé lo que acabo de ver, ahí en la
bocacalle de San Carlos con estos ojos que no son ni
pizca de tuertos (Oh, si asombra, niña' La gente
de a caballo que iba para el hueco de la Cruz, no
hace un ratito, se paró a dar paso a un carretón qae
cruzaba con enfermos En eso yo llegaba a la esquina ,
> estando a la curiosidad sm hacer mal a nadie, un
soldado del escuadrón flaco y viejo me guiñó el ojo,
y dijo como para que ninguno lo oyese "retinta, de-
cile al patrón que me han pialao en un entrevero"
El quiso seguir hablando, pero la gente marchó >
>a no pudo jMe quedé tiesa, niña r
— ¿Quién era 9
— ¿No adivinó su mercé 9 ¿El capataz ' jDon Cielo
en persona con su pelo de carnero y su nariz de mo-
jinete, muy señor en una muía reyuna y con lanza 1
[148]
GRITO DE GLORIA
— iQué estás diciendo Lupa 1 ¿Don Anacleto aquí?
— Tan verdad es como esta cruz, niña
Y la negra cruzó el pulgar sobre el índice besan-
dolo
— Pues que lo juras, así sera Lo habrán tomado
prisionero Es preciso que de algún modo le hables >
averigües todo Tendía el mucho que decir
Cuando trajeron a mi padre de la estancia dos días
después de la muerte de Dora, él se quedo alh con
nosotros haciendo compañía a su hijo de usted que
entraba en con\alescencia de sus herida* Souza no
les hizo ningún daño También quedaba Esteban que
tanto quiere a su amo y que era el que más lo asís
tía a toda hora con un cuidado que daba gusto
— |Oh, el pobre negru T — murmaro la madre ¡Es
muy fiel 1
I Después, quién sabe lo que habrá sucedido 1 Han
pasado muchos días y todas estas cosas que nos tie-
nen en zozobra sin sombra de concluir pronto
— El me escribió al poco tiempo — dijo la señora
¿No te acuerdas que te enseñé la caria, que tanto
consuelo nos trajo 9
— jOii, sí 1 - — repuso Nata, encendiéndosele la me
jilla al dulce recuerdo tal \ez de lo que el jo\en ha
bía puesto en la carta para ella, — jcóno he de ol-
vidar 1 Pero }o me refería a lo de mas adelante,
al tiempo que va IIe\amos sm noticias Mi padre me
las pedia a>er en la carta que recibí > que mandó
Souza Ahora podría decirle algo, poi lo que Gua
dalupe nos informa |Que gusto tendría el en comer
sar con don Anacleto !
— Yo tratare de \erlo niña Si su meice me da
permiso \oy hasta el hueco de la Cruz, adonde ha de
estar acampada la gente
[140]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— ¿Y si no consienten que te acerques, Lupa 9
— Dejeme su mercé a mí sola que yo he de bus-
carle la vuelta mas si están de guardia los pernam-
bucanos, que me dicen siempre trompuda porque no
les hago caso
No pudieron sus amas reprimir una sonrisa ante
la ocurrencia de la esclava, quien sin esperar órde-
nes, acostumbrada como estaba a insubordinarse cuan-
do asi convenía a la casa, emprendió veloz el camino
de la calle
Dejáronla ir en silencio, sin voluntad para dete-
nerla
[150]
XV
AL HABLA CON DON CLETO
El hueco de la Cruz hacia el mediodía, era un sitio
despejado a cuyos flancos culebreaban tortuosas ca-
llejuelas orilladas de edificios bajos, chatos, de teja y
ventanillos de verjas salientes, especie de plaza alum-
brada a candil por la noche, v de día centro escogido
de los vehículos de carga, por manera que desde la
carreta al carromato y del carretón al carretoncillo, y
desde el carricoche al ultimo carrocín la industria de
transportes vivía allí, y en el hueco hacían parada sus
conductores al habla el "picador" con el carrocero
sobre todos los asuntos del día, los militares en pri-
mera linea, como si fuesen temas de su exclusiva com-
petencia y ellos constituyeran algo como una demo-
cracia del agora Acudían también al hueco las negras
con sus pasteles y los pescadores con sus palancas,
cuando ya no quedaban sino rezagos de la factura o
de la pesca, para hacer su último despacho por me-
dias "patacas" o por "cuartillos"
Ese día sin embargo, no se veían ni carretillas ni
canomateros en aquel patio de los milagros o plazo-
leta de murciélagos Solo uno que otro vehículo de
comercio ambulante, con el pértigo en tierra y la cu-
lata levantada, eran objeto de asedio por parte de la
gente de la milicia allí apostada, la que a prisa se pro-
r veía de artículos de que había carecido algún tiempo
Guadalupe llegó a este sitio en pocos momentos
1 151]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Un centinela la hizo retroceder a pesar de sus pro-
testas, cuando muy sena y alcotana iba a entrarse en
el hueco
Con todo, no se afligió ella por esto
En la esquina cercana se hallaban varios oficiales
de caballería de linea, a caballo todos menos uno, que
la miro con cierta curiosidad mezclada de sorpresa
Guadalupe lo conoció al instante Era el teniente
Souza con la casaquilla abrochada hasta el collarín
y un capote echado sobre los hombros
Espero a que los otros se apartaran, lo que demoró
bastante rato
Asi que hallo propicio el momento, y antes que el
teniente se fuese al próximo cuerpo de guardia, frente
a cuva entrada tema del cabestro un soldado su mon-
tura, dirigióse a el rápida y atre\ida
El centinela que era un pernambucano de cabeza
aplanada, nariz de carpincho y labios como esponjas,
incomodóse al verla pasar sin mirarlo, y dando un
golpe en la caja del fusil que llevaba al tercio, dijo
brusco
— jNao se pode pasar, revoltosa 1
— Calíate hocicudo — respondió la negra, y siguió
con mucho aire su camino
Como la \iese llegar presurosa, el teniente Souza
se detuvo La conocía de tiempo atrás Ella acompa-
ñaba a don Luciano Robledo y a Natalia cuando él
conducía preso al primero, después de una refriega
habida en su campo entre una banda de "matreros"
y un destacamento portugués En cada posta o para
da, la negra le servia con solicitud a la par de sus
amos El cariño que parecía profesarle y el esmero
extremoso en atenderlos, redoblando en cada etapa su
actividad y celo, atrajéronle la simpatía del oficial,
que miró en ella un modelo de criada fiel y sumisa
[152]
GRITO DE GLORIA
Recordando estas impresiones del viaje obligado de
la familia Robledo, esperó que Guadalupe se aproxi-
mase, v asi que la tuvo cerca, le preguntó en buen
castellano
— jQué buscas tan apurada'
— Soy Guadalupe, para ser\ir a su mercé
— Ya se Dime qué deseas, v en qué puedo serte
útil
— j Sí, señor' Vea su mercé ahí en el hueco está
acampada una gente que creo que es de Minas, toda
bozalona v entruza, que ni sabe las calles Entre esa
gente esta el capataz de la estancia de mi amo que
ha de traerme noticias de una hermana mía que tengo
en Santa Lucia arriba, por las puntas, pero sucede
que no me dejan conversar con el, ni siquiera acer-
carme unos pasos
El oficial, que se estaba sonriendo, la interrumpió
interrogado
— ¿Ese capataz es aquel hombre viejo que yo conocí
en Tres Ombues 9
— El mismo en cuerpo y alma, señor un vejesto-
rio de nariz de loro, con una barba de chivo y ojos
que reverberan, pero tan manso que no es capaz de
hacer mal a ninguno, como que lleva escapulario y
es de\oto de la virgen purísima Si su mercé se
acerca lo ha de columbrar de aquí junto a alguna ca-
rreta por no perder la costumbre de echarse a la
sombrita con los bueves
— ¿Tanto interés tienes en hablarlo 9 dijo Souza,
sin dejar de reír
— Ya lo ve su mercé aunque mas no fuese aquí
al lado de ese centinela como un favor
— ¿Cómo se llama 9
— Anacieto Lascano
[153]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Quedóse el teniente un instante pensativo En se-
guida llamó con una seña a un sargento y diole ór-
denes en voz baja
El sargento dirigióse a la plaza, y no tardó en re-
gresar con un hombre avanzado en años, de mirada
avizora, pobladas cejas y barbas, y una nariz gan-
chuda
En cuanto lo divisó Souza, sonrióse de nuevo, pre-
guntando a Guadalupe
— ¿Ese es ?
— En carne y hueso, señor
— Bueno — agregó el oficial dirigiéndose al viejo,
puede usted hablar con esta mujer libremente pero
sin apartarse de aquí, porque las órdenes son rigu-
rosas
Esto diciendo hizo un gesto al sargento y se alejó
hacia el cuerpo de guardia sin esperar los agrade-
cimientos de Guadalupe
Don Anacleto bastante sorprendido, aunque firme
sobre sus talones, observaba todo callado
Cuando la negrilla lo estimuló a hablar, costóle a
él persuadirse, recordando sus anteriores diferencias
caseras que ella no pretendía mofarse de su precaria
situación presente
Y un tanto caviloso le dijo
— ¿Como te va yendo Lupa 9 Mucho hace que
no te vía después de tantos ennedos que se vienen
añudando lo mesmo que tira de torzal Siempre guapa
y pintona como breva' ¿Y la niña 9 Reventando
estov por verla a juerza de suspirarla en la ausencia y
en las penas grandes que he pasao desde que me ba-
learon el overo
— i Caliese 1 — lo interrumpió Guadalupe ponién-
dose un dedo sobre los labios con aire de suma gra-
[154]
GRITO DE GLORIA
vedad Necesitado ha de estar de ropa, por esos an-
drajos que trae colgando como lana de barriga
— i Lastimoso vengo, Lupita f — dijo el viejo Pero
la culpa tiene esta vida mehtar que lo vuelve a uno
cola en que todos los abrojos se agarran Te asi-
guro que caí por un evento en la embestida, v me
enancaron cuasi sin conoscencia Cuando acordé me
vidc entre trescientos babuinos que me hacían guiña-
das, todos montados en reyunos
— ¡A ver si cierra esa boca don Cleto r No parece
sino que es un tigre escapado de la jaula
— Tigre nací negra amorosa, y tigre he de morir
porque en la sangre está el pecao v en la edad la pe-
nitencia
Pero este no es mi pago, y mejor es no chiflar
— Por fin dijo una cosa de fundamento |Vea f
ropas ha de tener luego y plata también si precisa,
que los amos se lo han de mandar todo sin mezqui-
narle Ahora es el ca«o de que me de noticias del se-
ñor Luis María, porque es mucha la aflicción que hay
en la casa y no se sabe de él nada hace tiempo ¿Dón-
de lo dejó don Anacleto? ¿quedo bueno v
El viejo giró la cabeza con lentitud a todas partes,
miró al sargento que estaba parado a algunas varas
de distancia, dándoles la espalda, y al centinela que
se paseaba muy amoscado con los ojos siempre vuel-
tos a ellos, y en seguida contestó con aire seno
— Mi teniente esta sano v fuerte como un "yatay"
Lo dejé en el paso del Rey con toda la tropa del ge
neral Lavalleja que se viene zumbando aquí derechito,
como si juese una bala de cañón
— ¿Esta seguro que el señor Luis María quedaba
bien, don Cleto? — volvió a preguntar la negra im-
paciente*
[135]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Tan gueno, que a causa de una orden que me
dio de seguir a un bombero, antes que la gente se
moviese del campo, me mataron el overo después de
un encuentro bra\o con una partida de mamelucos
El mancarrón me aprieto y ansina mtsmo les puse
cara fea peleándolos de uno a uno
— Pero ¿> el señor Beron, don Cleto 9
— Mi teniente guapo, ya digo Esteban no lo de|a
A poco de venir el patrón preso, mejoró del todo
Después se apareció en el campo el capitán Warde
con un grupo de patriotas, tomó a la guardia de golpe
V zumbido, matando a unos y haciendo "majada" con
los otros Entonces marchamos a juntarnos con La\a-
lleja, > ¿entrarnos en el escuadrón de Oribe Mirá,
Lupa, no pueden tardar en >enir Decile a tu ama que
están al caer, sobre lo caliente no más r
■ — Voy ja, ya Y en la estancia ¿quién quedó
cuidando 9
— Calderón y lo* otros viejos Querían irse al olor
de la pólvora con las masetas hirviendo, pero >o no
consentí Había que atender el campo, y mi "terne-
raje'* flor que tengo metido en un potrero del monte
i Si me falta uno, a la guelta de la guerra los achuro 1
— ¿Eso es r ¿por sus terneros 1 ¿Y los invasores
son muchos don Cleto?
— Como una nube ¿Hay más de mil prisioneros
pero nos están mirando mucho, Lupita'
— Mejor es que lo deje — dijo la negra enterada
ya de lo bastante Si le dan licencia alguna vez, vaya
por casa
— Lo he de hacer, aunque mas fácil juese que rum-
biase ajuera ¿Y el patrón 9
— j Recién pregunta 1 Preso desde que Uegó
[150]
GRITO DE GLORIA
— No dejes de vérme, Lupa Hasta luego Acor-
date de la ropa y de unas cuantas "patacas"
Sin hablar mas palabra la esclava se dio vuelta y
se marchó veloZj desapareciendo tras de la próxima
esquina
Iba satisfecha, pues había averiguado cuanto le in-
teresaba saber, venciendo la ojeriza que tenía al ca-
pataz La idea de que su joven ama se sentiría feliz
al verla la llenaba de un goce indecible, pero no de-
jaba de contribuir a esa fruición el detalle de que Es
teban venia' siempre al lado de su amo Esto la com-
placía en extremo, sin que ella se diese cuenta del
motivo acaso pensaba mucho más de lo que quisiera
en la sombra negra que iba en pos del señor Luis
María
Y como si temiese que alguien le descubriese el pen-
samiento un tanto egoísta que la preocupaba, enco
gíase de hombros andando y decía a media voz
— i Algún gusto le ha de llegar a una también 1
Creía de buena fe que todos los deseos quedarían
llenados con la presentación de aquella hueste "como
nube", en las cercanías de Montevideo
¿Qué importaba el enorme cinturón de murallas
unido por aquel grueso broche que se llamaba cmda-
dela? ¿Qué los cañones que asomaban sus bocas so-
bre la escarpa y el foso a modo de fieras hambrientas 9
¿Ni qué los batallones y regimientos bien armados y
vestidos que se movían dentro del recinto como una
gran serpiente que desenrosca sus anillos y luce sus
escamas en los muros de su jaula buscando salida
para desperezarse 9
Todo eso no tenía importancia Llegando aquéllos,
se pondría pronto al habla Ella era capaz de salir a
wloe y de volver a entrar con muchas novedades, ra
[1W]
EDUAHDO ACEVEDO DIAZ
que las guardias se b privasen Ahora se sentía con un
\alor que nunca hubiera sospechado Que la sangre de
su raza era briosa, lo probahan Esteban y tantos otros
compañeros que venían en las filas ^insurgentes"
j Verdad que eran nativos y se habían criado entre
señores*
Entre estas y otras reflexiones semejantes Guada-
lupe llegó a la casa, entrándose casi corriendo hasta
el jardín
La estaban aguardando con ansiedad visible Por
lo que a modo de borbollón empezó a hablar trasmi-
tiendo todos los informes recibidos entre demostracio-
nes de júbilo
Sus amas llegaron hasta cogerla de las manos en su
alegría haciéndose repetir uno por uno los detalles
que oían con un placer cada \ez creciente
|Oh, entonces él venía también, sano y bueno T
Siquiera ya no había duda sobre lo ocurrido, aunque
empezaban nuevas zozobras para el mañana
Pero ellas sabrían mas pronto lo que pasase allí
cerca, inventarían algún medio de comunicación, aun-
que se echaran los cerrojos a los portones al toque
de queda, y se formase un coidón inmenso de centi-
nelas de este lado del foso
No era un muro de granito el que había de evitar
que las frases de cariño llegasen a la zona en que ellos
debían detenerse Esos como gritos del sentimiento y de
la pasión volarían por encima de los baluartes y bate-
rías sin que fuesen escuchados por otros oídos que
por aquellos a quienes serían dulces y gratos
Don Carlos Berón \mo a compartir con las señoras
el regocijo Enterado de todo no oculto su impresión
de alegría, ordenando en el acto qje en su nombre y
[158]
GRITO DE GLORIA
en el de Robledo se llevasen ropas a don Anacleto,
con una buena cantidad de "patacas" para sus vicios
jYa eia mucho lo que el capataz les había comu-
nicado después de tantos días de incertidumbres y
pesares'
NaLa estaba sonriente, fresca como una losa, agi-
tándose sin cesar Brillábale en los ojos una fruición
íntima que la estremecía toda, como si la tomase de
soi presa aquella emoción que hacia mucho tiempo no
experimentaba de una manera tan intensa La madre
del ausente la seguía en todas sus manifestaciones con
mirada cariñosa
Estas dos mujeres habían llegado a quererse Una
y otra se sentían vinculadas por el lazo de un hondo
afecto, el que cada una a su modo profesaba al joven
voluntario Día a día a veces horas enteras, lo habían
recordado con afán haciendo votos por su ventura
En esas confidencias llegaron a creer que serian oídas
y se Lisonjeaban de que sus esperanzas y vaticinios
se cumplirían contra todas las eventualidades de la
suerte
Sin embargo, cuantas congojas las asaltaron y aún
las asaltarían' jEra tan voluble la fortjna, tan capri-
choso el éxito en las luchas crueles 1 La muerte ace-
chaba a cada paso, a cada minuto, a los que se batían
¿Caerían otra ve? en la taciturnidad preñada de
tristezas 9 ¡ Quién sabe cuántas nuevas impresiones les
reservaba el porvenir, allí, en medio de enemigos,
donde se cuidaba no decirse nada de favorable a los
"insurgentes" aunque un grande malestar reinante,
una ráfaga fría de odios y venganzas llegase hasta el
fondo de los hogares 1
[159]
XVI
DESDE EL MIRADOR
Al día siguiente temprano Natalia fuese mirador
Era éste un cuarto muy pequeño con techo de teja
y dos ventanillos, uno que miraba al norte y el otro
al este No tenía rejas, por manera que el anteojo
tenia que ser apoyado en el alféizar cuando se que
ría mirar al campo para ma>or comodidad, ponién-
dose el observador de rodillas sobre una banqueta
acolchida / colocada allí con ese objeto
Natalia se hinco limpiando con esmero el lente hasta
dejailo sin una mancha, para lo cual había separado
el di*co del tubo No contenta con esto, lo empañó
\anas veces con el aliento, para repasarlo y rompía*
cerse luego en la limpidez y transparencia del cristal
Arreglado comemen temen te el catalejo, que ella
miraba con cariño como a un compañero que le seña-
laba el secreto de las soledades, lo apovó en el alféi-
zar, > dando un suspiro cerro uno de sus bellos ojos
acercando el otro al ndrio
Todo fue una nube color de agua al principio, una
usión del vacío, con sus estrías misteriosas y su cía
ridad difusa
i Aquel plano inclinado era muy defectuoso, o era
que ella por habito miraba demasiado arriba, al azul
celeste r
Mouó con suavidad el instrumento, procurándole
una po^icicn más adecuada entre susurros íncompien-
sible* cua] ai eetuviete íegañando a un ser querido
[160]
GRITO DE GLORIA
Enderezólo bien hacia el Cernto
Después, volvió a acercar la pupila húmeda y bri-
llante
Tuvo algunos instantes la vista fija era una mirada
ansiosa profunda
De pronto el párpado vibró, la? manos cogidas al
catalejo se estremecieron toda ella experimento una
conmoción
Bajó el tubo temblando, volvió a rontemplarlo con
cariño, y pasóse la mano por los ojos como si algo
los nublase
Cuando de ellos la retiró, una sombra estaba de
lante, sombra inmóvil, silenciosa
Natalia se levantó de súbito, v abrió los brazos sin
abandonar el catalejo
— ¿Oh r — exclamo con un acento inexpresable
¡Están ahí madre T
La señora de Berón, pues era ella la que acababa
de presentarse en el observatorio obligado, ávida de
nuevas, cogió el catalejo besando a la joven sin decir
palabra
Luego puso una rodilla en el almohadón acostando
el tubo en su apoyo del marco y observó a su vez
La vidual recomo primero parte de la bahía de
aguas semi-azules y serenas sembrada en su centro
de queches inmóviles, de goletas sin gavias rasas y
finas, de polacras con las latinas velas recogidas, de
veloces falúas de carroza a popa v de lanchas de atoa-
je gobernadas con espadilla y remos páreles, que re-
molcaban lentamente hacia fuera dos barcas cargadas
de frutos
Rozó de paso la ísleta pedregosa que en la primera
guerra tomo Quesada por asalto con un destacamento
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
de dragones que llevaban los sables entre los dientes,
\ que ahora en vez de la bandera ibérica y portu-
guesa enseñaba la brasileña en lo alto de un asta
enorme
Dettrvobe en la ribera circular, como un esquife que
embica empujado por el vientu allí donde se derra
man tributarios humildes el Pantanoso > el Miguelete,
y alzándose ansioso, púsose al nivel del pequeño mo-
rro que esos dos hilos de agua flanquean y casi cir-
cundan nutriendo la gorda tierra de sus decir* es
Entonces alcanzó a \er lo que había conmovido a
Natalia
Un reducido escuadrón tendido en linea sobre la
cumbre destacábase correcto, quieto, muy visible en
medio de la atmósfera sin celajes
Aparecían los jinetes de un tamaño diminuto, las
lanzas como agujas verticales, la bandera de colores
vrvos enarbolada en la cima como un guión de com
pañia Tres de estofe jinetes recorrían la fila sencilla
En manos de uno brillaba de \ez en cuando un objeto
herido por el sol, acaso un clarm, cu>os ecos ahogaba
la distancia
En el fondo del diorama luminoso no se veía más
que el cortinado azul del cielo, y una que otra nube-
cilla como capullo blanco sobre la linea del horizonte
Ni un convoy asomaba en las colinas, ni una pieza
de artillería se erguía en sus afustes a modo de lu-
ciente escarabajo, ni una carreta forrada en piel de
toro subía las cuestas con su pesadez de piedra i Ah r
jPero ellos estaban allí 1
La distancia era grande, no se podía determinar
personas Apenas se percibían mavores que el puño
¿Qué importaba esto 9 Lo esencial era que ya ha-
bían clavado en la cumbre su bandera
[162]
GRITO DE GLORIA
La madre apartó la vista del lente para mirar a
Natalia Expresaban sus ojos la alegiía y la ternura
— Ya no cabe duda — dijo dulcemente ¡ Están allí '
En ese momento un paso conocido se hizo oír en
la escalera, v no tardó en aparecer don Carlos ceji-
junto, con la mirada desconfiada, un tanto nervioso,
caído el gorro de piel de mono sobre la oreja derecha
— jMire usted, señor' — murmuró Natalia estre-
mecida, |inire usted r
Y le señaló el Cerrito con un aire tal de pasión y
acento tan candoroso, que el \iejo se metió el gorro
hasta las cejas sin atinar en lo que hacia, y luego la
cogió de las dos manos como tomado de improviso
clavando en ella sus pupilas oscuras, fijas, inquisidoras
— Sí, — dijo, como adivinando — si Deben es-
tar, hija Es forzoso que estén Habrán llegado en
el alba de hoy sin duda alguna, porque asi les con-
venía ¿Qué te parece mujer 9 Dame el anteojo
iHem^ Siempre sostuve en que tenían que llegar
esos bizarros descendientes de españoles
Y mientras se apoderaba del catalejo y lo arreglaba
a su gusto, pálido, trémulo, proseguía aparentando
dominio sobre sí mismo
— L Descendientes en linea recta 1 Eso de "tupama-
ros", no fue mas que una pequeñez rencorosa Sí, se-
ñor En linea recta La sangre es la misma en los
más, bravia, castellana Si desconocemos aquí la se-
milla ¿a que queda reducido el honor de España 9
! Tontería f Estos valientes son dignos del romancero
^ya lo creo que son 1 Sin lisonja banal de que soy
enemigo
Veamos Sí 1 Sobre el airoso montículo observo
bien claro el grupo y los movimientos, la bandera, los
jefes que andan de uno a otro lado, un clarín que va
[163]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
detrás, banderolas en las lanzas, carabinas al tercio,
buenas figurillas de soldados a fe mia T El escuadrón
maniobra con la dureza de una regla y el aplomo del
cuadro veterano
Y esto diciendo, el señor Berón sacudiendo la ca-
beza, apartó el ojo del lente, para acercarlo sin ma-
yor dilación, agregando
— Le\antan la bandera que de aquí no es más gran
de que una cofia, y la elevan muy arriba l Bien
hecho r |Es una bandera tan digna como la má* pre-
tenciosa, por Santiago 1 La llevan hombres que saben
combatir, que a nadie tienen miedo desde que vienen
a la boca del peligro como quien va a caza de "muli-
tas" j Cosa singular señoras mías, que la causa
que ella simboliza ha\a sido siempre agobiada por el
numero y que nunca haya sido sm embargo venci-
da' Eso me entusiasma de veras No me vengan
con que son pocos, que nada valen, que nada pueden,
que nadie los respeta, que todos los estrujan, porque
puede y vale el que se impone al fin de la jornada, y
a eso van pese a la fuerza y a los poderosos estos po-
biecitos perdidos en un rincón del mundo
Verdad que ese rincón vale más que un Potosí Así
se explica que se \engan a las manos de esta manera
descomunal, nunca vista, sin fijarse en el cuantum m
en la especie, a pecho descubierto y \isera levantada,
ni más ni menos que el héroe de Cervantes frente a
los molinos de \iento jPor Cristo, digo y juro r Esto
no es racional ni hacedero, o yo soy un calvatrueno
sin sentido común
Don Carlos asi hablando, le\antó crispado un puño
\ sm separar la vista del instrumento, impuso con
el índice un silencio que nadie pensaba interrumpir,
añadiendo
[164]
GRITO DE GLORIA
— jA no ser que ésta no pase de una gran guardia 1
Tal \ez el grueso esté detras de las lomas un tanto
agazapado, como gente que lo entiende No hay que
fiaise cuando la maña acompaña al valor, pues ningún
matrimonio de esta clase fue nunca desgraciado
— i Cuántas co*as estás diciendo 1 — interrumpióle
la señora en tono dulce y reposado Mira bien, por
si más fehz que nosotras descubres a Luis Mana
— ^Hum 1 Lso mismo procuro desde el principio
¡Pero mujer, si son como soldaditos de plomo 1 Ya no
me da el ojo Bien distinto era unos diez v nue\e años
atrás cuando yo revistaba también en fila* ¿ Donde
ponía ese ojo poma la bala* Quisiera distinguir a
algún gallardo oficial de morrión azul con plumas
blancas de cisne, de uniforme bien ceñido, montado en
bridón fogoso de pelo alazán, para comunicarte algo
de agradable A pesar de mi empeño no diviso nids de
lo que digo, muñequitos que se agitan allá en la co-
marca >erde
Ahora veo que se dividen en tres grupos y que mar-
chan por distintas direcciones, uno rumbo al cerro,
otro hacia el Buceo, el último queda firme No ya
se mueve también en escalones muy bien alineados y
viene hacia acá como para formar una parada de día
de fiesta
^ Diablos 1 ¿Qué dirá esta gente ? Debe estar muy
azorada, tras de la corrida de los "mamelucos" un
avance en son de ataque
Ya van desapareciendo entre los pliegues del te-
rreno El primer grupo no se ve El segundo se
alcanza a divisar por encima de las lomadas a medio
cuerpo, trotando largo El del centro ugue adelan-
tando, se detiene ahora un momento se desvia, la
emprende al galope por el camino travieso a bandera
[165]
I
EDUARDO A CE VED O DIAZ
desplegada, rumbo al Cardal, allí donde tan duro nos
refiegamos con los ingleses el año siete Segura-
mente e9ta avanzada viene a ocupar el medio de la
línea, en cruz con la que parte de la ciudadela por la
carretera que va al interior
Don Carlos callo de pronto sin dejar de mirar
Su esposa estaba de pie a un paso con los brazos
cruzados sobre el pecho, atenta a sus palabras v gest03
También Natalia muy quieta, caídos los brazos y en-
trelazadas las manos, pero tan cerca de él que el viejo
podía sentir el calor de su boca 5 los latidos de su
pecho
El señor Berón seguía cogido al instrumento, encar-
nizado, dando a su cuerpo todo genero de inflexiones
y al tubo un movimiento de altibajo y de diestra a si-
mestia, cual si persiguiese el volido lejano de una
bandada de a\es extrañas, o si buscase en los huecos
de las quebradas la cabeza de una columna formida-
ble como en su deseo la quería para poner a prueba
las tropas del recinto
Esta visión o este miraje no se produjo
Sin embargo, al abandonar el anteojo su rostro res-
piraba satisfacción
En seguida bajó la escalerilla con mas apuro que
otras \eces
Se iba murmurando
i Sitio largo 1 Tan largo que me parece sera como
el de Rondeau en tiempo de Eho Pero esto marcha
|Si señor, marcha 1
En su gran tienda había bastante concurrencia Los
dependientes desplegaban extrema actividad para aten-
der a una demanda excesiva Desdoblaban, tendían y
volvían a subir objetos en silencio
[166]
GRITO DE GLORIA
Se hacia compra de lienzos fuertes, ponchos y jergas
En la ferretería se pedían utensilios de cocina, en
la sección de suelas caronas, "lomillos* 1 , rendajes y
estriberas
Cruzábanse las voces rápidas, recogíanse los efec-
tos, deslizábase el dinero de una a otra mano en cobre
o en plata Veíanse confundidos junto al mostrador
soldados de infantería \ ''mamelucos'' como se llamaba
a los pauhstas, los cuales parecían empeñados en vivos
diálogos sobre algún suceso de jnterts palpitante De
vez en cuando miraban hoscos a los encargados del
despacho, diciéndose entre ellos fiases cortadas de m
tención aviesa Los despachantes, todos españoles, son-
reían
— I Gruñen 1 —murmuro don Carlos de entrada no
más, y observando de reojo a los brasileños
Restregóse las manos y se entro a su escritorio,
oculto tras un cancel
— Pueden gruñir a su gusto, como los pécaris cuan-
do se aglomeran ^Ya les dirán de misas 1
Y puso el oído muy atento
Al parecer hablaban de la llegada de los invasores
y de medidas enérgicas que se habían dictado con
este motivo Ll murmullo de palabras y de toses con
otros incidentes de detalle, no permitía recoger ni se
guir con claridad lo que se decía
No obstante él pudo entender que se habían hecho
prisiones en personas notables, ) que de la plaza ha-
bían salido muchas por distintas brechas de la mu
ralla para incorporarse a los "insurgentes".
Uno de sus amigos íntimos, penetrando de priesa
en el escritorio, confirmóle estas noticias muy agitado
[167]
14
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
El señor Berón lo escucho con calma, > luego díjole
— ¿Todo eso prueba que la cosa camina, eh?
jEsta listo el pandero para una jota de ordago' ¿Y
las tropas se aprestan a salir?
— Nada se afuma al respecto Lo que hav de verdad
es que un gran sobresalto reina en los que mandan
Lecor se muestra mu) inquieto } ha pedido refuerzos
a la corte desde hace dos días Tudo esta en confu-
sión Los cuerpos de linea hacen preparativos de de-
fensa, o de marcha en sus cuarteles
— Aquí mismo se encuentran \anos soldados en
compras de arreos necesarios He \isto que un cabo
acompaña a los pernambucanos, > un sargento a los
"mamelucos" sin duda desconfían
— La gente esiá descontenta Dicen que se han apli-
cado castigos ho) a algunos del primer cuerpo por
haber dejado pasar a un grupo poi la muralla del
sur, cuv o grupo se alejó a pie por la costa en direc-
ción al Buceo y se perdió de \ista sin ser perseguido
Se agrega también que en ese punto y en el de Carreta
se han desembarcado hombres y armas, por cu>o mo
ti Tr o ha habido una diferencia entre el gobernador \
el jefe de la escuadra
— i Ya es mucho, >a T — dijo don Carlos todo oídos
y el gesto gra\e ,No e*> asunto de reír a fe mía T Si
de Buenos Aires llegan contingeules y del recinto se
\an, pronto lus "insurgentes" serán beligerantes
L Desmentidme si podéis, señor mío'
— Por el contrario, estoy en ello Con todo conviene
mucho no ser liberal en opiniones de este jaez, amigo
nejo, poique a la hora presente los sabuesos andan
en molimiento, y nada de extrañar sena que fuésemos
a una prisión flotante
[168]
GRITO BE GLORIA
— i Echaríamos el aparejo a los bagres 1 — exclamó
don Carlos alegremente — Buen estreno en la nueva
wda de sacrificios por esta tierra que ya nos tiene
cogidos como a los troncos por la raíz Pero no ha
de suceder esto tan sencillamente somos hombres
mansos a condición de que no nos manoseen pues en
llegándose a la injuria de hecho todavía hay nervio,
por Santiago 1
Y don Carlos sulfurándose de súbito, levanto el
puño
Su interlocutor como él viejo y oriundo del antiguo
reino de León, con muchos años de residencia en el
país, era un hombre de mediana estatura, de faz ate-
zada mordida por la viruela, \oz ronca y locuacidad
extrema
Vrvía de allí a dos cuadras en la calle de San Fran-
cisco, en donde tenia su negocio, un depósito de vinos,
tabaco de la Habana y de Bahía v cafe, del que se
hacia muy regular consumo en la ciudad, especialmente
por los jefes y oficiales de la guarnición
Don Pascual Camaño — que este era su nombre —
ante la expansión de don Carlos tomó un aspecto serio
y repuso
—Si Pero vamos a cuentas ¿A qué vienen los
revolucionarios? A redimir el país, esta bien Pero
¿quien los apo\a quien se esconde detrás? Este es
el punto importante Usted ve, los tiempos se ponen
malos y hay que mirar por los intereses, precisar muv
claro en cosas tan arduas y turbias Si creemos que esta
es camisa \ no jubón que nos ha de llegar ma& cerca
del cuerpo, por lo que nos atañe y nos conviene, usted
por su hijo, yo por mi sobrino y otros por sus ente
nados, ante todo descubrir la filiación del movimiento
para tomar nuestras medidas con segundad y con-
[ 169 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
ciencia Ahora, la demanda aumenta \ la oferta
afloja, se vende hasta por ocio, la mercancía sale a
buen precio, y antes que se rompa el pelo aprovechar
es de hombres de talento Por eso ¿que conducta mejor
que la de navegar de bolina 9 La tormenta arrecia y
mal piloto el que larga toda la \ela encima del escollo
Para mí tengo que se \a a repetir la fórmula de ane
xión que se juró al Brasil por los cabildos y pueblos,
en favor de las provincias unidas Será poner la ca
miseta al re\es
— i El cuento del gallego* — prorrumpió don Car
los — Y aunque asi fuese ¿ quema eso decir que los
nativos no anhelan ser en absoluto independientes 9
|No, señor de Camaño va usted en error lastimoso 1
Consulte usted uno por uno a los de esta banda, reúna
los a todos si puede en mitad del campo allí donde
ninguna influencia extraña llegue y donde nadie hable
del rigor de la necesidad que los obligue a aceptar el
concurso ajeno, aunque fuera el de los colombianos
que están en la tercera esquina del mundo, reúnalos
usted, por mi madre, y pregúnteles si ellos pelean y se
hacen matar por la causa de otros o por su propio
bienestar Dirían a usted a grito herido que se exponen
el pellejo por su felicidad particular, por su terruño
encantado, por sus familias y sus bienes que \alen
Lanto como los del emperador del Brasil jQué otra
cosa le habían de contestar, hombre de Dios* Aho-
ra, que usted me diga que sintiéndose débiles entre dos
piedras de molino, notando que van a ser machucados
se resuelvan a la incorporación a las otras provincias,
de acuerdo, si señor, de completo acuerdo ¿No inten-
taron lo mismo cuando Artigas, como medio de sal-
varse ? ¿No hicieron igual cosa con don Juan VI, para
salir de la boca del lobo ? ¿No reincidieron en idén-
[170]
GRITO DE GLORIA
tica pellejería con don Pedro I, por la fatalidad de
los hechos 9 j Mil demonios 1 ¡Lo que todo esto sig-
nifica es que tienen instinto de conservación propia
en medio de sus mismas aventuras temerarias 1
Y don Carlos se tiró para abajo las orejas de su
montera en un arrebato nervioso, poniéndose a pasear
de uno a otro extremo del escritorio
— iNo entro en eso 1 — dijo con cierta solemnidad
don Pascual, — no me gustan las honduras, m pesco
mas que en aguas conocidas |Y )0 sé lo que me
pesco 1 Mire usted, antes de hacerse buen vino la
uva se mostea o se remosta ^abe bien entonces el
añejo 1 Opino que hay que conocer bien la materia
antes de enredarse en cuestiones, como es preciso a
veces el remosto antes de llegar al lagar De atrás del
mostrador se observa muy claro porque la inteligencia
se aguza.
— |Si, se aguza el ingenio, canarios ! ya lo creo que
se aguza y se llena la talega iQué señor de Ca-
rnario* No es ese el caso y voy derecho a la cuestión
Diga don Pascual ¿se encontraría usted dispuesto a
abrir su gabela para ayudar a bien morir a los de la
banda insurgente 9
El señor Camaño abrió enormes los ojos diciendo
< — ¿Por qué me lo pregunta usted 9
— Por un tantico de compasión que me escuece en
sentido de auxilio a los menesterosos Nunca vi sin
irritarme que la injusticia abrume al débil, y usted
que ha sido como yo soldado y que conmigo cayo en
la banqueta de la muralla al Sur aquella noche maldita
en que entraron los ingleses, ha de pensar lo mismo,
que la sangre castellana nunca fue de pato ni de cerdo
¡sino Santiago me confunda, canejo 1
[171]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Don Pascual que lo miraba azorado se apresuró a
balbucear ya con disposición de retirarse
— Hay que meditarlo despacio no sería imposi-
ble, amigo mío Por el momento el espíritu no esta
muy sereno Y ahora se me cruza a mientes que
tengo que recibir una carga de tabaco de Bahía en
que \iene la hoja flor, la de aquellos cigarros que a
usted le gustan y que tanta salida han hallado entre
estos hombres fumadores que rodean al gobernador
La carguita la trae el bergantín goleta "El CorcO\ ado' 1 ,
de los mas peleros que cruzan el Atlántico, j ha de es-
tar \a en franquía Ha de disculparme usted hasta
pronto, mi querido amigo
Ya sabe usted un ojo en la política > cuatro en
el negocio sin incluir las gafa*
— Así es — repuso don Carlos ya mas calmado —
Hasta pronto Lo invito a comer en casa el domingo
si no tiene compromiso
— j Procuraré venir, gracias *
Y estrechando la mano de Berón, don Pascual salió
a prisa
El viejo tosió, lanzando un juramento Arreglóse
el gurro solviendo a su lugar las, orejeras, aunque ha-
cía frío, y encaminóse a paso lento al comedor
Era hora de almorzar A pesar de eso las señoras
no estaban allí, lo que hizo suponer a don Carlos que
todavía permanecían en el observatorio improvisado
No se engañaba Madre j joven seguían tenaces
usando alternativamente del catalejo, y fue preciso
que él fuese en busca de ellas para sustraerlas al en-
canto de una esperanza que no consiguieron ver reali-
zada hasta esa hora
La tarde, la noche, pasaron entre sordas inquie
tildes
[172]
GRITO DE GLORIA
Oíanse en realidad toques de trompa y de tambores,
marchas pesadas, rodar de trenes, toda una agitación
anormal en las estrechas \ias del recinto amurallado
Las voces, los galopes sobre las mismas aceras de pie-
dras enriscadas, el estridor de espuelas arreos, vai-
nas y cascos completaban aquel tumulto inusitado de
tropas en son de combate
La madre de Luis Mana y Natalia se asomaron por
una \entana
Vanos batallones estaban alineados a los costados
de la plaza con sus armas en descanso y banderas al
centro, luciendo al sol sus uniformes \ morriones
En medio de la calle de San Carlos algunas piezas
de un bronce bruñido enseñaban sus fauces \erdi-ne-
gras semi atragantadas de escobillón
Un montón de armones, avantrenes y cureñas obs
truía con sus macizos rodados la bocacalle de San
Pedro, con sus artilleros a los flancos montados en
muías
Cuatro escuadrones de caballería con las carabinas
cruzadas a la espalda formaban columna a lo largo
de la de San Carlos, y a retaguardia de la artillería
Flotaban al aire los estandartes aun-verdes reso
nando toda una fanfarria de trompetas
Movíanse de uno a otro extremo al galope espada
en mano, alféreces de rostro enjuto y tez de cacao con
una charretera de bronce sin canelones sobre el hom
bro y espolines de gallo en el tacón de las botas
En las filas reinaba esa descompostura que precede
al momento de la marcha Algunos soldados ponían
colas de cigarros detrás de la oreja otros chupaban
"masacote" o algún "ticholo" revenido Los semblantes
expresaban cierta indiferencia o conformidad pasiva
propia del oficio, demostrando alguna atención sola-
[173]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
mente cuando las voces de mando recorrían la línea
a modo de recios y bruscos chasquidos
Entre los ayudantes que pasaban impartiendo órde-
nes, uno llegó a detenerse un instante fíente a las ven-
tanas de la casa de Berón, y saludó con la espada Era
el teniente Souza
A poco la charanga del batallón allí alineada rom-
pió en una marcha alegre , el cuerpo formó en columna
> se mo*ió
El resto de las tropas siguió el movimiento arma el
brazo ) paso de camino
Don Carlos, que se había estado en la puerta de su
casa mu) atento, entróse con rapidez en extremo ner-
vioso
— Estos salen con animo de combatir — dijo a su
mujer — ¡Ya \ eremos' Vamos a almorzar
La señora tenia un aire resignado
— Ven — dijo a Natalia — jNo te aflijas* ¿Crees
que éstos podrán más, aunque sean muchos ?
— jNo creo madre r — contesto la joven sonriendo
} estrechándola con su brazo de la cintura — Dios
ha de estar con ellos* |Si yo estov tranquila 1
Y la miraba de frente, encendida y palpitante
Sin embargo, tenia los ojos llenos de lagrimas
El señor Berón estaba cejijunto, callado De vez en
cuando lanzaba frases ininteligibles, o reñía a alguna
negrilla del servicio por cualquier pretexto
Sentáronse El almueizo fue silencioso, observándose
los rostros unos a otros, preocupados, inquietos Los
ecos de las charangas que se alejaban y que ya sin duda
habían salido de murallas, llegaban hasta ellos con
un sonido hiriente, irónico, desalentador Parecían de
esas músicas monótonas e insultantes que se oyen en
la fiebre o en las horas de duelo
)
[174]
GRITO DE GLORIA
— 4 Qué soplar el trombón y mover el "chinchín" 1
— exclamo la señora — Parece que quisieran ani-
marse
— ¿Ha visto usted, madre? —repuso Nata en un
arranque de enojo que dejó sus labios trémulos —
jQué gracia ir tantos contra un puñadito, qué \alor
tan caballeresco * De ese modo podríamos ir las
mujeres todas, vestidas de corazas
— jAsi es hija r — barboto don Carlos dando salida
a un ronquido que se le había atravesado en la gar-
ganta, sordo, bionquial, colérico — Estos "mamelu-
cos" no acostumbran acometer un tronco sino con
veinte hachas, y asimismo cuando va a caer* se ponen
a distancia por cautela
En seguida de esta explosión, encerróse en absoluta
reserv a
El ruido de los charangas alejándose cada vez más,
concluyó por extinguirse Apenas apercibíase casi apa-
gado el redoble del tambor
Una calma profunda reinaba en la ciudad, y este
sosiego aparente llegaba hasta allí, embargando más
el espíritu
Natalia se inclinó de improviso murmurando suave
al oído
~iEl catalejo'
— Si — dijo la señora — j Vamos al mirador*
[H5]
XVII
LA PRIMERA REFRIEGA
Una parte de las tropas había salido de la ciudadela,
la otra paso por el portón de San Pedro, uniéndose
en la carretera del centro
Después de un alto breve, la columna siguió marcha
hacia fuera camino recto
Destacáronse dos escuadrones, uno con direcnón al
arro\o Seco, el otro a vanguardia, en descubierta
Nada de sospechoso se \eía en los contornob hasta
tiro de cañón, el campo estaba desierto, los "potreros"
sin los animales de pastoreo, los escasos edificios por
allí dispersos cerrados, tristes como sepulcros
Densos vapores se acumulaban en la atmófera inter-
ceptando por completo la luz solar, \ empezaba a co-
rrer de la costa un ciento frío con rumor de olaje
La columna hizo una nueva estación a una milla
de los muros, a los pocos minutos continuó el avance,
en un trecho de ocho o diez cuadras, > se mandó armas
a discreción
El escuadion paulista que hacía de gran guardia,
llegando en despliegue una guemlla, encontróse de
súbito con tres hombres que, tendidos sobre el cuello
de sus caballos detras de un cardizal, a distancia de
cien varas, se incorporaron en sus monturas y echan
dose las carabinas al rostro rompieron el fuego
Un soldado se desplomó al suelo con el cráneo roto
El alférez de la avanzada recibió una contusión en la
[176]
GRITO DE GLORIA
mejilla que le hizo saltar hasta grupas y bambolearse
como un ebrio en la silla
El ataque era brusco y atrevido
La guerrilla contesto el fuego con una gran descarga
Los tres hombres se habían apartado entre sí, y sin
retroceder un paso hacían funcionar sus baquetas
Solo un caballo cavó herido en Id frente
Los pauhstas reforzaron su guerrilla, adelantando
impetuosos Los enemigos parecían pocos
Detras del cardizal se alzaba una loma, al flanco
izquierdo un "cañadón", cubierto de saúcos en sus
bordes orillaba el declive, a la derecha el terreno plano
y herboso no presentaba obstáculo alguno
Vanos proyectiles silbando del lado del "cañadón",
detuvieron a los pauhstas en su avance
Otros tres hombres guardando distancia, habían
aparecido de improviso
Simultáneamente, cinco nuevos tiradores en desplie-
gue surgieron por la derecha, saludando con otros tan
tos disparos a la guerrilla
El jefe del escuadrón viendo caer dos de sus solda-
dos a retaguardia de la avanzada, picó espuelas y ama-
gó una carga
Entonces coronó en ala la loma una fuerza de veinte
jinetes, los que a una voz de su jefe sujetaron en la
falda quedando inmóviles, en linea .sencilla
Los pauhstas se pararon un tanto sorprendidos
Las balas se cruzaban más frecuentes, y uno que
otro grito extraño, ronco, bravio solía mezclarse a
sus silbos siniestros
Por pausas calculadas la guerrilla "insurgente** se
había ido engrosando hasta presentar quince tiradores
en despliegue, con la protección de veinte que acaba-
ban de colocarse en la falda de la loma
[177]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
¿Podían ser éstos, todos 9 No era probable
El jefe pauhsta con ojo experto, noto que aquella
tropa no traía bandera, ni siquiera un clarín de orde-
nes Debía ser una simple avanzada de caballería vo
lante
Pero estaba obligado a descubrir, y para ello tenía
fuerza de sobra Antes de pasar un parte informal ai
jefe superior de la columna, que permanecía quieta
en las Tres Cruces, redobló las guerrillas, con el oído
atento a detonaciones lejanas que venían de la zona
del norte
Sin duda había refriega por allá Las descargas se
sucedían sin interrupción una especie de fuego gra-
neado cuyos ruidos se asemejaban a crepitaciones de
cañas devoradas por las llamas
Al refuerzo de las guerrillas, con orden de ganar
terreno hasta dominar la loma, siguióse el avance de
la protección al paso
Los "insurgentes" se mantuvieron en sus puestos en
el primer momento, luego volvieron grupas retirándose
con lentitud, y fue entonces cuando atravesándose por
retaguardia un joven jinete de cabellera rubia que lle-
vaba en la diestra el acero con marcial altivez, la tropa
brasileña hizo una nueva descarga que cubrió el espa-
cio intermedio de humaza blanca y tacos ardiendo
Caballo y jinete rodaron por el declive, y así que
el primero quedóse inmóvil con los remos en alto tras
de algunas convulsiones, viose que el joven oficial
estaba cogido por una pierna, tendido de costado, como
muerto
La avanzada pauhsta llegó al sitio, y aún mas allá,
acompañando con voces ruidosas sus disparos, en tanto
se apoderaban otros del caído y lo conducían a la re
serva
L 178]
GRITO DE GLORIA
Iba a coronarse la loma, pero antes era preciso car-
gar las carabinas Esta función reclamaba vanos tiem-
pos, y la guerrilla se detuvo
Los "insurgentes" que ya habían mordido el car-
tucho y atacado el canon, volvieron cara de nuevo re-
apareciendo en la loma paso ante paso, en busca del
blanco a sus carabinas
Esta vez la descarga fue casi a quemarropa
Los proyectiles gruñeron llegando hasta la reserva,
la guerrilla paulista se doblo al volver riendas para
fijar posiciones, hízose un ovillo entre choques y em-
prendió el galope en pelotón
La reserva "insurgente" apareció al trote largo des-
puntando la "cañada' 5 fangosa, con las lanzas apoya-
das en los estribos a falta de cujas
La protección de la falda formada en dos escalo-
nes, bajó al llano a media rienda, al grito de i carguen 1
Al ruido del tropel > de loa gritos iracundos, la gue-
rrilla doblada precipito su fuga echándose sobre su
reserva, la que a su vez dio grupas, yéndose a estrellar
contra el resto del escuadrón que procuraba ordenarse
en batalla
Pero el escuadrón todo fue envuelto, y arrastrado
en desorden sobre el grueso de la columna
A un lado de la carretera, detras de una cerca de
arbustos espinosos y de agaves confundidos, se er-
guía una '"troja" o armazón vestido con los tallos de
hojas lanceoladas ya secos del maíz, y destinado a
guardar las espigas de la cosecha Parecía un gran
bonete amarillo con guias y cascabeles, cuyo ruido
remedaban las hojuelas membranosas al ser batidas
por el viento
Uno de los "insurgentes" que antes de la carga se
había separado del grupo, adelantándose solo por el
[179]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
flanco al amparo de las cercas y a favor de la con-
fusión, echo pie a tierra frente a la "troja", y sin aban
donar su caballo que tenia del cabestro, entróse en
el rustico deposito llegando en la diestra un clarín
Trepóse de rodillas hundiéndose en el maíz allí
acumulado, \ apartó la hojarasca del fondo de la
troja" de modo que pudiese observar sin ser visto
Aunque espeso el boscaje de la cerca que se exten-
día paralela, algunos claros aquí y acullá permitían
dominar grandes trechos de la carretera, hendida a un
lado por las encajaduras de las carretas
Hacia la izquierda, apenas a dos cuadras sobre el
camino y asomando su cabeza en un recodo, estaba
la columna brasileña
Ll escuadrón que venía en desorden notando que
otro se desprendía de la columna a protegerlo, recu
pero su formación volviendo cara con nuevos bríos
Tenia el choque que ser fatal a los nativos, cuyo
empeño sin duda alguna era el rescatar a su compa-
ñero el cual venía entre la soldadesca estrujado y
oprimido
La voz enérgica del jefe se oyó dos o tres veces en
medio del tumulto incitando siempre a la carga
El que estaba oculto en la "troja" asomo bien la
cabeza —una cabeza pálida con una cabellera y una
barba de Nazareno — \ miro ansioso a la derecha del
camino
Había reconocido la voz de su jefe Su tropa car-
gaba a lanza y sable A pesar de las volutas de tierra
removida bajo los cascos, percibió en los aires las
banderolas tricolores sacudidas por el viento entre mo-
harras \ medias lunas
Aquel hombre saco entonces el clarín por el hueco,
llevóse a los labios la embocadura y tocó a degüello
[180]
GHITO DE GLORIA
Las notas partieron agudas, vibrantes, atropellán-
dose como escalones en la carga a toda brida
Los dos escuadrones sintieron el toque a retaguar-
dia, y temiendo ser cortados, retrocedieron resueltos
sobre la columna
Pero el toque terrible los perseguía a lo largo de
la carretera, lanzado de atrás de los árboles y de las
breñas e introduciendo la pavura, \ cuando \a los
"insurgentes'' estaban a punto de caer sobre ellos, el
eco de aquel clarín fatídico oyóse mas cerca, casi
ronco v en pos de su última nota un jinete o un hi-
pogrito salvó por un portillo la zanja que circuía la
"chacra" dando su caballo un brinco gigantesco
Un grito unánime acogió al recién venido, quien
puesto a la encabezada el clarín y sable en mano aco-
metió la retaguardia enemiga, en cuyas filas se entró
con la violencia del toro que se arroja a romper el
cerco
El prisionero, que iba montado en el caballo del
pauhsta caído al pie de la loma, fue separado por la
oleada contra la cerca
En seguida se vio entre los suyos, que emprendían
la retirada desplegando una guerrilla
Junto al rescatado iba un jinete macizo de botas
de piel de tigre, quien le dijo alegre
— i Te cayo la china, hermano 1 Todos vinimos
a la uña por salvarte, pero lo debes al capitán Mael
— Ya se, teniente Cuaró, — respondió el jo\en lleno
de emoción a todos les debo mi gratitud Al capi-
tán Velarde un abrazo
— Aquí está tu espada, que >o alcé de entre las
matas
Luis Mana tomó trémulo su acero, con un gesto
de agradecimiento que conmovió al teniente
[181]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— i Ahí ]o fcenés al guapo T — exclamó este estrechan-
do la mano que el joven le tendía
Ismael llegaba al trote, todavía lívido v sudoroso,
como si hubiese salido de la faena del "rodeo 1 ' Traía
su caballo algunas pintas rojizas en la piel, allí donde
habían pasado veloces las puntas de los sablea en el
entrev ero
Las balan seguían silbando Rehechos los ebcuadro-
nes, disparaban de lejos
La columna temiendo acaso un molimiento envol
vente, contramarchaba hacia el recinto al son de las
charangas v paso de camino
Viendo llegar al capitán Velarde, el ex prisionero
le tendió los brazos, y estrechados los dos siguieron el
paso de su& cabalgaduras por un momento
La tropa aclamó a su jefe^ a Velarde y a Berón,
por tuvo rescate se había puesto a prueba el denuedo
de todos
— ¡Por siempre hemos de ser amigos r — dijo Luis
Mana a Ismael
— Aparcero hasta la muerte — respondió el capitán
Beron le oprimió con fuerza la mano, añadiendo con
entusiasmo
—Bien me dijo usted allá en el paso del Rev, que
ese clarín era un gran compañero, v de esta proeza
nunca me he de olvidar Cuando usted lo hizo sonar
yo mismo llegue a creer que un regimiento venía flan
queando al enemigo, los paulistas se sorprendieron,
ya no hubo voz de mando que se ovese Un sargento
fue el primero en dar la espalda, los soldados siguie-
ron su ejemplo sobrecogidos por el pánico, y al co-
rrer me envolvieron en el torbellino Yo estaba atur-
dido todavía y maltrecho con la caída alia en la falda,
de modo que ni atmé a escapar en medio del desorden
Gracias a usted
[182]
GRITO DE GLORIA
Por el rostro de Ismael pasó un estremecimiento
Luego se sonnó encogiéndose de hombros v dijo
— Hoy churrasqueamos juntos para festejar esto ¿no
le parece 9
— t Si, con el mayor placer T Será el churrasco que
con mas gusto haya probado en la campaña junto al
valiente compañero
En ese momento llegaban a la loma, pasando ceica
del sitio del primer choque Allí estaba su caballo
muerto, ron un grande agujero cerca de la oreja Los
pauhstas no habían tenido tiempo de despojarlo dt
su "apero" Al frente en el llano un hombre boca
arriba, a pocas \aras otro acostado en el "albar-
don" con la cabeza entre las manos como si durmiese
Este, a más de una bala en la clavícula había recibido
una lanzada en el vientre dada por un brazo terrible
Una de las balas que todavía venían de lejos, rebotó
en su cuerpo con un chasquido seco
Cuaro que marchaba al paso un poco apartado de
Luis Mana e Ismael, lanzó como flecha una escupida
hacia atrás murmurando
— El que tiró ésa ha de ser tuerto
Delante de ellos replegábase al trote una pequeña
fuerza
Era la de reserva, que no llegó a entrar en la carga,
al mando del comandante Calderón jefe de la línea
Los patriotas que regresaban alegres a su campo
sintieron a su \ista un enfriamiento, el efecto que
produce la aparición de un ave negra después del
combate
Cuaró alzó la cara mirando con mucha fijeza al
rumbo como mastín que olfatea, y refunfuño*
— ¡ Carancho sarnoso r
[183]
18
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Formó la tropa sobre la loma a excepción de la que
había quedado de avanzada en guerrilla, y de una
pequeña protección
Las descargas habían cesado
Los escuadrones paulistas después de un alto cerca
de un antiguo saladero, habían seguido el molimiento
de la columna dejando partidas de observación casi
a tiro de fortaleza
Debía darse por terminada la faena del día, que
ya declinaba sensiblemente
El cielo se había cubierto de nubes por completo,
el sudeste aumentaba en violencia y tendíase una llo-
vizna fría sobre los campos a manera de ceniciento tul
No existía bosque alguno por aquellas inmediacio-
nes, salvo uno que otro grupo de arbustos ya en des-
hoje, y dispersos "ombúes" de cabeza calva
Se acampó en una "tapera" — restos de vieja po-
blación incendiada en tiempos de Artigas por los por-
tugueses, según informes de los v eemos, — y a la
que habían dado sombra dos de aquellos gigantes de
la flora indígena que junto a ella se elevaban, plan
tados acaso por su primitivo dueño en loa comienzos
del siglo
A falta de otra recogióse "leña de vaca" para los
fogones, aparte de algunos arbustos secos El "caña-
don" corría por el bajo sobre un fondo de cantera,
y de un agua tan pura como la del mejor manantial
Sacióse allí la sed, y llenáronse las calderas de asa
que debían recostarse al fuego para el "mate" de yerba
misionera
Con los juncos de un pequeño "estero" de allí poco
distante, construyéronse sin demora los armazones de
los "ranchos" de abrigo, asilos del largo de un hom-
bre cubiertos por el poncho, en cuyo interior sobre
[184]
GRITO DE GLORIA
una capa de ramitas verdes de saúco, tendiéronse las
prendas del "recado" que servirían de lecho
Recién en estas faenas la tropa, Luis María que
acababa de recibir las felicitaciones de su jefe, aper-
cibióse ya en el fogón de Ismael que Esteban no se
encontraba en el campo
Como hiciese notar en voz alta esta falta, un sol-
dado se apresuró a decir
— Ha de estar en la avanzada
— No — repuso otro con acento de segundad —
Para mi cayó prisionero en el camino
— ¿Lo vio usted 9
— iLo vide r Montaba un lobuno medio potro que
rodo en el entrevero, en las encajaduras de carretas
Pudo montar otra vez Pero los "mamelucos" hi-
cieron rueda y al juir se lo llevaron en el borbollón
como guasca lechera, cuando el teniente era apartao
por el capitán Dejó el sombrero y aquí está r
El soldado efectivamente, enseñaba a más del suyo
otro que llevaba colgado sobre el dorso, cogido al
cuello por el "barbijo" Era un chambergo negro
— Es el mismo — • observó Luis Mana ¡ Pobre Es-
teban f
— Por saber lo que aquí pasa, lo han de llevar vivo
— A mas el negro es de linda pinta — añadió un
tercero
Esta noticia contrarió bastante a Berón en los pri-
meros momentos, pero la sociedad del fogón lo dis-
trajo
Ismael estuvo más comunicativo que otras veces con
él, hizo una excursión al pasado en su estilo conciso,
y después de esa expansión, como agnado por las mis-
mas memorias, se recogió grave y huraño sumiéndose
en un silencio profundo
[1851
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Así que Luis Mana ge retiró, asaltóle de nuevo el
recuerdo de Esteban Esta vez sin embargo no fue
para aumentar *u aflicción
Llegó a creer que aquella pasajera desgracia, por-
que tal la consideraba, podía serle de utilidad siem
pie que el negro se desempeñase con el ingenio de que
había dado pruebas en muchas situaciones delicadas
¿Quien mejor que él podía servirle de intermediano
con su familia 9 Acaso lo volviesen a su antigua con-
dición de esclavo, bajo otros amos Pero lo mas pro-
bable eia que lo obligasen al semcio militar como a
tantos libertos, dado que había revistado en filas y
poseía aptitudes necesarias
En estas y en otras cosas iba pensando, camino de
su ' rancho", que le había sido hecho por un moldado
de Ismael, próximo a la loma, cuando una sombra se
interpuso \ oyó una voz conocida que lo interpelaba,
— la 'voz de su jefe
La noche había caído oscura, y proseguía mas den
sa la llovizna acompañada del viento recio
Luis Mana contestó
— i El mismo, comandante'
— Pues si no lo rinde el sueño — repuso Oribe — ,
vengare un rato a mi \ivac Hablaremos tranquilos
no ha> novedad en el campo ♦ Los "mamelucos" se
han ido lejos
— Seguiré sus pasos, mi jefe
— La claridad del fogón es buena guía j Vamos
derecho por la falda 1
Luis Mana marcho detras
Por un instante sólo se sintió el ruido de sus espa-
das en las vainas y el trinar de las espuelas Después
todo quedó en silencio
[186]
XVIII
SOLO Y LIBRE
Ya en el vrvac, que estaba cerca del c anadón y de
una ísleta de sauquillos, Luis Mana notó muchas som-
bras que se monan por las inmediaciones > que ora
se acercaban al fogón o se alejaban, como \igilando
Cuaro andaba por allí a pasos lentos, taciturno Los
"tapes" de Ismael en grupo atizaban el fuego, volvían
un asador con medio cordero ensartado* y cebaban
"mate" Jefe y ayudante pusiéronse al abrigo bajo un
"ranche] o" bastante espacioso para los dos
Oribe, que conocía bien a la familia del joven pa-
triota, y tema de este una idea elevada, solía expla-
yarse con el sobre lo que interesaba a la causa sin-
tiéndose complacido ante los arranques de su entu-
siasmo y de su fe Creía que aquel mozo era de un
molde nada común por su carácter, la solidez de su
criterio y la abnegación extrema que revelaba en las
horas del peligro, v de este concepto partía para esti-
marle de \eias v reposar tranquilo en su lealtad
Explícase así la razón de aquella carga valerosa
que en la tarde se llevó a los pauhstas cuando estos
hicieron a Berón prisionero*
Ahora el comandante sentía una gran satisfacción,
) recordando el episodio decíale
— Acaso hubiese usted deseado llegar al recinto aun
que fuese en esa condición después de tanto tiempo
que no ve a sus padres, pero nosotros no queríamos
perder a tan excelente compañero
[187]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— ¿Gracias mi comandante ' ■ — contestó Luis Ma-
ría Aquel anhelo por ardiente que sea nunca iguala-
ría al que tengo de contribuir con todo lo que soy
al triunfo de nuestra causa
— jYa lo sé' Hemos de conseguirlo con la ayu-
da de los que así sienten, y del tiempo Ya la obra
va tomando forma Seguimos recibiendo elementos de
guerra, nuestra venida no podía ser de más provecho
Sm embargo, una parte del plan ha fracasado
— ¿De qué se trataba, señor 9
— De atraernos cierto contingente de tropa, en el
que revistan algunos orientales La imprudencia de un
sargento descubrió la trama, sospechada antes sm
duda por Lecor, a juzgar por lo ocurrido hoy La sa-
lida de esa columna, su alto en el saladero, sus vaci-
laciones y su retirada en presencia de nuestro pequeño
grupo indican la desconfianza de sus propias fuerzas
A pesar del incidente desgraciado de que hablo,
esta en nuestro interés el seguir fomentando la desmo-
ralización en los cuerpos que defienden el recinto,
siquiera sea para que el espíritu de nuestros amigos
se levante, cuanto se relaje la disciplina del enemigo
y podamos conservar la superioridad adquirida
— ¿Y es posible hacer eso de un modo practico ?
1 — Todo consiste en disponer de dinero Ya lo
han dado en Buenos Aires, también algunos en Mon-
tevideo, y no sé hasta que extremo nos sena licito lle-
gar en exigencias de esta naturaleza Preciso es, no
obstante sm el dinero no se mueven moles
— Así es, — repuso Berón lentamente, como absor-
bido por algún cálculo mercantil Dinero Es la
fuerza motriz, el secreto de vencer las resistencias sór-
didas 1
[188]
GRITO DE GLORIA
— No ignora usted, — prosiguió el jeíe — que es*
tamos rodeados de peligros En este mismo campo
hay de qué sospechar
— ¿Sí, comprendo '
— De ahí que redoblemos la vigilancia Nuestra cau-
sa es como un buque entregado a vientos adversos
Si el Brasil fuese vencido, habríamos alcanzado el
puerto para embicar en seguida en la anexión
— Verdad
— ¿Y qué otro remedio 9 La misma fuerza de
las cosas asi lo determina Ya se esta en las prehmina
res de la formación de una junta de gobierno y de la
reunión de una asamblea que declare la independen-
cia de la provincia y su incorporación a las del an-
Vguo \irreinato La autonomía completa sin reatos
ni compromisos, el país solo y Ubre, tal como lo so-
ñamos los que mantenemos la lucha, es una ilusión
hermosa que se desvanece a poco de medir el alcance
de nuestro esfuerzo
— Cierto, también Pero quien sabe, comandante,
si al fin de esta que parece muy larga jornada resulta
que ninguno de los podeies rivales se quede con el
cardo
— Cardo es, y muy espinoso en efecto — replicó
riéndose Oribe En este caso quedaríamos únicos due-
ños del terrón ¿Quién podría negarnos ese derecho
después de regarlo una \ez más con nuestra sangre 9
Pero no podemos saber lo que ha de ocurrir en defi-
nitiva Tenemos por delante un campo que ha de
sembrarse primero de combatea, acaso de catástrofes,
nadie puede adivinarlo' Por el momento nos preo-
cupan las cosas pequeñas esas que acompañan siem-
pre a las grandes y las traban, sin que lo evite el
máa preyisor
[189]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Piedras en el cáramo La mano militar puede
disminuir sus efectos, comandante
— Se ha de hacer sentir cada vez que sea oportuno
La fuerza tiene su razón respetable cuando esta al ser
\icio del derecho Estas cosas pequeñas a que me re
fiero tendían su término
— ¡Lo creo, señor 1
Y luego, como luchando con una preocupación dura
V tenaz de su espíritu Luis María siguió diciendo en
voz suave, pero llena de unción
— El país solo y libre 6 Quimera ? No hay
duda que por ahora es un problema el de la indepen-
dencia absoluta Somos pocos y pobies, esos pocos,
desangrados ^Pero cuántos sacrificios 1 Bien \ alian
ellos um autonomía completa
El país pequeño, población reducida, rivales pode-
rosos que se lo disputan, todo eso es cierlo bm em
bargo, mañana Vea usted, mi comandante ¿No
1it\ aquí grandes nquezas inexplotadas, aparte del
pastoreo y de otras industrias que dauan envidia a
los mas fuertes el día que salieran a la superficie 9
¿No ha) pación por la tierra, lujo de valoi y de
heroísmo no hav conciencia de lo que te anhela de
un modo toncante? Yo he soñado alguna \ez que
esas riquezas eran descubiertas, que el país se hen-
rhía de \ida \ que venían de otros lejanos a «us puer-
tos numerosas gentes, que se esparcían luego a la 011-
lia de sus nos sin semejantes, sembrándola de ciuda-
des orgullosas Y \eia en sus campos feraces lleno?
de luz \ de verdor eterno, treinta millones de toros,
en *u<* canales escuadras enteras con todrs la<3 bande
ras del mundo, un mar de espigas } de \iñas en sus
vegas, emporio de comercio en sus playas admirables,
solidaridad nacional, loes justas, historia gloriosa,
[190]
GRITO DE GLORIA
culto por los niai tires y los héroes Era mi sueño,
no se ría usted, un sueño acaso de niño, la ilusión
enardecida al calor de la sangre, exagerada por la fie*
bre de los grandes y queridos amores ^Yo bien sé
que es sueño 1 Me halaga, por eso vrve en mi memo-
ria Cuando usted me habló de cosas pequeñas, de
esas ambiciones personales que se agitan, de esas fe-
lonías que se traman entre algunos que aceptan la
lucha como un medio de primar, no pudiendo conju-
rarla o deprimirla por completo he vuelto a la reali-
dad y pensado en un porvenn de aventuras
— i Si, todo lo que usted ha dicho es hermoso, pero
nada mas 1 El encanto se desvanece con solo pensar
en lo incierto de nuectro destino Y si del presente
seguimos hablando, si concretamos hechos convendrá
u^ted en que estamos muy lejos de ese ensueño pa
tn ótico Parte de nuestros elementos responde a me
días
— Me consta, comandante El brigadier Rivera ha
tomado a pecho el papel que le obligan a desempeñar,
seguirá en el movimiento mientras abrigue la espe-
ranza del predominio por la jerarquía y se saldrá de
él cuando asi se lo aconseje su interés Esta eso en
su índole y en sus hábitos sera héroe si así lo q diere,
o ''matrero" taimado si se encona Calderón con c pira
aquí en este mismo campo Sus dragones preparan
cazoletas
— No han de dar chispas las piedras — ícpuao
Oribe con acento tranquilo Tenemos que espiar un
poco, horas tal vez Pero j Estas son las cocas pe-
queñas } Para fortalecer la acción se va a constituir
un gobierno
— Como se proyectó en tiempo de Artigas
[191]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Se va a elegir una asamblea que designará dele-
gados al congreso
— La fórmula de Artigas, que fue repudiada
— ¿Qué quiere usted significar con eso?
— Que los medios son únicos y se repiten y que
ahora se piensa como entonces por la ley de la nece
sidad ¿Darán al presente mejores resultados ? Noso-
tros los aceptaremos en nombre de la causa Otros,
quizá no
— Es posible Habrá entonces que imponerse para
la suprema salvación'
En tanto así hablaban, la noche hacía camino A
altas horas la llovizna empezó a ceder y a aclararse
un poco el cielo Lucían algunas estrellas
Luis María se despidió de su jefe, diciéndole al
irse
— Voy a escribir a mi padre, apenas venga el día
Aquel le oprimió en silencio la mano
Berón se fue a su vivac
Una vez a cubierto, descalzóse las espuelas y se
acostó vestido echándose encima el "poncho" de paño
No pudo dormir bien Tenía dolorida una parte
del cuerpo, la que sufrió el peso del caballo en la
caída en la loma Una especie de sopor invadió su
cerebro durante largo rato, y aquello que no era \ela
ni sueño reparó poco sus fuerzas
Divagó horas enteras su mente sobre temas confu-
sos, en los que se entremezclaban los recuerdos de
familia el nombre de Natalia balbuceado varias veces
por sus labios, la idea de la fortuna que él nunca ha-
bía acariciado con ardor en sus tristezas, unido al
amor de la causa, los mirajes extraños de un presente
lleno de peligros y de un porvenir preñado de tor-
mentas Sus pasiones cerebrales de consuno con el
[192]
GRITO DE GLORIA
malestar físico le hicieron sufrir, al punto de obli-
garle a abandonar el duro lecho antes del alba
Arregló sus ropas ligeramente, fuese al cañadón,
donde se lavó de un modo minucioso, y después de
esto se sintió bien despejado, ágil, dispuesto a los
fuertes ejercicios de costumbre
VoKiose a su "rancho", y allí tendido boca abajo,
se puso a escribir, cuando ya se anunciaba serena la
mañana
Una carta era para sus padres, otra para Nata
En la primera tuvo el pulso firme, seguro, en la
segunda trémulo Los afectos del hogar hablaron sin
reservas, el amor, con miedo ¡Qué lenguaje, sin em-
bargo lleno de sinceridad y de ternura'
Releyó, enmendó, \olvió a escribir con una pluma
oxidada que cogía a cada instante pelos, con una tinta
revuelta en su frasquillo por el continuo vaivén del
tubo de metal que lo encerraba, y en un papel tosco,
moreno, como fabricado con corteza de "molle", y con
tantas arrugas que parecía piel reseca de cabntillo
Al fin concluyo, la encontró aceptable, doblóla con
cuidado y le puso cubierta, encerrándola luego bajo
la de la otra, y después en el bolsillo más oculto de
su casaquilla
Sentía un grande alivio Sus padres, Nata, sabrían
de él Tenía derecho a una contestación más pronta
que antes, ahora que las distancias se habían acortado
y que la comunicación era más fácil con el empleo de
medios ingeniosos
l Cuánto anhelaba una respuesta 1 jOh 1 su madre,
que era tan buena no podía haberlo olvidado, debía
amarlo como en otro tiempo, cuando a la menor do-
lencia acudía solícita y le curaba con sus besos mas
que con las drogas haciéndole creer que eran así todos
los amores — acendrados, profundos, perdurables»
[ 1«]
XIX
DEL VIVAC A LAS CACHIMBAS
Salía con ánimo de aproximarse al íogón ele Ismael,
cuando el teniente Cuaro se pro- cuto a caballo, v sm
apearse dijole
—Te convido a venir conmigo a vi^itai las ^uar
días Por allá tomaremos "mate" Puede ser que
al pasito y a lo zorrino entreveraos con los ñanduces
nos pongamos a tiro de pistola de los mu T os para bi-
chear 6 No te gusta hermano?
— Si, me agrada teniente Pero antes tengo que ir
a íecilur ordenes del jefe
— No tenes que hacerlo El acaba de montar, y no
sé donde \a Me dijo que le convidase a vigilar las
a\ anzadas
— Entonces \amos
Montó a caballo al momento y partieron
x\i fueia de vrvacs pasaron lejos el cañadón en
una de sus curvas hacia el este, traspusieron un pe-
queño llano v una "cuchilla" v bajaron al trote a la
planicie arenosa en donde brotan diversos manantía
les que dan alimento a un estero lleno de cortaderas
> toioias
El sol se levantaba algunas lineas sobre el hori
zonte bañándolos de frente con una luz sin ardor que
arrancaba reflejos pálidos a las infinitas gotas de la
llovizna de la noche, colgantes de los cardos v de las
^chiícab" En el campo veíase dispersa una "caba-
llada" de la tropa, mas lejos dos o tres carretones con
[194]
GRITO DE GLORIA
sus pértigos en tierra, y junto a ellos otras tantas mu-
jeres que atizaban fuegos hechos con troncos de un
sauce, a la izquierda un "rancho" sobre una aspereza
del terreno en plano inclinado como enorme terrón
que parecía desplomarse al valle, al lado opuesto un
corral de palos a pique unidos, detras de una sucesión
de lomas la linea azulada del "mar dulce" donde bus
ca su confluencia con el océano
Los dos jinetes sin salir del trote, llegaron pronto
hasta el sitio de los carretones
Notando Luis Mana que uno era de ví\eTes, echó
recién de menos su bolsica con monedas que los "ma
melucos" le habían arrebatado en los cortos instantes
que estuvo prisionero
Pero Cuaró le dijo que no se diese cuidado por eso
Una de aquellas mujeres >estia de "bombacha" gris
y "poncho" de paño burdo, un sombrero de paja
gruesa con barboquejo, bajo el cual se alcanzaba a
\er un pañuelo a cuadros amarillos y rojos con que
ceñía bien al casco la cabelleia Estaba descalza, >
eran sus pies pequeños, regordetes y duros, poco sen-
sibles a la escarcha y a las breñas, a jU2gar por la
rapidez con que iba y \enía transportando leña
Otra llevaba chiripá a listas perfectamente aliñado,
medias de lana cruda y encima botas de piel de puma
con su pelaje dorado Una blusa larga le resguardaba
el tronco, plegada por un cmturón de soldado de cuero
negro con hebilla de bronce, a mas de un vichará a
bandas blanqui-negras cruzado por el hombro, y cu
y os extremos ceñía un "tiento" sobre la cadera iz-
quierda
El cabello formábale fleco muy negro sobre la frente
y sienes, aumentando su largo en gradación hasta la
nuca, donde caía lacio, abundoso y brillante como el
[195]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
de un mocetón cambujo Sin duda había sido cortado
a cuchillo y sin ningún esmero, puea uno que otro
mechón le caía largo ya eobre la mejilla redonda y
carnuda, ya más abajo de la oreja chica y muy pie
gada al cráneo Un sombrero de panza de burro col-
gado a la espalda por el barboquejo puesto a modo
de collar, y un pañuelo de algodón cruzado a la gar-
ganta, completaban la vestimenta de esta bizarra moza
que no cifraba en los veinticinco años
Tenía los ojos color del pelo, las caderas amplias,
las manos cortas, macizos los brazos, la boca de labios
hmchados y encendidos, un lunar oscuro en la barba,
el aire desenvuelto y atrevido
Veiasele detrás de la oreja un medio cigarro de hoja
de Bahía a manera de cañoncito en su cureña, y en
el pliegue del pañuelo dos flores de junquillo de una
fragancia sutil y capitosa
Fue ella la primera en venir al encuentro de los ji-
netes, acercándose al teniente con desenfado
Cuaró se sonrió, y guiñó el ojo a Luis María En
seguida dijo
— Esta es una guena muchacha de apelativo Ja-
cinta, muy amiga mía
Ella miró de lado, algo torcida a Berón con gesto
de curiosidad, y luego se cogió con una mano del
"fiador" del caballo de Cuaró, diciendo con una voz
ronquilla
— Apéate, indio Hay mate y galleta
— Al forastero se le brinda — repuso Cuaró Te
presiento al ayudante María
Berón no pudo menos de reír Nunca había logrado
que su compañero le designase por su verdadero nom-
bre de pila Cuaró se había aferrado al término me-
dio» le llamaba simplemente María
[106]
GRITO DE GLORIA
Jacinta se volvió siempre a medias hacia el joven,
lanzóle de nuevo una ojeada vivaz, y contestó
— Tanto gusto en conocerlo . ¿Por qué no se
baja?
Manee el tostao y alleguese, que para todos alcanza
— Sí Vamos a bajar un ratito a despuntar el vicio
— dijo Cuaró
— Es que pueden merendar un poco el fuego
esta lindo, la caldera cállenle Aura verán que les arre-
glo una tortilla
Mientras ellos se sentaban sobre dos cueros de car-
nero al lado del fogón, Jacinta se fue y regresó pronto
con un huevo de avestruz que venía horadando en el
casquete cónico con el mango del cuchillo
La otra mujer, de ojos verdosos y una nariz llena
de pecas grises como si un montón de avispas la hu-
biesen picado, seca, adusta, de muy pocas palabras,
cebaba el "mate" pasándolo por turno a los visitantes
Jacinta puso el huevo al rescoldo, echándole por la
abertura algunos granos de sal gruesa y brisnas de
una hierbilla verdi-negra que traía junto con el sa-
quillo de la sal En tanto preparaba un palito para
revolver la clara y la yema a fin de que con el calor
no se hiciesen un engrudo, decía contenta
— Desimulen que no les obsequee más que este
guevo de ñandú, porque no han traído carne todavía
Ya verán que sabe bien y es cuasi mejor que el de
pato y el de ganso cocinao asma
Y como empezara a crujir la cascara al ardor de
la leña, se apuraba a agitar la varita como un molí
nillo levantando la punta hacia arriba para dar lugar
a la cocción lenta
[197]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Después contemplando a Luis María con el rabillo
del ojo destellante, y un aire picaresco, añadía frun-
ciendo los rojos labios
— Con que este mozo se llama María 4 Ya se ve
que no ha sido cnao a monte por la estampa ¡De
montre de brasas T Se quieren untar de guevo Pero
se ha de asar al antojo, por lo mesrao Agapita j arrem
pu,a ese tronco a aquel costao mujer, que no parece
sino que te han metido una estaca en la boca 1
— jHum 1 — replicó la aludida, agria y chucara
¿Para que queres acoyararme? con tu labia basta
Y desparramo las ramas con los dedos
Luis Mana observaba atento la escena, los tipos de
las dos mujeres, sus vestidos varoniles > especialmente
aquellas botas de cuero de puma concolor que cubilan
hasta la mitad las bien torneadas piernas de Jacinta
Esta por su parte, soha mirar al joven cuando él
se quedaba como absorbido en una preocupación, y
luego a Guaro con los ojos muy abiertos Al aso com-
paraba, tal \ez la llenaba de exüañeza aquella cabeza
rubia de finos perfiles asentada con energía en un
tronco de hombre fuerte en su albor de juventud Sin
duda no era "cnao a monte" Por lo mismo podía ser
de aquellos a quienes \oltea de un salto el caballo,
cuando vuela de pronto una perdiz
Calíate — murmuró Jacinta, contestando de pronto
a Agapita, y muy empeñada en su obra Voy a servir
a los hombres esta tortilla Pueden comerla sin
recelo porque el gue\o es fresco, de una nidada que
encontré ajer de tardecita junta al bañao Va) a,
mozo 1 Ya tiene salmuera
Y lo puso entre dos leño*, al alcance de Luis Ma-
ría y de Cuaró
[ 198]
GRITO DE GLOBIA
— Lindo está — dijo el teniente Acarreá galleta,
Jacinta
— Ya truje
Y sacó dos de un bolsillo de la blusa, duras como
piedras y ornadas de un ribete de verdín
Ellos lai encontraron sin embargo muy sabrosas,
al igual de la toi tilla confeccionada dentro dt la mis
ma cascara
Concluida la merienda, Luis María declaró que se
habla desayunado como un canónigo y que Jacinta
entendía bien las reglas del arte, — lo que dejo a
oscuras a la moza, y en tinieblas se hubiese agitado
un buen rato, si Cuaró no la habla con su calma in-
alterable en estos términos
— Alcanza el "chifle" china para remojar
Jacinta se apresuró a extraer del seno, debajo del
"vichará", un medio cuerno de buey lleno de anís, y
provisto de un corcho en la embocadura
Cogiólo el teniente y se lo puso destapado cerca
de la boca a Luis Mana, quien sm escmpulos sorbió
un trago
En seguida él se lo empinó, trasegando sin ruido
Limpióse los labios y devolvió a Jacinta el "chifle"
con un visaje
— No es tan juerte — dijo ella echándose un tra-
guillo > pasando el cuerno a Agapita
— Orejano ha de ser — repuso Cuaró
— l Si es de tu marca, indio 1
El teniente se echó a reír
Levantóse desperezándose con los brazos en alto,
dio un brinco con las piernas tiesas, y luego a pre
texto de seguir desentumeciéndose, púsose de un sal
tito junto a Jacinta y le hizo cosquillas en el seno
Saca esos dedos — dijo la moza toda llena de risa
nerviosa Parecen nudos de "tacuara"
[199]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Cuaró pellizcó un instante concienzudamente, y re-
vistiéndose de formalidad después, dirigióse a Ja-
cinta en estos términos
— Mirá amiga vas a tratar siempre muy a su gusto
al ayudante porque es mi compañero, un mozo de
alma que vale aunque yo le lave la cara asina a boca
de jarro
— ^La tiene bien limpia 1 — exclamó Jacinta, con-
templando a Berón con un aire humilde He de ser-
virlo en lo que mande
Luis Mana que estaba serio, agradeció todo, y
como se dispusiera a la marcha, saludó a Jacinta, di-
ciéndole que no olvidaría su agasajo
Agapita amorrada siguió junto al fogón tomando
"niate aguachento'' hasta hacer sonar la "bombilla"
Ya sobre los lomos, Cuaro saludóla asi, calmoso
— I Adiosito "tambeyua" r
Como si la hubiesen hincado en la nuca, Agapita
se írguió colérica contestando
— jMira el "quirquincho" 1 Andá, zafao
El teniente picó espuelas riéndose, al punto de
echarse una y dos veces sobre el cuello de su montura
Era la suya una risa de niño tan espontanea e ín
genua, que Berón no pudo menos que admirar aquel
organismo poderoso tan imponente en la lucha, tan
sencillo en los afectos
Y acabando de reír dijo Cuaró
Las dos muchachas son muy güeñas ,
Jacinta se le juyó a Frutos, y aura no más, no
quiere cabrestearle a Calderón que al ñudo la anda
requebrando Es muy de a caballo y guapa cuando
pinta
— |Ya me figuro'
[ 200 J
GRITO DE GLORIA
Caminaban por una loma desierta, en dirección a
la plaza
A un flanco, como a media milla, cerca de un edi-
ficio arrumado, distinguíase un grupo de hombres y
caballos Los primeros estaban reunidos a un gran
fuego que lanzaba vertical una larga humareda Va-
rias lanzas con banderolas se veían clavadas en redor
como enormes y derechos tallos de caña con sus pe-
nachos de hojas puntiagudas en desfleco
Guaro extendió el brazo hacia el grupo, murmu-
rando casi entre dientes
— La guardia del capitán Melendez y el alférez Pi-
quemán
— Spíkerman será, teniente — observó Luis María
eonriéndose
Cuaró encogió un hombro, replicando
> — Lo mesmo es
Al lado opuesto, pero más lejos, divisábase otro
grupo próximo a un "ombú" que alzaba su redonda
copa sobre las colinas dominando el campo a gran
distancia
— l Lindo bichadero' — exclamó el teniente A lo
pájaro se columbran de arriba hasta los buques
Es la guardia del capitán Sierra
En la zona del frente, a más de una milla, movían-
se algunos hombres a caballo Algo adelante lucían
como fugaces relámpagos, y oíanse después detona-
ciones aisladas, que eran disparos de carabinas
— La avanzada del capitán Manuel — dijo Cuaró
Y enderezó el caballo hacia la costa, guiando a su
compañero
Luego moderando el trote ante las rugosidades del
terreno, volvió a tomar el rumbo del recinto fortifi-
cado»
[201]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Las lomas a la derecha reducían en extremo el cam-
po de la visual a la izquierda se extendía la pla\a
llena de rumore^ con su olaje de hieras espumas
Sobre las aguas de un azul sombrío, \agaban las
gaviotas de pico negro y pinzas rojas en desfilada
mojando el extremo de sus alas
A lo largo de la costa se sucedían f>n sene los gran-
des peñascos con sus trechos de explanadas arenosas,
> entre esos riscos v las colinas corría un sendero cu-
lebnno escondiéndose tan pronto detrás de las piedras
j malezas como enseñando en las alturas su huella
angosta \ amarillenta
Los dos jinetes piecipitaron la marcha por ahí avan-
zando mucho terreno
Lutgo repecharon una cuesta, deteniéndole en lo
alto paia inspeccionar con una mirada atenta los con-
tornos
Habían dejado detrás las guerrillas, hacia el costado
derecho
Ceica de una milla delante descubríale el cmturón
de graniNj que rodeaba a la plaza, con su gran bro
che de baluartes a tenaza y ángulos flanqueados, lle-
no* de cañones, el campanario de la iglesia matriz y
su cruceta de hierro, uno que otro mirador disperso
con sus tejados \erdi-negros a modo de palomares, y
el casquete del cerro en el fondo como el morrión de
un coloso
A poca distancia de los jinetes en un vallecico muy
\erde, veíanse diseminadas con sus bocas a flor de
tierra varias "cachimba \" de aguas quietas en cu>os
fondos se alcanzaban a percibir lo<* guijarros y las
arenillas como a través de un vidrio color topacio
En dos de esas "cachimbas", echadas de bruces, la-
vaban ropa dos negras \iejas con sus cabezas bien
t 202]
GRITO DE GLORIA
envueltas en pañuelos de algodón unidos por los ex
tierno* en la mollera
Sin perjuicio de restregar las ropas sobre una ta-
bla que formaba como diámetro de aquellas bocas
circulares, sorbían \ de\ol\ían por sus anchas fosas
nabales el grueeo humo de unas pipas de >eso bien
repletas de tabaco negro
Las dos comersaban con mucho calor, cuando la
aparición de los jinetas las dejó en suspenso
Abandonaron por un momento la tarea, sentáronse
sobre los talones, y miraron — retirando de los la-
bios los "cachimbos".
A poco de observar con gra\e atención a los recién
\enidos, una de ella se persignó lentamente y uniendo
luego las dos manos exclamó llena de asombro
— ¿Ave Mana purísima '
— Sin pecao concebida — gruñó la otra
- — Si me paiere el niño Luis que cstov mirando,
jpor Dios Santo 1
Beron contemplaba en ese instante a Montevideo,
V de tal modo tenía allí puesto los ojos cual si bus-
case por encima de los muros en las mas altas azoteas
alguna sombra amada, que las voces del llano no lle-
garon a su oído, ni llegado hubieran, si el teniente
no le previene que una de aquellas lavandera» le hacía
señas
La negra empezó a hablar en voz tan alta ponién-
dose de pie, que Luis María no tuvo que hacer grande
esfuerzo para reconocerla
Experimento una emoción de alegría que no puso
empeño en dominar, bajando a gran trote la cuesta
— jEI mismo soy, mama Nerea 1 — dijo con acento
cariñoso, ^Qué suerte el encontrarla 1 Va a hacer-
me usted un servicio cuando yo creía imposible el
[203]
I I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
medio de salir del paso Vea usted 1 Aquí tengo dos
cartas que ansio mucho lleguen a su destino, que son
para personas queridas que acaso se acuerden de
mí ¿Ha \isto usted a mis padres, Nerea?
— Si, niño, están buenos { Virgen bendita* Mí-
renlo como viene de quemao El servicio que quiera
aunque me afusilen 1 El ama va a tener un gusto
como nunca así que le cuente esto que me está pa-
sando
Así es Pero ahora Nerea, el tiempo e* corto, te
nemos que regresar y pidole me escuche , Como va
a llevar usted estas cartas 9 Yo temo mucho que se
apoderen de ellas
La negra se calló de súbito con gesto muy serio, y
púsose a mirar a todos lados como si buscase un me-
dio de solución
Y poniéndose un dedo en la boca, dijo luego ba-
jito
— i Démelas, niño, yo sé T Todos los días entra-
mos y salimos por un portillo en la muralla donde
hay poca vigilancia Registran ahora, pero una na-
dita A las negras viejas nos dejan pasar sin poner
mucho el ojo, como que lavamos ropa de los oficia-
les ^Ya verá, niño 1 ya verá, su mercé
Esto diciendo, Nerea se desataba el pañuelo de al-
godón que cenia su cabeza, — ■ un cráneo achatado en
el frontal y saliente en el occipucio, cubierto en parte
por "motas" blancas tan nutridas aún, que bien po-
dían ocultarse dos cartas debajo del vellón
Luis Mana comprendió, y haciendo con su corres-
pondencia vanos dobleces hasta reducirla al mínimum
del volumen posible, la introdujo entre las "motas",
de manera que no se descubriera a simple vista el
engaño
[ 204]
GRITO DE GLORIA
— lAhi está' — exclamó la negra pasándose una y
dos ocasiones la callosa mano por el cráneo, subdivi-
dido en ísletas y ranuras Ahora se aprieta fuerte el
pañuelo en muchas vueltas y se ata en el medio
¿A que ningún "mameluco" encuentra la gueva, niño?
— Así ha de ser, Nerea
— Ya no hay mas que irse, si su mercé no tiene otra
cosa que mandar Enjuago esa camisa que está ahí
sobre el tablón, ato la ropa seca, guardo el jabón y
el añil con todo lo demás, allí en ese "rancho" viejo
de mi compadre Guma, me pongo el bulto en la ca-
beza, y adiosito* ♦ En un ave mana estoy en el
pueblo, niño, y en una señal de la cruz en casa del
ama, junto que llegue la oración |Por la \irgen pu-
rísima T i Qué cosas me están pasando bendito sea el
Señor *
Y la negra toda nerviosa, púsose a arrollar las ro-
pas, dejando caer el "cachimbo", en tanto Cuaró, in-
móvil en la loma, decía a su compañero
— Es gueno volver hermano Ya comienzan a albo-
rotarse los que están en el saladero de adelante, y
nos van a cortar.
— Cuando guste Adiós Nerea
— Que la virgen lo ayude a su mercé Pronto,
niño, mire que estos "mamelucos" no son de fiar 1
Ya Berón no la escuchaba, pues había traspuesto
con Cuaró la loma y descendía al sendero de la playa
Todavía Cuaró escaló la altura una vez ma9, y al
bajar dijo
— Una partida grande corre para el campamento,
a media rienda ^ Vamos a emparejar r
Y arrancaron a toda brida
En efecto, un grupo numeroso de jinetes se dirigía
al campo de Oribe, pero no se oía un grito, y habían
cesado las detonaciones
[203]
XX
LOS COTURNOS DE JACINTA
Llegaron al campo sm novedad alguna en su tra
yecto, después de un galope de media legua Allí se
informaron de la causa del movimiento producido en
la linca, el cual no reconocía otra que la llegada de
\anos patriotas escapados de la ciudadela antes del
alba Aprovechándose de la confusión ocasionada por
una de tantas alarmas dianas, especialmente después
del repliegue de la columna descubridora, muchos pn
sioneros habían escalado la muralla v descolgadose al
foso, diseminándose por las afueras a favor de las
sombras El mas numeroso de los grupos encontró (a
ballos en un "potrero', algunos de ellos semienjae
zados, pertenecientes sin duda a los guardianes de la
"trupilla" y era ese grupo el que acababa de atra
\csar la lmea entre \ítores y aclamaciones
Como si todo concurriese a alentar el esfuerzo de
los revolucionarios, súpose también que otros amigos
de causa habían llegado del exterior De diversas lo
calidades habían venido nuevas igualmente halagado-
ras, sobre otros desembarcos, encuentros parciales, le-
vantamientos, una verdadera atmósfera de alegría j
de bullicio dominaba el campo entre diálogos rumo
rosos y ecos de diana
Luis María y Cuaró pasaron por el sitio de los ca-
rretones, en donde se detuvieron un momento para
tomar un "mate" que le» brindaba Jacinta
Esta parecía también contenta, y muy al cabo de
lo que pasaba, Lucíanle los ojos negros con un bnllo
[206 ]
GRITO DE GLORIA
de loza fina, tenía la tez encendida, lo* labios más
rojos, el pelo mejor peinado En realidad estaba her-
mosa, con esa hermosura as;re^e, selvática, que olía
a flor de alhucema ) a miel de "camoatí"
Ella Ies comunicó lo que sabía, \ aun lo que se
esperaba, añadiendo
— ¿No hav apuro, por irse r Apéense Tengo
''churrasco'' \ un costillar al asador que me trujo el
cpbo Mateo de parte del cordobés 1
Y se reía, mostrando una doble fila de rLentes pe-
queño* afilados y lu-tro«os como los de un niño,
acompañando su expansión con un ademan de alto
desden
— Yo no quiero que se va\an Bájense, pues No
parece sino que les gusta el ruego
Cuaró que miraba a su compañeio de reojo, repn
miendo una sonrisa maliciosa se apresuro a contestar
— Aura no Jannra, pero luego ha de ser
En seguida, como recapacitando, reacciono, y dijo
a Luis María
— Mira, hermano es preciso comer a donde se en-
cuentra, porque uno no sabe lo que ha de acontecerle
cuando anda de "tapera" en galpón Apéate que
}o vueho de aquí a un ratito
— El asao está listo — repuso Jacinta ¡lindo no
más ! Es una carne flor como la de regalo
Guiñaba un ojo con una sonrisa sardónica
— j Viene del cordobés, indio' iapurao por merecer
deade hace días Jai' No faltaba otra cosa Y yo
sé una que he de contarles porque corre priesa
Dirigiéndose a Berón agregó
— Bájese a merendar, si tiene gusto, ^no ha) pr
rros en la querencia 1
[ 207]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Pensando que si bien era verdad que no había mas-
tines bravos y sueltos, habiía acaso leonas allí, Luis
María, que tenia apetito, no vaciló en echar pie a
tierra Por otra parte sentía cierta fuerza de atrac-
ción en aquel vivac de los carretones, que le hacía
agradable la permanencia
Tiró del cabestro y oprimió la mano a Cuaró que
le prometía de nuevo volver
Cuando el teniente se fue, ella le tomó el caballo
a pesar de sus protestas, lo condujo a un sitio apro-
piado quitóle el freno y ató el "manead o r" a una es-
taca allí clavada Toda esta faena fue obra de pocos
minutos
Luis María, que ya estaba junto al fogón, no dejó
de seguirla en sus menores movimientos, no sabiendo
que admirar más, si su práctica en tales tareas, o la
bizarría de su figura de mocetona llena de bríos
Aquellas botas de piel de puma con pelaje, tan bien
ceñidas al pie y a la pierna redonda Nunca había
él pensado en semejantes coturnos T
Sin engañarse, aunque de estructura y arte semi
salvaje, las hallaba algo de interesante Le habían lla-
mado la atención las botas de Cuaró aunque sabía
que Cuaró era más que matador de tigres, y caíanle
correctas al fiero lancero, con mayor motivo en Ja-
cinta parecíale que entre sus pies estrechos y regor-
detes y las afelpadas zarpas de la leona, no podía ha-
ber gran diferencia
A juzgar, pues, por los extremos de plantigrado,
las pasiones o los instinto? que bullían en aquel tronco
de amazona debían guardar íntima relación
Sus dientes blancos y filosos encajados en encías
de un color de grana, se mostraban con amenaza, aun
sonriendo El cabello muy negro algo crespo y reta-
[ 208 ]
GRITO DE GLORIA
ceado que ella sacudía cuando se quitaba el sombrero,
semejaba una melena espesa aunque cuidada y lu-
ciente
Concluida su diligencia, volvió ella presurosa, atizó
el fuego, movió el asador, del que goteaba a hilos la
dorada pringue, fuese al carretón, tomó galletas y
azúcar terciada, preparó otra \ez el "mate", lo "cebó",
y presentándoselo a su huésped, dijo
— De^imule si no está a su gusto mozo
■ — Muy bueno he de encontrarlo, Jacinta, mas cuan-
do pienso que esta suerte mía no la tienen muchos
— ¿Qué suerte, dice?
— La de que usted me lo brinde
Refregóse ella las manos, bajó la \ista al suelo y
se quedó en silencio
Se había sentado en un tronco cerca de él, con la
caldera al alcance de la mano, cruzado un pie con el
otro
Alguna vez aspiraba fuerte los junquillos, ya mus-
tios, que se conservaba en un ojal de la blusa, y lo
miraba de lado de un modo fijo y sombrío, huraño,
persistente
— Lo que siento Jacinta, es no poder retribuir sus
agasajos como yo quisiera, puesto que usted no puede
dar de balde lo que a usted le cuesta
Hizo ella un gesto de enojo, pero reprimiéndose res
pondió con acento grave
— iQué me importa 1
Y después, poniendo en los del joven sus ojos siguió
bajito
— Es mi gusto Si no juese asma, no estaría usted
ahí
— l Gracias *
[ 209]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Luis María cogió la caldera para poner agua en el
l malp' v pasárselo pero íacinta se lo quitó y siguió
haciéndolo ella
— A otros más pintaos, cuasi puedo decir, les he
permitido pero a usted no Yo estoy para servirlo
¿Y usted es de Montevideo 9 — preguntó en seguida
con vi\ acidad
— Sí Jacinta, de allí sov
— Ya se le ¡ cuántos habrá que se acuerden de
usted 1 \Qué lastima andar siempre lejos > entreverao
con tanto matreraje !
Mire, algunos son buenos, pero ha) otros que ni
para atusarlos
\cvv a derirle Frutos y Calderón se lascan juntos
Fl coidobés siempre jue con él como guasca lechera
¿«¡abe 7 jYo los conozco mucho } a mí no me
\engm con retobos ni con pialadas f Frutos se aíigura
que naide le pisa el poncho y que él sólo manda por-
que después de Articas no hay otro, v a mi me e ma
me ha dicho que si lo aganaron jué por engaño, qu p
los ha de arrocinar a todu% porque él se duebla \ no
se quiebra, y que cuando menos se piensen los va a
hacer andar como avestruz contra el cerco ¿Ove
usted 9
— ¿Sí, ^ bien que escucho' — contestó Berón un
tanto sorprendido
— Pues el arrastrao del cordobés quiere mas que
eso, anda en trato con los de adentro v ha prometido
matar a los mejores de aquí de una noche para otra
— ¿Es posible Jacinta 9
—i Oh, sí r Tan \erdad como esa luz que alumbr?
Y acentuando una a una sus palabras continuó
— Yo sé bien lo que pasa sino, no diría nada
El cabo Mateo de la gente de Calderón, me ha contao
[210]
GRITO DE GLORIA
todo para que me juese al campo de su jefe, de quien
me trujo esta carne Yo no quise Entonces dentro
a hablar para asustarme, le retruqué, me reí de ti y
del otro, y el hombre comenzó a descubrirlo todo muy
seno, por ver si \o entraba a afhjirme y a dirme con
el carretón ¡De adonde T Lo inqué un poco, por sacai-
le lo que guardaba, y no tardó en decir que su jefe
tenía ofertas muy grandes de Lecor, que aquí el mas
ladino era Oribe y no don Juan Antonio, según lo
había asigurado Frutos, y que cayéndole a Oribe,
Frutos había de acabar por ponerle a don Juan An-
tonio "pie de armgo M , > arreglarlo todo sm mas que-
bradero de cabeza Ultimamente habló de que nada fal-
taba para el baile, porque hasta música había de ve-
nirles de la plaza ¿Qué le paiece? jVa>a viendo T
Cuando Frutos jugaba en la tienda hacía buila de
todos, decía que ninguno valia más que una onza de
las que echaba en la carona, y que nunca había de
consentir que lo ladeasen, aunque juese el Emperador
mesmo porque el era dueño de todo 1 hasta del ultimo
gaucho que entnega los ojos a los chiman^os Los
hombres habían de servirle en cuanto ordenase, las
mujerts teman que aficiónamele, porque sino jdele
lazo* la plata era para él, que sabena repartirla sin
que naide se quejase, y toda "doñV que pariese un
hijo tenia que &er su comadre
Jacinta calló un momento para cambiar de lado el
asador
Luis María había apocado el rostro en su«* dos
manos y parecía absorto, con la vista fija en el iuego
Volvió ella a su asiento, y prosiguió con mayor lo
cuacidad y acritud
— Calderón no se despegaba, corno garrón al gueso
Frutos le decía siempre t con este chicote he corrido
[211]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
a los porteños 1 ¡Había de ver 1 ¡Se ganaban las onzas
íodas las tardes v se repartían las aparceras entre los
dos como tabaco picao, lo mesmo que las vacas gor-
das j las "tropillas" ajenas, dentraban a los "ranchos"
para averiguar cuantas mozas había, y si eran de car-
necita, para qué 1 Se había de bailar hasta que ra-
jase el sol cuando era un bautismo y comerse vaqui-
llonas con cuero Lo mesmo cuando era un velorio
El angelito se pudría de andar de un pago a otro, en
las "casas" que tenían cuartos grandes donde pudiesen
amontonarse los oficiales de dragones y armarse el
"pericón" Después se iban al campamento llevándose
a las ancas más de una prójima, que ya no volvía
AI ñudo alguna madre afhjida pedia por Dios que le
dejasen la más chica, se reían a reventar, diciendo
que la más cara era la carne flor Se hacían los quie-
bros y comadreros, y donde quiera iban al destajo,
peor que indios • Mire, yo me cansé de ir atrás
con mi carretón viendo tantas maldades, y los dejé
una noche, a los pocos días de caer Frutos preso
Esa tarde pasó usted cerquita de mí sin mirarme,
muy tieso y amorrado — y entonces pregunté quién
era esa estampa de nazareno con sable que iba montao
en un overo rabón ¿Naide lo conocía, como que
no era fruta del pago'
Aura ya sabe Si el cordobés se suleva, le va a po-
ner el ojo como ayudante de Oribe, hay que dormir
con el caballo de la rienda, que los zorros roban guas-
cas y los tigres se comen hombres ¿Cómo a ladina no
me ganan, yo les voy a ayudar a pialarlos lindo 1
Al decir esto, los ojos de Jacinta centelleaban como
dos ascuas, vivaces y bravios
Berón levantó la cabeza despacio y la miró atento.
[212]
GRITO DE GLORIA
Todo lo que ella había dicho no tendría nada de
poético, pero sí mucho de verdadero Le hacía pensar
— ¿Está usted en el secreto de lo que pasa, Jacinta?
— preguntó
— Si, yo sé todo El cabo Mateo tiene que venir
cuando llegue una mujer que mandan de adentro con
cartas Esa mujer pasa Id noche con Agapita, si no
viene el cabo, y a ocasiones se \a a donde Calderón
"con los papeles* para traer otros Yo les \oy a avi-
sar asma que estén aquí y antes que Mateo converse
con la "doña" Pero auia veo que el indio se ha
de haber puesto a sestear porque no aparece jEs un
indino 1
— No importa, Jacinta, yo le diré lo que ocurre,
aunque él ya esta sobre aviso
Y ahora la dejo, pues conviene que hable con mi
jefe sobre estas cosas tan disgustantes
— Es asma Pero i cuantas de éstas hacen 1 Usted no
conoce la laya de alguna gente Son capaces de darle
golpe a todos si ganan en la partida y de pasarse a
la pla/a en un repeluz, porque creen que los de aden-
tro son de Uro largo y han de quedarse con la plata
del juego
— l Verdad * Eso han de imaginarse
Como Jacinta acercase el asador, clavándolo de-
lante de él e invitándolo a servirse, el jo\en sintió
que se reavivaba su apetito en presencia de una carne
dorada que chorreaba delicioso jugo
Almorzó, pues, hasta saciarse, pero antes paso una
costilla a la hermosa vivandera, cortada del centro,
dejando otias en el asador al rescoldo por si apare
cían Cuaró y Agapita
Jacinta dijo que Agapita había de traer listo el
diente, pero que aun demoraría, pues ese día estaba
[213]
EDUABDO ACEVEDO DIAZ
de lavado En cuanto al teniente, ella agregó el indio
es muy gaucho v aonde quiera pega el tajo y merienda
Concluido el almuerzo Jacinta enfrenó el caballo
de su huésped y se lo trajo del cabestro a paso lento
— Ahí tiene su hayo — dijo — Ya está por "des-
piarse", si no lo "desbasa" un poco
Luis Mana se sornó
— Agradezco la advertencia y la tendré presente,
Jacinta
Esta se sonrió a su vez
Y como él añadiese que tema ademas que agrade-
cerle todas sus bondades, ella dijo con acento suave,
desentendiéndose
— -jQué Dios lo acompañe 1
Mirulo con ojos cariñosos, > quedóse de pie, míen
tra* el jo\en marchaba
Todavía al tiasponer la vecina loma, ohservó el ji-
nete que Jacinta le seguía con la \ista, inclinada la
cabeza v los brazos cruzados sobre el pecho
Preocupado iba con las revelaciones recibidas, al
punto de no interesarle mucho el tiroteo dt la linea,
pero la \erdad es que a poco se siguió a la preocupa-
ción formal otra risueña sobre la* botas de cuero de
puma lonrolor de Jacinta jBuenos coturnos para una
diann cazadora'
[214J
XXI
AL RESCOLDO
Un viernes por la noche la helada cubrió los cara-
pos, que iluminaba la luna a través de un espacio de
limpidez admirable
El suelo blanqueaba en toda su extensión visible,
desapareciendo bajo el manto de hielo el verde vivo
de las hierbas y la negrura del lodo en los pantanos
De los arbustos semihojosos colgaban los gajos bajo
el peso de una costra de cristales, y los que ya estaban
desnudos parecían envueltos en redajas de frágiles
hilos El aire lastimaba al rozar las carnes como un
latigazo finísimo, y de ahí los encogimientos y cns-
paciones de los caballos que, sujetos a la "estaca",
permanecían con las cabezas quietas y las colas entre
remos, sin triscar los pastos En el "cañadón" la rata
de agua solía cruzar el cauce en compañía de los patop
silbones
Algunas brasas brillaban en los vivacs, restos de
fuegos encendidos con gruesos troncos traídos del
monte de Carrasco de tiro a la cincha Pero va no se
veía sino uno que otro bulto de distancia en distancia
junto a las cenizas ardientes, sin duda de centinelas
perdidas que vigilaban las cercanas lomas Pasada era
media noche Una hora haría apenas que Luis María
se había recogido a su tienda de ramas de sauce y
tolda endurecida por el hielo Estaba recostado, fu-
mando Cerca de la entrada había ardido un buen
fogón, del que se conservaban algunos enormes tizones
17
[215]
I
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Ráfagas tibias se introducían a intervalos en aquel
refugio, sólo para hacer sentir con mayor intensidad
la crudeza del frío que se colaba por loa intersticios
vivo y sutil.
No parecía sin embargo muy mortificado, pues se
mantenía inmóvil, envuelto en su "poncho" Acaso
existía mucho ardor en su mente, tanto como vigor en
sus músculos Pero, el hecho es que, en cierto mo-
mento llamóle la atención un ruido leve de pasos a
espaldas de su vivienda
Leve era, en efecto, ese ruido, el que pudiesen pro*
ducir las zarpas enguantadas de un tignno al sentarse
sobre la capa helada
Se incorporó para escuchar mejor y cerciorarse,
antes de abandonar su escondrijo inútilmente
Por un instante cesó el rumor de las pisadas Pero
luego volvió a sentirse, ora lejos, ya cerca, hasta que
resonó a la entrada al mismo tiempo que se proyec-
taba delante una sombra
— ¿Soy yo, anudante María T — murmuró una voz
de mujer — Tengo que hablarle ahí adentro, que
no oigan
El joven* que había reconocido a la que hablaba,
le hizo lugar, diciendo con alguna sorpresa
— ¿ Entre usted, Jacinta! La habitación es bastante
estrecha, pero yo me haré lo más pequeño posible
— No le hace Aonde quiera me acomodo sin pe*
tandear
Y se entró en cuatro manos, tendiéndose al lado
de Luis María
— ¿Qué ocurre, Jacinta 9 ¿Ya tenemos a la emi-
sana ?
— Sí, por eso he venido ♦ Mamé el malacaTa por
no alborotar.
[216]
GRITO DE GLORIA
— Entonces eg preciso avisar de lo que pasa al co-
mandante
— 4 No f El ya jué, y está calentándose en el fogón
junto a los carretones También hay tropa con el ca-
pitán Mael y el indio
— ¿Y la mujer emisana?
— El comandante le sacó los papeles que traía de-
bajo de la bata, y la puso presa en un carretón jEstá
enojao f
— Me imagino ¡ Ahora mismo voy hasta allá, Ja-
cinta 1
— No, no vaya El dijo que no había que mover
nada del campo hasta que no ra>e el día, que todo
estaba siguro, y que quería tener el gusto de desarmar
él mesmo al cordobés cuando ae pusiese a churras-
quear en su fogón Ha mandao que naide deje los
"ranchos", sino a hora de siempre La gente que
esta en el "playo" vino de la guardia del ombú, y
la hizo apearse hasta la mañanita
Luis Mana notó que Jacinta venía inquieta, que
algunos de sus estremecimientos frecuentes no eran
causados quizas por el frío, pues en ciertos momen-
tos parecía sufrir sobresaltos, incorporándose de sú-
bito al menor ruido que ee produjese en las proximi-
dades del vivac.
En una de esas veces, se arrastró sobre su9 rodillas
y asomo la cabeza poniendo el oído con atención
Luego, al recogerse, se acercó bien al joven con la
cara ardiendo a pesar del cierzo, y le pregunto
— ¿Tiene usted las armas a mano 9
— Si, están junto a mí, prontas ¿Por qué esa pre-
gunta, Jacinta?
[217]
EDUARDO A CE VED O DIAZ
— jOh nada 1 Es bueno siempre Mire yo truje
esta daga por si acaso Hay "malevos" en el campo
y puede antojárseles venir hasta aquí
— No tenga cuidado por eso, que yo los recibiría
como merecen — dijo Berón con lentitud, como si se
diera cuenta de aquellos misterios — Pero si Calderón
se subleva no veo que le asista tan grande interés en
sacrificar a un hombre que poco o nada significa, a
no ser que tenga por lujo derramar sangre
Jacinta lo miró de un modo intenso, murmurando
bajito
— ¡No crea, yo sé* El cabo Mateo me preguntó
anoche si yo conocía a un mozo alto, muy airoso, que
era ayudante de Oribe, de apelativo , y si yo sabía
dónde hacía noche, si tenía fogón aparte y en qué
lugar del campamento Le contesté que no conocía
a naide de esa pinta Pero yo caí en el ardite, y entré
a averiguar haciéndome la poca alvertida para cuando
era el golpe, y me dijo que de esta noche a mañana
con el alba, que no estaba en lo firme, porque tenían
que salir tropas de la plaza Entonces pregunté por-
qué iban a matar aquel mozo, si él no era jefe Res-
pondió que había orden de adentro de no dejarlo con
vida
— lAh 1 ¿No añadió de quién podía venir esa
orden 9
— No dijo nias nada, usted ha de saber
Luis María se sonrió con tranquilidad
— No adivino, Jacinta ¿En verdad que e3 raro 1
De todos modos, mucho tengo que agradecerle este
servicio que me precave de una sorpresa
Ella volvió a experimentar un sobresalto en ese ins
tante, y sin desplegar I09 labios, arrastróse de nuevo
hacia afuera mirando a todas direcciones
[218]
GRITO DE GLORIA
Las formas correctas y llenas de su cuerpo ágil y
flexible, dibujaban bien sus contornos entre las am-
plias haldas de la manta que le servía de vestimenta
Llevaba puestas las botas de piel de puma que le cu-
brían hasta la mitad las piernas y una "bombacha"
de brui cuya blancura revelaba el aseo y cuidado de
la persona, una blusa de paño azul ajustada al talle y
un pañuelo de seda ceñido a la garganta
Asi que se volvió al primitivo sitio, pudo recién
apercibirse Luis Mana que aquella especie de leona
olía a junquillo y a aroma silvestre, y que esa ema-
nación capitosa empezaba a embarazarle los sentidos
— ¿Qué atrevimiento' pensara usted — dijo ella —
Sin su licencia estoy yo aquí
— No la necesitaba, Jacinta, y menos para hacerme
el bien que tanto me obliga . .
— i Qué obliga' Yo soy asina cuando tengo gusto,
guitarra dura para todos menos para quien sabe ta-
ñerla
Deseos tuvo Luis María de decir que él la iba a pul-
sar entonces, pero aun se mantuvo firme, un tanto
preocupado con lo que le estaba pasando de un modo
tan extraño e imprevisto
Aquel interés en matarle, ¿de quién podía prove-
nir 9 Su imaginación se abismaba
Luego hizo esta pregunta como confuso
— Y esas cartas ¿que dirán Jacinta 9
— |Ya se ve lo que han de decir 1 El coman
dante no conversó nada de eso Toma "mate" no mas,
mirando al fogón A ocasiones se levanta y camina a
prisa como para quitarse el frío
— Verdad que aquí dentro hacía uno intolerable,
pero desde pocos minutos acá la atmósfera se ha tem-
plado, y parect eeto un hornito
[119]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
i re «' — murmuro Jarrita — T* nso 'a c i?
« i lid fu no ^ aun los pies también c e me <*ah p u ti
i la fija porque dan en los tizones
V después, siguió diciendo con voz cariñosa
— Que gusto de querer irse con esta helada grande,
cuando no lo llaman toda\ía Si u^ted quiere yo
me vo\, sf*ñor ayudante María iQ ue nombre lin
do r ¿U c ted tiene madre 9 Porque si tiene, aura ha
de estar llorando al acordarse de su rubio
Luis Mana se estremeció, y como ella est?ba muy
cerca acurrucada bajo el mismo poncho pues el que
trajo lo había puesto tendido encima, llegó a sentir
aquel temblor
— ^No la echo 1 — contestó Berón — ¿Por qué ha-
bía de irse, ni \o permitirlo habiendo usted sido tan
buena conmigo?
— A Mirá No hice tanto*
Y suavizando cuanto podía su acento ronquillo,
añadió como un anullo
— í No me trate tan formal 1
— ¿Y como quieres que lo haga, Jacinta 9
— ¿Asma! — repuso ella contenta, cual si hubiese
merecido una caricia — Yo nada valgo, usted sí
Por eso lo quiero distraer un poco, para que no ca
vile tanto
— Si >o no cavilo, Jacinta Pero aunque así no sea
tengo mucho placer en que estés junto a mí, en oír
tu voz amiga
Ella le cogió la mano, oprimiéndosela, y dijo
— jQue gusto'
El se acerco mas, acaso sin pensarlo, por un mo-
vimiento instintivo, siguieron hablando bajito, estre-
chándose, > después ya no se oyeron voces
[220]
GRITO DE GLORIA
De vez en cuando chisporroteaban los tizones re-
ventando en el aire alguna bnsna ardiente La helada
descendía siempre acumulándose en cristales sobre el
techo improvisado, y el frío era intenso, la noche azul
y transparente
Gran silencio reinaba en el campo Algún zorro en
busca de lonjas de cuero lanzaba en el bajo su grito
estridente, si ya no era el de un cabiav errante por
el ribazo del "cañadón". el que perturbaba por mo-
mentos la calma profunda
Pronto vino la alborada — una claridad lechosa,
tenue y difusa en el horizonte que se iba extendiendo
como blanca gasa, y enseñando luego su festón de
rosa sobre un fondo colorante como una lámpara so-
litaria en la inmensa bóveda sin sombras Del ramaje
ya casi deshojado de los "ombúes" surgía el canto de
los dorados, y el "teru" recorría el campo a vuelo
rasante entre notas bulliciosas
Fue a esa hora que Jacinta salió de la tienda de
Berón, para tomar su caballo en el bajo
Poco después Luis María salió, aparejó el suyo,
y emprendió marcha hacia el vivac de los carretones
No había aparecido aún el sol
La tropa se hallaba dispersa en el llano junto a
los fuegos El comandante Oribe dormitaba recostado
a la rueda de uno de los vehículos, frente a un fogón,
bien arrebujado en su poncho de invierno.
Ismael y Cuaró departían sentados sobre pieles de
carneros, al amor de otra lumbre viva en que se asa*
ban las "cecinas" que debían servir al desayuno
Mostráronse contentos de la llegada del compañero,
a quien hicieron lugar entre los dos brindándole con
un "mate" amargo
[221]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— jBien lo preciso f — exclamó Luis María — pues
al salir de lo callente he sentido tal impresión que sólo
estas llamas y e9te "mate" pueden desvanecerla
— Me alegro que encontrés esto lindo, hermano —
dijo Cuaró, — pero te has \enido muy pronto
Y sonnéndose, le guiñó un ojo
— No — repuso el joven respondiendo con otra aque-
lla sonrisa, — debía estar aquí más temprano
— No había priesa — obsen ó Ismael — El coman-
dante dice que mejor se cazan tigres al romper el sol
— De juro — agregó el teniente con aire de pe-
rito — El "yaguareté" sale de la espesura cuando el
sol alumbra de tendido, y ronza el bajo olfateando
carne fresca
— 4 Ya r — objetó Berón — Entonces hoy la cosa
se aclara
— Y puede ser que nos topemos con los del corral de
piedra, porque han de querer >emrse al bulto
— I Mejor* Dicen que Calderón la da ésta por se-
gura
— Sí — murmuró Ismael con ceño irónico — cuan-
do el ñandú comience a volar
Y atizó el cigarro con la uña, despidiendo con la
fuerza de un fuelle la humareda por las narices
— ¡El comandante se levanta y mira r — exclamó
Cuaró
Luis María se puso de pie, y dirigióse presuroso
adonde estaba Oribe
Habló con él breves momentos, y en seguida pasó
a los puestos para trasmitir la orden de montar
Cuando regresó al vivac de Ismael, > a se había reco-
gido todo, y los compañeros se encontraban a caballo,
ordenando sus escalono* »in precipitación ni ruido
[222]
GRITO DE GLORIA
Pocos hombres loa componían constituyendo una
simple escolta de números escogidos
Esta tropa marchó bien pronto detrás de Oribe, que
iba muy adelante acompañado de Berón
Apenas traslomaron, \ióse que un grupo pequeño
con un oficial a la cabeza se corría paralelamente a la
costa, a bastante distancia En el valle ardían fogones,
rodeados de soldados con sus caballos listos
Calderón se encontraba allí
Oribe hizo detener la escolta en la ladera, y mar
chó solo hasta el vivac del jefe de la linea
Ismael, que estaba mirando con fijeza el grupo que
se alejaba por su derecha, dijo a Cuaró
— Aquel es Batista que ha venteao y se va Vea, te-
niente, si le sale al encuentro, antes que dé el anca a
las guardias i Saque seis hombres y marche T
En un instante se hizo la operación
El destacamento se desprendió con Cuaró al frente,
al trote, simulando una contramarcha al flanco opuesto,
y pronto desapareció detrás de una quebrada
Luis María atento a todo, había seguido con la mi-
rada los pasos de su jefe
Un ligero dialogo se había sucedido a su llegada al
vivac, con el presunto traidor, luego, algunos adema-
nes violentos
Cierto movimiento se produjo en los grupos al pa-
recer de hostilidad, pues algunos se dirigieron a sus
caballos
Empero, ese movimiento cesó muy pronto y todos
se quedaron perplejos al observar la actitud resuelta
de la escolta, inmóvil y carabina en mano en la ladera
Voces diversas se oyeron, un duda de protesta; y
no pocos llevaron la diestra m sus anuas
[223]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Calderón siempre esforzando su voz, retrocedió al
gunus pasos con la mano en el pomo del sable
Oyóse que decía
— ¡No le reconozco autoridad para prenderme ni me
entrego 1
Entonces Onbe, sin preocuparse de los que estaban
a su espalda, sacó las dos pistolas que tenia cruzadas
delante, y sin decir palabra las amartilló, apuntándole
con ellas a la cabeza
En seguida de esto, Calderón se desprendió su sable
y se lo entregó sin más resistencia
De cerca y de lejos, con las cabezas en alto, silen-
ciosos y sorprendidos, los pequeños grupos disemina-
dos contemplaban la escena
Nadie se atrevía a dar ya una voz
Lanzóla al fin Oribe
Luis Mana se acercó
— Que pase el capitán Velarde a retaguardia de esa
gente y la haga marchar al campamento, bajo rigurosa
vigilancia Y usted, monte' — agregó dirigiéndose a
Calderón con acento duro
El antiguo jefe de dragones estaba trémulo y muv
pahdo Ni una palabra brotó de sus labios casi ama-
rillos Miraba torvo debajo del ala del sombrero
Montó y siguió al trote, dos pasos al flanco de
Oribe
Ya en el campo, media hora después, Cuaró estuvo
de regreso El oficial traidor había logrado escapar
a favor, de su caballo, pero no asi dos de sus hombres
que el teniente traía atados de las piernas al vientre
de sus monturas
Así que divisó a Cuaró a hízole llegar Oribe, y
di j ole
[224]
GRITO DE GLORIA
— Queda usted encargado de lle\ar este preso al
cuartel general, y desde ahoia esta bajo su vigilancia
Descanso en usted, teniente
Cuaro oyó sin pestañear la orden, y volviendo a
montar, dijo muy grave a Calderón
— Endilgá el roano a aquel ombú que se empina en
la loma, al pasito no mas ♦
El preso siguió en la dirección indicada, pasivo y
silencioso
Llegados al punto, Cuaro llamó a un soldado, y or-
denóle que trajese un caballo como para prisionero
El soldado volvió al rato con uno de pelo cebruno,
que no por ser el del ciervo y la hebre acusaba aptitu-
des en el animal, matalote sano en el lomo, pero que
mostraba bien todo su esqueleto ganoso de rasgar el
cuero, "lunanco" por vicio viejo y lerdo por añadi-
dura
Cuaró fijó un buen momento su mirada de mteli
gente en aquel Babieca, y luego murmuró con los la-
bios apretados
— l Lindo ' Echale el recao
El soldado desensilló el caballo de Calderón y en-
jaezó el cebruno con sus prendas, y viendo que le
bailaba la cincha se apresuró a ajustaría con los
dientes
Listo todo, Cuaró encendió despacio su cigarro en
un tizón, con una seña hizo montar a su asistente y
al preso, salto él sin poner pie en el estribo en los
lomos de su redomón como un hábil gimnasta, y arran-
có al trote diciendo suave
— En ese caballo mansito no -vas a rodar, coman-
dante Si echa vuelo por milagro, no te asustes, yo te
barajo en la lanza y quedas siguro
[22»]
XXII
LAS ALBRICIAS DE NEREA
Desde aquel día que se efectuó la salida de las tro-
pas, Natalia había experimentado diversas impresiones
En ese día nada percibió que le interesase vivamente,
desde el mirador
Sintió detonaciones lejanas que podían confundirse
con las que resonaban en la línea, vio regresar la co-
lumna descubridora, sin un solo prisionero, como se
divulgo poco después, oyó hablar de un choque sin im-
portancia en las avanzadas, y seguirse a estos suce-
sos la monotonía de las plazas fuertes con sus bandos
conminatorios, sus clarinadas continuas y sus retretas
tristes a la hora de queda
En los días siguientes sintió estruendos sordos, mo-
vimientos de tropas, destacamentos que salían a ocu
par puestos fortificados a regular distancia de los
muros para asegurar víveres y forrajes La situación
de fuerza oprimía como un collarín las gargantas Sólo
estaba en actividad el músculo, bajo el duro pomo de
la obediencia pasiva En el fondo de los hogares, sin
embargo, la pasión estaba viva, ardiente, enconada,
era ya como un culto la causa de los débiles y se aca-
riciaba a éstos en el recuerdo como a imágenes adora-
bles ¿Por qué no? Todo lo sacrificaban por su tierra
Eran dignos de vivir en el corazón de los ancianos, de
las mujeres y de los niños los varones que buscaban
con el brío incontrastable lo que otros conseguían por
la superioridad de lo» medio* y 1» caanoia militar
I
GHITO DE GLORIA
Si a esta pasión del valor se unía la del amor, jah T
qué sentir agitado y qué pensar febril dominaban cora-
zón y cerebro 1 Nada se decía que no fuese palabra del
momento, y no se hacía nada que no fuere tendente
a estrechar el afecto profundo con los seres queridos.
La muralla estaba por medio; pero el cariño salvaba
el obstáculo como un ave dolorida que apura sus alas
por llegar al bosque de refugio Remotas eran las es-
peranzas de triunfo y la ilusión de paz, en la medida
al menos de los medios de combate y de la temeridad
del esfuerzo, con todo, ¡qué hermosos eran los hom-
bres que así se batían, y qué seductor el ideal de su
heroísmo *
Natalia se expandía con la que ella ya consideraba
madre ¡Era tan buena T La acompañaba en su cariño
materno con otro cada vez creciente, hondo, intenso y
se ayudaban a sufrir sin queja, devorando sus lágri-
mas, ocultándoselas la una a la otra para no dar nin-
guna prenda de su dolor
El retraimiento en que vivían, tenía sus consuelos
Muchos seres humildes a quienes ellas daban protec-
ción les comunicaban nuevas
El mismo Pedro de Souza, siempre consecuente,
solía sacarlas de íncertidumbres
Pero era Guadalupe la que tenía el don de em»
bargar horas enteras a su joven ama con el recuerdo
de episodios en la estancia, en cuyas memorias se
entremezclaba el nombre del ausente
Cierta tarde se apareció una negra vieja, antigua
esclava de don Carlos, y a quien éste había redimido
el día en que su hijo Luis cumpliera sus tres lustros
Nunca dejaba de ir a la casa a saludar a sus amos,
como ella los llamaba siempre, si ya no era para llevar
las ropas blancas cuyo lavado hacía
[227]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Cuando sentían el ruido de su» chanclos en el za-
guán, los sirvientes decían riendo A ahí está la tía
Nerea f
Y veíanla entrar en efecto a paso tardo, con el
atado en la cabeza y el cachimbo sin fuego en la boca,
dando los "buenos días de grama" desde la verja, y
nombrando a viva voz a todoa los de la casa aunque
no estuvieran presentes
Esta vez la tía Nerea entró sin atado ni cachimbo,
arrastrando sus plantas con esfuerzo penoso, y los
ojos ahumados por la edad, llenos de llanto.
Parecía haber hecho una jornada dura, y sufrir
una emoción en exceso violenta para sus años
La madre de Luis María y Natalia estaban en el
patio
Distinguiéndolas ella, llegóse bien cerca, y dijo con
acento entrecortado y ronco
— jAy, el ama del alma ! Sáqueme, su mercé
eso que tengo en la cabeza, que ya me pesa más que
el atado, tan ganosa estaba de llegar pronto por la
virgen santísima'
— ¿Qué sera, madre 7 — preguntó Natalia sorpren-
dida — temblando cual si la hubiese oprimido una
duda el corazón
— jQue ha de ser T —dijo la señora reprimiendo
se — Que ésta nunca se explica claro y la tiene a una
en angustias a >eces ¿Qué ocurre Nerea 7
La \oz de la madre era tan imperiosa y afligida, que
la negra, sin atinar a hablar, se arrancó de un tirón
el pañuelo que cubría su cabeza, cajendo al suelo
dos cartas muv dobladas
Fue aquello chorno una revelación
Nata, presa de un sacudimiento nervioso, dobló su
cuerpo gentil, y precipitóse sobre las cartas, recogién-
[228]
I
GRITO DE GLORIA
dolas y oprimiéndolas contra el seno agitado con sus
dos manos ceñidas
Quedóse mirando a la señora de hito en hito, con
sus grandes ojos húmedos y fijos, la boca entreabierta
y una especie de latido en la garganta que parecía ha-
ber paralizado bu habla
Nerea empezaba a explicarse levantando los dos bra-
zos, pero la señora no la oía
Temblándole las mejillas, alargó hacia Natalia una
mano blanca y rugosa diciendo
— jY bien, pues 1 ¿Son de él, hija 9 jDame
la mía, que una ha de haber'
Nata apartó callada las cartas del seno, leyó atenta
los sobres, dio una, quiso retener la otra, pero de
súbito, saliendo de su aturdimiento, sintió que el sem-
blante se le encendía y balbuceó ruborizada
— jDe él son, madre 1 Esta para ti, esta para mí
i Tómalas las dos'
Y extendió su maneota estremecida.
— 4 Oh, qué dicha * — exclamó la madre — Guarda
la tuya, querida La mía me basta . ♦
Y apretando la carta contra el pecho, se entró en
su aposento casi sollozante
La joven siguió mirando y contemplando aquella
letra amada por algunos momentos, sin atreverse a
romper la cubierta, y como fuese reponiéndose de su
primera emoción, de modo que ya viese claro, puso
aquella ante sus ojos una vez mas
Parecíale que conversaba con él muy cerquita, como
otras veces, cuando sonaban sus palabras en el oído
encantado como trinos, y su aliento le entibiaba la me-
jilla y le enardecía la sangre
Sonrió, acarició a Nerea, puso la carta dentro del
seno, la volvió a sacar, y sin saber lo que hacía, guar-
[229]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
dóla de nuevo y tornó a extraerla, alisando la» arru-
gas, observándola por todas partes por si había ro-
tura que denunciase su secreto
Por último dijo
— No te vayas Nerea i Cuánto tenemos que ha-
blar'
Y huyó a su habitación, radiante de alegría
Noche de júbilo fue esa, en la casa de Berón
Nerea tuvo que quedarse allí porque debía dar
todos los datos más minuciosos
Ella lo hizo punto por punto, siendo escuchada con
la mayor atención
Si bien no la anudaba su manera de expresarse,
desempeñóse con éxito, narrando todo lo sucedido
desde que la encontró en lag "cachimbas" Luis Ma-
ría, hasta que se fue
A causa de interrogarla don Carlos con aire inqui-
sitorial, se turbó más de una vez, pero bien pronto
repuesta, contestaba a todo añadiendo detalles ines-
perados
Había venido a la ciudad sin tropiezo Nadie la
había detenido ni registrado El niño estaba bueno,
era un gran jinete, y había llegado hasta a una milla
de las murallas
Como ella dijese que tenía la cara morena de tanto
viento y sol, y la nariz despellejada, el señor Berón,
sin dejar de mostrarse en cierto modo adusto, trabó
una especie de controversia sobre si ese desperfecto
momentáneo provenía de la acción solar o del aire
enrarecido La negra sostenía que la tostadura venía
del pasado verano
En este punto, la madre preguntó grave y me-
lancólica
— ¿Y le ha crecido la barba, Nerea 9
[230]
GRITO DE GLORIA
— 1S1 \iera au mercó* Es corta, pero le relumbra
de dorada,
— Debe sentarle muy bien a mi Luis, — dijo la se-
ñora con ternura
El es muy rubio y tiene la cara bonita
Y miró a su marido
Este pestañeó sin pronunciar palabra
Natalia estaba como absorta
i Había motivo' La carta encerraba tantas cosas se-
ductoras T No cabía en sí de contento
Oía sin embargo cuánto se hablaba, de modo que
al dicho de la madre, repuso ella con deleite
— -¿Que importa que el sol lo haya tostado y que
la barba le haya crecido ? ¡ Siempre seta hermoso T
La madre pasóle el brazo por el cuello y la estrechó
con cariño
Natalia la miró dulce, transportada, murmurando
como si estuviera a solas
— iQué dicha volverle a ver bueno y vencedor 1 Ma-
dre ¿cuándo se acabará esta guerra 9
Desde esa noche, la joven se sintió más confortada,
tierna y risueña después de tan largos silencios
Leyó muchas veces la carta, hallando siempre en
ella algo de nuevo
Aquella pasión que había sabido inspirarle, la ena-
jenaba por completo Sentía un placer íntimo que la
abstraía llenando su espíritu de extraños goces
Recreábase en recordar, recordar siempre iQué
deliquio 1 Palpitábale el seno a impulsos de emociones
desconocidas, llevando alh trémula su mano, fijos los
globos azulados de sus pupilas en un diorama ideal
como si en rigor se reflejara delante de una imagen
querida, digna de sus ternuras y compañera de sus
soledades
[231]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Todo agitaba su sensibilidad, cualquier paisaje mez-
cla de verde y luz, cualquier cuadro tierno de familia,
el esplendor de la mañana, la serenidad de la noche,
el canto de los pájaros, el ritmo del aura y de las ho-
jas, las escenas sencillas de la naturaleza Veía siem-
pre en todas y en cada una de ellas cierta relación
con el estado de su espíritu, algo de belleza múltiple
y cambiante que senía de marco a esa imagen es-
condida en su cerebro.
Pensar en que volvería a verle, en que lo tendría
cerra de si pronto para no alejarse ya, pensar en
que entonces ella sería capaz de atreverse a una cari-
cia, a un ruego, tal vez a un reproche, eran cosas que
la estremecían trasmitiendo a su ilusión el tinte de la
dicha verdadera
Asi buscaba la soledad como un refugio, como el
campo de asilo de sus ensueños donde la mente diva-
gase suelta, entusiasta, ardiente Esa soledad muda
para otros estaba para ella llena de notas gratas y de
encantos virginales, y era entonces cuando echaba de
menos aquellas frondas silenciosas del Santa Lucía,
donde recogiera sus primeras impresiones en compa-
ñía de su hermana >a muerta
Escribió a Luis María, esperando otra de él llena
de encantos
Después, vinieron días tristes Una inquietud mor-
tificante dominó su ánimo, y viósela marchita, pasar
del jardín al mirador y de éste al jardín y a la huerta,
inclinada la cabeza, el paso tardo y vacilante, arran-
cando al pasar hojas a los árboles con mano nerviosa
Con la mirada vaga recorría siempre el largo sen-
dero orillado de boj, que iba sembrando de hojas ver-
des sin advertirlo
Un obstáculo la detenía de súbito
[232]
GRITO DE GLORIA
Era el estanque del fondo con anchas franjas de
juncos v totoras, extenso, inmóvil como un inmenso
vidrio ojival, criadero de ranas y culebras, que solían
mostrarse unidas por los apéndices al cogollo saliente
de un recio "caraguatá'* que en la banda opuesta del
estanque se erguía solitario, y en redor del cual for-
maban con sus anillos al ravar la aurora o al caer la
tarde como un haz de móviles diademas*
Miraba con miedo aquella verde nidada que se agi-
taba en rueda al calor del sol, dirigiendo a todos rum-
bos sus chatas cabezas ornadas de brillantes ojilloa
negros en lentas ondulaciones, entrelazándose y desen-
lazándose* reuniendo a veces sus bocas en caprichoso
grupo como una pequeña hidra o apartándolas en for-
ma de tentáculos de un pulpo
Pero eran inofensivas, reptiles acuáticos, veloces
nadadores que nacían y morían entre la paja brava y
el junco reproduciéndose sin cesar al caliente vaho
de las orillas
Cuando alguien se ponía cerca, el haz de aquellas
húmedas esmeraldas se deshacía con singular rapidez
sepultándose en las aguas entre círculos y estrellas
de espumas
Entonces, si ella estaba próxima, miraba con terror
las burbujas y se apartaba ligera del sitio
Sin embargo nunca dejaba de \oHer como atraída
por aquel detalle de la naturaleza próvida que por do-
quiera hace suigir la vida, en lo alto del espacio como
en el cieno del pantano, dando anillos al que prrva de
alas, élitros sonoros al que no lanza trinos, y blandos
lechos de musgo a los que en vez de piumas llevan es
camas No era pues, el suyo, miedo pueril* algún re-
cuerdo la mortificaba ante aquel receptáculo de rep-
[233]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tiles y de enquéhdos semejante a un remanso, que al
mismo tiempo la retenía
Acaso era el recuerdo de su hermana Dora, que \i
vía fresco en su cerebro, punzante, doloroso
l Pobre Dora 1 Ella había amado al mismo hombre
con toda la fuerza del candor, lo había amado entu-
siasta e ingenua, en medio de los estragos que en su
pecho hacia la "gota coral", — aquella dolencia he-
reditaria de eternas ansias y zumbidos, dueña por en-
tero de su presa como un gusano venenoso
De aquel amor desgraciado y de esta perenne mor-
dedura, su muerte triste
Una noche de luna tibia v aromada se escapó a la
ribera, bajo las frondas, y allí acometida del vértigo,
cayo a un remanso de flotantes "camalotes" a modo
de ave dormida Del fondo la saco un compañero de
Luis, y la llevó en brazos Se acordaba era un sol-
dado formidable, bronceado, taciturno, con alma de
niño
Pero venía muerta, con un color de cera casi trans-
parente, los ojos inmóviles como los de una muñeca
de las que ella se entretenía en vestir y arrullar en
sus raptos pueriles, y los cabellos lacios enredados
con lianas verdes, elásticas, tarnatiles como aquellas
culebras que anidaban en las totoras y envolvían el
"caraguatá 1 * con sus anillos
Su padre y ella fueron presas de un gran dolor,
todos sollozaban, hasta aquel hombre sombrío pare-
ció conmoverse cuando puso en el suelo con cuidado
a la pobre muerta
|No podía olvidar 1 Menos en esos días en que su-
fría hondos desalientos
La presencia misma del teniente Souza reavivaba
las memorias*
[234]
GRITO DE GLORIA
El había querido a Dora, tal vez sin esperanza de
poseerla, después parecía que el afecto se había cam-
biado por ella, que Souza la miraba con ternura, con
esa intención que no se oculta porque necesita tras-
lucirse en la pupila aunque la palabra no se atreva a
revelarla
¿Sería esto así?
Las simpatías que Dora despertara ¿habrían recaí-
do sobre ella, como un afán que perdura 9
Así debía de ser por aquella insistencia muda en
hacerse estimar, por aquel empeño y aquella discre-
ción paciente que busca exhibirse a modo de faz de
alma levantada
Entonces ¿no sucedería ahora a ese afecto lo que
antes no estaría condenado a vivir siempre escondido
a manera de un pecado que jamás se confiesa, porque
nadie ha de absolverlo 9
iNo 1 Esa constancia era inútil ¿Cuán distintos eran
sus ensueños'
Y al meditar sobre esto, volvía la imagen del au-
sente, del débil, del abnegado, a retratarse en su espí-
ritu lleno de congoja, al igual de una luz serena y
brillante en las medias tintas de un crepúsculo.
Entonces poníase a andar de una a otra parte ca
bizbaja, al punto do que encontrándola a su paso don
Carlos solía volverse y decirle con mucha serenidad-
■ — ¿No te aflijas, hija, si todo se ha de allanar!
¿No me ves a mí vivo ? |Y qué te figuras 1 muchas
balas me silbaron en la oreja y muchos cuchillos bus-
caron con sus filos mi garganta No por eso me ten-
dieron a lo largo por siempre ¿Por qué no ha d«
suceder lo mismo con este mancebo voluntarioso 9
Como en otra ocasión análoga, él repitiese el epí-
teto, Natalia díjole
[255]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— jAy, no 1 El es noble y bueno como su padre
Y se había inclinado llorando, para recoger unas
violetas que cayeron de su seno Contemplando un
instante aquel cuerpo esbelto y aquel rostro lleno de
frescura y de gracia a pesar de su sello de aflicción,
el viejo corrió hacia ella y la besó en la frente, repli-
cando solicito y apurado
— j Sí, hija mía, sí por Dios* ¿Quién puede dudar-
lo? Si a veces no sé lo que me digo de rabia con-
tra estos rancios que se empecinan en retener lo que
no les pertenece por derecho Porque
Y ahogándose, había huido don Carlos a su escri-
torio
12*6]
XXIII
ESTEBAN
Una noche, Natalia notó que Souza parecía más
contento que de costumbre
Estaba comunicativo en exceso, a\ enturaba ciertas
frases de intención, y hasta llegó a decir que la gue-
rra debía terminarse de un día para otro, según su
creencia
Estas palabras preocuparon a sus oyentes, que eran
las damas
Don Carlos jugaba al tresillo en la próxima habi-
tación con Pascual Camaño, a puerta entornada, de
manera que se percibían con claridad sus risas v vo-
ces, ya que no el sentido y alcance de sus diálogos
A la afirmación de Souza, repuso la señora
— 5i fuese por la paz que esto acabase, al contento
de todos, más no podría pedirse*
— No aseguraría tanto — dijo aquél con mesura,
— pero en un simple hecho de armas sin mayor efu*
eión de sangre, acaso el resultado fuese el mismo
— jEso sí que no me parece 1 — observó Natalia
con un acento de firmeza y confianza que puso algo
nervioso al oficial Le he oído referir a mi padre que
sus paisanos, cuando van a guerras como estas, triun-
fan o vuelven pocos,
— Ese as nuestro dolor — agregó la señora, suave
y resignada.
[237]
EDUARDO ACKVEDO DIAZ
Souza recogióse un instante con dignidad, acari-
ciándose el extremo de los bigotes y luego respondió
cortés
— jOh, nadie duda del valor de los nativos 1 prue
bas tienen dadas de su virilidad en guerras desigua
les, aunque hayan sido para ellos sin suerte De aquí
que no siempre el heroísmo sea lo bastante para al-
canzar lo que se sueña, aparte del numero es nece-
sario el poder del dinero, sin el cual el mejor esfuerzo
se malogra
— jRoñV — gritaba sulfurado en ese momento don
Carlos en la otra habitación iSí, señor' Roña Las
onzas no se escatiman de esa manera, se ganan y se
guardan para utilizarlas luego con provecho Así que
llega el caso de ponerlas a la suerte, se juegan, y si
se pierden cómo ha de ser r ¿Qué me viene usted con
esas reservas, por San Diego, cuando voy jugando más
que usted en la partida ?
— |Lo sé, amigo viejo, lo sé 1 — contestaba la voz
de Camaño Pero en todo azar.
A esta altura del debate, las voces bajaron e lucié-
ronse confusas
No por esto se interrumpió el diálogo de la sala
Por el contrario, la señora, que había recogido aque-
llos ecos un tanto en suspenso, se apresuró a replicar
a Souza
— Nosotras no entendemos bien de esas cosas Ha-
blamos por sentimiento i usted comprende' por cariño
que nos ata y domina
Souza asintió, y pasó delicadamente a otro tema
más familiar, tratando por todos los medios ingenio-
sos de recuperar lo que creía haber perdido en el es-
píritu de Natalia con sus medias frases misteriosas
[288]
GRITO DI GLORIA
Habló de los entretenimientos de don Carlos con el
tresillo, la malilla o el ajedrez, observándole la señora
que eran hábitos de antaño con sus íntimos, y que
ponía siempre algo en las partidas para interesarlas,
por lo que no debían extrañarle sus espansiones y en-
tusiasmos, de que daba prueba en ese momento mismo
Con efecto, la voz de don Carlos se alzaba de nuevo,
oyéndose que decía franca y cordial
— ^Ah, señor de Camaño 1 Yo bien sabía que
habríais de caer en la remanga como una platija, por-
que en estos juegos las onzas entran de canto y se
quedan luego en pilas jNada lo dicho f La par-
tida ha sido de fuerza, no se ha perdido la noche, el
caso era de aprovechar sin escrúpulos de monja t Al
diablo con las delicadezas cuando prima la necesi-
dad' Cincuenta onzas, unidas a oirás, sirven a los
menesterosos
A esto replicaba algo de poco inteligible don Pas-
cual, y las voces fueron poco a poco convirtiéndose
en murmullos
Media hora después, cuando Souza se retiró, iba
pensativo
Indudablemente la actitud de Nata, cada día más
reservada, lejos de atenuar el impulso de la pasión
que sentía incrementarse en el, la exasperaba y enar-
decía al punto de que empezaron a cruzar malas ideas
en su cerebro
Cierto era que este fenómeno se venía operando de
algún tiempo atrás en sus sentimientos La repulsa
constante habíale enconado y llevaba camino de en-
durecerle
Acaso la conspiración de Calderón que debía esta-
llar por horas en el campo de Oribe, le allanase las
dificultades
[239]
BDUAHDO ACEVEDO DIAZ
Por su parte, había influido lo suficiente con los
intermedíanos del jefe sitiador para que su afortunado
rival entrase en el número de los que fueran elimi-
nados por sus propios amigos
4 No quitaba, ni ponía re} 1 Si por cualquier cir-
cunstancia el plan se malograra, estaba él dispuesto
a buscar por todos los medios la solución, procurando
eso sí, que la hija de Robledo no llegase a aperci-
birse de su acción directa en daño de Luis María
Eso pensaba y estaba decidido a hacer
¿No era Luis María su enemigo en la guerra y su
mal en el amor, y en una como en otra lucha los
ardides > estratagemas no eran lícitos? ¿No se ha-
bían compensado mutuamente sus acciones caballeres-
cas 9 ¿Estaba obligado a guardarle deferencias que
reñían con el cumplimiento estricto de los deberes mi-
litares 9 De ninguna manera
En buenos instantes le asaltaban a Souza ímpetus
siniestros
Pero, forzoso le era reprimirlos, hasta tanto se des-
envolvieran los sucesos que seguían en incubación
En definitiva, aquella guerra no podía prolongarse
mucho, llegarían refuerzos, se tomaría la ofensiva,
y si Berón salvaba del desastre, lo que él pondría em-
peño en que no acaeciese, tendría que irse al extran-
jero por tiempo indeterminado
Por el momento, las probabilidades se inclinaban a
su favor
Los que conspiraban en el campo enemigo eran de
empresa y mano segura, ni temían, ni perdonaban.
Por otra parte, terían auxiliados por fuerzas de la
plaza
Un golpe de efecto reservaría él para Natalia, en
estos días, el de la libertad de su padre por quien
[240]
GRITO DE GLORIA
venía interesándose con el general Lecor con verda-
dero empeño y confianza en el éxito
Esta conducta crearía un nuevo vinculo de grati-
tud, evitando por lo menos que el odio llegase a re
emplazar al afecto amistoso en el corazón de la joven
Después, la obra era del tiempo, de la constancia,
de la persuasión Nada resistiría a los procederes há-
biles y correctos
Las intenciones de Souza llegaron a acentuarse con-
tra Luis Mana, y su acritud subió de punto, cuando
al día siguiente, ya tarde, se supo en la plaza que la
trama tan bien urdida había sido deshecha, que el
jefe del movimiento había sido apresado por Oribe,
y que por encima de este fracaso se habían producido
serias deserciones en ciertos cuerpos de guarnición
En casa de don Carlos, la noticia fue muy comen-
tada alegremente
Sin la menor efusión de sangre, aquel plan tene-
broso había abortado, la buenaventura estaba de lado
de los leales, no cabían traidores en sus filas, éstos
se estrechaban con firmeza, en tanto decaía en el re-
cinto la confianza
Al oír la nueva, Natalia experimentó una fuerte im-
presión y dijo a su protectora
— Tal vez eso tenga que ver con aquello que Souza
decía, | madre 1 »» Aquello de que todo concluiría
pronto
— iBien puede ser ! — respondió la señora Sabes
que él es un poco enigmático en sus confidencias a
medias Pero ahora debemos estar tranquilos, n
todo lo que se asegura es cierto*
— jCórao dudarlo 1 Si no fuese así ya nos habrían
afligido con sus músicas y festejos
[2411
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Don Carlos recorría el patio contento a pasos pre-
cipitados, y en una de sus vueltas, acercándose al
oído de su mujer, murmuró sin omitir sílaba
— Anoche le saqué cincuenta onzas al cicatero de
Camaño, y hoy veinticinco a Cah\to, el del deposito
de maderas
— jYa te oímos * — repuso riendo la señora Ha-
blabas bastante en voz alta, pero Souza se fue cre-
yendo que eran ganancias al tresillo
— ¡Está fresco 1 Amarillas para los pobres, mujer,
para unos pobres de solemnidad que \iven al raso en
el campo sin otra ayuda que Dios y sus fuerzas
Siquiera algunos han de poder \estirse y surtirse
de ciertas cosillag indispensables que meterán estruen
do ¡por Cristo f porque en ellos el plomo ha de andar
revuelto con el acero y el bronce
Los ojos del viejo relucían, y apretaba los labios
hasta esconderlos en la calidad sin dientes
Su compañera no tuvo tiempo de objetarle nada,
pues él se alejó a bu escritorio con el gorro en la nuca,
procurando erguirse cuan alto era, a paso militar
Después de estos acontecimientos sucedióse por al-
gunos días una inacción extraña en las tropas del re-
cinto
Tal estado de cosas se prestaba a todo género de
conjeturas, las que se hacían sin reservas a pesar de
las amenazas publicadas por bando y de la persecu-
ción remiciada contra los desafectos con brusca vio-
lencia
Pero muy pronto se divulgó el rumor de la llegada
de refuerzos, y el aspecto del recinto sufrió un cam-
bio completo
1242]
GRITO DE GLORIA
Don Carlos presenció desde su mirador la entrada
de las naves de guerra, con mar tranquila y suave
brisa
La furia del viento y de las olas en la costa bravia
del levante, no salió esta vez al encuentro de aquella
nueva expedición enemiga para ayudar a los débiles
en su obra
— i Oh, elementos caprichosos 1 — prorrumpía don
Carlos siguiendo atento con el anteojo la marcha tnun
fal de las corbetas y transportes cuando doblaban la
Punta del Este a velas desplegadas y banderas al tope,
— ¿por que no bramáis sudeste irreductible, para
arrojar ese presente dañino contra las restingas y can-
tiles como despojos de naufragio 9 ¿por qué no sil-
bas "pampero" formidable, como millón de flechas
disparadas poí mil tribus del desierto, y empujas, des-
arbolas y tumbas esas negras naos mar adentro, allá
donde levantas cordilleras de olas capaces de estrellar
entre sus crestas toda una escuadra de Xerxes? Dor-
mís, vientos, dormís, ondas fragorosas y en tanto
las hormigas trabajan a la espera del oso que ha de
engullirlas 1
Así sois los fuertes ipor Santiago 1 como las fieras,
os respetáis, no venís a las manos sino por un evento,
-uando se os precisa y se os ruega, dormitáis en los
antros sm importaros un comino de nuestra suerte
i Andaos al infierno, fuerzas brutales e incapaces 1
Y dejando el catalejo de golpe, don Carlos había
descendido colérico para encerrarse en su escritorio
Mucho bullicio hubo en la ciudad ese día, y antes
de la noche llegó a saberse que se habían desembar-
cado gran cantidad de elementos bélicos para el ejér-
cito y la armada, así como uno de los contingentes
pedidos compuesto de cuatro batallones de línea, ca-
[243]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
zadores y granaderos de la guardia imperial y otras
fuerzas regulares
Anadiase que a est03 regimientos debería seguirse
la llegada por la antigua línea divisoria de dos mil
jinetes perfectamente listos para una carga a fondo
Guadalupe que no perdía ocasión de recoger en la
calle toda novedad cuyo conocimiento interesase a su
ama, se encontraba desde la puesta de sol en una es-
quina de la calle de San Carlos viendo desfilar las
tropas a sus cuarteles al son de trompetas y charangas
Muy alborotada estaba ame tantos morriones, pe-
nachos, correajes y banderas, tantos semblantes des-
conocidos, aunque a ella le parecían iguales, aberen-
jenados \ chatos, cuando no retintos y trompudos,
tantas bandas lisas rumorosas y desaforados chin-chi-
nes \ tanto traquear de carromatos cargados con ba-
gajes como para una cruda campaña
Era aquel un desfile brillante lleno de reflejos y
vivos colores, ruidos prolongados y haces de armas
lucientes entre aclamaciones de bienvenida y dianas
que encadenaban sus ecos a lo largo de las explana-
das y bastiones
La artillería solía unir su voz al general estruendo
a modo de extenso y ronco mugido
Poco a poco todos estos ruidos se fueron apagan-
do, y cuando la noche \enía a grandes pasos, notó
recién Guadalupe que el escuadrón de nativos que ha
bia acompañado a otros cuerpos en la recepción ali-
neado por una acera al flanco de la plaza, se apre-
suraba a formar para emprender marcha a su cuar-
tel Mantúvole quieta la negrilla hasta que desfilase,
tal vez con el solo objeto de hacer alguna morisqueta
a don Cleto, que en el dragoneaba a la fuerza
[244]
GRITO DE GLORIA
El escuadrón rompió marcha al trote y toque ele
clarín
Pasado habrían cinco mitades, cuando haciendo
punta en la siguiente un jmete apuesto y garboso,
pero renegrido como un cuervo de las asperezas fio
ridenses — según le pareció a Guadalupe — , lijo en
ella el blanco de sus ojos, saludándola cortés y mili
tarmente con el sable que llevaba terciado con biza-
rría»
La negrilla se quedó estática, encogida por la sor-
presa
El escuadrón acabó de desfilar, alejóse, perdióse
en las sombras entre un desconcierto de cascos y de
vainas
Pero ella siguió mirando quieta y arrobada
Luego, cual si saliese de un estupor al sentir el to-
que de queda, apresuróse a llevar sus manos a la
cabeza para advertir si sus racimillos de saúco esta*
ban peinados, después al seno, recubierto por un pa-
ñuelo limpio de algodón, por si se le había despren-
dido el alfiler rematado en cuenta roja que lo pren-
día, por último al delantal de lana floreada, que
sacudió aturdida, y como un viento partió de súbito
contorneándose y echando para atrás la visual por si
los ojos blancos le lanzaban algún destello desde el
fondo de la noche
A quien ella acababa de ver, y la había saludado,
era Esteban Una nueva y grande sorpresa
La negrilla no cabía en si de gozo
Muy cerca ya de la casa de Beron, y libre un tanto
de su aturdimiento, Guadalupe entró a pensar
¿Por que está aquí Esteban 9 No ha ido a saludar
a sus amos viejos, que lo vieron nacer y criarse junto
al niño Luis María, su hermano de leche y después
[245]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
su señor ¿Cómo creer que él fuese un ingrato que
hubiese abandonado al que le había dado libertad
para entregarse al servicio de sus enemigos ? jOn 1 no
era posible Debía haber caído prisionero en alguna
refriega, condenándosele después al servicio en la tro-
pa auxiliar de extramuros como al pobre don Cleto
Lo que habría en el fondo de todo era eso, y le ten-
drían siempre acuartelado por temor de que desertase
Sea como fuese, estaba bueno y sano, y ya se presen-
taría ocasión de hablarle
Guadalupe entró en la casa casi sm aliento
Las señoras se encontraban en el escritorio hacién-
dole compañía a don Carlos, con quien conversaban
de pie cogidas de la cintura en cariñosa familiaridad
Reprimiéndose en lo posible, Guadalupe contó lo
que había \isto en la calle de San Carlos, el desfile
de los cazadores y granaderos y la aparición de Es-
teban en filas del escuadrón de nativos, sin omitir los
menores detalles del encuentro, del saludo y de su
asombro
En suspenso se quedaron todos por breves instantes
Don Carlos arrugó el ceño*
Su esposa pareció conmovida, balbuceando estas pa-
labras
— |Ha dejado solo a mi Luis 1
Natalia la acarició y díjole confiada y risueña
> — |0h, él volverá a su lado f Yo lo conozco bien,
si está aquí no es por su \oluntad, madre, y sobre
esto estoy tan segura como si lo hubiese visto
Guadalupe solicitada en todo sentido, no hizo más
que repetir lo que trasmitiera al principio
Preguntáronle si no se habría equivocado, a lo que
ella respondió sin titubear
[246]
I
GRITO DE GLORIA
— jAh, no T créanme sus mercedes tengo su estam-
pa aquí en mitad de los ojos
— Seguro es, dijo Natalia sonriendo ¿Y te saludó
con el sable, Lupa?
— Como negro de buena casa, niña, y más aires
que un tambor mayoi
Don Cailos seguía callado, haciendo castañetear
sus dedos sin descanso
De pronto llamaron a la puerta de calle
Sintiéronse luego pasos en el patio, v cuando -ya
salía Guadalupe una \oz conocida decía humildemente
— ¿Da permiso su merce 7
Era la \oz de Esteban
— i Entra' — grito don Carlos como saliendo de
un sueño
Apareció el liberto en el umbral, avanzó un paso
y se cuadró, diciendo como cuando era chico > no
hubiera mediado larga ausencia
— ¡La bendición los amos 1
— Dios te la dé, hijo — murmuró la señora con los
ojos llenos de lagrimas
Don Carlos abrió cuan grandes eran los su>os,
echóse atrás el gorro y estuvo mirándole un instante
fijamente
Luego se puso a pasear precipitado encogiendo el
hombro izquierdo hasta llevarlo a la altura de la ore-
ja, y ahuecando la voz echó por encima la visual,
preguntando sebero
— ¿De dóndes sales tú ? ¿Cómo has dejado a
tu amo 9
— Caí prisionero, señor
— Prisionero, jeh T ¿Desde cuándo?
— Desde el día de la salida Yo diré a su mercé
— Di 1 Si Es preciso que te expliques
[247]
19
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— A mi amo le mataron el caballo en la guerrilla y
él quedó abajo, de modo que no pudiendo zafarse, lo
tomaron los "mamelucos 1 '
— ¿Que lo tomaron 9
— |Oh T — exclamaron la madre y Natalia a un
tiempo ¿Eso es verdad 9
— Crean sus mercedes que sí — íepuso Esteban
— ¿Y qué sucedió después 9 — prorrumpió don
Carlos
— Después aconteció que los compañeros cargaron
por salvarlo, y lo consiguieron Mi amo quedó Ubre
sin lesión ninguna Pero fui desgraciado, como ven
sus mercedes, cargué también, mi caballo rodó v
cuando volví a montar me encontré envuelto en el
tropel, y me airastiaron hasta donde estaba la tropa
de infantería
— ¿Cómo no te mataron negro 9 — interrogo don
Carlos más tranquilo v atento
— En la lodada perdí el sombrero, v si su mercé
supiese que yo tenia puesto un vestuario de pauhsta,
de unos que tomamos en el paso del Rev, porque an-
daba va muy despelechado
— t Ah, comprendo' Te confundieron en los prime-
ros momentos con otros pájaros del plumaje ¿Y
luego 9
— Me trajeron a la ciudadela, y estuve preso mu-
chos días sufriendo castigos
Al cabo un jefe me pidió para su cuerpo, donde
serví un poco de tiempo Después de esto ine han pa-
sado al escuadrón de auxiliares
Hoy me dieron licencia por primera vez v he ve
nido
— Si — le interrumpió el señor Berón Es bastante
extraordinario lo que nos cuentas y de que estábamos
[248]
GRITO DE GLORIA
bien ignorantes a fe mía, lo que confirma aquel ada-
gio de que, por donde uno menos se imagina salta la
liebre ; Canarios T Pues no es humo de paja todo eso
que tu has dicho muy sereno en cuatro palabras
¿Han oído ustedes a este negrillo 9
La señora y Natalia abrazadas escuchaban en si
lencio
— Sí, — dijo al fin la primera Veo que al escri-
birnos poco después, nuestro hijo nos ocultó el per-
cance k Pero, ya eso pasó r Ahora pienso cuánta
falta le hará Esteban
— i Oh 1 ^ Ya haremos que vuelva 1 ¿Te atreve-
rías a volver de cualquiei modo 9
Y don Carlos cla\o en el liberto su mirada pene-
trante
— Si, señor — contestó Esteban De un día para
otro Sabe su mercé que sov de a caballo v baqueano
Nu espero más que una noche oscura cuando andemos
a busca de forraje, para escaparme con otros compa
ñeros
— ¿Entonces contigo se irán algunos 9
— Si, señor, ) más que esos si se pudiera
Don Carlos reflexionó un breve rato
— jEsta bien 1 — dijo Cuando tú creas que ha lle-
gado la oportunidad de la fuga avísamelo, por que
te quiero encomendar una cosa de ínteres Por esto
veras la confianza que te tengo Seguro estoy que
cumplirás lo que he de encargarte, si no te matan
El liberto se inclinó callado
— Y como la licencia que te han concedido ha de
ser corta, conviene que te vuelvas al cuartel para ha-
certe acreedor a otras, pero antes ve lo que precisas,
para que te se dé aquí todo Pide sin reservas negro,
pues tus amos no han cambiado en nada desde que
te fuistes
[249]
XXIV
EL COFRE DE NATALIA
Después de ese día, Esteban venía con la mavor
frecuencia, aprovechando sólo en esas visitas la hora
de puerta franca
En cada una de ellas, su tema obligado de conver-
sar ion era su joven señor con cuyo recuerdo deleitaba
a sus antiguos amos
Tenía también sus buenos momentos que consagra-
ba a Guadalupe, a causa de lo cual la negrilla se es-
taba en la cocina más tiempo que el ordinario
Los otros sirvientes llegaron a decir que los dos se
lo pasaban "enlucernandose" a la sobremesa, aparte
de hablarse muchas veces al oído como personas de
grandes secretos
Agregaban que una tarde Guadalupe había brin-
dado a Esteban con una ramilla de aromas, y que Es-
teban le había regalado un zarcillo de plata que desde
criatura llevaba en la oreja izquierda
Los señores reían de estas cosas, y las observaban
acaso con complacencia Difícil hubiese sido encon-
trar una pareja negra mejor proporcionada y más bi
zarra, pues que era ella una mujer de plenitud fisio-
lógica, maciza y fuerte, y él un moceton robusto que
tenia el don de imitar el aire y hasta el vestir de su
amo
Y esto, al punto de que cuando lo veía salir la se-
ñora gallardo, flexible, a paso medido con una mano
[250]
GRITO DE GLORIA
atrás sobre la cintura y la otra en el bigote, no podía
reprimir una sonrisa, diciendo a Natalia
— ¡Si mi Luis lo \iese, sería un jolgorio 1
Cierta mañana muy ventosa y fría en que la hija
de Robledo se hallaba sola en su dormitorio escri-
biendo para su padre, entróse Guadalupe con un bra-
serillo, que colocó próximo a los pies de su ama
En tanto se esmeraba en la colocación de aquél, ín
virtiendo en la diligencia mas tiempo que el necesa-
rio, Natalia levanto la vista distraída, la miro, y no-
tando en ella marcados barruntos de hablar díjole
— Algo tienes tú que decirme
— Adivinó, niña jPero yo no sé cómo atre-
verme 1
Guadalupe parecía tener dentro de sí mucha agi-
tación
— Atrévete — repuso la jo\en dulcemente
— Pues vea su mercó Esteban anda lo más afligido
a causa de que no puede Ie\antarse con sus compañe-
ros tan pronto como quena .
— ¿Le han sorprendido en algo 9
— |No, niña, no es eso 1 Sino que él dice que con
un poco de dinero para darle a un sargento "mame-
luco" de su compañía, todo quedaba listo, y en una
noche salían zumbando campo afuera sin quedarse
un solo hombre de su escuadrón
— A Oh, qué suerte sería T ¿Y eso podrá hacerse 9
— El jura que sí, y se lo creo Casi todos los solda-
dos son orientales prisioneros o que sirven a la fuerza,
y les han puesto oficiales y sargentos paulistas para
tenerlos sujetos Esteban dice que esto no importa
nada, salvo el sargento, que es preciso comprar
— |Ah ! ¿Y si ése lo descubre 9 No, Lupa, no quiero
que me hables más de eso r — exclamó Natalia con
[251]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
firmeza El que se da por dineio a unos, se da a otros,
y al fin el pobre Esteban sena el sacrificado
Guadalupe se calló como una muerta
Como Natalia siguiese su escritura, ella se fue a
paso leve, cabizbaja
Concluida su carta, la joven apovó el rostió en la
rmno v se quedó pensativa
Pieocupábale lo que había oído momentos antes
Quizás ella había opinado sin mucha reflexión res
pecto al asunto secreto de que le hiciera confidencia
su esclava ¿Qué entendía ella de esas cosas de hom
bres de armas ? fiien era posible que Esteban tuviese
plena segundad de salir airoso en su tentativa, puesto
que conocía a fondo a sus compañeros _v a sus supe*
ñores A más, el hacia por su causa lo que estaba en
su mano, era honrado y valiente, > era preciso que
se fuese cuanto antes con su señor que le echaría de
menos, libándole un buen contingente de hombres
sufrido*
¿Por que no consultar esto con el señor Berón?
Sena lo mas discreto ¿Pero tan adusto el anciano 1
Iba tal vez a salir diciéndole que esas eran "co^as de
negro"
Tampoco quería explayarse con su protectora por
temor de He\ar a su ánimo nue\as inquietudes e m-
certidumbies
Todo el día se lo paso Natalia absorbida por estos
pensamientos, uva siempre la memoria de su amigo
como un estimulo perenne que la predisponía y em-
pujaba a aceptar todos los medios de esa índole en
su obsequio y en el de la causa de sus afecciones
Por la noche, retirada ya a su aposento, llamó a
Guadalupe y reanudó con ella la conversación de la
[252]
GRITO DE GLORIA
mañana, revelando un interés ardiente por lo que en-
tonces acogió con escrúpulos al parecer invencibles
Guadalupe que había pasado largas horas de des-
aliento, tuvo una grande alegría ante las manifesta-
ciones favorables de su ama \ cuando esla le enseñó
un cof recito de madera que guaidaba onzas de oro,
la negra, que se había airoclillado cerca de ella para
hablarla con sigilo cogióle las manos y se las be^ó
llena de indecible gozo
Aquella pequeña arca le había sido dejada por don
Luciano con facultad de disponer de su contenido, que
era el de quince onzas, en la forma que cre\ese más
ufcil Nunca tu\o necesidad de recurrir a ella allí don-
de *e le consideraba como una hija, de modo que st
hallaba intacta lo mismo que una reliquia
iQué bien empleada estaría en beneficio de los que
sufrían por su tierra T
Natalia abrió el arca, cogió en puñado las mone
das sin contal las, púsolas de nue\o en su sitio, y pre-
guntó algo afligida
— ¿Alcanzará esto. Lupa 9
— ¿Yo creo, niña'
— j Si es un puñadito' ¿Y por esto se compra
un hombre?
— Por mucho menos k Oh, como su mercó no co-
noce estas cosas 1 Por cinco "patacas^ se \ende un
cabo, y por diez un sargento cuando tiene ganas de
desertar dice Esteban, ahora, figúrese su mercó qué
ojos abrirá este que da trabajo, cuando el le ponga
al aleante dos no mas de esas amarillas
— No importa, Lupa ¿Cuándo \iene Esteban 9
— Mañana, niña
— Bueno Asi que \enga se las darás todas, aun-
que yo creo que no bastan para lo que él quiere Si
[253]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
fuera así, dimelo en el momento mismo, que yo veré
como se ha de remediar eso Pon el cofre ahí en la
mesa de donde lo tomarás mañana y se lo entrega-
ras, con mucha recomendación de que guarde el se
creto
Prometió Guadalupe cumplir todo religiosamente,
puso el arca en el sitio indicado, y después de per-
manecer un rato todavía en conversación animada con
su ama se retiró a espeiar con ansia el sol del nue\Q
día
Esteban íue puntual a la cita
Conducíase tan bien en el servicio, era tan hábil en
su profesión de soldado, y cedía tan dócilmente a la
regla de severa disciplina, que sus superiores habían
concluido poi reconocerle méritos a su confianza
Como no abusaba nunca de la licencia, caso poco
común concediansela ahora sin objeción, pues que
ella sola podía ser aprovechada entre muros sin opor
tumdades tentadoras
Alguien bin embargo, les había advertido que tuvie-
sen en cuenta la circunstancia de haber sido el liberto
asistente de un joven "revoltoso" que era avudante
de Oribe y que figuraba con cierto brillo, por perte-
necer a una de las principales familias del país
AI principio esta prevención puso en cuidado a los
jefes, pero el celo llegó a adormecerse a medida que
la buena conducta del liberto se fue afianzando
Sin temor alguno pues, desde que las sospechas se
habían desvanecido Esteban venía haciendo su tra
bajo de hormiga negra
Nada había comunicado a don Anacleto, su compa-
ñero de desgracia, sabiendo que al viejo capataz se
le soltaba con facilidad la lengua, en cambio, habíase
atraído aquellos elementos del escuadrón que en su
[254]
GRITO DE GLORIA
concepto eran los indispensables a la empresa, lo que
probaba que él sabía distinguir y utilizar los hombres
— calidad superior de que carecían muchos que ocu-
paban ma9 altos puestos
Al habla con Guadalupe, y enterado de las dispo-
siciones de su joven ama, el liberto no pudo menos de
sorprenderse y de expresar su contento con todo gé
ñero de demostraciones cariñosas a la esclava Aque
lio superaba sus ma}ores deseos
No era necesaria una suma tan crecida Con la mi-
tad bastaba
— La niña da todo — dijo Guadalupe , pero, A que
ha de callarle sobre esto 1
—Nadie lo ha de saber — contesto Esteban — , o
no soy hombre libre Mi ama puede quedar tranquila
Tomo \o la mitad, y guardas el cofre sin decirle nada
a la niña
Yo he de volver cuando sea tiempo y todo esté
pronto
El liberto se fue con las seguridades de Guadalupe
de que iba a rogar a la virgen de los milagros por-
que fuese el feliz en su intento, cuanto iban a serlo
los amos v ella misma, así que lo \iesen libre con sus
compañeros de la tiranía del recinto
Por otra parte, sentía cierto orgullo de que fuese
Esteban el iniciador > el actor principal de aquella
temerosa aventura
Con todo, transcurrieron bastantes días sin que el
liberto apareciese
Tampoco había vuelto Nerea, la mensajera siempre
anhelada, con nueva correspondencia secreta
Natalia acudía todas las mañanas a su observatorio
haciendo funcionar el catalejo a diversos rumbos, de-
seosa de descubrir algún indicio de grato augurio*
[255]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Pocas novedades ocurrieron en los contornos, aparte
de muy lejanos tiroteos, de salidas y entradas de re-
gimientos que hacían el servicio de plaza y de pasa-
jes frecuentes d( partidas por la zona libre a tiro de
cañón
El invierno era riguroso, aunque ya corría a su
téimino, y a su influjo el campo presentaba un as
pecto de profunda tristeza con su extenso tapiz recu-
bierto de cardizales del color de la escarcha que re-
toñaban fteundos al pie de los que había secado el
último estío
Los agaves exóticos comenzaban a largar sus pi-
taco* gruesos > enhiestos de un morado y verde som-
brío aún sin anteras ni liseras onllando las tierras
arables con sus anchas y múltiples hojas armadas de
agudos pinchos Destacábanse en esqueleto los "om-
bue* 1 ' descubriendo a la \ista todo su tmneo robusto,
y formando contraste el amarillo claro de su ruda
corteza con el \eide sin fin de las hierbas
De la parle del este, por encima de los tejados ba-
jos que se extendían ondulando según las inflexiones
del terreno hasta la costa riscosa espaciábase el ín
menso no a perderse en el océano hinchado y tumul
tuoso bajo las alas del viento sur
Un buque de dos mástiles \ bauprés, \ela& cuadra-
das y una gran cangreja, que no lle\aba en el palo
ma) 01 aparejo de bergantín-goleta, surcaba ^eloz las
agav* rumbo al Buceo, de cuyo pequeño pueito dis-
taba apenas una milla
Muv atrás, en el horizonte del sur, navegando tam-
bién a todo trapo divisábanse otras dos naves que
parecían venn en persecución de la primera en orden
de e&cuadra
[256]
GRITO DE GLORIA
El bergantín redondo no traía bandera Tendido so-
bre una de las bordas, con gruesa ampolla en el ve-
lamen, alzábase sobre el oleaje ágil y marinero como
una enorme gaviota que rozase las crestas con el ex-
tremo de sus alas
Natalia dirigió el anteuju a las más apartadas, y a
poco de observar, percibió al tope los colores del
Brasil
Vivamente inquieta, volvió el tubo al bergantín
Este izaba bandera tricolor en ese momento, y viraba
de bordo poniendo proa al océano Las lonas en parte
recogidas, se sacudieron flojas algunos minutos, lue-
go se inflaron formando elipses, y el buque acostán-
dole muellemente sobre una de sus bandas, arrancó
mar afuera
Lo* otios venían ya próximos Una nubecilla blanca
como un copo de algodón con un chispazo que se es-
paició del centro a las bordas, brotó de la banda del
bergantín, y tras una pausa llegó el eco de una deto
nación distante
A ésta, se siguieron otras
Los disparos salían de los tres buques, especie de
bocanadas de humaza que el viento clareaba al ins-
tante v cuv os i* tumbos se perdían roncos en la atmós-
fera
El bergantín verileaba audaz eludiendo los escollos
de la punta Biava y aumentando la delantera a sus
perseguidores que marchaban en línea paralela, v
con el sol que )a descendía, dejóse al fm de ver su
casco, luego los estavs, los foques, el velamen, hun-
diéndose en el horizonte brumoso
Natalia se retiró del mirador impresionada
El patrón de una zumaca pescadora que había es-
tado en la ensenada de Santa Rosa, contó después a
[257]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
don Carlos que un bergantín del corso acosado por
otros dos brasileños, consiguió burlarlos por la tarde,
y que en la noche pudo desembarcar un contingente
de armas y hombres en punto seguro de la costa
— ^E&e sí que es lobo de mar 1 — había dicho don
Carlos Muchos de esos quiero yo en auxilio de los
que no tienen mas esperanzas que sus propias fuerzas,
bien reducidas y pequeñas, > un ideal tan grande
como un despropósito por Santiago 1 Lo que afirmo
alas de águila en cuerpo de pollo, y no digo mas r
[258]
f 4
XXV
RUMOR DE VICTORIA
En esas largas noches de invierno, don Carlos re-
tenia a sus amigos de confianza algunas horas al amor
de la lumbre, comentando con la major minuciosi-
dad todos los sucesos y abriendo juicios sobre cosas
de futuro
Ya no era un misterio que el barón de la Laguna
se había resistido a emplear sus tropas de linea en
una campaña contra las irregulares de la revolución,
y aconsejado a su soberano que solo destinase a ese
objeto el elemento similar río gi ándense, apto y sufi-
ciente para detener sus progresos y domeñar sus ím-
petus, concluyendo de un golpe a cercén con la obra
de la temeridad Fundaba su opinión en la experien-
cia adquirida Sus ddtos ciertos denunciaban un país
casi despoblado, cuvos escasos moradores, grandes ji-
netes, aparte de una bravura indomable, robustecían
su acción y su audacia en la alianza natural con las
ventajas del terreno pidiendo a las serranías, a los
montes, a los nos, a los llanos los elementos necesa-
rios para neutralizar o reducir a la impotencia las
más hábiles combinaciones de la táctica y la estra-
tegia
Era la guerra de recursos, ante cuyas astucias y
artimañas se estrellaba la teoría de escuela y se rom-
pía la regla de disciplina aniquilando la moral mili-
tar En ese concepto las tropas sujetas a ordenanza
sólo deberían permanecer en puntos fortificados, es-
[259]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
pecialmente en las tres plazas principales que dispo-
nían del transporte fluvial y marítimo Montevideo,
Colonia y Maldonado Teniendo en memoria que en
la campaña contra Artigas no había sido propiamente
eí ejército regular portugués el que arrollara los obs
táculos v alcanzara la gloria del vencimiento, sino an
tes bien las fuerzas de Río Grande, cuvas condiciones
y aptitudes tenían alguna analogía con las de los orien-
tales, la pericia aconsejaba que el hecho se repitiese
no habiendo sufrido modificación seria el estado del
país desde Artigas a Lavalleja La ofensiva debería co
rresponder entao nos che fes e soldados brazzleiros que
pe lo Río Grande do Sul invadiram a Cisplatma na
guerra de 1817, e expeüiram por fim Artigas e $eus
sequazes
Resultaba pues, por la llegada de la columna del
coronel Ribeiro y por la muy próxima de otra bajo
las órdenes del coronel Gonzalves, que el emperador
había escuchado el consejo, a mas de atender al re-
clamo de Lecor sobre el envío de refuerzos de infan-
tería de línea y de naves de guerra para defensa de
los puertos
La columna de Bentos Manuel Ribeiro había hecho
un extreno ruidoso en su travesía por el territorio
Desprendida de la división del general Abreu que
vivaqueaba en Mercedes, llegó al choque con Rivera
en el Aguila haciéndolo ceder ante su superioridad
numérica, y tras de este encuentro feliz corrióse a
marchas forzadas hacia Montevideo, al abrigo de cu-
jas murallas se había puesto, renovando parte de su
armamento y fornituras
Recibido como vencedor, se encarecían sus dotes de
experto guerrillero y de soldado v aleroso , y aun cuan
do don Carlos y sus contertulianos hallaban justicia
[2601
GRITO DK GLORIA
en el elogio, reconocían sin embargo , que aquella efí
mera victoria "del triple contra sencillo" sólo era un
combate sin laureles
Afirmábase que el coronel Ribeiro celoso de glo-
ria, había prometido a Lecor batir a Lavalleja antes
que Riveia, muy apartado de el, pudiese incorporár-
sele en el Durazno, para lo cual pedía las armas y
municiones necesarias
Se añadía que el barón de la Laguna había acep-
tado este plan de batir en detalle, pero que, siempre
cauteloso, daba al valiente río-gi ándense el consejo de
servirse de las ti es armas para einpiender la ofensiva,
a cuyo efecto pondría a su disposición dos batallones
y una sección de aitilleria, remontando a mil sei'scien
tos sus jinetes
Al principio el fogoso guerrillero había rehusado
el contingente de fusiles y cañones, diciendo que bas
taba con suos cavaüeiros no obstante, se había deci-
dido a acoger sin reservas todas las ad\ertencias del
experimentado capitán
En su columna, por otra parte, revistaban cuerpos
de linea
No faltaba quien asegurase que el plan era mas
vasto, por cuanto se había resuelto complementarlo
en esta forma la división de Bentos Manuel buscaría
su incorporación con la de Bentos Gonzalves para li-
brai el combate, mientras que el general Lecor con su
cuerpo de ejército, dejando la plaza convenientemente
guarnecida, emprendería marcha a retaguardia para
tomar posesión de la villa de Florida o de San Pedro,
si ésta era evacuada Las caballerías de Gonzalves
eran de la calidad y el número de las de Ribeiro, pro-
badas, sufridas y practicas en el terreno el balón de
[261]
EDUAKDO ACEVEDO DIAZ
la Laguna llevaría dos mil infantes, baterías de cam-
paña y caballería de lmea con jefes maniobnstag
Una vez asentado en el centro del país, el movi-
miento revolucionario debía extinguirse en sus extre-
midades, batido y disuelto el núcleo principal
Otros negaban la posibilidad de esta táctica te-
niendo en cuenta las "vacilaciones del gobernador así
como su exceso de prudencia, si bien el choque en el
Aguila elevado a categoría de triunfo fructífeio, había
retemplado el espíritu de las tropas y predispuesto
la opinión militar a una ofensiva sin demora
— Son los apuros del que ve al enemigo en des
bande — decía el señor Beron — o al toro en el
suelo |Ahí de la gran lanzada'
Días después de la llegada impre\ista de Ribeno a
extramuros, circuló un rumor grave que fue adqui-
riendo cuerpo, a pe^ar de las severidades empleadas
para reprimirlo
Coma la primera semana de pnma\era, el periodo
de los retoños, de los jugos activos y de la9 flores con
sus brisas suaves v su sol tibio, \ con su vuelta pa-
recían también retoñar con viva fuerza germinadora
las esperanzas decaídas con la nueva del contraste
El rumor era alentador
Pronto vinieron detalles, la alegría de los domina-
dores se convirtió en despecho y cólera, la tristeza
de los nativos en goce indecible Charangas y clari-
nadas cambiaron de tono, y a trueque de fanfarrias
hubo íntimos regocijos
¿Que había ocurrido 9
Los informes aparecían contestes
El vencido del Aguila, rehecho a pocas leguas del
sitio en que dejara alguno de sus oficiales y soldados
muertos, había practicado una marcha de flanco ha-
[262]
GRITO DE GLORIA
cía la zona del centro, permaneciendo en ella varios
días y de allí, arrancándose audazmente hasta el rin-
cón de Haedo, donde pacían millares de caballos del
enemigo
Proyectaba un golpe de caudillo rampa nte y alie
vido, una sorpresa de guardias y un botín de tropi-
llas flor
Era la táctica de caudillo — original y propia De-
tras de una denota, efecto de la imprevisión o del
desconocimiento de las reglas de escuela, rehacerse
de cualquier modo, y apenas ordenadas Ia¿> filas co-
mo quien íecompone la formación de piezas en un
damero por la sola tiranía de los dedos, acometer nue-
vamente sm dilación, dando un golpe que no se es-
pera, para retemplar por ese medio el espíritu de los
subordinados y no dejar cercenado el piestigio con la
nota de ineptitud o cobardía
De ese modo había procedido Rivera en la época
de Artigas, asi obraba ahora, bbzándolo todo al atre
vrmiento con la colaboración de la casualidad
La aliada natural de la táctica de caudillo era la
«ueite, casi de igual manera que en el juego, o en la
caza del tigre
Como la astucia por sutil que sea, no podía reem
plazar con ventaja a la noción científica, iba Frutos ju-
gando una paitida desigual, pues él bien sabía que el
enemigo dominaba poderoso allí donde cía su empeño
entrarse a saltos de felino
El ímcon de Hacdo, que toma su nomine de la "cu-
chilla" que allí termina, es el punto estratégico que
domina la barra del Negro, y en el cual la entrada era
peligrosa teniendo a un lado el Uruguay y al otro
aquel no con su caudal engi osado por las lluvias
[263]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Varios cauces tortuosos que a éste afluyen confi
gurados por la propia naturaleza del ten en o, forman
una península caprichosa rodeada de inmensos bos-
ques y espesas frondas feraz, de un \erdor eterno, esco-
gida para engorde de ganados
Accesible por su garganta, de una anchura de mas
de una le°¡ua, la retirada se hacia imponible cubierta
e«-a especie de gola, ) las fuerzas rechazadas a su sa
lid a tenían que chocai con las barreras opuestas por
uno y otro rio, y rendirse o perecer
Rrvera encomendando al veterano Andrés de La-
torre una drversion sobre el general Abreu que es
taba en Mercedes atra\eso el Negio con sigilo, sor-
piendio las guardias v dispuso lo necesario para el
arreo de las "caballadas*'
De pronto le anunciaron que una columna enemiga
entraba en la península
Ei a un encuentro fuera del calculo y la previsión,
la gola se cerraba > era preciso abrirla aunque lo
disputasen los contranos a razón de tres contra uno
El coronel Braz Jardim era el que lo* mandaba en
jefe sumando la columna mas de ochocientos comba
tientes, en su mavnr pajte diagones aguerudos
El general Rivera ordenó sus cortus e&cuadiones,
salióle al frente y lo cargó con denuedo
El choque fue terrible
A pesar de su resistencia, el coronel Jardim vol-
vió grupas, y acuchillado por la espalda se arrojó so
bre el grueso de sus tropas que le abrieron camino
para romper el fuego
Quinientos dragones descargaron sus cdiabmas con
tía doscientos cincuenta atacante*, de los cuales caje-
run algunos, un escuadrón brasileño acaadillado por
un capitán intrépido, quiso penetrar por el flanco co-
[264]
GRITO DE GLORIA
mo una cuña de hierro, pero el esfuerzo escolló, el
sable de Servando Gómez rompió la mole y sus lan-
ceros sembraron el suelo de cadáveres, el jefe de los
dragones imperiales fue arrancado entre moharras de
la silla y triturado bajo los cascos y el tropel, y en
vueltos aquéllos en la vorágine de esta carga furiosa
emprendieion la fuga, dividiéndole en dos grupos
uno con Jardim a la cabeza, que no se detuvo sino
allende la frontera, y otro que cruzó a escape el Ne
gro campos arrobos serrezuelas sin dormí i > sin co
mer, — según la propia versión brasileña — hasta
llegar a la Colonia y íefugiarse detrás de sus baterías
Quedaron sobre el terreno de la acción mas de mil
armas, gran número de muertos y heridos, contándose
entre los primeros veinte jefes ) oficiales, prisioneros
una cantidad major que la de los vencedores, y ceica
de ocho mil caballos
El general Rivera que se había batido con bravura
como otras veces, no abandonó los despojos a pesar
de la inminencia del peligro que tenia bien cercano
en la división de Abreu, salió de aquella especie de
remanga en que lo metieia su extrema osadía sin per
der fruto alguno de la victoria, y repasó el Negro con
el mismo aliento de fiereza que antes del contraste
del Aguila
Su rasgo de intrepidez era pues, el que se celebraba
entre los amigos de los "insurgentes", a raíz de los
últimos regocijos de los imperiales
En vano se había querido ocultar la noticia
Con motivo de ese suceso una nntación sorda ha-
bía cundido en su9 filas, circulando voces sobre accio-
nes decisivas y sangrientos desagravios
Eran las que se comentaban ahora en el misterio,
en el seno de la confianza, discutiéndose las inicia
[265]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Uvas a emprendeise, las probabilidades, las complica-
ciones posibles, persuadidos todos especialmente el se-
ñor Beron, de que el nudo de Gordium no habría sido
mas enrevesado que este lío
Si alguna duda pudo suscitarse acerca de la veraci-
dad del hecho de armas que se intentaba encubrir por
todos medios, sin excluir los represivos más duros con
cualquier pretexto, esa duda se desvaneció al saberse
en los días posteriores que se había determinado abrir
campaña con poderosos elementos
Don Carlos se cercioró de esto por boca de Souza,
quien le dijo que había sido ascendido a capitán y
destinado a uno de los regimientos de la columna de
Bcnto* Manuel
Como la marcha debería resolverse de un momento
a otro, iba a despedirse
El señor Beron mobtróse un tanto conmovido, y es-
tuvo con él más atento que nunca
Esa tarde, Natalia había descendido del mirador
con el mismo aire pensativo de los últimos días
Revelaba no habei visto nada a lo lejos, ni la som-
bra de un jinete
Cuando supo que Souza se marchaba tuvo un so
bresalto sin darse cuenta del motivo Su corazón latió
con violencia, algo de aturdimiento pasó por su ce-
lebro
¿Era la presunción de peligros más graves, mas
fatales la causa de su zozobra 9 ¿Existía alguna vincu-
lación entre este hecho aislado de la ida de Souza y
la memoria constante del ausente 9
No lo sabia ella
Tampoco don Carlos se explicaba porque él se sentía
conmovido
[266]
GRITO DE GLORIA
El capitán traía algo de interés para ella que revé
Iarle Su señor padre, detenido hacía tiempo a bordo
de un buque de guerra, bajaría a tierra el día siguiente,
con la ciudad poi cárcel
Por el hecho quedaba colmado el anhelo filial, pues
que ella lo tendría a «u lado sin madores zozobras
Había sido ésta una gracia especial del barón de
la Laguna, en atención a que nada resultaba del pro-
ceso seguido contia el señor Robledo hasta ese mo-
mento que le hiciese pasible de pena, \ defiriendo al
rue^o de su humilde subalterno a quien le había co-
rrespondido el deber de conducirlo a la plaza a raíz
del sangriento episodio ocurrido en su estancia de "Tres
ombues"
La joien le escuchó con el animo en suspenso y hú
medos los ojos, en cujas pupilas reflejábase con la
alegría una expresión de hondo reconocimiento
Souza se sintió muy halagado, al apercibirse de aque-
lla actitud, mostróle coi tés como de costumbie, fino
y oportuno, confirmando el dicho de don Carlos de
que él sabía apiovechaT bien las lecciones de su maes-
tro el general Lecor, escuchó palabras dulces, pidió
órdenes, > al ofrecerse miró a Natalia con fijeza, casi
con aire de súplica
La hija de Robledo cogió llena de dignidad la mano
que él le tendía, y se la estrechó en silencio
Don Carlos dijo alguna cosilla — como lo repetía
él después, — con un poco de carraspera v atragan-
tándosele mas de un vocablo
En realidad, pareció pasar por una crisis violenta
Cuando Souza se fue, él puso nervioso sus dos ma-
nos en les biazos de la joven, diciendo
— Todo está bueno, hija hay que agradecer Pero
yo sé por dónde viene éste Marchan mañana se-
[267]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
guramente y es preciso avisar a los que andan por ahí
a riesgo de ser sorprendidos cuando ellos menos se lo
imaginen ¿ Busca, hija, busca 1
— |A\, señor 1 ¿> qué he de buscar, pobre de mi ?
— exclamó Natalia llena de pesadumbre
— Sí, tienes razón, pero ahí "veras, doncella mía,
es necesario inquirir escudriñar jNo hay que ha-
cerle 1 Es forzoso hallar el medio, porque éstos medí
tan alguna embestida entre sombras algún plan dia-
bólico por el que lo arrollen y aplasten todo de aquí
a la Florida Y éste que acaba de salir muy meloso,
untándonos el dedo, como si no supiéramos lo que
busca el belitre con más agallas que un dorado' A
mí no me la pega ¿No \iste hija con qué ojos te
miraba 9 ¿Se le salía la dulcinea por el lacrimal y el
gran socairón la tenía delante 1 Nada, esto me tiene
l rispado ha tiempo ¡por Cristo 1
Así expresándose, descompuesto, casi iracundo, don
Carlos abandonó a Natalia lanzándose a su escritorio
Al cruzar el patio \io una sombra negra, firme e
inmóvil con el morrión en la mano, junto a la verja
El viejo escudriñó, echóse el gorro atrás > dijo con
aire risueño
— jAh, eres tú Esteban 1 Te creía ya fusilado ne
grillo | Entra, hombre, entra 1
El liberto, pues él era en efecto, obedeció en el acto,
} penetró en pos de su amo al escutorio
[268]
XXVI
EL CINTO DE DON CARLOS
Bastante confusa quedó Natalia con lo que Souza
acababa de comunicarles , > en esta confusión de su
animo entraban por mucho Id satisfacción y la amar
gura Lo relatno a su padre, que hacia meses sufría
las consecuencias de un hecho que no le era imputable,
constituía a no dudarlo un motivo de dicha obligán-
dola en cierto modo hacia un hombre que ella sabía
la quería con una pación creciente > silenciosa, y la
ida de este hombre a campaña para tomar parte ac-
trva en la lucha, llenábala de congojas, sólo al pensar
que su rivalidad lo arrastrase a ser cruel e inexorable
en caso desgraciado con quien ella tanto amaba
Recién se daba cuenta de sus emociones, así como
de la que había experimentado don Carlos en el acto
de la despedida Por lo visto, coincidieron en el mis
mo presentimiento y fueron presas de la misma an-
gustia Las generosidades, las acciones caballerescas se
explicaban sin esfuerzo cuando todavía no separaba
a los dos jóyenes una tendencia personal, inflexible,
de suyo egoísta hacia la posesión del mismo objeto,
pero ahora todo se había deslindado y definido, sabía
el uno a qué atenerse respecto del otro en materia de
preferencias, eran enemigos, sin embargo, que iban
a encontrarse en el terreno, a embestirse y a aniqui
larse en nombre de hondos agrarios El mal sería me-
nos si se tratara de un lance singular en que el éxito
se relega al brío > a la pujanza, que en este caso ella
[269]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
en\ aneciare en la creencia de que "éV* no sería herido,
sin herir también Pero el peligro estaba en la supe
nondad del número v de las armas de I03 que do-
minaban al punto de que fuera verosímil > hasta po-
sible un desastre de parte de los menos aun cuando
fuese muy grande su valor, que el heroísmo — como
Souza lo había dicho — más que jubilo casi siempre
aparejaba duelos 4 0h T que ellos combatirían como
buenos en tanto no les dejase la última esperanza, bien
1j sabía tan recientes y frescas estaban las legendas
de su tierra bañada en sangre, desde el día histórico
en que los hijos de sus llanos y sus bosques sacudie-
ron las melenas y se alzó su grito de guerra entre los
silbidos del "pampero"
Mas por eso se sentía triste Aquella convicción cons-
tituía el primer anillo de una cadena de íncertidum-
bres } de sobresaltos cuyo fin no era fácil prever
Fue a trasmitir las nuevas a la madre del ausente,
pmmetiendose a sí misma ahogar dentro del seno
todas sus angustias Entre las dos el pesar era menos
y holgaba la ilusión!
Hallábase la señora en el aposento contiguo al escri-
torio de don Carlos, ocupada en una nue\a carta para
su hijo
Si bien se ignoraba la residencia actual de Luis Ma-
ría por cuanto se tenía noticia de que las fuerzas si
tiadoras habían cambiado varias \eces de campo >
alcj adose hacia rumbo desconocido a la aproximación
de la columna de Bentos Manuel Ribeiro, con la cual
no les hubiera sido posible competir, la madre cari-
ñosa escubía, a pesar de todo, confiada en que no
faltaría oportunidad para un buen envío de la carta
y en que la persecución constante de su amor, sería
[270]
GRITO DE GLORIA
siempre más eficaz y certera que la otra persecución
a muerte
Natalia la sorprendió en esa tarea dulce y solitaria,
puestos los dobles ojos, y en la mano la pluma, en
actitud de reflexión profunda Había en sus parpados
huellas de lagrimas
Abrazáronse sin esfuerzo, con esa espontaneidad
adorable que nace del afecto sincero v de la comunión
del dolor, calladas, suspirantes
Después la anciana, ron el codo apocado en la mesa,
dejó colgaT la mano en que tenia la pluma y puso los
ojos en el pavimento en actitud meditabunda
Por encima de su hombro v rozándole la sien con
su fresca mejilla, Nrtalia deletreaba con acento bajito
5 trémulo el encabezamiento de la carta que ella con-
cluía de escribir
Así pasaron largos momentos
Pero esta situación de ánimo cambió pionto con la
entrada de Esteban que a paso furtivo atravesó el
patio v se detuvo ante la puerta del escritorio
Ovóse en el acto la voz de don Carlos, que le man-
daba entrar^ notándose en su eco una impresión de
sorpresa y complacencia que no pareció esforzarle
en ocultar mucho
Efectivamente, el señor Berón experimentó verda-
dera alegría al ver al liberto, presintiendo que las
cosas convenidas estuviesen ya en su punto
Esteban entró sonriéndose, con una de aquellas son
risas que le eran peculiares y dejaban a la vista todas
sus encías cuando lo agitaba alguna idea útil y pro
vechosa para sus amos
Guadalupe lo había atisbado desde el fondo, y he-
dióle una cortesía que él contestó desde la verja cua-
[271]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
tirándose, con una venia de ordenanza gaibosa y co
rrecta
En presencia de don Carlos, éste pregunto ron tierta
ansiedad sin darle tiempo a explayarse
— -¿Cuando te marchas, Esteban?
— Creo que sera cota de horas, señor Le oí decir
a mi jefe que mañana a la noche nos incorporaríamos
a Bentos Manuel, que esta en extramuros con la tropa
que trajo de Rio Grande Se han repuesto los aperos
\ se han cambiado algunas carabinas v sables por
otros nueios en mi escuadrón A mas se nos ha
dado licencia por una hora, con orden de \ol\er en
lo justito, para quedar acuartelados hasta el momento
de salir
— 'iHuni 1 ¿Y qué piensas hacer ?
Don Carlos se rascaba cabizbajo la frente, que ha-
bía arrugado hasta el casco, como absorbido por una
idea fija
Al oír la piegunta, el liberto \0K10 a sonieirse con
aire de confianza
— ¿Lo qué he de hacer 9 su mercé \a sabe — res
pondió — Todo está listo
— ¿Cómo que esta listo todo ? i Explícate, hombre 1
sin ambages ni redundancias, claro v derecho
— Digo que su mercé sabe que me \oy con los com-
pañeros en cuanto pasemos el Cernto, cortando cam-
pos, a tomar el rumbo del Sauce y de allí de un buen
galope hasta el paso de la Arena
— jAh r ¿Y por qué a ese paso, Estebanillo > no
al del Soldado 9
— Por ahí va a cruzar la columna, señor, según mi
capitán, para ver de darle golpe al comandante Oribe
que aseguran se ha puesto en observación en ese punto
para no descuidar la barra
[272 ]
GRITO DE GLORIA
Don Carlos se restregó las manos
— ;Bien T Pero en el caso no problemático sino mu>
posihle de que Onbe este por esas alturas, debe tenerse
en cuenta que lo pTxiuero sera prevenirle del movi-
miento a fin de que no le cojan en un renuncio del
diablo lo que importaría uu verdadero desastre
— El comandante sabe siempre a qué hora el ene-
migo monta a caballo y adonde va
— |Ya es mucho ' A Si, por San Diego ] Con todo no
puede haber segundad en lo que afirmas, porque no
sé >o dónde demonios lias aprendido tú tanta milicia
para \enirme asi no m?s a soplar absolutas como
quien sopla bodoques por una cerbatana j Vamos
al caso!
Y dando una palmada lleno de gravedad, siguió di
ciendo
— Es necesario que combines con maña el medio dt
comunicar a Oribe lo que le va encima como una
avalancha
— Si señor \ si su mercé me permite yo diré que,
por si acaso hemos convenido con otro compañero
de confianza que el siga con la gente hasta el paso de
la Arena y que yo me corte hasta subir bien a van-
guardia de la columna aunque fuese reventando el
mancarrón > caiga antes del alba en el campo de \o*>
amigos
— i Así me place ! Entonces dando por de contado
que tú te subleves al comienzo de la jornada, que tus
camaradas tiren como la cabra al monte, que tú te se-
pares de ellos para llevar el aviso a Oribe aplastando
el caballo si preciso fuese, — con cuya promesa prue-
bas que antes de sufrir tus posaderas se quiebra el
lomo del cuadrúpedo , ~ dando digo, por suf iciente-
[273]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
mente probado y alegado todo e*to, voy a encomen-
darte una misión de alguna importancia, que podría
comprometerme si te matan y, como es consiguiente,
te registran v despojan
— No me mataron ya, ahora no es fácil
— Muy engreído estás Me gusta a fe mía, hijo,
me gusta *
Y dándole la espalda para sacar algo de un cajón
de su escritorio, añadió alegremente
— Estoy asombrado de oír a este negrillo calavera
Bien se \e que le ha tomado los puntos al amo, sin
perderle mueca 1
Sacó en seguida del cajón que acababa de abrir un
cinto de badana con agujetas, lleno al parecer de mo
nedas que habían sido perfectamente eirvueltas y di»-
tubuidaq en el ancho hueco
Tomóle el peso y enseñándoselo a Esteban, dijo
—Aquí van trescientas onzas, que darás a quien
bien tu sabes Hay que agregarle las cartas, c^ta la
mía dentro
En ese momento abrióse la puerta que daba al apo-
sento en que se encontraban la señora y Natalia, apa-
reciéndose éstas en el umbral
Sin duda lo habían oído todo, porque la madre de
Luis Mana enseñó dos cartas exclamando risueña
— Estas son las cartas, Carlos Vengo también a
recomendárselas mucho a Esteban segura de su lealtad
El liberto que no podía ver sin conmoverse a la ma-
dre de su señor, dijo balbuciente
— Verá su mercó, que llegan Me voy a atar el
cinto sobre la carne
— Eso mismo te iba a indicar, — repuso don Car-
los, — y si es que no te desnudas sino entre cristianos,
[274]
GRITO DE GLORIA
el secreto pegado a tu piel se conservará ileso Bien
creo que para violarlo, primero han de acabar con-
tigo
— Dile muchas veces que sólo pensamos en él —
murmuró la madre blanda y cariñosamente, — pero
muchas, Esteban ¿has oído 9
Y como Natalia lo mirase al mismo tiempo de una
manera fija e intensa, apocada la cabeza en el hom
bro de la señora, cual si a sus ojos hubiesen asomado
en tumulto todas las tiernas confidencias que guardaba
en su seno, el negro tembloroso, se limito a inclinarse
como de costumbie en los casos gra\es, sin pronunciar
palabra
— Ahora, — dijo don Carlos, — déjennos ustedes
solos un momento
Apenas se retiraron las señoras, hizo Berón que
Esteban se abriese las ropas y él mismo le ciñó el cinto
casi a la altura del pecho examinando una por una
las hebillas y agujetas por si estaban flojas
Puso en él las cartas, y en tanto practicaba sesuda-
mente la diligencia, murmuraba un poco sofocado
— Así ira bien Pero no hay que desnudarse en toda
la jornada No es este un cinto de Bnon o de Per-
seo, no ¿Y qué sabes tu, negro, de esas cosas 7
jbah r si a veces uno desatina Con todo has de
saber que este cinto puede desviar cualquier pro>ectil
traidor y librarte el pellejo bonitamente, porque \a
bien preñado de amarillas mas duras que el plomo
Te lo apretó bien para que no olvides que debes ve
lar por él como si fuese cosa tuja > que lo que esta
mas cerca de las carnes vale mas que la casaca
¿Estas listo ?
— Si, señor
[275 1
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Bueno, entonces no perder liempo Mucho ojo
v mucha destreza Estebamllo de mis entraña* \ que
Dios te ayude 1
El viejo se volvió a pasos precipitados entrándose
al despacho del negocio, y el liberto sal jó al patio
Junto a la \erja estaban la señora Natalia y Gua
dalupe, como esperándolo Se detuvo ante el grupo,
en actitud de quien pide órdenes, muy abrochado y
tieso
— jNo te olvides T — dijole su antigua ama con el
pañuelo en los ojos
— Dile que nos escriba siempre — añadió Natalia —
porque el saber de él con frecuencia es toda nuestra
dicha 1
Hasta Guadalupe se permitió recomendarle, no pu*
diendole expresar otra cosa, que "no confiase nada a
don Anacleto hasta que no estuviesen libres y salvos
al lado de su señor 1 '
EL liberto prometió cumplir todo fielmente, pidió
la bendición a su ama y fuese a prisa, sintiendo quq
empezaba a enternecerse demasiado
[276j
XXVII
L\ SUBLEVACION
En las horas de esa noche \ en el siguiente cha
notóse ma>or molimiento que otras veces en el lecmlo
Súpose que el gencial Le:oi en perdona había vibi-
tado los puestos y cuíteles, trasmitido 01 dones ler
minantes apresurado piepaiati\os de marcha v tenido
una larga conferencia con el coronel Ribeiro Decíase
que, a pesar del celo > acti\idad desplegados para in-
tegrar la columna de aq'icl jefe ron ínfanlena y arti-
llería, el equipo no podría hacerse sino de allí a dos
días, lo que había visiblemente contrariado al fogoso
guerrillero rio-grandense, cansado de una quietud que
iba en pugna con su caraitpr emprendedor v atrevido
£1 desastre del Rincón de Haedo llamado \ulgar
mente u de las g<dhna:> * lo lema irascible Había oído
decn que el nombre de la estratégica península de!
Uiuguay v el Ne^ro, había sido justificado en un todo
por la impievision v. desidia de Braz Jardmi v de Ba
rreto, pues que sus numerosos y agaemdos dragones
en masa triple a la de los dragones de Rivera habían
caído en sus propias redes cazados como gallináceos en
un tercio, en un tercio muertos, y en otro tercio di*
persos a chasquidos de "rebenque*', perdiendo en la
fuga mil quinientas armas
La irritación de Rentos Manuel era extrema Aun-
que reconociendo la bondad de los planes de Lecoi,
obstinábase en abrir operaciones con sus elementos
[277]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
propios sm esperar los constitutivos de cuerpo com-
pleto de ejercito que aquel le ofrecía
La nueva recientemente llegada, que se hi/o difun-
dir sin re&crvas, de que por horas atravesana la linea
divisoria oLra columna de mas de mil jinetes a las ór-
denes del coionel Benlos Gonzalves para obrar de
acuerdo con el general Abreu que vivaqueaba sobie el
Negro, exaltó la impaciencia de Ribeiro, v lo decidió
a tomar la iniciativa
Los que observaban atentamente las cosas, en pn
mera linea lo» contertulianos de don Carlos que por
una u otra causa tenían ciertas afinidades con los jefes
del recinto, bien se penetraron de que la combinación
era otra que aquella
Gonzalves de análoga talla a la de Ribeiro hombre
de manotada y de arranque, propio para el médium
de lucha donde había caudillos capaces de manotear
más recio, debía \enir a grandes marchas buscando
su junción con el gemelo, a fin de realizar el único
plan íacional y táctico, una vez que quedaba en sus
p _ito el ideado por Lecor, el de batir en detalle, car-
gando sobre Lavalleja antes que Rivera se quitase a
ALreu de encima v pudiese robustecerlo
Entonce» el plan de Lecor complementaria la cam-
paña dándola por concluida con su sola presencia en
la Florida o en el Durazno
1 que esU v no otra debía ser la combinación, lo
confirmó en la noche el hecho de emprender marcha
la columna de Rentos Manuel sin esperar la íncorpo-
1 ación de los batallones
Contal a con mil cuatrocientos caiabmeros
Fefoizo^ele únicamente con una parte del escuadrón
de auxiliares
En las filas iba Esteban con sus amigos
[278]
GRITO DE GLORIA
Esta tropa salió de muros después de retieta Com-
poníase de cincuenta hombres y dos oficiales
Bentos Manuel no la quiso para el servicio de avan-
zadas y flanqueadores, y la echó a retaguardia de la
columna, diciendo que serviría para la "carneada"
Prontos los regimientos y los caballos de reserva,
dióse orden de marchar al trote sin toques de clarín,
y la columna se pu*o en movimiento entrada la noche
Soplaba un viento fuerte de la parte del sur, y la
atmósfera estaba cubierta de nubarrones que parecían
correr al mismo paso hacia el nordeste, siguiendo a
las tropas con su sombra y dejando caer sobre ellas
a trechos algunas gotas pesadas que producían en los
rostros y cuellos efectos de papirotes
Cubriéronse los soldados con sus ponchos
Igual cosa hicieron a retaguardia entre los auxilia-
res, el capitán, el teniente y cinco o seis soldados Los
demás continuaron a cuerpo gentil, indiferentes, su-
fridos, más bien atendiendo a sus armas que a sus
ropas
Desfilaban por una falda oscura sembrada de gui-
jarros, que por vanas ocasiones moderó el paso de
los regimientos, aproximándose éstos demasiado unos
a otros
Guardábase gran silencio.
Siguióse siempre por la falda, volviéronse a esta-
blecer las distancias convenientes sm percibirse al
frente mas que una masa de tinieblas A un flanco la
oscuridad era mayor Sin duda había eminencias de
tierra en curvas caprichosas o grandes árboles indí-
genas dispersos en la ladera
Esteban marchaba al extremo derecho del segundo
escalón
21
[279]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Llevaba el poncho cruzado al pecho a modo de
banda, ceñido al costado por sus puntas, como para
embotar hierros en su espeso forro de lana
Inmediatamente detrá9 a la cabeza de la segunda
compañía^ iba el sargento Bemtez, ciuza de indio y
negro jinete de talla corta, macizo y repleto, cn>o
bulto se distinguía como una corcova sobre los lomos
de su cabalgadura
Al lado de este sargento marchaba don Anacleto un
tanto agobiado y abatido, con las mandíbulas flojas
y la cabeza entre los hombros
Aquello que le pasaba salía de lo imprevisto, } mi-
raba a veces de diestra a siniestra, como en busca de
una "lucecita que lo endilgase en el oscuro rumbo a
la querencia"
Rato hacía que la columna había dejado detrás uno
y otro cerro, avanzando por un camino pedregoso que
flanqueaban asperezas llenas de piedras y arduas co-
linas, cuyas lomas descubrían a los lados sus perfiles,
a pesar del denso cortinaje de sombras
De repente, el sargento Benítez acercándose a Este-
ban por su derecha, de modo que pudiese hablarle sin
ser oído, di j ole bien encima de la oreja
— ^Aqui es lindo para el desgrane T ^TrasI ornando,
al freno no mas, ni el olor' Hay mucho pedre
güilo en la falda, y a estos no les conviene seguirnos
— j Estate en la vaina 1 — respondióle el liberto en el
mismo tono — , Yo te he de decir cuando los tranquee
la fatiga y los abombe el sueño, por adonde hemos de
enderezar
Callóse el sargento, v ocupó su puesto
La marcha continuo sin novedad alguna por mas de
una hora, al trote firme, pasóse el arroyo de Las Pie-
[280]
GRITO DE GLORIA
dras en sus vertientes, y entróse en una sucesión de
collados
Hízose un alto de pocos minutos, para dar aliento
a los caballos
En ese descanso, los jefes recorrieron la columna
vigilando e impartiendo instrucciones
Entre esos jefes descollaba uno por su tono acre y
agresivo, cuva voz Esteban reconoció en el acto la
de Bonifacio Calderón, el antiguo jefe de la linea si-
tiadora, de nuevo al servicio del Imperio
Parecía rebosar de iras A su paso el silencio se ha-
cía mas profundo, como si se temiese que el menor
hálito las atrajese y se provocara un conflicto en las
filas
Pasados algunos momentos, siguióse andando
Traspusiéronse largas distancias hasta las tres de la
mañana, en cuya hora se cruzo un vado cenagoso con
los caballos bastante transidos
La tropa iba ya pesada y somnohenta No se guar-
daban espacios regulares entre los diferentes cuerpos,
a causa del exceso de fatiga, y había que esperar a
veces incorporaciones de fuerzas rezagadas Algunos
escuadrones se retardaron, mudando cabalgaduras, los
mismos caballerizos no se entendían ya con el arreo
Había escampado, pero la oscuridad era más pro-
funda, haciendo penoso el tránsito de las "tropillas"
en un suelo quebrado v lleno de canalizos
La retaguardia se detuvo entre unos cardizales nu-
tridos que los caballos» denunciaron con sus molimien-
tos nerviosos
Arreábanse dos ^tropillas" por un llano en com-
pleto desorden derecho al vado, que al efecto se de-
jaba libre
t281]
EDUARDO ACEVEDO DIAS
La guardia de prevención quedaba muy atrás, y en-
tre ella y los auxiliares se interponía una mole in-
mensa de animales cuyo pasaje ocasionaba un sordo
y prolongado estruendo en los terrenos bajos Los
gritos de loa caballerizos aumentaban este ruido hasta
hacerlo ensordecedor
Para ma\or confusión, un grupo considerable de
caballos se empantanó en el vado, ya muy removido
por el paso de los regimientos, los que venían detras,
hostigados por las voces y las fustas, atropellaron en
tumulto, y no hallando hueco dieron contra los "mo-
llea" y sauces de la ribera chapodando ramas con los
encuentros, estrujándose, dándose de coces y mordis-
cos y retrocediendo al fin en avalancha para ganar a
escape el campo abierto
En medio de los relinchos e interjecciones brutales
que hendían el espacio, de la turbación v los sobre-
saltos unidos al sueño y al cansancio, Esteban se vol-
vió hacia el sargento Benitez, diciendo
— i Ahora 1
Y sin perder más tiempo, levantó el mango de su
"rebenque", descargándolo con toda la fuerza del
brazo en la cabeza del capitán, que vino abajo del
caballo como herido de muerte
Casi en el acto, el sargento lanzó una voz, sin duda
esperada por sus soldados, porque la compañía dio
media vuelta, precipitándose por su flanco derecho
como envuelta en el torbellino de la ^disparada", y
se alejo sin dejar tras sí mas que el eco de un tumulto
pavoroso
Ll teniente había caído con dos sablazos, algunos
hombres fueron derribados en un choque terrible, la
"caballada" despavorida paso por encima de los cuer-
pos, y todo quedó misterioso, en la profunda timebla.
[282]
GRITO DE GLORIA
Corrieron por má9 de una hora los sublevados, an-
tecogiendo buena porción de "caballada" que arrea-
ron sin descanso, y sorprendióles el alba a un paso
de los bosques del Santa Lucia
Recién don Anacleto, que había salido aturdido en
el arranque, se acercó a Esteban mientras cambiaban
monturas y le dijo muy asombrado
— iHaceme e) favor, amigo, de explicarme esto que
pasa por Dios bendito t pues no parece sino que man-
dinga entreverao con la tormenta nos ha trajinao de
los pelos De mí me acuerdo que me erraron tres
sablazos, que sentí un tropel como el de vacunos me-
dio ariscos ataos al palo que se asustan y pegan la
sentada rompiendo las coyundas, y después malicié
que salía a dos laos sin saber cómo m cuándo lo mes-
mo que bola sin manija, entre una punta de milicos
más ligeros que fantasmas Y no te miento, her-
mano, si te asiguro que me pasaron silbando hasta
una docena de "boleadoras" por el mate, que ni yo
mesmo alcanzo como llegué a mezquinarlas, salvando
a mi parecer, por un evento de la gran casualidá ¿Ca-
ñe] a y por mi madre, qué loba más peluda 1
Reía el liberto oyendo hablar asi al viejo capataz,
y mayor era su ri9a al mirarle el rostro desencajado
con los ojos bailarines muy hundidos en los camaran-
chones, la nariz larga en forma de gancho, sirvién-
dole de agarradera al barbijo, una cola de cigarro
Bahía sobre la oreja y las duras barbas erizadas cho-
rreando todavía las gotas de la lluvia»
Cuando se le acabó el alborozo, contóle brevemente
lo ocurrido
Con el sargento Benitez y el de igual clase Salda-
nha, portugués este último que había militado en loa
volunUnoi reales, excelente instructor de reclutas en
[2831
EDUARDO ACEVEDO DI\Z
dos armas, y a quien con algunas onzas de oro se
rubia atraído comprometieron hasta cuarenta hom-
1 res del e^cuadion todos natnos de lob que es'aban
alb presentes mas de treinta habiéndose duda ex-
trañado el resto en la dispersión del primer momento,
al arrancar confundidos con las "tropillas" asustadas
Ahora que la cosa había salido bien, el apuro era
el de buscar la fuerza de Oribe El monte estaba allí,
> no muy lejos el paso de la Arena
Anadio Esteban, que va no podían dividirse en dos
grupos como el lo había querido al comienzo de la
empresa, puesto que era imposible ir a encontrar a
su jefe en el paso del Soldado adonde \a estaría la
gran guardia de Bentos Manuel que lo meior sena
alcanzar al galope firme el de la Arena casi seguro
de que por aquellas alturas operaba la diusion
— Por todo eso so\ baqueano, — observó don Ana
cleto — y puedo guiar derechito a la gente sin enqui
vocación nenguna de "cuchilla" o arro>o, ni sacar la
potrosa del estribo por tomarle el gusto al pasto
— Yo también conozco el pago — dijo Esteban,
aquí vienen cuatro o cinco rumbeadores capaces de
seguirle el rastro al tigre en lo mas escondido del
monte
Don Anacjeto se puso entonces a examinar a sus
compañeros con las primeras lumbres de un día pá-
lido y nebuloso
Quena persuadirse bien de que eran los camaradas
del recinto y de que el sargento Saldanha, a quien el
había tenido siempre grande ojeriza por lo riguroso
en lo tocante a "desciplma", tenia ahora una cara
mas simpática y un aire mas humilde que en el cuar-
tel' Y en mirándolo contento y retozón entre la tropa
sublevada, acabando de aparejar los caballos, cruzóse
[284]
GRITO DE GLORIA
de brazos con talante de caudillo de pdgo y le gritó
con acento de protección
— Quién lo \ido, y quién lo ve, sargento viejo,
amanerando resertores a poquito de arrocinarlos con
la vara en el hueco de la Cruz r Asina es el mundo
Un día se sirve a un patrón con cencía, y otro día se
sirve a otro con concencia, que en engañar primero
esta el toque pa probar la habilida* y entre un fogón
que no arde y otro que calienta con agua hervida y
"churrasco", el estómago se reguehe al calorcito aun*
que la volunta no quiera, porque antes es el vivir que
el soñar Bien haiga el sargento 1 Si aver rae ce-
rraba la oreja a la súplica por ser caporal, no he de
mostrarme resentido y agraviao, porque nunca jueron
mas que campanas de palo las razones de un pobre,
pero, aura he de alvertirle que en campo raso la voz
se oye y eso que es pura yerba aunque esa voz sea
la de un cordero a quien come los ojos un "chiman-
go", o la de un guey que se ha incao con el rejón
que abría el surco, o la de un mastm ovejero con la
pata quebrada que juese, porque aquí aonde no hay
poblaciones grandes sino ranchos y "taperas" ha> ore-
jas que oyen y corazones que^se ablandan, al revés
de los pueblos con edificios de lujo aonde se machuca
el grito de un enfehz lo mesmo que golondrina en
candilada Aquí, la tierra es suave hasta pa el que
clava el pico, de balde muestra abrojos y cardales,
sin acompañamentos y sin curas que mojen con tris-
tel al dijunto pa sacarle la aguaza a la viuda afligida
por haberlo hbrao de pecao, pero con lágrimas lim-
pias de toda hipocresía, que a mi parecer valen lo que
el agua bendita Por encimita de todo se perdona
a los malos meamos, y el monte les da guarida al
igual cW "yaguareté"* encuentran agua sin olor ni
[285]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
gusto que no es de pozo de cuartel, carne con más
de un dedo de grasa que no es matambre de mélico
tan delgadon como "baba de diablo", fruta rica que
no tiene dueño guen agasajo en el vecindario que
desculpa los vicios con sabeduna y los tapa con un
cueio cuando la cosa afhje porque es mejor alca-
guete que el gobierno mesrao Esto digo, amigaso Sal-
daña, porque vea que aunque haiga '"matacos" en el
campo tienen menos conchas que los de muro aden-
tro, y que aquí todos los hombres son parejos de un
altor, hasta que Dios sea servido de convertirlos en
esqueletos y mesturarlos por junto en los pastos con
las osamentas del vacuno
A este discurso del capataz, habían prestado gran-
de interés sargentos y soldados quienes reían ruido-
samente y aplaudían, distinguiéndose en la algazara
el mismo Saldanha, que era alegre y socarrón como
veteiano que había pasado vanas veces por el aro de
mandinga, — según su propia ocurrencia
Acabando de apretar la cincha, contestó en buen
español muy risueño
— Lindo era para predicar don Cleto con esa labia
y esa voz de bordona y esa pinta de cuervo de cam-
panario Pero se lamenta al ñudo, y sino dígame
¿le han puesto acaso "pie de amigo" para forzarlo y
traerlo hasta aquí a juntarse con sus amigos después
de tantos meses de servicio duro y parejo como ha
prestado en la plaza ? Sin pensarlo siquiera, se ve
Ubre en estos campos, donde los pájaros no se ciegan
porque no hay paredes, y se ve libre porque a rigor
de disciplina aprendió a obedecer y a ir como mur-
ciélago de día, que a no ser esto estaría a esta hora
penando en el hueco de la Cruz bajo la baqueta del
cabo "ranchero" si n« anduviera hato Dome la* gra-
ta»]
GRITO DE GLORIA
cías, amigo viejo, que he ayudado un poco a la cosa,
má9 que no fuese que para largar al ceñuelero adonde
abunda el pasto r
— Naide me forza a mí, ni me pone "pie de amigo"
a dos tirones — replicó don Anacleto temblándole la
borhlla del barboquejo por encima del labio, — ni
tampoco soy guey que se lamba de puro goloso* ni
me cuelgan abrojos en el rabo como a más de uno
que cree que esta limpio en todas partes y no se des-
mande el sargento ajuera del pago ni compare con
murciélagos a la gente, porque aquí hay avechuchos
que miran mas lejos que el ratón, y en un revoleo,
si te he visto no me acuerdo 1
— El sargento no ha dicho por tanto, — observó
Esteban — , y no hay motivo para echar mano a la
cintura
— jNV Si yo lo entiendo al fanfurriña y sino
fijáte cómo se rasca la verija Lo que yo quise decir
es que los hombres donde quiera se encuentran a
juerza de rodar como las piedras de los cerros, y que
la que está encimada hoy, mañana la arrempuja el
viento, o una bruja, y cae al playo al igual de otras
por correr la mesma suerte, aunque sea más grande
y más pintada
Seguían riéndose todos con el mejor humor al oír
al capataz, y éste al montar, y apercibirse de la al-
gazara, rióse a su vez con tal gesto inofensivo y co-
madrero hasta mostrar los dientes barcinos que le que-
daban, que la explosión no tuvo límites
Bajo espíritu así retozón, reinicióse la marcha al
galope con una pequeña partida exploradora al frente,
la que se adelantó hasta una milla
Y andando, dijo Esteban a don Aatdito
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Desde que don Luciano y usted faltan de "Tres
ombúes" la estancia ha de haber sufrido mucho A
la cuenta las vacas ) las yeguas no conocen ya rodeo,
y si acaso no se ha de meter en el corral más que
la majadita del "tronco" por pastorear encima de las
poblaciones Si usted se aprovechase de quedarse aquí
estos días, haría servicio a don Luciano, y yo había
de disculparlo con el jefe Antes de medio día va-
mos a pasar cerquita, a una media legua
— En esa rumia iba — respondió don Anacleto con
gravedad No se juega con los entereses, y yo tengo
en un potrero del monte un ganadito orejano que a
la fija se han comido los "matreros", si no han raa-
trereao ellos mejor por librarse de estos cimarrones
— Si le han comido el suyo, no habrán precisado
de las vacas del patrón
— Ansina es Pero, en la virgen confío que mi ter-
nera] e no haiga mermao mucho porque al dirme lo
metí en un plavo de pasto de engorde de cuaresma,
tan acortinadito y misturao con malezas, que nengún
gaucho malevo ha de haber olido la madriguera El
de mi patrón se ha de haber resarcido con las crías
aunque al principio lo haigan espiga o en flor Tengo
gana de ver como sigue esta hacienda, por si hay que
enderesar algo en el establecimiento que dejé al cargo
de Calderón y de Nereo No sena malo que me diera
una gueltita por el campo antes que venga el tiempo
de las quemazones o de la langosta, y todo lo encon-
trase arrumao y en "taperas" Si te parece, me corto
al trotecito asina que nos acerquemos, aunque no
jueee más que pa bichear a esos mandrias
— Se me hace bueno, — dijo Esteban sonriendo — ,
y no hav que estar entre si caigo o no caigo Caiga
al campo don Orto'
[288]
GRITO DE GLORIA
— Por avmguar, guelvo a decir nada mas que por
avmguar Después me encorporo aunque sea en la
sierra de los Tambores al grueso con este solo com-
pañero, que no prenso la garabina
Y se golpeó el corvo con fuerza
— ¡Ya creo que no precisa r — observó el liberto
con seriedad
A trueque de un encuentro malo como podría acón
tecer en un refucilo, en que no quedase uno vivo, me-
jor es que primero usted vigile un poco el campo dt
don Luciano porque se lo ha de agradecer el, la niña,
y también mi amo, poT lo que los quiere
— Por lo juicioso te hacia comandante amigo, si
yo juese el jefe, y no es por lavarte la cara, que no
necesita de jabón sino por probarte que sov tu apar
cero de alma, todo enterito pa el trance más duro
después que te he pulsao la muñeca Si mandás que
cargue en la punta en cuanto los "mamelucos" aso-
men la trompa en la lomada por ahí me descuelgo
como "carancho 1 sobre los guevos a todo lo que da
el "flete" , si ordenas que vaya a cuidar el ganao de
nn patrón por ser de conveniencia, aunque me aflija
voy, porque la descipluia ha de respetarse mas que
al cura, dende que se paiece a las mujeres que se han
pasao de mozas sin marido y siempre están rezón
gando
Limitóse el negro a reírse, sin objetar más palabra
El galope duro no daba tampoco lugar a diálogos
muy largos y con ese galope llegaron al vado que
cruzaron sin novedad, siguiendo sin detenerse por la
orilla del monte
Al empezar a declinar el día don Anacleto ere) ó
llegado el momento de separarse pueb pisaban va
campo de Robledo, v aaí lo biso, cambiando de rumbo
[289 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
para dirigirse a las "casas" y haciendo un cordial
saludo con el brazo a sus compañeros
Estos lo contestaron con una aclamación unánime
y las armas en alto
El sargento Saldanha le gritó
— iNo se vaya a hacer perdiz en el pago don Cleto,
y mire por su fama 1
— La cuida esta que va en la vaina — contestó el
viejo con arrogancia |Ya ha de cortar más de una
cola cuando toquen a rabonear'
Luego entre risas y expansiones, la partida desapa-
reció en un bajo, y don Anacleto en un abra del
monte
1
XXVIII
EL ESFUERZO NACIONAL
Muchas fueron las agitaciones en el campamento de
los sitiadores desde la prisión de Calderón, hasta des-
pués de ocurridos los hechos de armas que habían
apresurado la marcha de Bentos Manuel hacia el ín
tenor del país
Luis María siguió con interés creciente los aconte-
cimientos, examinándolos sin decaer un instante en
su entusiasmo, ni preocuparse mucho de los giros ex*
traños que a ocasiones les daba la política
Se estaba a la naturaleza y al alcance del esfuerzo
En su sentir, era muy difícil modificarlo sustancial-
mente, aunque la necesidad lo contrariase por la adop
ción de formas opuestas a la voluntad firme y cons»
tante de los nativos Bien conocía él esta voluntad»
Pero, asistíale también la convicción en presencia del
arduo tema, de que no era rigurosamente cierto que
"querer fuese poder", según el adagio que se estilaba
en casos análogos como sentencia sacada de la misma
experiencia Lo que el y otros querían, no se podía
realizar sin nesgo de que toda la obra se perdiese
Hablaba muchas veces con su jefe en la tienda, en
marcha, en los días de zozobra como en los de rego-
cijo, siempre hallaba en el la misma actitud, igual
reserva discreta acerca de asunto tan escabroso
Eran sin embargo de importancia y dignos de una
meditación profunda, los hechos que habían venido
[291]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
encadenándose hasta confirmar en sus extremos la
conducta leal dt los libeitadores
Estaba Luis María invadido del espíritu local, que
era mezcla de virtudes v rabias pero en su cerebro
el buen sentido primaba sobre el arranque de la pa-
sión y le hacía condolerse de la suerte que cabía a
uno de sus grandes y queridos ensueños
Pensó sm soberbia
Pasó revista al pasado, tan lleno de abnegaciones
y recuerdos palpitantes
La suerte de las armas se había mostrado propicia
al intento de los buenos, pero éstos estaban en el co-
mienzo de una obra colosal, y no contando con más
recursos que los propios, que eran muy escasos, sin
apo^o directo ni indirecto de los gobiernos vecinos,
empezaban a palpar los graves inconvenientes de la
empresa v a comprender lo serio de la aventura, para
cuyo complemento érales preciso el concurso del ge-
nio militar e ingentes sumas de dinero
Sus reflexiones recayeron sobre los hechos funda-
mentales que se habían consumado con trabazón ló-
gica preparando acaso al país para una vida ficticia,
o por lo menos agitada v turbulenta
La representación convocada, ardiendo aquél en
dura guerra, había nombrado en uso de sus faculta-
des un gobierno efectivo y diputados al congreso ar«
gentmo, — lo mismo que Artigas hiciera en otro tiem-
po y bajo el imperio de otras circunstancian
Pero antes de producirse este hecho y el de las de
claratorias notables de la asamblea, súpose que el
gobierno de Buenos Aires había dispuesto se formase
un ejercito de observación en la linea del Uruguay
al mando del general Martín Rodríguez
[292]
GRITO DE GLORIA
Cuando este jefe pasó a recibirse de su puesto, una
versión alarmante circuló en esos momentos, y sub-
sistió mucho después
Se dijo que el general Rodríguez llevaba órdenes
para prender al brigadier Lavalleja, y remitirlo a Bue-
nos Aires Esta especie fue adquiriendo cada día ma-
yor crédito, sm que el tiempo y los sucesos la desva
necieran
Subsistía entre los orientales, y éstos se la explica-
ban claramente La diplomacia argentina que había
tiaido a Lecor, trataba de mantenerlo en el terreno
conquistado
Erales forzoso para merecer el auxilio y provocar
la conflagración, dar prueba segura de su lealtad, y
asimismo, extender su acción y su poder en el terri-
torio por una victoria ruidosa
En caso feliz^ el apoyo sobrevendría por el exceso
mismo del mal que perturbaba profundamente el equi-
librio de la vasta zona, si el éxito era desgraciado,
los vencidos no debían esperar más que la prisión y
el proceso
A esta triste alternativa estaba condenado el ideal
de la aventura por la política insensible y la fría di-
plomacia Entre esos dos hielos se encontraba la aspi-
ración ardiente de los débiles, que todo lo fiaban a
los milagros del valor
Dióse la prenda
El brigadier Lavalleja sometió la dirección de la em-
presa militar al Ejecutivo de la República, ofreciendo
así prueba eminente de espíritu de orden
Este compromiso no fue aceptado La resistencia
del Gobierno general a tomar cualquiera intervención
explícita, quedó excusada legalmente por preceptos que
era preciso llenar de un modo solemne
[293]
EDUARDO ACEVKDO DIAZ
Contra esta resolución se habían estrellado todos
los esfuerzos y los ruegos del pueblo oprimido, las
vehementes insinuaciones del espíritu nacional, los ar-
gumentos de los tribunos y del patriotismo exaltado
Era entonces necesario que el denuedo de los nati-
vos luchando solos con el enemigo común, rompiese
aquella barrera consagrando su afán constante con un
triunfo memorable, 7 preciso era que ellos confirma-
sen los votos protestados por su libertador, por medio
de un acto armónico con sus instituciones
Lo primero se ansiaba día tras día soñándose con
la aurora de una jornada cruenta., pero fecunda, que
despejase un poco los horizontes del porvenir, lo se-
gundo se había hecho por una Asamblea con mandato
imperativo, que, en el fondo, no podía suplantar los
efectos de un plebiscito necesario
En un país de cien mil almas, cuyos ciudadanos
sin escuela de gobierno libre eran soldados, y a quie-
nes en esas horas críticas les era corto el tiempo para
preocuparse de otra cosa que de batirse a muerte con-
tra un adversario diez veces superior, no debía espe-
rarse tampoco que la voluntad del conjunto, la expre-
sión meditada y tranquila de la voluntad soberana,
se manifestase por otros medios mas correctos
El día 25 de Agosto la Asamblea había declarado
al país, de hecho y de derecho, Ubre e independiente
del rey de Portugal, del emperador del Brasil y de
cualquier otro del Universo, y en pos de esta decla-
ratoria viril, hecha en medio de zozobras y peligros,
había dictado también la ley que lo incorporaba a
las Pnrwncias Unidas del Plata como porción inte-
grante de su antigua soberanía
Era esta sin duda, una concepción más clara y lu-
minosa de la patria, cuyo sol debía nacer en el con-
[294]
GRITO DE GLORIA
fin sur brasileño y hundirse detrás de los Andes,
después de alumbrar inmensas regiones destinadas a
todas las razas laboriosas del mundo y a todas las li-
bertades sin arraigo en las naciones caducas, era el
haz de fuerzas que hacían la solidaridad perseguida,
la cohesión de los medios y la armonía en los fines,
dando aparente solución al problema del equilibrio
platense
Aparente, porque ¿no nrvocaba el Imperio iguales
títulos que su rival a la posesión y exclusivo dominio
de la tierra disputada, > no eran sus pretensiones an-
tecedentes de funesto augurio para el futuro?
La fórmula de incorporación, que era en sí misma
expresión de poder v de fuerza, resultaba para el do-
minador impuesta por la brutalidad de los hechos, y
como un reto a su soberanía, por cuanto los nativos,
años atrás, habían resuelto la anexión al Imperio por
intermedio de sus Cabildos, únicos cuerpos de carác-
ter representativo y popular
En esta grave querella, para nada tenía en cuenta
el Brasil que los orientales no querían en el fondo lo
que sus Cabildos hicieron, ni Buenos Aires se daba
por entendido tampoco de que la célebre declaratoria
no era un acto espontaneo de los pueblos oprimidos
Dirimían sus antagonismos sin consideración a la
prenda Y la prenda anhelaba ser entidad neutra y
por lo mismo libre y respetada Pero, no siendo eso
práctico por sus solos recursos, ninguno mas adecua-
do como quien saca fuerza de flaqueza que el de
aquella declaratoria La incorporación al cambiar el
dominio traía consigo el conflicto, y hacia teatro de
la lucha el mismo suelo disputado, mas al fin de esa
lucha podría bien suceder que del exceso de sangre
vertida surgiese la zona neutral por utilidad recíproca,
[295]
I
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
y de esta situación, una independencia que era impo-
sible adquirir por otros medios
Por eso, condensando su pensamiento en las pro-
pensiones locales firmemente acentuadas, el joven pa-
triota recordaba entonces la frase lacónica pero ex-
presiva que había recogido en más de un labio a raíz
de aquella ultima declaratoria
— i Libertémonos del yugo extraño, y después Dios
proveerá '
Resumía esta frase, con los anhelos de una gene-
ración formada al calor de la lucha y que todo de la
lucha lo esperaba, lo incierto de su destino
Tal vez se descubría en ella el fondo de soberbia
genial que constituía la base de las rebeldías indoma-
bles, pero esa naturaleza bravia favorecida en su des-
arrollo por las condiciones geográficas del territorio,
aislado de los otros en casi su totalidad por mares y
grandes rios< era precisamente la causa del conflicto,
la razón inicial de la aventura legendaria
Y bajo esta faz el problema de futuro ¿podía con-
siderarse asimilable el elemento nativo 9
La pregunta era honda, y eludió satisfacerla como
si se hubiese abocado a un abismo insondable
En la bandera a cuya sombra los orientales pelea*
ban se leía con letras negras la inscripción de ¡ liber-
tad o muerte f que era su grito de guerra y también
de gloria
Ln ese lema se resumían sus ideales, en ese grito
sus virtudes guerreras ¿Se obstinaban ellos en pro-
bar que eran capaces de ser libres dentro de un gran
todo o de una gran patria de comunes sacrificios, o
buscaban significar con ese lema, que tenía su origen
en Artigas, que toda dependencia les sería odiosa aun
dentro de la comunidad primitiva 9
[296]
GRITO DE GLORIA
Se inclinaba a creer esto último, y un día dijo a
su jefe lleno de ardimiento
— Si \ienen los argentinos y libran la gran batalla,
nuestra esperanza llevará camino de realidad, mi co-
mandante
— ¿Por qué — había preguntado Oribe
— Porque hoy ninguno de los rivales podrá obte-
ner victoria definitiva, fuertes como uno y otro lo
son, y entonces nos harán el fiel entre los dos platillos
— El caso es que los argentinos \engan Mientras
eso no suceda, no habrá fiel, desde que no haya ba-
lanza que equilibrar
No ponía en duda Berón este aserto, pero consolá-
bale la idea de que el auxilio vendría, hecha como
lo había sido la declaratoria de incorporación, y fac-
tible como era un hecho de armas que de un momento
a otro asegurase a los "insurgentes" el dominio de
la campaña
Muchas otras circunstancias concurrían a preparar
el espíritu del gobierno argentino a una actitud fe-
suelta
La marcha misma seguida por la revolución estimu-
laba al socorro, en nombre de principios que ella se
esmeraba en consagrar sobre el terreno de la lucha
Sus prácticas no desdecían de la alteza del propósito
Hacia la lucha humana, sin crueldades ni venganzas
El joven patriota sentía por ello una íntima frui-
ción, que se renovaba con frecuencia por las voces
que se alzaban en la otra orilla en defensa de los opri-
midos
Una tarde su goce subió de punto
De la tienda de Oribe había pasado a la suya una
hoja impresa, un número de El Piloto, que aparecía
en Buenos Aires, cu>a prédica reflejaba los nobles
[297]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
deseo* del pueblo argentino, v en cuyas columnas
leyó, entre otras expansiones entusiastas y generosas,
estas líneas
"Un pueblo que ha pasado por cien vicisitudes po-
dra acaso como Roma, no hacer votos por los bue-
nos días de su libertad, pero los pueblos que no han
tenido lugar aún de gozar de aquellos bienes, no pier-
den asi sus sentimientos ni sus esperanzas de conquis-
tarlos ellos hacen lo que los orientales conducidos por
el inmortal Lavalleja, cuyos heroicos hechos han sido
coronados con el sublime ejemplo de perdonar el ex-
travio de sus hermanos '
Y al leer esto, que era gloriosa verdad, tuvo pre-
sente que la revolución había aceptado aun a I09 des-
creídos en su seno recordó que Calderón, enviado
por Oribe al cuartel general con la nota de traidor y
condenado a muerte por el consejo de guerra, había
merecido gracia el día del cumpleaños de Lavalleja,
por interposición de Rivera, sm otro compromiso que
el del juramento de no hacer armas contra sus anti-
guos compañeros, juramento violado a los pocos días,
uniéndose al perjurio nuevamente la traición
Hizo también memoria de muchos otros que debie-
ron la vida a la lealtad caballeresca, y de mas de mil
prisioneros actualmente en deposito que eran objeto
de tratos humanitarios, y aun cuando hallaba algún
punto oscuro en la actitud de Rivera en el episodio
de Calderón, dadas las facetas sombrías de este per-
sonaje, no podía el menos de decirse interiormente,
como un resumen de levantadas ideas "con esta mo-
ral se ira lejos"
[296]
XXIX
LA COLUMNA EN MARCHA
La vida de campamento no era tampoco sosegada
como al principio, y desde algún tiempo atrás se ve-
nía poniendo a prueba el músculo en marchas y con-
tramarchas a toda hora según las exigencias de or-
den militar, devorándose distancias con buen sol o
bajo lluvia, en hermosas mañanas como en noches sin
estrellas
El caso era no ser vencido en previsión, ni aven-
tajado en actividad Había que esforzar las aptitudes
y que suplir el exceso del numero con el valor y la
audacia
A pesar de esta vida agitadisima, en ciertos días y
en determinadas horas, su jefe, celoso de la profesión,
ordenaba y dirigía personalmente la practica de evo-
luciones por mitades, compañías y escuadrones, todo
el campo poníase en movimiento, ejercitábanse el sa-
ble, la lanza y la carabina, indicábase con esmero
cómo debían equilibrarse la velocidad y la forma de
impulsión en las cargas, por elección de caballos, si-
mulábanse protecciones de despliegues y retiradas,
como si se contase con infanterías, perfeccionábanse
en cuanto era posible los medios para el choque, lo
que se explica si se tiene en cuenta que, aunque arma
accesoria, la acción táctica de la caballería estaba en-
tonces en la plenitud de su vigor
El jefe era hábil, organizador y valiente, tres apti-
tudes que creaban el estimulo con el respeto, el celo
[299]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
patriótico y la emulación militar, en la medida del
tiempo y de los recursos Para la elección de log ca-
ballos de guerra no era necesaria la teoría, todos eran
grandes jinetes, y con ojo experto elegían al compa-
ñero de lucha sin equivocarse nunca Sabían también
por experiencia lo que importaban los arreos en la
fuerza de impulsión, los equilibraban con la rapidez,
y muchos no llevaban más que el rendaje y las armas
en el momento del choque
De esta manera, constituían una caballería ligera
o una de línea sin ser pesada, cuando asi lo exigían
las circunstancias* "una fuerza viva desplegada" ca-
paz de afrontar el peligro mayor, como lo era para
resistir los rigores de la privación y la inclemencia
Caballería propia de un terreno con campos ondu-
lados, con bosques moteados de potriles, con serra-
nías abruptas, con valles "guadalosos", y propia de
un clima con fríos recios, con soles ardientes, con no-
ches plateadas y con vientos mugidores El jinete,
bravo y robusto, el caballo pequeño, pero fuerte y
sufrido, capaz el uno de extrema osadía y el otro de
llevarlo a la boca del peligro resultaban armónicos
con el suelo y el clima
Por entonces nacían, vivían y morían entre estrido-
res de "pamperos" y clarines
La victoria de Rincón, v otra obtenida por el ve-
terano de Artigas Andrés de Latorre sobre una fuerte
división brasileña que buscaba la incorporación con
la del general Abreu, dieron nuevo impulso súbita-
mente a las operaciones, hallando a Oribe el "chas-
que" de las gratas nuevas en la costa del Santa Lucía
La excursión rápida de Bentos Manuel hacia Mon-
tevideo, lo había obligado a movimientos más rápidos
todavía, y al habla con el cuartel general maniobraba
[300]
4
GRITO DE GLORIA
dentro de la zona en que se incubaba el peligro im-
previsto "en la cuna del toro" — según la frase grá-
fica de Ismael
Terminaba setiembre
Los días eran claros y hermosos, retoñaban con
gran vigor los bosque*, el espíritu estaba alegre y
templado a pesar de lo que >a lle\aba de prueba el
esfuerzo extraordinario > en el campamento coma
como una nueva vida preñada de esperanzas como la
primavera de jugo«
En el vivac de Luis María. Ismael y Cuaró se co-
mentaban cada mañana las probabilidades de un en-
cuentro formal que precipitase los sucesos
Todos confiaban en el éxito, por el prurito que da
la costumbre del triunfo y la fe que inspira la habili-
dad de los jefes
Ellos confiaban en el suyo, a quien veían desplegar
recursos sólo propios del que sabe secundar un plan
y aún excederse de los limites trazados, en sentido de
afianzarlo o robustecerlo
Todo consistía en que las fuerzas revolucionarias
llegasen a formar un haz en el momento de la acción,
pues que se encontraban diseminadas en distintas zo-
nas Si el enemigo tomaba la ofensiva* debía ser por
sorpresa, y sobre una de las divisiones fuertes antes
que la junción se operase
Para precaver esto, es que ellos vivían en perpe-
tuo vaivén, cambiando en horas de campo traspo-
niendo grandes distancias, ora acercándose a la plaza,
ora alejándose sin dejar rastro visible empeñados en
descubrir la intención del enemigo y hacerse dueños
de sus medios de comunicación con Abreu, que se
mantenía en su posición estratégica sin desprender ni
una columna después de los contrastes sufridos
1301]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Esa espectativa no podía durar mucho , y así fue
Una tarde supieron por aviso anónimo, que el co-
ronel Ribeiro saldría de extramuros con rumbo al
centro del país, > al mismo tiempo vino anuncio del
cuaitel general de que una fuerte columna de cana-
Hería avanzaba por el norte a marchas forzadas, bus-
cando su base de apoyo en Abreu
Dábanse hasta los detalles más minuciosos sobre es-
tas operaciones, que en \ez de alarma ocasionaron in-
decible contento
Como se diese orden de ensillar a prisa, Jacinta
vino al fogón de Luis Mana, v dijo a éste
— Yo me voy con el cano al cuartel general
Su asistente queda con una porción de cosas que
yo le dejo, y que usted ha de precisar en estas mar-
chas de noche, en que nada se encuentra a ocasiones,
ni una sed de agua, porque es mucha la tiñería donde
se tiene miedo a los portugueses No me desaire,
que me trae guena intención Nos hemos de ver
pronto si no me engañan mis deseos, que son asina
de grandes, aunque los suyos sean muy chiquitos
jPero no importa 1 Yo lo he de \ei y lo he de servir
siempre con la mesma \olunta, y muy pronto, por-
que mire, yo creo que va a haber pelea de aquí a
unos días y todos tendrán que pintarse, hasta Frutos
que anda a monte, para aguantar el rempujón
— Si, nos veremos Jacinta, — respondió el joven
con afecto Es usted tan buena conmigo, que no sé
como expresarle mi gratitud Muy presente he de te
nerla
— iQué r — le interrumpió ella con aire triste No
vale la pena Le he costureao las ropas, que esta
ban en miñangos, ) aura parecen otras Los botones
se los pegué como hacen los mélicos, con un berra-
[302 ]
GRITO DE GLORIA
gón de puntadas, porque de otra laya nenguno se
queda quieto Y aura, oiga una cosa que he de de-
cirle sm que le duela si hay encuentro o entrevero
vaya ammao al "indio" que e3 muy guapo > >o sé
cuanto lo quiere Es poco hablador, y cuanto más
quiere mas se amorra, como negro Pero es duro de
pelar lo mesmo que "yacaré" Estease cerudito a el
como si juese su hermano, «un agracio en esto, y verá
que lo ayuda en lo amargo, sin que usted se lo
pida Y nada mas i Adiós señor María, que la vir-
gen lo acompañe 1
— i Hasta la vista, Jacinta' Gracias por todo
Y el joven le estrechó la mano
Fuése la criolla
Concluíanse los últimos preparativos
Antes de mandarse a caballo, el capitán Velarde que
estaba de avanzada, trasmitió el parte de que una par-
tida de treinta soldados con vanos sargentos acababa
de presentarse en el campo, diciéndose sublevados de
una fuerza enemiga
A poco, la partida llegó con custodia
Berón que se encontraba al lado de su jefe, reco-
noció en el acto a Esteban, exclamando
— Es mi abstente, el que cayó prisionero hace me-
ses en las guerrillas del sitio, y que ahora vuelve a
sus filas trayendo ese contingente
— Buen augurio, — dijo entonces Oribe — , si como
creo, estos hombres se han desprendido de la columna
de Bentos Manuel Seria un principio de triunfo, que
nos correspondía asegurar con un esfuerzo decisivo
sin perdida de tiempo
Pronto se enteraron de todo lo ocurrido
[303]
EDUARDO A CE VED O DIAZ
Esteban hizo el relato con la mayor fidelidad, y
puso en manos de su señor el cinto, que hasta ese
momento había llevado bien oculto
Oribe mandó que Luis María redactase sin demora
una comunicación a Lavalleja en la que le daba cuen-
ta de lo que pasaba, y que venía a confirmar las no-
ticias que por drversos conductos se les había tras-
mitido
Decíale también que observaría al enemigo en su
marcha por el frente y el flanco, sin apartarse mu-
cho del centro de operaciones, a la espera de nuevas
órdenes
Escrita la nota partió un "chasque" con ella a
rienda suelta
El cuartel general estaba muy cerca, bastando me
día hora de carrera a un jinete duro para ponerle en
el sitio Eligióse de "chasque" al teniente Cu aró
Concluida su tarea, el jo\en patriota oyó de labios
de Esteban lo que éste había recibido encargo de
decirle
Notóle el liberto tan visiblemente impresionado que
el mismo llego a conmoverse sin disimulo
Como los dos habían quedado algo distantes de los
grupos llenos de alborozo con el suceso reciente, ha
blaron sm reservas*
Luis María leyó las cartas, interrumpiendo su lec-
tura con interrogaciones rápidas y breves, que Es-
teban contestaba con la misma precisión
Estúvose en suspenso un rato, y guardó las cartag
en el pecho
Luego examinó el interior del cinto, y cogiendo un
gran puñado de onzas, púsolas en las manos del li-
berto, diciéndole
[304]
GRITO DE GLORIA
— Haz de eso dos porciones iguales, y guárdalas en
uno v otro bolsillo
Hízolo así el negro, poniendo once de una parte y
diez de la otra, mu) afligido por no poder dividir el
exceso
Estuvo a punto de adveitir a su amo que eran no-
nes, pero, como lo viese pensativo, juzgó prudente
callarse
El bien sabía que su señor nunca contaba cuando
tenia y abría la mano
Después, éste dijo
— Cuando llegues a \er a Jacmta ¿tú la co-
noces 9
— ¿No es aquella que estaba en carretón en la li-
nea, al principio del sitio 7
— La misma es Ahora ha marchado al cuartel ge-
neral Cuando la veas, digo, que puede ser pronto
le entregarás una de esas porciones de dinero para
que ella lo utilice en compras que le convengan Aña-
dirás que ese no es más que el importe de los artícu-
los que )o he consumido
— Es mucho, señor con dos onzas bastaba
— iQué sabes tú f Haz lo que te mando sin meter
baza
— Sí, señor
— Y ahora que tu has venido, lo que tanto celebro,
espero que arregles mis cosas que andan ahí en des-
orden en manos de los que no las entienden
Esto diciendo, Luis Mana apretó bien las agujetas
del cinto doblándolo para disminuir en lo posible su
volumen, y dirigióse hacia donde estaba Oribe
Aunque ya la división había montado, éste se en
contraba todavía de pie bastante retirado, junto a
[ 305]
1
EDUARDO AGE VED O DIAZ
unas grandes piedras en lo alto de la colina, obser-
vando el campo en todas direcciones
Al sentir llegar a Berón, se volvió con presteza
— Mi jefe — dijole el jo\en — acabo de recibir
algunas onzas que me ha enviado mi padre, y tam-
bién cartas con noticias que ya conocemos Yo no
preciso de ese dinero sino una suma pequeña, que ya
he sacado, y yengo a ofrecerle a usted lo demás para
las urgencias de la tropa Aquí esta
Y mostró el cinto
El a su acento expresión de tal sinceridad y firme-
za, que el comandante se sintió conmo\ido
— ¿Es decir — contentó — que usted no se con-
tenta con ofrecer a su causa lo mas que puede darse,
y que es lo primero, su esfuerzo personal, su sacri-
ficio de sangre 9
— Asi es, señor Si de más dispusiera, sena aun
poco Yo me doy por entero a las pasiones que hon-
ran, > lamento no valer nada Soy un hombre que,
como otros más cautos, podría ser feliz, pero tengo
la desgracia de ser terco ) pertinaz Amo lo que amo
sin reservas m egoísmos, y siempre que me es dado
demostrarlo lo hago con el mayor gusto Ruegole que
acepte, mi comandante, esta humilde ofienda
Onbe lo abrazó, con movimiento franco y espon-
táneo, diciendo
— Acepto, amigo, y gracias r Pero a una condición,
y es la de que esa suma, con otra que podamos reu-
nir, sea destinada a un armamento completo para nues-
tros cuatro escuadrones
Luis María hizo un gesto de asentimiento sm re-
plicar palabra, y devolvió el abrazo con la misma
efusión
[S06]
GRITO DE GLORIA
— Como usted lo ve — agregó el jefe señalando ha-
cia las filas — ya nuestro regimiento tiene estandarte,
aunque modesto, es de lanilla con su letrero en el
centro, y obra de damas Se lo he confiado a ese jo-
ven subteniente que apenas empieza a ser hombre,
de aire garboso y atrevido
— -Me parece todo muv bien, comandante, esto es-
timula y enardece los deseos de llegar a la prueba
cuanto antes
— Acaso esté muy próximo el momento Ahora va-
mos a ponernos en actividad para tratar de confir-
mar aquello que se ha dicho más de una vez, que la
caballería ligera "es una verdadera red detrás de la
cual el ejercito propio marcha o descansa, sm que al
enemigo 1c sea dado presumir nada positivo de sus
planes"
Minutos mas tarde, la fuerza abandonaba aquel si-
tio al trote largo
Había desprendido vanas partidas exploradoras, y
al parecer se encaminaba hacia el paso del Soldado
Reinaba en las filas una atmósfera alegre, de espí-
ritu expansivo y abierto, como si todos hubiesen re-
cibido buenas nue\as, aunque estas se condensaban en
una verdadera la llegada del enemigo
Ismael, que había ocupado su puesto a vanguardia
e iba mirando atentamente a Berón, dirigióle así la
palabra
— Parece contento, y por eso yo lo estoy también
— Es verdad, capitán He tenido noticias de mi fa-
milia y le agradezco su buen corazón Mucho tiempo
hacía que no me llegaba una carta y hoy me he re-
sarcido por toda la ausencia.
[307 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
—Asina es El que sólo llora penas, nunca puede
creerse desgraciado, al que es solo, él mesmo goce
lo aflige
— ¿Por qué 9
— Atrás de la ri^a le grita el recuerdo y acaba el
gusto, como si se reventase la hiél Pero este no es
el caso Dígame lo que aiga de los portugueses
Luis Mana púsose entonces a referirle con los me
ñores detalles lo que al respecto su padre le decía en
la carta, y lo que Esteban había hecho por la causa
de los patriotas sublevando parte del escuadrón de
auxiliares, cuva partida con armas v municiones el
mismo Velarde había recibido en las guardias avan-
zadas
Ismael oyó con atención, y luego dijo
— |E1 negro es de alma 1 Pero no teniendo él
plata que darle a esos mélicos, — y viene un sargento
portugués en la partida le alvierto — , ¿cómo diablos
se amañó en el envite del truqui-flor?
— Acaso con dinero de mi padre, porque es cierto
que él no disponía de recursos
En el espíritu de Luis Mana a pesar de esta res-
puesta, se suscitó una duda
Para él va era mucho que su padre hubiese modi-
ficado tanto sus ideas acerca de la causa de los nati-
vos, y más aún que le trasmitiera datos prolijos de
lo que el enemigo intentaba, pero el que hubiera pro-
porcionado fondos para una rebelión de tropas den-
tro del recinto, excedía a todas las hipótesis y conje-
turas
No dejó pues, de preocuparle el hecho, en sentido
de una mayor satisfacción, y para cerciorarse llamó
a Esteban, apartándose algo de la columna
[ 308 ]
GRITO DE GLORIA
— Supongo — le dijo — que tú no has sublevado
la gente de tu escuadrón nada más que por la in-
fluencia de tu palabra v de tu energía , aunque siendo
muchos de ellos orientales, no necesitaban de otro es
tímulo que el del patriotismo para dar este paso hon-
roso
Entiendo que hay entre esos hombres un sargento
portugués
— Sí, señor, el saTgento Saldanha
— Bueno. ¿Y éste también se ha venido por solo
amor a la causa ?
— Le di unas onzas
— lAh 1 ¿Te las proporcionaría rm padre, Esteban 9
El liberto se turbó un poco, y no quiso mentir
— No señor — respondió, fue otra persona
— Entonces hay allí mas de una a quien tengamos
que agradécer actos tan señalados como este, y tu
deberías nombrarla en confianza, a fin de que no
quede en olvido
— Ella no quiere Pidió como un favor . Pero si
su mercé me ordena, yo cuento
—Habla
¿Quién es?
Vaciló todavía un momento Esteban, y después dijo
muy bajo
— La niña Natalia
— ¿Quién, has dicho?
El liberto repitió el nombre, agregando
— Mi señor no me ha de dejar mal
— No por cierto — repuso el }o\en con gran sor-
presa, jno* Tú has sido leal y fiel, has cumplido
como pocos tu obligación y algún premio has de re
cibir a su tiempo |Sera muy justo* Lo que acabas
de revelarme me llena de un gran placer y por eso
[309]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
me felicito de haberte interrogado, pero ahora yo te
pido que lo dicho quede entre los dos en todo tiempo
— Si, señor
— Relátame lo que pasó
El liberto expresó sencillamente lo sucedido con la
intervención de Guadalupe, apoyándose en el testimo-
nio de ésta, puesto que él nada había hablado con la
joven de Robledo sobre el asunto de la sublevación
de sus compañeros de cuartel
Estuvo en todo discreto, y para terminar añadió
— En la casa de lo& amos el tiempo todo es poco
para acordarse de su mercé
Esa ultima frase puso a Luis María cabizbajo, abs-
traído Gran tropel de pensamientos mezclados a sen-
saciones íntimas se agolparon sin duda alguna a su
cerebro, sustrayéndolo por largos instantes a los ecos
de afuera
Siguió su marcha como enclavado en la montura
La noche vino con un cielo oscuro, cerró por com-
pleto, transcurrió el tiempo y el paso de la columna
era el mismo, con pequeñas treguas
Por dos veces se detuvo a altas hora*, en una de
ellas contramarchó, hizo un zigzag en un terreno de
asperezas y luego los cascos de los caballos resonaron
en un suelo duro de carretera
— Camino al Durazno — dijo Ismael
Luis María le oyó, v repuso
— Entonces vamos sobre el rastro del enemigo
[310]
XXX
LA COLLRA DE JACINTA
Ibase en efecto por el camino real al paso del Du-
razno, en medio del cual a cierta hora, se mando hacer
alto y echar pie a tierra
Luis María e Ismael supieron entonces por Cuaró,
incorporado recién, después de repetidos \iajes, que
Lavalleja \enia a marchas forzadas desde la Cruz, y
que había ordenado a Oribe lo esperase en la carre-
tera, precisamente a esas hoTas No debía demorar
sino momentos, porque él lo acababa de dejar a corta
distancia
Bentos Gongalves bajaba hacia el Yi con su colum-
na en busca de Bentos Manuel, que a su vez iba a su
encuentro, tras una marcha hábil y rapidísima
De este modo, en contadas horas estarían a la vista
unidos y fuertes, y bien previsto este hecho, se había
dado orden al brigadier Rivera para que, abandonan-
do la posición que ocupaba en la zona de Mercedes,
viniese a situarse con su división en la noche en las
vertientes del arroyo Sarandí, sitio escogido para la
conjunción de todas las fuerzas revolucionarias
Inmóviles a un costado del camino, Luis Mana que
acababa de cumplir una orden, dijo a su jefe
— Por lo visto, comandante, se trata de librar ma-
ñana un combate de caballería contra caballería
— Un combate, exactamente — contestó Oribe —
como en Junín — el combate silencioso En Junín sólo
lucharon caballerías, la batalla, en riguroso tecmcis-
[311]
a»
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
ni o, requiere la acción de las tres armas v ni en Junín
sucedió eso, ni sucederá hoy por hoy entre nosotros
mientras no dispongamos de infantería y artillería
Sin embargo, en mi opinión hay combates que valen
mas que batallas por sus efectos, \ si se libra el que
anhelamos, los resultados serán los mismos dadas las
condiciones actuales de la lucha El númeio de rom
batientes de una y otra parte, sera el que en Jumn,
más o menos
— De todos modos, el general Lecor ha conseguido
su deseo de que sean elementos similares, como el lo*
cree, los que vengan con nosotros al choque
— Eso opinó el al principio de la lucha, pero ahora
su manera de \er las cosas era distinta y aprestaba
infantería v caballería para robustecer a Ribeiro Se-
gún parece, contra los buenos consejos del cauto por-
tugués cbte jefe ha partido de extramuros inopinada
mente en su impaciencia de ganar el lauro
Respecto al día de mañana, acaso fuese el del com-
bate Algunos vecinos me han informado que Ribeiro,
a su paso llegó a decir, que siendo el de mañana 12
de Octubre, aniversario de su emperador don Pedro,
ansiaba llegar a las manos con "os revoltosos 1 '
— i Cuanto antes mejor 1
— Veremos
Luego Oribe se apartó del sitio sin mas compañía
que el clarín de ordenes
A los pocos momentos circulo la \oz de la llegada
de Lavalleja e inmediatamente se emprendió la marcha
hacia el arrojo de Sarandí, punto designado para la
reunión con las fuerzas del coronel Rivera
Esa marcha fue dura Cuando se hizo aUo al ama
necer en la vertiente misma de Sarandí, donde ja se
encontraban aquellas fuerzas, las descubiertas anun-
[312]
GRITO DE GLORIA
ciaron la aproximación del enemigo, que venía en di-
rección al punto escogido y se hallaba apenas a una
legua de distancia
Se mando entonces cambiar caballos y poner las di
visiones en orden de pelea
En medio de esa agitación, precursora del combate
tan ansiado, Esteban, apartado un tanto de la linea y
al caer a un bajo al trole, dio con los carretones del
convoy que se habían estacionado en la ladera
Al contrario de los demás, Jacinta había desengan-
chado sus dos caballos del vehículo, que era bastante
liviano, y aderezado bien uno de ellos que tema su-
jeto del cabestro a uña rueda
Jacinta estaba junto a un fogón que acababa de en-
cender, y en el que, con la destreza y diligencia que
le eran peculiares, calentaba el agua para el "mate 1 ' y
asaba un pedazo de carne de novillo
En rededor del vehículo veíanse una porción de bo-
tellas y botijos \acios pequeños cajones de-=tiozadog
y otros desechos de vivac Jacinta había dado salida
a todos sus artículos de comercio ambulante, al menor
precio, para sentirse ágil y pronta a las consecuencias
En cuanto vio a Esteban, le dijo
— ¿Ni llamao con corneta r Aquí tiene una mitad de
"churrasco" para su oficial, y le pido se lo lleve por-
que ha de piecisar de juerzas hoy más que nunca
Dígale que yo se lo asé
|Y usted sírvase de un mate, si gusta *
— t Gracias 1 Ya tocan a formar y falta tiempo —
contestó el liberto, desmontándose con rapidez — No
venia mas que a un encargo de mi señor, doña Ja-
cinta El me dijo que le estaba a usted muy agrade-
cido por tanta voluntad en servirlo, pero que no era
regular que no la ayudase cuando podía, y que pu-
[313]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
diéndolo hacer ahora, fuese usted servida de aceptar
esto, nada más que para reponer en el carretón lo
mucho consumido por su mercé en la campaña desde
que comenzó el sitio
Y el liberto, con muy buen modo, le alaigó un pa-
ñuelo en que estaban atadas las monedas que Luis
Mana le había destinado
La criolla se encogió de hombros, con un gesto de
soberbia
— ^Gueno, aura sí que está lindo* — exclamó ¿P flra
qué preciso yo eso 9 Cuando doy por puro gusto, me
chafan, ) cuando vendo por ganancia, me pijotean
l Guárdese eso, no más r y dígale a su señor que le
agradezco, pero que yo no soy Agapita que se muere
por una amarilla, aunque venga del mesmo Calderón
— No se resienta, doña Jacinta, que nunca ha sido
intención de mi señor ofenderla m en la punta de un
pelo
— No me salga con quiebros, que asina ha de ser
para pior Jacinta Lunarejo es de otra laya a la que
se piensa, no es animal de cascara como otros para
no dolerse cuando la hincan con una espina Y \ava
mirando que la gente se forma y apronta, y que alia
en el otro campo se mue\en como hormigas
— jYa veo 1 Pero
— No hay pero que más valga, ni breva madura
Tome el ^churrasco" que le dije a que lo coma ca-
lientito todavía, sazonao en ceniza Aura váyase,
sin cinmonia, con su plata y todo, que yo tengo tam-
bién que levantar estos trastes para dirme en ese
mancarrón
— Bueno, me voy — dijo Esteban montando — A
la fija no ha de tardar mucho que toquen a degüello
[314]
GRITO DE GLORIA
La gente está que arde por echarse encima de los "ma-
melucos"
Y guardándose en el cinto el pañuelo anudado que
rechazase con tanta obstinación y enojo la criolla, se
afirmó en los estribos, añadiendo
— Ahí se acerca a esta loma la reserva, con los hú-
sares Ya a la izquierda de la linea han formado los
dragones del brigadier Rivera, al centro la división de
mi jefe A la derecha se tiende en ala el coman-
dante Zufriategui ¿Lindo \a a estar el baile 1 Adiós,
doña Jacinta 1
— iQue Dios lo a>ude f
Esteban pico espuela*
La mañana abría esplendorosa
En ese momento Lavalleja recorría las filas aren
gando las tropas, un gran murmullo se sentía de ex-
tremo a extremo de la linea alternado por Víctores rui
dosos, j delante, en el llano extenso, como a veinti-
cinco cuadras, veíase mover otra línea oscura de dos
mil cuatrocientos jinetes enemigos que a su vez alza-
ban las carabinas por arriba de sus cabezas entre acla-
maciones repetidas al Imperio y a don Pedro de Bra-
ganza
El arroyo culebreaba al flanco y se escondía en las
colinas hasta perderse en el Yí Los campos que for-
maban la zona cubierta no podían ser mas a propósito
para la maniobra de los regimientos, de fáciles decli-
ves y \ alies sin tropiezos nutridos de verdes y blandas
hierbas
La atmósfera aparecía límpida y seiena, y por ella
corría sonora } sm descanso la nota del clarín, como
un grito prolongado de guerra que sólo debiera ter-
minar con la batalla
[315]
XXXI
SARANDI
Les orientales teman una pequeña pieza de montaña
d^ calibre de a cuatro, que arrastraban por delante
con mucho garbo, y con la cual el teniente que la
mandaba, con un servicio de tres hombres y muni-
ciones para diez disparos, se prometía ganar alguna*
^ventajas a pesar de la opinión de Lavalleja, que decía
con grande risa burlona
— ¿Con esa araña de mucho trasero, sólo se asusta
a un pulgón r
La pieza rodaba, en efec*o, a manera de aracmdo
que teme el encuentro del alacrán y merced al esfuerzo
paciente de una \unta híbrida compuesta de una muía
flaca \ un padrillo caballar criollo dejado de mano
por inservible
El teniente iba muy tieso > grave en su ba>o de
oreja partida y cola anudada, y sus tres subalternos
en caballos rabones
Sobre la muía, un tanto espantadiza, jineteaba un
cambujo, de chambergo, al que le faltaba la mitad
del ala
Así que la linea hizo alto frente al enemigo, el pe
queño cañón fue situado en una loma suave que se
alzaba a un flanco del centro, y el teniente apeándose
diligente se puso a tomar la puntería de un modo
concienzudo
Los brasileños ja habían mudado caballos y ratifi-
caban su linea en medio de entusiastas vivas al em-
perador
[316]
GRITO DE GLORIA
Bizarro era el aspecto que sus tropas presentaban
en la espaciosa falda de una hermosa colina* desta
candóse diversos cuerpos por su formación correcta,
especialmente el regimiento de dragones de no Pardo
El cañoncito dio una especie de ronquido de puma,
y el proyectil pasó gruñendo por el hueco que sepa-
raba el centro enemigo de &u derecha, pico junto a los
escuadrones de reserva levantando en forma de aba-
nico la tierra negra con una orla de briznas y fue a
rebotar en la cresta dp la ''cuchilla" a retaguardia
Un clamor súbito se sucedió al pasaje de la bala
El teniente volvió a calcular la trayectoria del se-
gundo proyectil mu> abierto de piernas detrás de la
pieza* con el sombrero echado a la nuca \ el ugarro
en la boca
Y estando en esta actitud, Ladislao Luna, que hacia
con su escalón cabeza de la izquierda oriental, le
gritó
— Teñe guaida, hermano, que el cañón no ronque
por atlas'
Los jinetes nerón con estrepito
El cabo acercó cuadrado la mecha ardiendo al oído,
v a la detonación siguióse un salto de retroceso de la
"araña"
La bala partió con ¡sordo zambido
Este nuevo proyectil no dio tampoco en el blanco
aun cuando había sido mejor encaminado
De la linea brasileña llego en respuesta un segundo
clamor, y de la oriental surgió de regimiento en regi-
miento como un coro indefinible de insectos gruño-
nes, en que primaba la nota del alborozo
El escobillón volvió por tercera vez a frotar el ánima
en manos del fornido cambujo, el teniente a tomar el
[317 1
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
punto, imperturbable, y el cabo a soplar la mecha
para arrimarla en seguida al ojo de la pieza
El proyectil de esta vez produjo un ruido estridente,
algo semejante a un silbido de viento huracanado y
calendo casi encuna del centro enemigo, estalló entre
una nube de polvo, deiribando dos caballos con sus
jinetes
Era un tarro de metralla
En ese instante, Lavalleja recorría las filas v dirigía
una fogosa arenga a sus escuadrones en batalla, de
modo que este detalle emocionante unido al episodio
ocurrido, originó en la masa de combatientes una ex-
plosión estruendosa de entusiasmo y de coraje
Algo análogo sucedió en las filas contrarias, aunque
eran los su\os tal vez eocenos de ruda impaciencia,
porque en el acto, sin esperar un cuarto saludo del
cañoncito, toda la línea, con gritos formidables, se
movió al trote, lanzando al unísono sus clarines el to-
que a degüello
Los orientales no trepidaron un minuto y avanzaron
al encuentro al mismo paso, dejando bien pronto a
retaguardia la pieza de artillería cuyos servidores tías
un desenganche veloz, desenvainaron sus aceros y se
incorporaron a uno de los escuadrones del centro
Pasada aquella masa compacta de jinetes, quedóle
a sus espaldas abandonada esa pieza con su boca ca>i
al nivel de los pastos \ su armón inclinado sobre la
cuenta como si solo hubiese servido para dar la señal
de la pelea a modo del heraldo que en las lides legen-
darias golpeaba por tres veces el escudo llamando ai
torneo la pujanza y el valor
Así acortando distancias las dos fuertes caballerías
para el choque de prueba, Cuaró, que se había arre-
mangado el brazo derecho a la altura del hombro y
[318]
GRITO DE GLORIA
ceñidose un pañuelo blanco en la cabeza, dijo suave
a Luis María
— Mira que va a empezar el fandango jAbrí el
ojo \ tené al freno el lobuno 1
E Ismael que iba al lado opuesto, con el sable cogido
de la hoja, añadió por su parte
— No te apartes de mí, hermano, que puede ser hora
de morir Si caigo, recostate al teniente, que es
gueno como pocos hombres, y en lo amargo asusta
como nenguno
Luis Mana iba con la boca apretada, la mirada fija,
el busto erguido y tendido el brazo con que empuñaba
su hoja ni una cnspacion se notaba en su semblante
se\ero, ni una palabra brotó de sus labios
Dirigió los ojos un momento al estandarte que fla-
meaba a su derecha en manos del imberbe, y bajó la
cabeza torvo, siempre silencioso
Por un segundo cesó de improviso el ti ote nervioso
de la linea, > una \oz que \a se había dado, pero que
se repetía ahora viril e imperiosa como una exhorta
ción suprema al valor heroico, volvió a lesonar de
cuerpo en cuerpo y de escalón en escalón, mandando
breve y secamente
— Carabina a la espalda, y sable en mano f
Después, los clarines rompieron en el toque a de
guello, dos mil sables se alzaron destellantes, los es-
cuadrones arrancaron a media brida cavendo con la
violencia de un torrente en el llano, a cuyo opuesto
extremo se desplegaban dos mil cuatrocientos carabi-
neros, y apenas en mitad del valle, a tiro de pistola,
otras tantas detonaciones resonaron, dividiendo una
densa humareda los dos campos como para cegar mas
su furor
[319]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Disipada la nube, vio Luis Mana que sus amigos
seguían ilesos a su lado, tendidos sobre el cuello de
sus monturas, y que en pos de la linea clareada a tre-
chos, pero siempre inflexible en su carga imponente,
quedaban mas de cien hombies sobre las hierbas, en
trev erados con los caballos, que habían sido también
muertos o heridos en el pecho y la cabeza
El lonco son de los claiines \olvio a alzarse sobre
el estiuendo de la descarga, y en pocos instantes las
dus líneas chocaron
La formación desapareció en el acto
En medio de espantosa confusión, pudo Luis María
observar que las dos alas brasileñas eran acuchilladas
por la espalda hasta encima de sus reservas, pero que,
en cambio, cortada en do» la extrema derecha enemiga
por los dragones de Rivera, una de estas mitades, for-
mando masa compacta con las tropas del centro im-
perial que cargaban sobre el centro republicano, caía
con irresistible \10Ienc1a sobre la izquierda de este,
arrojándola impetuosa y comprometiendo el resto, en
rededor del cual se arremolinó en un instante un circu-
lo de hierros
La acción del centro oriental quedo anonadada bajo
el peso del número
Entonces la pelea se trabo tremenda entre un grupo
pequeño \ uia mole enorme de adversarios, al punto
de no \erse horizonte, estrechados, ahogados los na
tivos entre baireras de lanzas y sables que habían
surgido de improviso reemplazando a las >a inútiles
carabinas
Habían caído muchos en esa carga de frente y de
flanco El suelo estaba cubierto de heridos y de jinetes
desmontados que corrían en todas direcciones, cho
cando con los grupos en su afán de abrirse paso entre
[ 320 ]
GRITO DE GLORIA
el tumulto o de apoderarse de los caballos que ha*
bian librado sus lomos en el choque»
Luis María vio a Oube atiavesar por dos veces en-
tre el tumulto golpeando aquí y allá con su espada
y enardeciendo con la voz -a sus soldados, vio caer al
clarín de su escuadrón herido en un costado por las
cuatro medias lunas de una lanza a Ismael rodeado
por un grupo de dragones, con el caballo en tierra, a
Guaro que salvaba el cerco abriendo ancho camino
con su sable, ) al porta imberbe que alzaba intrépido
el estandarte acosado por los hierros gritando con un
acento de niño a quien ya anonada el rigor
— A mí a mi, valientes 1 Aquí de la bandera 1
Y luego, como a través de un velo color de tierra,
vio que los sables envasaban aquel cuerpo endeble y
lo derribaban por las grupas manando sangre a bor
botones
Acometióle un vértigo Sin apartar los ojos de aquel
episodio, sordo a los ruidos fragorosos que venían de
todos lados, mezcla de rabias, quejas, llamados supre-
mos, rugidos, botes y caídas, picó espuelas, lanzóse so-
bre el grupo* que clareo a golpes de filo, y echando
mano al estandarte que no había abandonado el porta
moribundo, arrolló al ástd el paño, y bajando la mo-
harra cargó ciego, hundiéndola en el pecho del primer
enemigo que encontró a su frente
Al instante lo cercaron entre furiosos voceríos
El astil, manejable como una lanza, hería por do-
quiera con su rejón empuñado con soberbio denuedo
El golpe repetido de los sables hacíale saltar astillas a
cada encuentro y aunque herido ya en el brazo de
una estocada, Berón rompió el círculo, sujeto su lobu-
no espantado junto a la loma, allí donde Ismael se
I 321]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
batía cuerpo a cuerpo, y haciendo flamear el estan-
darte, gntó con voz de colera terrible
— Libertad o muerte 1
Otra voz, semejante a un bramido, le contesto cerca,
y el teniente Cuaró entróse al cerco nuevamente for-
mado, moviendo como un ariete su sable poderoso
— Maten' maten r — exclamaba iracundo un capitán
de dragones de no Pardo, señalando a Luis María con
la punta de su acero
Los soldados amagaron otro ataque, encontrándose
a Cuaro por delante, cuvo brazo, al voltearse de revcs,
dio en el suelo con el más cercano, obligándole a salir
de un salto de los estribos
Oíase siempre encima el toque a degüello y los
escalonen pasaban como fantasmas por los flancos, es-
tremeciendo el suelo en pavoroso tropel
Ll capitán brasileño, notando que sus hombres te
nían de sobra con Cuaró, y que no adelantaiían un
palmo de terreno mientras tuviesen al frente aquel te-
mible jinete, cambió de posición hizo andar a toda
brida su caballo y acometió con ímpetu a Luis María
por retaguardia
El joven anudante permanecía en el centro del tor-
bellino como abrazado al ástil, pálido, desangrado, im-
ponente en su misma actitud cuando su tenaz adversa-
rio le llevó el ataque
Herido en las grupas de dos o ti es cuchilladas que
habían abierto hondos surcos en la piel hasta mostrar
la carne viva, el lobuno de Berón se abalanzo de im
proviso hacia adelante al sentir el avance, se encabritó
v revolvió enfurecido por el dolor
Cuaró encajó al suvo las espuelas haciéndole brin
car en semicírculo con los remos en el aire, y al sentar
el redomón los cascos con un bufido de espanto, su
[ 322]
GRITO DE GLORIA
jinete, echado sobre las crines, levantó el fornido bra-
zo trazando con el sable otra curva y lo descargó en
la cabeza del oficial brasileño arrancándole con el mo
rnón la mitad del cráneo, que le volcó sobre el rostro
como una mascara horrible
El sablazo lo sacó como en volandas de la silla , rodó
su cuerpo por las hierbas, y al agitarse en convulsiones
cogieronsele los cabellos a las matas voH íendo el frag-
mento de cráneo a su lugar y dejando de lado visibh»,
lívido, salpicado de sesos un rostro joven que arrancó
un grito a Luis Mana
— \ Pedro de Souza*
— i Mata f jmata 1 — rugía Cuaró revolviéndose más
furibundo con el brazo Heno de sangre y la pupila
dilatada
Y se lanzó sobre el grupo de enemigos con todo el
poder de su caballo
Fue como un turbión, al principio lle\óse todo por
delante, luego la tropa volvió a cerrar el cerco a ma-
nera de una onda arrolladora, el sable terrible bri-
llaba en el medio en siniestro culebreo, y en tanto este
montón de centauros se escurría en la ladera entre
alaridos arrastrando como en un remolino de aceros
a Cuaró, Berón era de nuevo acometido por otro gru-
po de refresco, estrujado, envuelto en la balumba
hasta la loma en medio de gritos feroces, tiros y es-
tocadas
Todavía sirvió al joven de defensa la moharra del
estandarte, pero al llegar a lo alto de la colina, su
caballo cayó muerto
Quedóse con él entre las piernas, y agitando la ban-
dera gritó con desesperado brío
— ¡Sarandí por la patria 1
[ 323 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Otro combatiente cayo de pronto sobre el núcleo
apenas resonaba el grito, armado de una enorme daga
de dos filos que esgrimía con admirable destreza
Montaba un redomón tostado, cu\as nances como
bornallas despedían dos humazos ) en cu>o cuello
la sangre salpicada se mezclaba a la espuma del sudor
Era el jinete un negro de contextura atletica ágil
airoso, sentado sobre los lomos desnudos
Entre sus piernas de vigoroso domador se arqueaba
y torcía el tornátil vientre del potro despavorido, sin
que este, en la violencia de sus arranques, lograra se-
parar a su amo del crucero
Luis Mana lo reconoció en el acto Era Esteban
A la vista de aquel a quien había devuelto sus de-
rechos de hombre que tan bien ejercitaba en la hora
de prueba, el joven solvió a levantar con el estandarte
por encima de su cabeza su tonante \oz herida
— i Libertad o muerte T
El negro, amorrado y silencioso apretó rodajas el
redomón dio un bote enorme cual si buscase salvar
una valla de riscos, y echándose Esteban de costado a
la usanza charrúa, tiró un golpe de daga al pescuezo
de uno de los dragones
El tajo fue horrible
La cabeza del herido cayo sobre el hombro a modo
de penacho volteado por el viento, brotó un surtidor
rojo v bamboleándose un instante, derrumbóse al fin
el cuerpo inerte
Cogido el pie en el estribo, fue arrastrado el cada-
ver a lo largo de la colina en vertiginosa carrera, y
pudo verse por breves segundos girando como un mo-
linete la cabera del degollado
El resto de los dragones se precipitó en masa sobie
los dos combatientes, y en tanto Esteban era separado
[ 324 ]
GRITO DE GLORIA
del sitio en reñida pelea, un auxiliar mas entió en ac-
ción, anunciándose con un gnto ronco semejante al de
una fiera que acude rápida a la defensa de la cría
atacada por los perros
Simultáneamente con el grito, una lanza blandida
por una mano nerviosa hiriendo allí donde mas ce-
ñido y compacto era el grupo formo hueco y dio paso
a un jinete joven, lampiño de semblante moreno y
ojos negros, agraciado robusto, que vestía blusa de
tropa y calzaba botas de piel de puma
Parecía por su aspecto, de otro sexo, aunque venía
a horcajadas en un caballo arisco
La duda duro poco, pues en el momento la denunció
su voz de mujer biavia, que clamaba
— - 4 Atrévanse cobardes } \engan a mi, apestaos
t Aqui esta Jacinta Lunarejo que les ha de pelar las
barbas con esta media luna r
Y echo pie a tierra junto a Berón, tratando de de-
fenderle por todos lados con su lanza, ora saltando
como una tigra, ya arrastrándose sobre las rodillas,
desgreñada, furiosa, bella en su mismo espantoso des-
orden
Resonaron vanas detonaciones de pistola
Una bala atravesó el pecho de Luis María, derri-
bándolo de espaldas
Quedo tendido con el estandarte de su escuadrón
abrazado sobre el pecho, de cuva herida manaba un
hilo de sangre muv roja que se fue distendiendo en
la seda hasta formar una gran mancha en el blanco y
celeste
Otro de los proyectiles se alojó en el cuerpo de Ja-
cinta
El disparo había sido hecho a quemarropa, y su
blusa humeaba
[ 325 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Al reincorporarse iracunda, cayóle del costado el
taco ardiendo, y ahogó por un instante su voz el humo
de la pólvora
Dos o tres de los más valerosos, tentaron levantar
el estandarte con la punta de aus sables, pero Jacinta
dio un brinco y sepultó su lanza a dos manos en el
vientre del dragón de talla gigantesca que alargaba
cuanto podía su brazo para alzarse con el trofeo
Se alzó, sí, mas con la lanza prendida en sus carnes
por la media luna invertida a manera de arpón, que
se llevó en la íuga
Luego, Jacinta cogió el sable de Luis Mana en su
diestra rodeó con su otro brazo el cuerpo del herido
> empezó a arrastrarle con todas sus fuerzas, diciendo
desesperada
— 4 A el no, bárbaros 1 jDejenlo por compasión
que vo le cierre los o)os, no ven que va esta muer
to r (A él no, salvajes 1
^ sin dejar de arrastrarle, repetidas veces herida
en la cabeza y en los brazos, bañado el rostro en san-
gre, tambaleando, asiéndose entre crispaciones de las
hierbas, su mano sacudía el sable apartando los hie-
rios a golpes de filo
Por dos ocasiones gritó, saliendo su voz como un
íonquido
— iCuaró 1 ¡Cuaró'
El teniente no podía oírle
En cambio, sintió de cerca el toque de carga y la
reserva con Lavalleja al frente acuchillando todos los
escuadrones enemigos dispersos en la ladera, apareció
bruscamente en la loma, descendió a escape al llano,
y en lúgubre entrevero fueron cayendo uno a uno la
mayor parte de los que habían hecho cejar a la línea
del centro
[ 326 ]
GRITO DE GLORIA
En esta carga cayeron prisioneros, entre otros jefes
y oficiales, Pintos v. Burlamaqui
Jacinta arrodillada junto al joven y libre >a de im-
placables adversarios, percibió entre desfallecimientos
> zumbidos sordos, dianas y gritos de victoria
Miró azorada a tra\és de tules rojizos
La llanura aparecía cubierta de centenales de ca-
dáveres y despojos Lejos, en el horizonte iluminado
por los esplendores del sol, percibió regimientos en
desorden, caballos sin jinetes, cuerpos hacinados entre
los pastos, galopes furiosos ecos de cornetas que se»
mejaban aullidos de pavor
Después se volvió hacia Luis Mana, cogióle el ros
tro entre las dos manos, levantóle los parpados para
inrarle las pupilas, peinóle los rulos con los dedos
temblorosos, dióíe un beso en la mejilla, y exclamó
al fin desolada entre hipos violentos
— L Av flor de mi alma, sol de mi pago T Que salga
de estas heridas toda mi sangre, por una mirada de
tus ojos ,
Pálida, vacilante, sus manos crispadas se cogieron
al cuerpo inmóvil, sacudiéronlo, y en pos de este es-
fuerzo abrió los brazos para estrechailo, resbalóse sua-
vemente y quedóse acostada a su lado, exangüe, tiesa,
sin temblores
24
[ 327 ]
XXXII
EL DUELO A LANZA
El desorden en la linea del centro, y sus episodios,
sólo habían durado algunos minutos
Puesto Lavalleja al frente de la reserva que man-
daba Quesada, y Ue\ada la carga, quedó limpia de
enemigos la ladera, rehízose en el acto la división de
Oribe, y el escalón de Ismael, con su alférez a la ca-
beza, trepó a escape la loma, hallando solo y a pie
su capitán entre los caídos en la pelea
Al ver a sus soldados, dijo con su aire calmoso
— 4 Cayeron a tiempo 1
Y enseñó el sable roto por el medio
Alcanzáionle un caballo ensillado, uno de los me-
jores que por la falda vagaban sin dueño, y una de
las lanzas arrojadas en la fuga por los escuadrones de
B en tos Manuel*
Cogióla con desden, y al montar murmuró
— Puede que en esta mano alcance y sobre ♦ .
i Avancen 1
El escalón empezó a bajar la cuesta
Toda la linea, en cuanto la vista dominaba, se mo-
vía al trote para ocupar el campo en que tendiera al
principio la suya al enemigo
Los cascos de la caballería iban chocando con mi-
llares de armas espaicidas en el suelo, y estrujando
cuerpos muertos, delante, en un hermoso valle verde,
los despojos eran más numerosos, y allí se arrastraban
[ 328]
GRITO DE GLORIA
algunos hombres y bestias con las entrañas de fuera y
un rumor de agonía.
Más allá, divisábase como una nube negra extensa
que se agitaba en ondulaciones de serpiente, que era
la de los restos brasileños, empeñados sin duda en
hacer pie firme para tentar el último esfuerzo
Hacia la derecha Zufnategui, después de doblar con
ímpetu el ala izquierda enemiga desordenándola y po
méndola en fuga, había vuelto a su posición v traslo
maba ahora la colina al son de las dianas
Bajo el sable de sus escuadrones habían caído los
más esforzados soldados de la izquierda imperial,
cuando hecha la descarga por sus carabineros dio me-
dia vuelta en dispersión, al comienzo mismo del com-
bate.
Hacia la izquierda notábanse tumultos, avances, re-
pliegues, y llegaban ecos de clamores, de clarines, de
fuego graneado*
Se llevaban cargas todavía Allí estaba Rivera*
En el primer choque, con su empuje acostumbrado
y su bizarra osadía, el brigadier no dejó un adversario
a su frente, confundiendo en una mole informe los re-
gimientos de Bentos Gonc.alves.
Pero, acorridos éstos por su reserva, se reorgani-
zaron en parte, trajeron nuevo ataque, hesitaron otra
vez, volvieron grupas, y el sable de los dragones orien*
tales esgrimido sin cansancio, golpeó sus espaldas en
todo el largo de la llanura, sembrándola de cadáveres.
Era lo que se percibía de la linea del centro
Ismael observaba atento a todos rumbos, algo bus*
caba con sus ojos con cierta ansiedad, tal vez a Luis
María, acaso a Cuaró
El panorama era demasiado confuso para distinguir
personas Todas se movían y cambiaban de puesto con
[ 329 ]
I
EDUARDO A CE VEDO DIAZ
rapidez, los cuadros solían disipar°e apenas se es-
bozaban, los episodios se sucedían por minutos el
ambiente estaba nutrido de azufre y salitre, y el animo
pasaba por la emoción de lo trágico, del desborde de
los instintos conflagrados
Por encima de todo, los clarines seguían incansa-
bles en su toque de diana llenando de notas agudas
el espacio como una música alegre que acompañara
en su \iaje a los muertos, siendo himno de vida, salmo
de gloria, para los que se alzaban en los estribos, ru-
gientes bajo el sol de aquel día de gloriosa primavera
Ismael señaló con la lanza el ala izquierda, y dijo
cual si hablara a solas
—i Frutos 1
Recordó tal vez que los dispersos de la extrema iz-
quierda del centro se habían recostado a esa parte, y
piesumia que alh estaban sus amigos
Bajando la cabeza, emprendió el galope hacia aquel
lumbo
El escalón bien alineado, siguió detrás
Antes que traspusiesen una "cuchilla" intermedia,
en cu\a cresta terminaba la línea de Rivera, y cuando
sonaban \a lejanos los últimos disparos de los impe-
riales, aparecióse en la altura un jinete que sujetó de
golpe su caballo y clavó en tierra una lanza de mo-
harra larga y forma culebrina
Este jinete, al instante reconocido, mereció una acla-
mación de la tropa y un saludo de Velarde con el
ástil de su lanza
El jinete cogió la suya, la remolineó muy alto como
si manejara un junco, contestando marcialmente al
saludo, ) vínose al galope
Era Cuaró
¿Por que se encontraba allí 9
[330 ]
GRITO DE GLORIA
Cuando bajó al llano envuelto en un torbellino de
jinetes y de aceros, sin auxilio alguno en su trance
amargo, al fa\or de su redomón de pecho que se aba-
lanzaba a saltos ae fiera, había logrado arrastrar a
su vez el grupo de agresores hacia la línea de Rivera
eludiendo los golpes de muerte con tendidas a los flan-
cos de su montura y devolviéndolos con renaciente
\igor
Ya encima de los dragones de Frutos, el grupo se
fue desgranando, y al llegar al declive de la colina,
los últimos abandonaron su pre*a
Cuaró aparecióse, pues, disperso en la columna
Viéndolo Ladislao Luna de lejos, despertóle la in-
quina v gritó de modo que el lo oyese
— i Miren ese que anda como avestruz contra el
cerco 1 | Háganlo formar 1
Al escucharlo, el teniente sintió que la sangre se le
subía en oleadas a la cabeza hasta producirle un vér-
tigo
También el odio se le enroscó como una víbora en
las entrañas
A pesar de eso, se estuvo quieto
Para no mascar rabia, sacó del cinto un pedazo de
tabaco en rollo y se lo puso en la boca
Quedóse un rato inmóvil mirando a Ladislao que
conversaba con Rivera, con una mirada opaca, som
bría, volvióse a alzar hasta el hombro la manga de
la camisa hecha pedazos y teñida de coágulos de san*
gre salpicada, y sin hacer caso al toque de atención
que resonaba en la linea puso espuelas y se dirigió
a la loma
Fue entonces cuando se encontró con Ismael
— Van a entrar a perseguir — díjole — Sena gueno
- seguir al flanco
1331]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Efectivamente, el ala izquierda se movió al galope
en columna, dirigiéndose hacia el paso de Sarandí
El escalón de Ismael, a una voz de éste, tomó la
misma dirección
Los escuadrones de Rivera corrían a media rienda
en la llanura, y a medida que iban adelantando te-
rreno todas las fuerzas estacionadas en esa dirección,
\ohiendo grupas y aglomerándose bajo el pánico, se
precipitaban al vado en tropel
Araeció entonces que el regimiento de dragones de
no Pardo, cuerpo regular que había causado mucha
parte del estrago en las filas libertadoras y que se re-
tiraba en orden por mitades, en la imposibilidad de
dominar el tumulto sin comprometer su formación,
contramarchó de súbito, y alineándose junto al monte,
se rindió a la gran guardia de Rivera
Parte de la fuerza que éste mandaba había cruzado
el vado, cuando llegó Ismael, quien viendo rendidos
a los dragones imperiales, pregunto a Cuaró
— ¿Seguimos el rastro, o damos resuello a la gen-
te? Ya la flor se entregó
— Calderón va delante con los dos Bentos, — res-
pondió el teniente, — y hay que alcanzarlo aunque
sea con un tiro de bolas Recién principia la co-
rrida J
Ismael, sin observar nada, ordenó pasar el arroyo,
y >a del lado opuesto, notaron que el brigadier lo
cruzaba a su vez seguido de un fuerte destacamento
y se perdía luego a media rienda en las ondulaciones
del terreno
— Mirá amigo, — dijo Cuaró, — ¡es preciso apurar 1
Ismael mandó al galope
Un zambo que llevaba de clarín aopló el instru-
mento con todas sus fuerzas
[ 332 ]
GRITO DE GLORIA
La tropa se precipitó por laa faldas y I03 \ alies
A uno y otro lado huía un enjambre de enemigos
a pequeños grupos, y de los ranchos esparcidos en los
contornos salían de súbito viejos > aun mujeres ar-
madas de trabucos, que descargaban sobre los fugi
tivos a su alcance, desmontando a unos y ultimando a
otros
- - - _El_escalon llegó a enfrentar a una especie de "tape-
ra* 5 en cuya puerta se veían \ arias chinas que daban
voces iracundas, y agitaban cuchillas en sus manos
A pocos pasos >acían tres hombres, uno de ellos
con insignias de jefe, a quien habían abierto el pecho
con una daga
Era el teniente coionel Felipe Neri
El escalón pasó a media rienda sin preocuparse del
episodio, atravesó un extenso valle cubierto de car
dos, traspuso una altura alanceando en su tránsito
a algunos rezagados de Bentos GonzaKes, y fue a de-
tenerse en el nexo de dos "cuchillas" para dar aliento
a los caballos y examinar el horizonte
Empezaba a caer la tarde
La espesa selva del Yí se distinguía próxima, ense«
fiando una orla inmensa de verdura que culebreaba en
el terreno hendido hasta perderse muy lej03 detrás
de las grandes lomadas, multitud de dispersos co-
rrían diseminados por los pequeños valles acosados
por el continuo silbido de las "boleadoras", y más
allá un grupo considerable, contorneándose en espiral,
penetraba en el bosque y se hundía velozmente en la
espesura
— 1 Paso de Polanco* — exclamó el teniente Por
aquí se van los jefes, peto el río trae mucha agua
Tienen que cruzar en la balsa y nos dan tiempo
1 333 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Tocan a reunión en el campo de Frutos — dijo
Velarde, con el oído atento a los ruidos de aquel lado
y la \ista fija en el valle La gente se retira
— Si, ya no "bolean" 1 — observó Cuaro Vamos
a atropellar el pa*o, capitán Mael
— Mejor sería que "bombeáramos" desde aquellos
sauces para ver lo que pasa
—Como mande - - - - ~
Los dos se separaron de la tropa al galope dirigién-
dose hacia el paso.
Recorrieron alguna distancia y bajaban a un sitio
rodeado de quebradas, desde el cual todo quedaba
oculto a la \i*La, cuando en la altura del frente apa
recio de súbito Ladislao Luna, quien Ies gnto a voz
en cuello
— Ya esta gueno de perseguir Dejen que los
mate Dios que los crió, aparceros*
— ¿Quien manda 9 — dijo Ismael
— Frutos Se ha tocao a reunión y es juerza obe-
decer
Cuaró se echo el sombrero a la nuca
Se había puesto verdinegro, palpitábale el parpado
como el ala de un murciélago > las espuelas hacían
música de trinos en sus botas de piel de tigre
Levanto el brazo convulso, exclamando presa de
indecible rabia
—Aparcero nunca, ahijao de Frutos r Amadn
nando traidores 1
—A la cuenta le has dao muchos besos al "chifle",
enfiel sin entrañas — contestó Ladislao colérico, em-
pujando su caballo a la ladera Te he de tarjar la
lengua 1
[334]
GRITO DE GLORIA
— Venite al "plajo"* — repuso el teniente breve }
ronco como quien concentra energías Aquí verás si
te chupo la sangre, ladrón 1
Luna se puso en el bajo a brincos de su overo,
que azuzó con la "nazarena", al punto de hacerle do-
blar los remos delanteros en el declwc
Traía lanza, sable y trabuco
Ismael quiso intervenir dos veces poniendo su ábtil
por medio
Pero con\ encido de la inutilidad de su esfuerzo,
dada la índole de aquellos dos hombres que él cono-
cía bien, apartóse y púsose a obsenar la terrible es-
cena, mudo, impasible, mdolente
Sería esto un poco de sangre más, de aquella san
gre brava que tanto se derramaba por lujo en su
tierra
En el hondo valle fiera fue la lucha de los dos cen-
tauros
Ninguno hablo
Por tres \eces se chocaron los ástiles de "urunda}",
produciendo el ruido de los cuernos de dos toros, v
al cuarto ludimiento saltó el rejón de Ladislao arran
cado a su diestra por un go]pe en la sangría
Luna empuñó el trabuco e hizo fuego
Todos los balines y "cortados" dieron en el pecho
y cuello del redomón de CuaTÓ, mas al mismo tiempo
el overo vino de manos y la moharra enemiga en-
contró a Ladislao en descubierto, sepultóse cuan larga
era en su \ientre, le sacó de la montura tendiéndolo
en tierra de costado, revolvióse en la ancha herida
hasta hundirse en el suelo, y cuando Luna se enros
caba al astil como un reptil con el tronco y brazos >
el semblante desencajado, el caballo de Cuaró se des-
plomó muerto
[ 335 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
El teniente quedó de pie y largó el lanzón
Este se cimbró por un momento bajo las convul-
siones del herido, hasta que Luna ca\ó de espaldas,
Entonces el astil quedóse en posición oblicua, trémulo,
cual si a él se trasmitiesen las palpitaciones del mo-
ribundo
— Ya sobra hermano — dijo Ismael
Cuaró tiró un manotón de tigre al o\ero de Ladis-
lao, saltó en sus lomos, arrancó la lanza al cuerpo
de un revés y se fue en silencio sin volver el rostro
Ismael se apeó
Allí cerca veíase un charco*
El agua estaba clara y transparente inmóvil en su
lecho de gramillas de un color de esmeralda En los
tronquillos de juncos colgaban sartas de granulos de
un rosa \rvo a modo de rosarios que eran hue\eras
de batracios y al mojar su pañuelo de algodón Is-
mael rozo alguna de esas sartas, brotando de ella en-
tonces un liquido de carmín subido que le manchó
la mano
— Aonde quiera sangre' — murmuró No parece
sino que hemos de ahogarnos en ella, como decía el
viejo don Cleto
Aproximóse en seguida al herido, puso una rodilla
en tierra y separándole las ropas hasta rasgarlas en
pedazos lo volvió sobre el costado opuesto
La espantosa desgarradura quedó a la vista Por
ella asomaban las entrañas y se oía un soplido de
fuelles La culebra de hierro había penetrado ondu-
lando en las carnes, dividiendo tejidos, músculos y
una costilla, cuyas puntas saltaban hacia afuera
Ismael lavó los labios de la herida, moviendo la
cabeza, en tanto susurraba dando suelta a una espan-
sión largo rato sofocada
[ 336 ]
GRITO DE GLORIA
— t Parece arco de barril rompido '
Al sentir el roce del pañuelo mojado, Ladislao se
contrajo dolor os amenté y reprimiendo un alando que
estranguló en su garganta, dijo jadeante
— No te tomes pena, que pronto he de acabar
La encajó lindo ese bárbaro 1
Recubrióle el capitán la herida, sin decir palabra,
dióle al cuerpo la mejor posición con cuidado, e hwo
beber a Luna un trago de su "chifle"
Luego, otro
Esto lo reanimó visiblemente
Miró a Velarde, y prorrumpió
— Mira, hermano cuando yo me haiga muerto sá-
came este escapulario que aquí lle\o en el pecho, y
dáselo a Mercedes, si la llegás a ver Me lo regaló
un día de mi santo, diciéndome que nenguna chuza
me había de entrar en el cuerpo, porque estaba ben-
dito por el cura |A la cuenta la chuza me entró
de costado con miedo al santo, dende que todavía
respiro 1
— No ha de morir tan pronto, aparcero — le inte-
rrumpió Ismael, rompiendo su taciturnidad con una
sonrisa ¿Donde ha visto que anaína no más se acabe
la yerba mala 9
El herido tentó reírse, y lo encogió el dolor
Replicó, sin embargo, entre quejidos
— También se seca, y ya siento adentro que me
grita la hoya | Nunca me asustó el morir. pero,
quién juera vos para ver el pago Ubre, a la tierra
libre después de Unto pelear!
Se me hace que columbro los ranchos, el arroyo,
el monte, las laderas, el ganao matrero .
Aquí se detuvo, con los labios trémulos
[ 337]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Sus ojos semi-apagados se quedaron fijos en el es
pació como si en verdad contemplase algo de todo
aquello que revivía en su cerebro
Clavando luego los ojos en el rostro de Ismael, vol-
vió a decir
— Cuando yo haiga muerto deja mi cuerpo entre
estos >uyos, que no precisa de tierra encima para que
el cuervo o el gusano se lo coman El sol y el agua
lo harán guiñapos y después las hormigas negras de-
jarán lustrosos ) blancos los huesos como costillas de
bagual Naide los ha de llevar, ni la vizcacha, cuando
no tengan grasa nenguna, que no vale más que la
de un toruno la osamenta de cristiano
Mira, valiente guárdate mí sable que es hoja de
confianza Lo afilé una mañanita en una piedra de
la sierra, y si esta un poco mellao no es de cortar
leña
— Dejuro, dijo Ismael A ocasiones se criba la
guampa al toro, y no es de cornear al ñudo
El herido dio un resuello y murmuró muy bajo
— ¿Me prometes 9
— Llevar el escapulario y el sable, prometo
¿Dónde está la moza 9
Ladislao le cogió la mano, tomando alientos
Luego dijo
— Allá en San Pedro, en un ranchilo arnmao al
río
— He de caer
Pasaron largos instantes de silencio
De pronto, la herida resolló ruidosa y silbadora y
algunas gotas gruesas de sangre negra aparecieron
en las ropas
Ladislao se estremeció, lanzando un ronquido, y ya
no volvió a hablar
[338]
GRITO DE GLORIA
Ismael lo cubrió en parte con su "vichara"
Después le acerco a la boca el "chifle", humede-
ciéndosela con un poco de "caña'', que el ingurgito a
medias
A poco, expiró
En los aires, sobre el matorral, empezaba a girar
un ave negra con las alas mu) abiertas, inmóviles
Tenía ía cabeza calva y el pico uncirostro Por mo-
mentos arrojaba una nota ronca, con la mirada íija
en el suelo
Ismael se sentó v permaneció impasible
Sólo una vez inclinó ligeramente la cabeza, para
mirar de un modo siniestro por debajo del ala del
sombrero con una ojeada de buitre
[ 339 ]
XXXIII
LOS ESTRAGOS DE LA CARGA
No fue Esteban más afortunado que Cuaró en iu
aventura de acorrer a Luis María, cuando era éste
acometido en la loma por log dragones de río Pardo*
Separado del sitio a rigor de sable, > como envuel-
to en una malla de acero en que su cuerpo y su ca-
ballo no tenían para moverse más espacio que el de
una jaula, el liberto se creyó seguramente perdido
cuando rodaba al llano entre los anillos de aquella
especie de tromba, y solo allí donde la tierra a nivel
no ofrecía tropiezo ni doblaba al potro los corvejo
nes, pudo al rato acariciar la esperanza de sustraerse
a los hierros apelando a sus recursos de gran jinete
Formando con su montura un solo bulto a fuerza
de encogerse y disminuirse, arremetió por dos oca-
siones el cerco sin resultado, pero en la tercera em-
bestida, poniendo el alma en Dios y en Guadalupe,
suelto, ágil, intrépido, con una risotada bestial de ne-
gro cimarrón, logró abrir brecha la daga en alto y
el torso sobre las crines, arrancando a sus adversa-
nos un grito de rabia y de sorpresa
Ya fuera del remolino aturdidor, sin miedo a las
armas de fuego, que estaban vacías y se cargaban
por la boca en múltiples tiempos y movimientos, Es-
teban se lanzó al simple galope a una cuesta que trepó
sujetando, y desde allí hizo un ademán de desprecio
Ellos continuaron su carrera enardecidos, y no hu»
biesen dado grupas, si por un flanco no surge mes*
[340]
GRITO DE GLORIA
perado uno de los escuadrones de la reserva que co-
rría uniforme e inflexible como un rodillo a lo largo
del llano
Pero si bien cambiaron rienda, fuéles corto el tiem-
po y el espacio, porque apenas castigaron librando
la vida a la rapidez de sus caballos, en vez de pro-
yectiles silbaron por detras las "boleadoras 5 ' en nú-
mero tan crecido, que algunas de ellas golpeando en
cráneos y pulmones, dieron en el suelo con buena
parte de los fugitrvos
El liberto espoleó entonces sm tregua, hasta llegar
al sitio en que dejara a Luis María
Miraba con atención al suelo, examinando uno a
uno los rostros de los muertos
No pocos tenían las cabezas partidas por el medio,
con una masa blanquecina en borbollón a la vista,
a otros, las cuchilladas les habían agrandado las bo-
cas hasta el pómulo, muchos presentaban hundidos
los temporales como a golpes de clava, algunos exhi-
bían tajadas las gargantas de una a otra oreja, los
menos, boca abajo, mostraban en los ríñones el es-
trago de las moharras y medias lunas
Esteban escudriñó bien.
Llamóle un cadáver la atención
Era este el de un hombre joven, esbelto, de figura
distinguida, que vestía el uniforme de capitán y ce-
ñía todos sus arreos, por lo que el liberto dedujo que
debía haber muerto en lance aislado, pues que no lo
habían dejado en ropas menores los soldados menes-
terosos»
Desmontóse rápido, y desprendió una de las presi-
llas que en los hombros llevaba el difunto
Notó entonces que un sablazo, dado por una mano
de hierro, le había levantado casi por completo el
[341]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
coronal en forma de casquete, y que por la cisura
enorme salía como una crespa cabellera colorante
— Este sablazo no lo dio mi amo — se dijo el h-
berto
El pelo negro caía en mechón sobre la cara oculta
en los trcboles
Esteban lo separó, v enderezó la cabeza del muerto,
mirándolo un instante fijamente
Estaba tan lívido y desfigurado, que tardó en re
conoceile aunque ya había sospechado que aquel di-
funto no le era desconocido
lOb, si T Aquel era el capitán Souza, el rival de su
amo, a quien él sirvió alguna \ez y de quien fue ser-
vido
Pues que estaba tendido allí, donde su señor se
había batido solo contra muchos, no tenía porqué sen-
tirle El montón de cuerpos que cubría el sitio, de-
nunciaba una lucha espantosa, él no presenció todo
en su entrada rápida y más rápida salida del círculo
de hierro, pero, tantos contra uno ¿quién pudo ha-
berlos imputado 9
El negro, al haceise en su interior esta pregunta,
se acordó de muchas cosas, miró otra vez al muerto,
y mo\ió la cabe/a con aire de quien da en la clave
de un enigma
Siguió andando luego a pie, con su cabalgadura
del cabestro rodeo la colina siempre investigando,
se paró muchas veces para cerciorarse de que no iba
descaminado, y por ultimo \olvió al lugar de que
había partido con la mLención de recorrerlo esta vez
en sentido opuesto
A uno y otro lado del terreno que había ocupado
la linea, situada ahora vanas cuadras adelante, pre-
cipitando la derrota, había tendidos más de cuatro-
[342 ]
GRITO DE GLORIA
cientos muertos Aparecía el suelo sembrado de sa-
bles, carabinas, pistolas y morriones
Esteban sabía bien que no era entre aquellos restos
que debía buscar a su señor, puesto que el se había
batido en la loma del centro
— Quizás, tratando de salvarse, hubiese retrocedido
hacia donde entonces formaba la reserva, que era en
una falda, inmediatamente detrás de la colina
No había abandonado aún la altiplanicie, cuando
apercibió entre las matas, acostado boca arriba, el
cuerpo de un hombre de talla gigantesca, cuyos ojos
negros, fuera de las órbitas, conservaban todavía un
reflejo de cólera y de dolor
Sin duda estaba agonizante
Acercóse el liberto, y vio que tenia clavada de lado
en el vientre una lanza, cuya media luna invertida
asomaba uno de sus extremos por debajo de la eos-
tilla final, formando la herida como una hova en
las entrañas que hubiesen abierto las garras y colmi-
llos de un "yaguareté"
Un trecho mas alia, a su izquierda, yacía otro cuer-
po con los brazos en cruz, y el semblante lleno de
sangre hasta el cuello, donde el líquido se había es-
tancado en coágulos espesos
Dejó Esteban que el moribundo acabase en paz, y
fuese al que ya parecía muerto de veras
Lo estaba, en realidad
Pero al observarlo con detenimiento, el negro lanzó
una voz
No parecía el despojo de un hombre aquel, sino el
de una mujer
Un cabello negro, crespillo y corto aunque abun-
dante, no alcanzaba a velar las sajaduras que dividían
el cráneo, al punto de que mas de un rulillo cortado
[343 ]
r
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
por el filo de los corvos aparecía pegado en las sienes
por gotas aún frescas de sangre bermeja Uno de los
brazos, el izquierdo, estaba casi separado del hombro
por un mandoble feroz
Tenía los párpados semi-caídos, como quien se ador-
mece Un gesto que podía asemejarse a sonrisa ha-
bía quedado impreso en la linda boca de la muerta,
que enseñaba limpios, de una intensa blancura sus
dientecillos de niño Bajo la blusa de tropa desgarra-
da, el seno alto denunciaba el sexo Los pies pequeños
descubrían apenas sus extremidades en las puntas de
unas botas de piel de puma con pelaje, desgastadas
a medias en las plantas Las manos cortas y gorditas
mostraban vanos tajos y puntazos en los dedos y el
reverso, teñidas de coágulos venales En el seno en-
treabierto se veían algunas flores de clavel manchadas
de rojo, que \olvían sus pétalos hacia el suelo estru-
jadas \ marchitas
Esteban reconoció a Jacinta, y la estuvo contem-
plando un rato con mirada triste
Dilataronsele al fin las alas de la nariz, miró a
todos lados con atención suma, tornó a contemplarla
con aire afligido, y a mirar delante, a los costados,
detrás, a lo lejos, en la loma, en el declive, en el ho-
rizonte, diciéndose lleno de congoja
—Si ésta ha muerto aquí, ¿dónde lo han matado
a él?
En el fondo de las pequeñas colmas a su frente,
había distinguido multitud de hombres desmontados,
guardias numerosas, carros sin tiros, reinando allí una
quietud que contrastaba con la agitación violenta de
la linea a sus espaldas, que seguía avanzando en ba-
talla hasta ocultarse detras de apartadas lomas
[ 344]
GRITO DE GLORIA
Después de vacilar un momento, montó en su ca-
ballo, y dirigióse al parque a rienda suelta
AI llegar a sus inmediaciones, se cercioro de que
los jinetes desmontados, entre los cuales había tres
jefes y cincuenta oficiales eran prisioneros, cuyo nú-
mero total excedía en mucho al de seiscientos
Custodiábanlos tres escuadrones de "maragatos"
A la derecha de la custodia, llegados hacía poco
tiempo, habían hecho alto vanos carros cargados de
armas y municiones arrebatadas al enemigo
Curábanse heridos a retaguardia
Vio cerca de una hondonada el carretón de Jacinta
reposando sobre sus dos "muchachos", y a él se en-
caminó como cediendo a un presentimiento
Agapa andaba por allí juntando "leña de vaca"
para hacer su fogón seca y dura, como su piel ce-
trina pegada a los huesos, amorrada, huraña
Al distinguir a Esteban, se detuvo, sin embargo,
demostrando cierto ínteres, y antes que él la hablase,
dijo rápida y concisa
— Esta ahí, en el carretón Lo mandó levantar el
comandante
— |Ah' — contestó el negro gozoso, al quitarse un
enorme peso jEs suerte 1 Mucho lo he buscado .
Jacinta queda alia la pobre, hecha una criba .
— Juerza era i Cuando no había de meterse en un
entrevero si era pior que paja brava'
Y Agapa siguió recogiendo por aquí y por allí los
residuos del ganado, de los que había formado una
pila por delante, tentando con los dedos en cada al-
zada por si estaban muy frtscos* en cuyo caso los
dejaba caer, procurándose otros de ma^or consis-
tencia.
[345]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Andando hacia el carretón, el liberto animóse a
preguntar con miedo*
— Y el ayudante, doña Agapita ¿está muy lastimao?
Ella se encogió de hombros con las espaldas vuel-
tas, y sin otra respuesta continuó en su tarea
— i Carpincho tísico* — murmuró el negro
Apeóse v como su redomón no se dejase poner
paciente la "manea", aplicóle el negro para desaho-
gar su rabia, un golpe de puño en el hocico, seguido
de un tirón maestro de orejas
Después, se fue acercando despacio a la puertecita
del carretón, a la que se asomó sudoroso, anhelante
v febril
Allí estaba Luis María tendido sobre un lecho im-
provisado con mantas y cubierto con un poncho hasta
el cuello
Su cabeza reposaba sobre un lomillo duro, y pare-
cía gozar de un apacible sueño
El negro, reprimiendo su aliento, trepóse diestro al
vehículo Había dentro espacio para dos
En cuatro manos observo a su señor con prolijo
interés
Vio entre las ropas entreabiertas, que le habían ven-
dado el pecho con una tira de lienzo crudo, y tam-
bién el brazo Respiraba leve como quien ha perdido
mucha sangre
Esteban se bajó con el mismo cuidado que había
tenido al treparse
Sin perder tiempo, desató su poncho de paño de
los "tientos" de su montura y lo puso al lado del
carretón
En seguida, se dirigió presuroso al carrillo de Agapa,
que descansaba sobre sus varas alh cercano
[346]
GRITO DE GLORIA
La criolla andaba lejos, siempre recogiendo resi-
duos de vaca, cuyas pilas iba dejando de trecho en
trecho
El liberto echó mano de una maleta de ropas blan-
cas lavadas, sacó dos piezas, y se \0I\10
Con esas piezas v el poncho, metióse de nueio como
un gato en el carretón
Púsose entonces a funcionan
Del poncho hizo una almohada blanda que colocó
sobre el lomillo, levantando con extrema suavidad la
cabeza del herido
De las piezas blancas sustraídas a Agapita, hizo
vendas e hilas con la ma\or escrupulosidad, las que
iba amontonando en los rmconcitos como co9a de gran
precio
Terminada esta tarea minuciosa, sin perder un mi-
nuto, mojo un puñado de hilas en una calderilla llena
de agua que había en un extremo y que Agapita ha-
bía traído, sin duda para el "mate", abrió bien las
ropas de Luis, que seguía en su especie de sopor, qui-
tóle la \enda del pecho, y con las hilas mojadas la-
\óle muy despacio la herida
Poca sangre salía de ella La bala había penetrado
entre dos costillas sin rozarlas, abriendo una boca es-
trecha, pero no había salido Cercioróse de esto Es-
teban, examinando la espalda con detenimiento, sin
mover al herido que yacía de costado Secó la parte
dañada, púsole hilas secas v la vendó.
Practico en el brazo izquierdo, que descansaba un
tanto recogido sobre el tronco, igual diligencia Esta
herida presentaba dos bocas junto al húmero, v la
hemorragia había sido copiosa El sable, al salir, ha-
bía abierto las carnes como navaja al pelo, por lo
que el liberto dedujo, sulfurado, que el dragón que
[847]
EDUARI>0 ACEVEDO DIAZ
así estoqueó, había dado a su acero doble filo contra
ordenanza
En su irritación, para nada tuvo en cuenta que él
entro en pelea con larga daga sin lomo para afeite,
hasta el mango
Rocío bien aquella honda desgarradura, que va em-
pezaba a inflamar el brazo, y que sin duda era en ex-
tremo dolorosa, porque mas de una vez se crispo el
cuerpo del joven como tocado en una llaga viva
Extendió sobre ellas las hilas en "carnadas", como
él decía, y púsole los vendajes flojos para no hacerlo
sufrir
Cuando concluvó esta operación, corríale el sudor
a lo largo del rostro, tenia los ojos enrojecidos ) los
dedos trémulos
Consolóle, sin embargo, el aspecto del vacente Se-
guía respirando sin sobresaltos, en medio de aquel
sueño profundo
Ba]ose, cerró la portezuela
En seguida, desprendió la carabina que llevaba cob
gante a un flanco de su montura, la cargo y echosela
con la correa a la espalda
El día declinaba
A cada instante llegaban destacamentos con grupos
de prisioneros, carguíos de municiones y de armas
cogidas al enemigo, y heridos leves a las ancas, a
quienes practicaban la primera cura cirujanos tan pe-
ritos como el liberto
Notó que entre estos últimos venia un mocetón cuyo
rostro no le era extraño, y cuvo nombre mismo le
asalto en el acto a la memoria
Echo pie a tierra allí a pocos pasos Traía el brazo
en cabrestillo, v en sus facciones desencajadas reve-
laba que su debilidad era mucha
Í348]
GRITO DE GLORIA
— Ya te veo medio manco, Celestino 1 — gritóle con
gran confianza Mi "chifle" tiene con qué darle ale-
gría al cuerpo
El mozo miró, y reconociéndole a poco de obser-
varle con ojos de desvalido, \ínose rápido, diciendo
— Hermano Esteban, la mesma providencia 1 Haré
gasto porque ya no puedo de lisiao Estov como
pájaro de laguna, con una pata alzada y la otra que
le tiembla
— Ahora te se van a quedar mas firmes, Celesti-
no Dale al "chifle"
Y se lo alcanzó de buena voluntad
El herido bebió una y dos veces, entonóse, devol-
vió el "chifle" lleno de gratitud, y exclamó
— iQué suerte negra la mía, cañe] o T Recién lie-
gao esta madrugada de "Tres ombúes" me junto a
la gente de Santa Lucia, comienza el refregón, car-
gamos cinco veces y en la ultima me machuca el brazo
una redonda que vino de la loma del diablo, a la fija
mandada por el primero que disparó a todo lo que
le daba el reyuno jAyudáme hermano a rabiar 1
— Ya bastante rabié — contestó el negro con mu-
cho sosiego
"Tres ombúes" ¿Tú viniste de allá, Celestino 9
— Mesmito De una tirada del "picaso" Y bien me
decía don Luciano que mejor juera llegase tarde, ya
que no quena yo escurrirle el bulto al entrevero, por-
que hombre que anda atrasao, gruñía el viejo, las
balas lo desconocen
— ¿Que está en la estancia don Luciano 9 — inte-
rrumpióle Esteban sorpiendido
— Si que está, desde hace cuatro días, y también
su gente
[343 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Al oír esto, el liberto se agitó nervioso y preocu-
pado Ocumosele pensar en la niña y en Guadalupe,
instantáneamente recordó que allá en la estancia se
había asistido \ sanado su señor en otro tiempo, que
el ahora necesitaba de cuidados muy celosos, antes
que \ míese la fiebre a agravar su estado, y que nada
mas natural que llegarlo allí, donde lo querían y po-
dían brindarle una cama menos dura que la del carro
de la difunta
Asaltándole en tropel todo esto, y cierto interés par-
ticular que él se reseñaba en el fondo por no mes-
turar lo delicado con sus ''cosas de negro", tomó una
resolución súbita y dijo al mocetón
— Vas a aguardarme aquí, Celestino En este carre-
tón esta un herido que quiero como a mis entrañas,
es el a>udante Berón No has de permitir que se acer-
que ninguno, hasta que yo de la \uelta Dame tu pa-
labra, > después verás que lo vas a agradecer
— Te la doy
— ¿Bueno* Cuando )o venga te curo* y marchare-
mos juntos Si querés, te dejo la carabina, por si atro-
pellan
— No preciso Tengo el sable y esta mano libre
Sin hablar mas, Esteban montó y arrancó a escape
rumbo a la línea
Celestino vio transcurrir el tiempo, recostado al ca-
rretón
Llegaba la noche Los ruidos iban cesando, como
si todos los que habían combatido durante aquella
ruda jornada se sintiesen abrumados por una inmensa
fatiga
Agapa, que había encendido el fogón junto a su
carrillo, no vino al sitio, muy ocupada en obsequiar
[ 350 ]
GHITO DE GLORIA
un regular número de convidados, que eran otras tan-
tos caballerizos
Mientras se prolongaba la ausencia df» Esteban, se-
guían produciéndose novedades en el parque
Llegaban por momentos trozos de "caballadas" en
número tan crecido, que podían contarse por miles
las cabezas Eran de las que se habían tomado, y se-
guíanse recogiendo en el que fue campo enemigo
Su paso en masa compacta, semejante a una tro-
nada sorda, era el único ruido que hería el espacio
en aquel lugar retirado, aparte de las voces repetidas
a intervalos por las custodias que continuaban reci-
biendo prisioneros de todas partes
En cierta hora, se armó una tienda en la ladera
Un fuego ardió pocos instantes después, y distin-
guióse agrupación numerosa de hombres que se mo
\ían delante de la entrada
Celestino, que se paseaba impaciente de uno a otro
lado, mortificado por el ardor de su machucadura,
oyó decir en el fogón de Agapa, que aquella tienda
daba abrigo al coronel Latorre, herido en la primera
carga de los dragones
Al volverse hacia el carretón, smtió el tropel de ca-
ballos
Era Esteban que regresaba, arreando tres, utilna-
bles para el tiro
El liberto informó a su compañero que había ob-
tenido pase por escrito de su jefe para conducir al
ayudante en el carretón, hasta la estancia de don Lu-
ciano Robledo, con facultad de disponer de un sol-
dado como auxiliar
— |Pue9 no hay más f — replicó el mocetón t Aquí
estoy yo, y en derechura f
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Te iba a convidar — dijo Esteban — , pero veo
que no es preciso
Con el brazo sano me vas pasando esos arreos que
están abajo del carretón mientras yo sujeto los man-
carrones ¡No te vavas a aplastar 1
Celestino, campero diestro, movióse diligente sin ob-
jeción alguna Su herida era leve, y llego a olvidarse
de ella y sacar el brazo del cabrestillo en la faena
— i No importa 1 — decía el negro afanoso — , vo
te voy a curar luego Dame ese tiro de guasca pe-
luda para ponérselo a este loro, v ese medio bozal
de potro que cuelga del limón «, ¡Vaya, macaco f *
y Trompeta'
Y repartía cachetes en los hocicos
— En encontrar estos "sotretas'' se me fue la ho-
ra Pero son gordos y de aguante Tú iras en la
delantera \ \o de "cuarteador", para andar con me-
nos tropiezo Va a hacernos nochecita clara, el camino
es como pared de iglesia, y no hay que mudar para
dar la sentada hasta "Tres ombues" ¡Diablo de
"sotreta"' El que te domó fue a la fija un maula, por-
que te dio entre las orejas por la vida ociosa jVava,
matungo'
Y sonó otro puñete recio en las nances
El caballo dio un salto de mano y un resoplido, es-
tornudo y se estuvo quieto
Con los escasos arreos de Jacinta, concluyeron de
enjaezar el tiro a fuerza de mano dura e ingenio, y
antes de asegurar y colgar los "muchachos", Esteban
hizo una inspección en el interior del vehículo
El herido se había puesto boca arriba, y seguía en
su modorra Lo arrebujó convenientemente en previ-
sión de peripecias en el viaje, y aunque titubeando,
acercó a sus labios secos la calderilla con agua, des-
[352:
GRITO DE GLORIA
pués de haber vertido en ella una buena cantidad de
"caña" Al principio ti herido los removió resistiendo,
pero luego bebió con ansia hasta dejar vacio el reci-
piente
Cuando el liberto descendió, ya Celestino estaba en
la delantera empuñando el rendal
Lleno el las últimas diligencias, tentó con los dedos
ruedas y quinas por si faltaba algún accesorio, colgó
los puntales y dando al fin un gran resuello, montóse
en el caballo de "cuarta*' diciendo bajo
— j Vamos T
El vehículo se movió al paso, dirigiéndose por los
sitios mas solos, hasta salvar la próxima loma
Una blanca claridad bajaba de los cielos y se ex-
tendía placida en el infinito mar de las hierbas
Como fugaces sombran, a la par que negras rumo-
rosas, con un rumor de alas fornidas, solían cruzar
lentas la atmosfera hacia el llano, sembrado de des-
pojos, bandas dispersas de grandes aves graznadoras
£3531
t
1
XXXIV
LA VUELTA
El día que se siguió a la salida de Bentos Manuel
de Montevideo, remo verdadera alegría en la casa de
Berón motivada por la presencia de don Luciano Ro-
bledo, que recobraba al fin su libertad merced a los
reiterados empeños del capitán Souza con el barón de
la Laguna
Este grato suceso compensó en cierto modo las an-
gustias que causaba la partida de la columna brasi-
leña, v por tres o cuatro días se celebró &in reservas
en aquel hogar tan combatido
Don Luciano, 9in embargo, manifestó su resolución
inflexible de irse al campo a atender sus intereses tan
laigo tiempo relegados a la suerte, aun cuando para
cumplirla fuera preciso arrostrar todo género de difi-
cultades y peligros
En vano se le pidió que la postergase, en atención
al estado en que ae encontraba la campaña y al hecho
de habérsele dado la ciudad por cárcel Robledo se
mantuvo firme
Entonces Natalia díjole que no se iría sin ella
Esto hizole vacilar algunas horas
Trató a su vez de convencerla con las razones más
concluyentes Llegó a agotar sus extremos cariñosos
La joven mostróse tan resuelta como él
— ¿Acaso te soy pesada 9 — díjole con amargura
Puedes necesitar de mí, ahora mas que nunca Yo
quaero ir a la estancia, allí descansa mi hermana y
£354]
GRITO DE GLORIA
están todas las memorias que amo, bien lo sabes . .
i Si no me llevas, me iré sola 1
Don Luciano la abrazó, accediendo a todo*
La partida debía hacerse por la vía fluvial, en una
sumaca de don Pascual Camafío, la que los conduciría
en la noche a la barra de Santa Lucía, aprovechán-
dose del alejamiento momentáneo de las naves de gue-
rra que vigilaban las costas del Este, a la espera de
corsarios
La noche de la despedida, fue de sensación
La madre de Beron, que había observado en Nata-
lia, a mas del que le guiaba al acompañar a su padre,
el interés de aproximarse y aun de ponerse al habla
con su hijo, retuvo a la joven entre sus brazos reite-
radas \eces, como disputándole aquella primicia deli-
ciosa, y hasta llegó a decir que ella se pondría en
\iaje también, pues se sentía fuerte para ello
Esa lucha fue de largos momentos y sólo cesó cuan-
do Natalia dijo llena de fe y entereza
— Si así lo quiere la suerte, yo he de cuidarle mu-
cho ¿No cree usted, madre, que \o soy capaz de
hacer por él todo lo que usted en su ternura 7 ^Oh,
sí r ¡Que digo verdad, Dios lo sabe 1 No tema, no,
porque hunos de ser felices Yo le escribiré todo lo
que sepa, y si lo veo mucho más ¡Nada dejaré por
decir 1
Ante estas seguridades, la madre cedió
La partida se hizo, efectivamente, en la sumaca con
toda felicidad El embarque se realizó sin tropiezos
ni dilaciones, a hora prefijada y en sitio aparente
Soplaba un ligero viento sur que condujo la pe-
queña nave a la barra con rapidez
Una vez allí, ai romper el alba, don Luciano tuvo
que andar poco para llegar a la "estancia" de uno
[355]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
de sus viejos amigos, quien le facilitó un carro con
su tiro correspondiente, que le condujese con su hija
y Guadalupe a "Tres ombúes"
La llegada a la estancia, después de tantas vicisi-
tudes, fue de emociones
Don Anacleto salió a recibirlos, excusando a Nereo
y Calderón, los peones viejos, que a esa hora se en-
contraban en faenas de pastoreo, algo distantes de las
"casas"
— Que vengan — dijo Robledo Quiero yo mismo
poner en orden todo esto, pues confio en que no han
de volver a apresarme | Antes gano el monte !
El capataz estaba contento y dio buenas noticias a
su patrón del ganado
Poco se había perdido
Aquel era como un rincón oculto, espaldado por
inmensos bosques, y a causa de eso sin duda, las par-
tidas que arreaban "haciendas* 1 vacunas y yeguares
habían pasado de largo "repuntando a gatas", como
decía don Anacleto, algún trocito de morondanga del
lado alia del paso
¡Hasta su "terneraje orejano'' se había librado del
arreo 1
Los "matreros" se habían comido algunas vaquillo-
nas con cuero, pero la perdida era de poca monta
Natalia y Guadalupe pusieron mano activa y celosa
al arreglo de la casa, todo lo removieron, limpiaron
y reformaron, al punto que don Luciano no pudo
menos de decir, cuando volvió de su recorrida del
campo, que sin mano de mujer no había nunca hogar
que se quisiera
Al verlo tan aseado y alegre, en su misma humil-
dad, sintió que renacía su amor al viejo arrimo
[356]
GRITO DE GLORIA
Todas las plantas se habían multiplicado y entre-
tejido, las enredaderas silvestres, sin miedo a la poda,
alargándose cuanto pudieron, serpentiformes y enma-
rañadas, se habían trepado a los arbustos y de estos
pasado a los árboles en cuyos troncos formaban ro-
llos gruesos como maromas Los retoños venían con
fuerza
Caían las ultimas florescencias en los frutales y fo-
llajes nuevo9 de un verde-morado cubrían los grandes
caparachos de gajos
Las golondrinas habían vuelto a anidar bajo el
alero, y los "dorados'' en las copas de los ceibos que
enseñaban ya semi-abiertos, sus racimos de flores
granates
En la huerta nada se había cultivado
En cambio, los agaves desprendían sus pitacos en-
hiestos de entre las últimas hoja3 listadas de amari-
llo y verdi-negro
A un costado el bosque de Santa Lucía intrincado
y espeso se revolvía en giros caprichosos, cubriendo
inmensa zona, al fondo, los cardos recomenzaban a
llenar el pequeño valle con un enjambre de tallos y
de pencas, y mas acá, a poca distancia del linde de la
huerta, sobre un prado color de esmeralda alzábase
solitaria la cruz puesta en la sepultura de Dora
Las manos indolentes que no habían podado los
árboles ni sembrado la huerta, habían rodeado aquel
sitio de todo género de plantas de la selva, de modo
que era un boscaje o red de infinitos hilos, troncos
y ramajes entrelazados y confundidos, muchos de los
cuales aparecían cuajados de flores y brotos
Natalia consagró a este lugar su primera visita Ha-
llólo muy agradable, en la medida de sus deseos
[857]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Simulaba una "glorieta" sin armazón artificial, mo*
delada por ceibos jóvenes, sauces y paneterías diversas.
Lo hizo expurgar, desbrozar el terreno, y añadir
otras plantas de au predilección
En esta grata tarea empleó vanos días Cada uno
de éstos que pasaba, era para ella un deleite ver loa
progresos adquiridos
Se hicieron senderos, dióse a la vegetación la forma
de dos círculos concéntricos, de manera que se pu-
diese más adelante levantar un cenador verdadero en
el espacio intermedio que se cubriese de nutridos
doseles
El sitio en que descansaba Dora quedó Ubre, coa
bastante trecho a uno y otro lado
Aunque se formase encima una cúpula de siempre-
verde más tarde, el interior conservaría capacidad su*
ficiente para dar paso a los visitantes, siempre que se
detuviese el a\ance atrevido de las parásitas, que la
tierra negra nutría con maravillosa savia
Por más de una semana se dedicó Natalia a estos
cuidados Se sentía tan bien en medio de ellos cuando
vigilaba la tarea sentada en un tronco junto a la cruz!
[S5B]
XXXV
ESPERANZAS E INQUIETUDES
Volviendo una tarde de aquel sitio, vio que de la
colina del frente bajaba un carretón conducido por
dos hombres
El vehículo caminaba despacio, sus conductores pa-
recían evitar con trabajo los hojos o sajaduras del
terreno, como si transportaran un enfermo de gra
\ed4d*
Uno de ellos era negro y \enía "cuarteando" en
eses y zig zags con una destreza digna de atención
Natalia lo reconoció al momento, y alargando el
brazo lanzó una voz
— j Esteban!
Todo lo adivinó, invadida de repentina angustia El
debía venir allí, A pero en qué estado 1
Por un momento sintió que sus fuerzas le faltaban
quedándose inmóvil, perpleja, aturdida; mas, pronto
reaccionó y fuese paso tras paso al encuentro de aquel
convoy siniestro que no demoró en llegar al palenque
— jAy Esteban 1 — exclamó anhelante — , es el que
viene ahí, ¿\erdad 9 es tu señor que \iene herido,
acaso moribundo ¿Hubo entonces combate? (Oh,
pronto' Bájenlo, quiero verle, no \ayan a hacerle
daño al tomarlo 1
Esteban dijo
— Ayer se dio una batalla y triunfamos Mi señor
fue cortado en el centro \ hendo dos veces, peí o
[359]
I
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
ahora está un poco tranquilo, y con el cuidado de su
mercé ha de ponerse bien
— |Dios te oiga' — gritó la voz fuerte y viril de
don Luciano quien había escuchado esas palabras y
se hallaba ya delante del carretón Abre la portezuela
para que carguemos con él, sin pérdida de tiempo .
En estas cosas se obra ante todo Tú, hija, ve a
arreglar la cama ¡A ver ustedes, a\uden r prosiguió
dirigiéndose al capataz y peones nejos que acudían
Vamos a bajailo y conducirlo en un catre hasta mi
dormitorio,, de modo que no le griten las heridas
i Listo, canejof Bien se ve que a ustedes no les duele,
mandrias Ya me temía yo este desastre en el primer
íefregon No se hacen las cosas a medias por estos
muchachos de sangre caliente que se imaginan como
lo mas sencillo de este mundo llevarse todo por de-
lante * j Estos son los gajes, por Cristo r
Bueno A ver el catre aquí, enfrente de la puer-
tecica y manos a la obra
En tanto Robledo daba sus voces de mando y pre-
paraba así el transporte del herido, Natalia había co-
rrido veloz al dormitono y aderezado el lecho con
mano convulsa, casi sin alientos
Era el mismo lecho que el joven había ocupado
la otra \ez
El aposento presentaba igual aspecto que entonces,
las cortinas del ventanillo habían sido renovadas
Delante de la cama, Guadalupe puso una gran piel
de "yaguareté" que estaba antes en la habitación de
Nata
Como su ama, la negrilla se sentía hondamente atri-
bulada
Mirábanse las dos, en medio de su faena febril, en
silenciosa ansiedad
[8601
GRITO DE GLOHIA
Solía una deshacer lo que otra hacía, confusas, sin
lino, hasta que deteniéndose de súbito Natalia como
para recobrar algo de la calma perdida, pareció lo-
grarla tras de un largo sollozo, y dijo con aire re-
signado
—Es preciso no rendirse a la aflicción Arregla
despacio, Lupa, y que todo esté en orden Yo voy por
hilas y vendas, que han de ser muy necesarias ahora
mismo Que traigan agun del manantial, y tú ponte
a cocer corteza de "quebracho" en abundancia k Ay,
Dios' jNo se porque tiemblo tanto'
La joven se puso las dos manos en la cara y salió
Llevaba las mejillas ardiendo
En el comedor se encontró con la ambulancia im-
provisada
Al veila, Luis María se sonrio Aunque muy pahdo,
parecía tranquilo Le traían en el catre, cubierto hasta
el pecho con una manta
Extendió su mano izquierda a Natalia con un gesto
de anhelo íntimo y satisfecho
Ella se la tomo con las dos, estrechándola sin es-
crúpulos, acerco bien al de él su rostro, y lo estuvo
mirando un rato con ansia indefinible
Lo examinaba detalle por detalle, como si quisiera
cerciorarse de que la muerte no lo había aun som-
breado con sus alas Respirando a grandes alientos,
la alegría asomaba a sus ojos mientras lo contemplaba
y sus labios se removían lo mismo que si regañasen
en sueños
Todos guardaban silencio
Al fin Natahd dijo, abandonando suavemente la
mano del herido y mirando llorosa a su padre
— Todo esta pronto, papa j Pásalo allí '
El joven fue colocado en el lecho
[3611
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Desde ese instante, empezó e] cuidado asiduo
Laváronse las heridas cambiáronse hilas y venda-
jes, alimentóse al paciente, todos se pusieron en la
casa en actividad para procurar lo indispensable a
su curación inmediata
Después de estas medidas preparatorias y de los so-
bresaltos sufridos, la esperanza renació, y con ella un
contento que se ansiaba no ver extinguir en los días
venideros
No obstante el estado de relativa quietud del en-
fermo, la fiebre en grado tolerable hizo su aparición
desde esa noche, para no abandonarlo sino a treguas
Con todo, como el se mostrase con ánimo de hablar
y hasta de reír, no se dio al principio importancia a
aquel síntoma serio
La herida del brazo no inspiraba tanto temor como
la del pecho, que era de arma de fuego, y cuyo pro-
yectil había quedado dentro, ignorábase en qué parte
¿Quién podía sondear sin peligro que no fuese un
cirujano experto? Y cirujano, ¿dónde encontrarlo!
por ventura en la campaña desierta, presa de la guerra 9
Esto afligía a todos cada vez que se tocaba el punto
o propiamente la Haga
Veían al paciente sereno, en calma, a pesar del es-
trago físico producido por las heridas, y asaltábales
de hora en hora una duda penosa, muy próxima a la
congoja, cuando pensaban en los efectos internos de
la bala alojada en las entrañas
Lo raro era que la herida del pecho no presentaba
un aspecto alarmante, tendiendo mas bien a una rá-
pida cicatrización
¿No sena esta, falsa, o un síntoma de recrudescen-
cia del mal que tomaba fuerzas para reabrir aquella
boca fatídica?
[ 382]
GRITO DE GLORIA
La fiebre solía también desaparecer ¡Qué consuelo
ante esta especie de apirexia-remitente 1
En tales treguas, los jóvenes hablaban como si todo
peligro se hubiese alejado
E! pasado era una nube que se desvanecía en hori-
zontes invadidos ya por una luz esplendorosa
Entonces ella decía
— Aún no creo en esta dicha Pasados tantos me-
ses después de tu primera desgracia^ tantas amargu-
ras en esa ausencia sin fn% ahora estás ahí de nuevo
destrozado, mi amigo, sin lastima por tí mismo y por
los que te quieren t A veces pienso que tú nunca
te has acordado de nosotros 1
— No digas eso, Nata — replicaba el joven lleno de
emoción ¡ Nunca olvide 1 Siempre aquellos a quienes
yo he amado han vivido en mi pensamiento en los
día3 de alegría como en los de contrariedades Sólo
que la pasión de mi tierra me ha conducido lejos, y
es esa una pasión que no he podido arrancar de mí
mismo aunque me haya propuesto, porque podía y
valía mas que yo y que en vez de dañar a otros sen-
timientos los sustentaba y fortalecía
— A costa de tí mismo — observó Natalia — , con-
denándote como decía nuestra madre, a perseguir un
ensueño 1 No he de regañarte por eso ni he de sos-
tener que es más dulce la vida en el sosiego, entre
goces humildes y cuidados amorosos, porque sé que
no es lo que sucede, aunque sea posible ¡Tan pobre
es nuestra ventura T No tengo celos de esa novia feh?
que tu y otros persiguen, y por la cual dan su sangre
Yo también la quiero como a una imagen bendita 1
Pero, ¿la has visto, te ha hablado, te ha sonreído,
como >o después del sacrificio 9
C3631
EDUARDO ACEVXDO DIAZ
S{ — dijo Luis María, estrechándole la mano —
tu hablas y sonríes por ella, y ahora me siento tan
feliz que no me acuerdo de mis heridas Otros caye-
ron valientes y los habrán enterrado juntos en una
zanja como se entierra al soldado, sin cruces ni llan-
tos . Cuando eso me suceda, yo sé que habrá quien
se duela por lo mismo que habrá quien me haya com-
prendido
— ¿No hables de morir 1 — murmuró la joven es-
tremecida, poniéndose de codos en la almohada y en-
volviéndolo en los reflejo» de sus pupilas No, de eso
no se habla señor Berón, y se lo prohibo bajo pena
¿Qué creencia más triste T
Nublosele la frente, por la que paso una mano ner-
viosa, y prosiguió, tentando sonreír
— Cuando estés bueno, verás qué hermoso se ha
puesto el campo y como alegra cuando alumbra el
sol La ísleta aquella de los nidos, ¿te acuerdas 9 jSf
que te acuerdas, la de las cotorra^ 1 es un encanto
Ño la conocerías ahora porque han nacido tantas plan-
tas nuevas, de esas que nadie cuida ni riega, que es
todo un laberinto iQué aire' Te vas a poner
fuerte como antes y te volverán los colores, iremos del
brazo y tendrás que obedecerme, porque >o me eno-
jaré, ¿has oído ?
Luis María se sonrió y cogiéndola con la mano li-
bre de la cabeza, le ahogó la voz con sus labios
Ella no lloraba, a pesar de sus ansias, pero el co-
razón le golpeaba el pecho como un martillo, al punto
de que él se apercibió > dijo
— No te aflijas asi, ya me siento bien Nunca me
pareció más seductora la vida Yo haré que no su-
fras nunca cuando esté convaleciente, Natalia
— ¿Y no te irás más 9
1364]
GRITO DE GLORIA
— jNo, mi bien T No me iré
— l Bueno T Asi me gusta No tendrás porqué arre-
pentirte jAy 1 pero, ¿será eso cierto ? Ustedes los
hombres se buscan penas, pudiendo a veces ser tan
dichosos Cuando se les quiere, piensan unas cosas
que nunca soñaron como si el consuelo estuviese en
sufrir
Duerme ahora un poco, ¿quieres? Ya es tiempo
que descanses Estoy temblando que te vuelva la
fiebre
— Si tú me despiertas luego ¡Así como has so-
lido hacerlo 1
Ella se sonrió, murmurando
— |Sí'
— Entonces, bien ¿Hasta luego*
Natalia se inclinó, rozó con el de él su rostro en-
cendido y se fue a prisa
El herido necesitaba en realidad de sueño
Ese día no se había sentido tan aliviado como en
los anteriores, cierto malestar interno insistente y
una punzada dolorosa en el brazo, fija, aguda, le ha-
cían ansiar unas horas de reposo
La presencia de Nata lo llegó a absorber por com-
pleto, y mientras ella estuvo a su lado, no se le ha-
bría ocurrido quejarse
Durmióse Pero fue el sueño inquieto, pues sobre-
vínole de improviso la calentura
En poco tiempo tomó vuelo
El herido llegó a quejarse de vez en cuando de do-
lores en el pecho y de escalofríos periódicos Púsose
desasosegado
Toda esa tarde el celo se redobló, y llegada la no-
che notóse con angustia que el mal iba en aumento
[ 365 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
El desasosiego fue más profundo, a alta» horas la
fiebre más intensa, v el delirio dio principio
Natalia, con extraña firmeza, no se separó ni un
instante de la cabecera, atenta, contrariada, reprimien-
do la explosión de su zozobra, que acrecía en la me-
dida que alanzaba la dolencia
La noche pasó entre hondas inquietudes
Por la mañana, el herido pareció entrar en un pe-
ríodo de calma semejante a un sopor
Examináronle el pecho La membrana que había
cubierto como una tela la herida, aparecía desgarrada,
y por la abertura surgía a intervalos un soplo ronco.
Aplicáronsele nuevas hilas y vendas, después de la-
var bien los bordes con una esponja fina
Luis María llegó a dormirse, algo más tranquilo
Pero Natalia sintió dentro de su ser como un vacío
pavoroso Creía que por siempre se le había huido la
fe y que quería escapársele ya la misma engañosa es-
peranza
Sin duda retuvo a ésta el aspecto reposado del he-
rido, porque en vez de acostarse algunos minutos,
Natalia fuese a su habitación y púsose a escribir a la
madre de su amigo una larga carta
Reflejaba en ella fielmente sus impresiones, des-
pués de nanar todo lo acaecido, desde que llegara a
la "estancia", > decíale que confiara en sus cuidados
V desvelos
En pos de indecible congoja, escribía ahora ella más
consolada en presencia del estado satisfactorio del pa-
ciente Tenía él que reaccionar pronto por el mismo
vigor de su juventud y por la asidua asistencia de que
era constante objeto
Terminaba pidiéndole que en defecto de un médico
animoso, lo que era imposible, biaa lo comprendía.
[M8]
GRITO DE GLORIA
le enviase algo para vencer k fiebre, que era lo que
más terror infundía a su ánimo
Cerrada la carta, Natalia supo que Esteban debía
ir esa tarde lejos de allí, en busca de un "tape" viejo
que administraba hierbas medicinales, propias para
ks heridas
Aprovechó de su excursión para recomendarle que
de algún modo, por intermedio de una mano piadosa
cualquiera, hiciese que esa carta llegara a su destino
No pensó que podía retrasarse días enteros en su
marcha
Don Luciano que había estado hablando un buen
rato en el palenque con un paisano inválido que iba
de paso para la Florida, entróse resueltamente en el
aposento de Beron, y hallándolo despierto, y al pa-
recer mejorado, aunque débil, díjole con entusiasmo
— i Animo, amigo 1 Los argentinos vendrán, porque
ya se declara incorporada la provincia a las otras
como buena hermana Me lo acaba de asegurar un
vecino de sesos, que \iene del cuartel general
Luis Mana volvió de lado el semblante, iluminado
de súbito por una radiación de contento, v oprimiendo
la mano que el viejo le tendía, murmuro con acento
de fe profunda
— Entonces seremos libres de veras i Loado sea el
esfuerzo '
Desde ese instante hasta la noche, la noticia tras-
mitida pareció hacer íevivir al paciente
Las horas se deslizaron fugaces, acaso por ser fe*
lices, entre fruiciones y esperanzas
En las primeras de k noche, sm embargo, a pesar
de la renovación de los apositos y del aseo escrupu-
loso de las heridas, en las que se aplicaron hojas de
bálsamo abiertas, en el ansia de encontrar una virtud
[3673
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
medicinal infalible, aunque fuese en una simple hier-
ba, Luis Mana fue invadido por la fiebre y tuvo vio*
lentas contracciones musculares jOtra noche de sorda
lucha T
Natalia no perdió la serenidad, pidiendo fuerzas a
todas sus energías reunidas para hacer frente al con*
fhcto Con todo, en el fondo empezaba a sofocarla
como un vaho asfixiante el desaliento
1368]
XXXVI
EL ULTIMO IDILIO
Ella presentía la proximidad de un gran dolor
Pero era uno de esos temperamentos que lo sofo-
can, que lo reconcentran y lo anidan en el pecho, aun-
que el esfuerzo los deje inquietos, trémulos, adustos,
sin más manifestaciones externas que una pahde2 in-
tensa, un brillo de fiebre en las pupilas y una punzada
aguda en la entraña que sólo en la soledad se resuelve
en sollozos De estos dolores que tienen miedo de ser
penetrados, por lo mismo que son sinceros y profun-
dos, era ti su>o Sus centros nerviosos se resentían
del esfuerzo, y de ahí que la mente divagase aturdida
y el corazón empezase a golpear violento como quien
pide aire desde el fondo de su encierro No quería
llorar, a pesar de sus ansias La amargura de su padre
sería menos j Cuanta ternura delicada con el herido,
y cuánto cariño con él, en su afán doliente l Si ella
cedía, ya no habría enfermera, no más tino, no más
atención inteligente en las horas crueles, porque la
desesperación la haría su presa y el delirio su juguete
En ciertos momentos la fiebre parecía abrasarle la*
sienes El sueño solía hacerla cesar, ese sueño que trae
el cansancio prolongado > que deja al organismo como
muerto
Entonces, al incorporarse, se sentía con ánimo fuer-
te y volvía a la tarea con mas ahinco, nutrida de nue
vas esperanzas, dulce, risueña, para llenar la atmósfera
en que respiraba el herido con todos los tonos y re-
flejos de su adorable juventud
[369 ]
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
¿Cómo pensar que él se podía morir 9 Era ese un
ensueño sombrío Había \emdo al mundo con tantos
dones para la dicha, era tan gentil, tan generoso, que
la adversidad debía respetarlo Estaba en todo el vi-
gor de la vida, y había de resistir a los estragos del
mal hasta \encerlo
Una noche, el paciente tuvo fuertes contracciones,
se quejo, la fiebre volvió a atacarlo y durante largas
horas todo afán fue inútil para devolverle algo de la
perdida calma
Natalia pasó este nuevo suplicio de pie, rígida, si-
lenciosa, y ya muy tarde, cuando el herido quedóse
al fin postrado, como hundido en el lecho don Lu-
ciano la sacó de allí
Fue aquella una noche triste
En tanto Esteban y Guadalupe hacían la vela. Ro-
bledo salió al patio, ansioso de aire puro, bajo los
efectos de una gran pesadumbre
El cielo estaba sereno y rutilante, en profunda quie-
tud los campos, y sólo el canto alegre del gallo desde
el fondo de los ''ombúes", interrumpía el silencio
Paseóse en lo oscuro, por debajo del alero con la
cabeza descubierta y los brazos cruzados
Luego se quedó quieto delante del ventanillo de
Natalia, por mucho tiempo, y estando aún allí como
una estatua, llegó a oír la voz de su hija que parecía
balbucear un ruego
Después la escuchó más alta, de un timbre desga-
rrador, que decía — ¡ piedad, Dios mío r
El viejo llegó a creer que le mordían las entraña».
¡Era tan amargo el acento, tan sentida la súplica 1
Aquella pobre que no dormía hacía tantas noches, de-
bía tener como un plomo la cabeza
GRITO DE GLORIA
Lo peor era que ya el mal parecía sin remedio Sin
duda la bala había caído al pulmón, después de haber
estado pendiente en el vértice a modo de carámbano
vacilante, o de lagrima que oscila en las pestañas an-
tes de rozar el pómulo, y si era así, asunto concluido *
Don Luciano fuese de nuevo, sin ruido, a la habi-
tación de Berón, con los ojos muy abiertos, jadeante
y confuso
Sorprendióse al entrar en ella
Allí estaba Natalia, firme, tranquila en apariencia,
con un gesto de resignación extrema, que daba a su
semblante toda la dulzura del rostro de las imágenes
de cera Tal vez había llorado mucho De sus bellos
ojos se desprendía un reflejo de tristeza honda, na-
tural en quien ja ha medido toda la magnitud de su
infortunio
Robledo nada di) o
Observó un momento al herido, y volvió a salir a
paso lento, suspirando con fuerza
Guadalupe y Esteban peimanecieron quietos en los
extremos, sin abrir para nada los labios
De pronto, Nata se dirigió a ellos, mirándolos tam-
bién en silencio, con los brazos caídos y el aire de-
solado
Ellos se fueron al comedor
Estúvose Natd todavía unos instante con la vista en
el suelo, como escuchando el rumor de esos pasos
Después se volvió hacia el herido, clavando en sus
facciones desencajadas la vista ansiosa, se acercó
bien, arreglóle la almohada, apartóle a los dos lados
el cabello, y púsose a contemplarlo con muda fijeza
Como viese que él no se movía, cogióle suave entre
sus dos manos el rostro y lo beso en la boca
[37U
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
Luis María hizo un movimiento, abrió los ojos y
los puso en ella
Volvió a cerrarlos y a abrirlos cual si luchase por
reconocer, y al fin, como ai reuniese todas las fuerza»
que le quedaban, alzó trémulo el brazo, que ciñó al
cuello de la joven, la atrajo hacia si nervioso, jun-
tando con la suya la linda cabeza, y dijo anhelante
— j Cuanto bien 1 Asi a*>í
Ella dejó hacer Se puso de rodillas en el suelo, lo
estrechó contra su pecho y oprimió con los smos sus
labios ardientes, sin hablar, entre mimos y retozos,
suspiros que eran risas ahogadas, risas que eran lian*
tos comprimidos, fruiciones preñadas de amargura, de-
liquios que eran ansias de una vida que se iba y de
una dicha malograda
El pareció renacei, ella ohidar
Se estrechaban como si buscasen desafiar juntos la
temida hora de la muerte con la fuerza de su cariño
Arrastrándose de uno a otro sitio sobre sus rodillas,
con el seno entreabierto, la boca roja, la pupila bri-
llante, Natalia sostenía entre sus brazos la cabeza del
joven, evitándole esfuerzos y venciéndolo en cada
arranque, con una caricia infinita
En seguida se quedaban mirándose, y ella decía
— ¿Es este un consuelo 9
— Oh, sí 1 — contestaba él ^Más r que no mata, y
hasta el dolor cesa Yo quiero vivir, mi bien.
— ¿Y por qué no 9 Dios lo ha de querer, pues que
en su bondad permite que hasta los malos gocen .
Si te mejoras pronto, \eras qué dicha' Esta el campo
que rebosa de alegrías, y vienen los follajes Ire-
mos alh, donde me bajaste del árbol aquella vez Me
hiciste temblar de miedo, o qué sé yo que. é Pero
ÍS72]
GRITO DE GLORIA
tenía un gusto 1 No pude dormir, entonces; estaba
como una aturdida -
Y esto diciendo, escapáronsele las lágrimas que ha-
bía luchado por reprimir, escondiendo el rostió en la
almohada
Luis María volvió a acariciarla febril, \iolento, atra-
yendo con brusquedad su cabeza como quien pre-
siente que la vida se le escapa por el íecomienzo del
escozor en las heridas
Natalia se abandonó nue\ amenté a aquel delirio,
a aquella ardorosa ternura que recién se manifestaba
intensa, profunda, en el ahinco por la existencia
La ahogó él con sus besos
Cada vez que quena hablar, su boca, llena de fuego,
cerrábale la suya con energía varonil, y su mano cris
pada le retenía la cabeza unida como un áncora de
esperanza
Cual si saliera de un auefio, Natalia dijo temblante
— |0h f puede esto dañarte *Qué locura 1 Re-
posa, por favor
— Hay tiempo — murmuró Luis María con voz
apagada
Otra vez otra ,
Dio luego una sacudida, <*e arquesó, puso el sem-
blante en el seno de la joven y escaposele un sollozo
En pos de esa contracción, su cabeza resbaló en la
almohada y hundióse en ella
— |Ay! —exclamo Nata — ,qué tortura horrible*
El herido había cerrado los ojos y respiraba con
gran fatiga Ardían sus sienes
Púsose de nuevo Natalia de pie, alzándose pálida
y rígida como una muerta
Cogió con mano convulsa la infusión de corteza de
"quebracho", y le hizo beber dos o tres sorbos
[373]
1DUABBO ACEVEDO DIAZ
Examinóle las vendas
La del brazo no ofrecía novedad alguna No así la
del pecho Debajo de ésta se dibujaba una mancha
de sangre y sentíase un resuello sordo, intermitente,
de fuerza viva que se aniquila
— Yo habré apresurado su muerte — susurró Nata-
ha conteniendo los alientos Pero él lo quería Era
un pobre y último goce que no podía negarle j Pobre
goce 1 jMás merecías, mi amado, ya que vas a monr,
todo mi ser fuera poco*
Y contemplándole como extraviada, la angustia su-
bió de punto
Volvió a abrazarse a él y lo movió diciendo con
acento bajo v entrecortado
— No te \as así tan pronto Yo no quiero que te
mueras t 0H crueldad de la suerte 1 | Vuelve, mi bien,
sí, vuelve 1 Un último beso para tu madrecita que-
rida, que yo lo recibiré todo en mi boca Sonríete
como antes, j ánimo r sí, i animo, que esto pasará mi
amigo adorado'
Sonreía ella a su vez, viendo que el herido abría
los ojos y se volvía, como cediendo al esfuerzo de sus
manecitas temblorosas que le opumían las sienes dul*
cemente
Pero fue un arranque supremo
Un fulgor opaco lucía en sus pupilas, que se con-
centraron sobre la jo\en con la dureza de la agonía,
quiso hablar, > de su boca salió un hálito leve, y al
sellarse en un ultimo beso los labios de los dos, sa-
cudió un momento la cabeza la posó en la almohada
y se quedó mmó\il
Natalia lanzó una voz semejante a un ronquido, y
dióse vuelta anonadada
[•74]
GRITO DE GLORIA
Vio a bu padre, a Esteban, a Guadalupe, a don Ana-
cleto en la penumbra que miraban hacia el lecho,
como buscando entre sus pliegues un signo de vida.
— Inútil empeño — > dijo Natalia. ¡Todo acabó *
Sin vacilar acercóse al lecho, y posó sus dos manos
en los párpados del muerto
Allí las tuvo un rato
Después las separó y miró..
Estaban plegados Parecía dormido,
El resplandor tenue del alba penetraba por las ren-
dijas del ventanillo y con su aparición coincidía el
vanado concierto de las aves que anidaban bajo el
alero. De afuera venía como una oleada de vida car»
gada de trinos y de aromas, y las luces brillantes no
tardaron en unirse al festival de la mañana, con el
coro lejano del ganado y el vaivén del esquilón
XXXVII
LA SOMBRA DEL CENADOR
Cuando caía el sol al día siguiente en medio de una 1
atmósfera de ámbar y rosa confundidos, un pequen^ ^
grupo de personas mustias y calladas saha de las ea- it
sas y se dirigía a lento paso hacia el estrecho valía
que el bosque de Sania Lucía orillaba con sus frondas, t _
Componíase el grupo de cinco hombres y dos vota» i
jeres Cuatro de ellos llevaban a pulso un cajón, algQ
como un féretro cubierto por un paño negro clavado- *
en la madera a trechos -
En la tapa de estas andas veíanse esparcidas rami* *
tas verdes y flores silvestres apiñadas, sm orden, cual
si sobre ella hubiese volcado al azar uno de sus bú-
caros la primavera
Los gajos del aromo y del laurel agreste se entre-
mezclaban con la yedra y los claveles del aire Algu* ^
ñas violetas aparecían aquí y alia entre los vivos ma-
tices, como arrojadas por un soplo de angustia
La fosa se había abierto junto a la que encerraba
a Dora
Natalia quiso que su amigo descansara al lado de-
la que le amó, como ella, 4 tal vez con la misma in-
tensidad e idéntica ternura '
Una cruz de coronillo alta y retorcida, en cuyos bra-
zos se enroscaban panetanas lanzando a todos rtrav
bos un centenar de guías, señalaba el sitio en que re-
posaba la cabeza de la amable joven que fue luz del
pago
[ 376 ] i
GRITO DE GLORIA
Cerca, en un grupo de "talas" una banda de "hor-
neros" bulliciosos hería el aire con sus gritos alegres»
que a don Cleto parecieron ecos de aquellas risas en-
cantadoras de otro tiempo.
Guadalupe llevaba una crus semejante a la que
adornaba la tumba de Dora, fabricada en la noche,
como el ataúd, por Esteban y el capataz.
En tanto sepultaban el cuerpo de Lúas María, Na-
talia se puso de rodillas al borde del hoyo, siguiendo
coa la mirada como subía a oleadas la tierra negra
que caía sobre la caja
Las flores habían sido amontonadas a un lado, para
aer luego desparramadas encima
La joven tenía los ojos hundidos y el rostro de una
blancura casi transparente. Más rígida que nunca, ni
una cnspación se notaba en sus facciones» ni en sus
labios marchitos Parecía haber apurado de un sorbo
toda la hiél del sufrimiento»
Antes de abandonar las "casas", había besado mu-
chas veces al muerto en la frente y en las mejillas, y
apartada de allí, había vuelto en silencio con gran
fuerza de voluntad, y estrechado contra la suya su ca-
beza, besándolo entonces en los labios yertos Gon una
caricia interminable
Arrancada de nuevo del sitio, había retornado sin
mirar a otro objeto que al que fue au adorable deli-
quio, con un gesto tan duro y sombrío, que nadie se
atrevió a detenerla, y otra vez acarició al muerto,
cortóle dos rulos, que guardó en el seno, echóle sobre
el pecho un puñado de flores, arreglóle bien la almo-
hadilla, y después dijo con acento dulce
— Ahora si . jNo hay más que hacer 1
Cuando salían, habíale dicho su padre a modo de
ruego:
[377]
37
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
— Tú no \as, hija Basta con nosotros
Y ella respondió con una firmeza tranquila
— ¿Si, que iré 1
Y había \enido ahogando sus sollozos, altiva en su
dolor, hasta aquel lugar reservado para el último sue-
ño de su novio
Vio echarle tierra sin modular una queja, en apa-
nencia insensible
Apenas en el párpado nervioso podía notarse su
honda agitación interna, y en la expresión desolada
de sus pupilas el abismo abierto a sus fervientes amores
Sin duda se había secado la fuente del llanto, y
sólo quedaba dentro ese pesar agudo que hace latir
la arteria a saltos y denuncia una revolución de los
afectos más ardientes del animo
La fúnebre tarea duró breves instantes
La tierra llegó al nivel se aplanó, púsose la criw
en linea recta con la de Dora, a igual altura, y por
último esparcióse sobre las dos tumbas un poco de
arena fina traída de la ribera para rellenar las más
pequeñas grietas del suelo
Hecho esto, Nata se levantó y diseminó en aquel
corto espacio las hojas y flores como quien rocía con
agua bendita
Después, dijo a su padre
— Les haremos aquí una casita que les preserve de
la lhrvia que filtra y del hielo, ¿ verdad ?
—Sí
Natalia echó a andar, y todos siguieron en pos
El grupo, al llegar a las casas, se disolvió silencio-
so, como se había reunido El pesar era profundo
Natalia entro a su habitación sin fuerzas, y arro-
jóse en el lecho
En el quedó como muerta, hasta el otro día
[378]
GRITO DE GLORIA
Con el alba se levantó, y púsose a escribir a la
madre de Berón
Parecía serena, tenía firme el pulso, y trazó los
caracteres con calma dolorosa
"Ya acabó de sufrir — decíale entre otras cosas de
mujer convencida de que nadie ha de dolerse mas que
ella — Su último beso fue para ti y lo recibió toda
mi boca Yo le cerré los ojos, y le corté dos rizos,
uno para tí, otro para mí Ahí va el tuyo Lo acom-
pañé hasta el sitio que yo había señalado para que
durmiera, y \í como lo acostaban ¡Está en buena com
pañía, madre 1 y lo he de cuidar siempre Tendrá
mi visita todos los días y muchas flores, de las más
hermosas que se encuentren en mi jardincito y en la
ribera, ademas les haremos una "glorieta" a los dos,
con ceibos y claveles del monte { Nunca se apartara
de mí su memoria' Sea cual fuere la hora en que te
acuerdes de el, vo también estaré pensando en el ami-
go adorado que fue la ilusión de mi \ida jAy, ma-
dre' por mas que las dos lloremos, no hemos de llenar
el vaso de amargura en la medida en que lo hemos
bebido j Consuélate, a pesar de todo, de que siem-
pre tendremos lagrimas 1 "
Como esta carta decía, elevóse en el lugar solitario
un pabellón que rodearon los ceibos y enredaderas
de la selva, y al poco tiempo se formó un cerco es-
pego de flores y follajes.
Después, los céspedes se unieron a los ceibos que
retoñaban, las enredaderas y lianas luciéronse trenzas
largas y ondulantes y se asieron a las cruces con todo
el vigor de brazos que se crispan ansiosos de apoyo
Las cruces llegaron a desaparecer poco a poco en
un boscaje que se alzó trepando en torno del cenador
por dentro y fuera, y sólo quedó en el interior como
[379 ]
un sendero tortuoso que terminaba allí donde estaban
los símbolos funerarios
Las avispas y las abejas salvajes zumbaban en los
días ardientes bajo la bóveda y elaboraban sü miel
en la espesura de mburucuyáes y "camambúes"
Cuenta una tradici&n del pago, que en aquel bú-
caro enorme, ornado siempre de frescas frondas, guias
y festones, a la vez que criadero exuberante de sel-*
váticas aromas, vemían los pájaros en nutridas ban-
das a fabricar sus nidos, oyéndose al cuajar la au-
rora y al mortr la tarde un himno eterno de compli-
cados silbos y arrullos; y añade la tradición también,
que a esas horas, unas veces entre luces y otras entre
sombras, veíase entrar y salir del cenador a una mu-
jer taciturna, ngida y fría que no por esto dejaba
de sonreír a los vivos, pero que sólo parecía hablar
con los muertos
FIN
[3801
C> 1
VOLUMENES PUBLICADOS
' i
t ■
.5 £
1 — Carlos María Ramírez Artigas
2 — Carlos Vaz Ferreira Fermentario
3 — Carlos Reyles El Terruño y Primitivo
4 — Eduardo Accvedo Díaz Ismael
5 — Carlos Vaz Ferrara Sobre los problemas social^!,
6 — Carlos Vaz Ferrara Sobre la propiedad de la tierjjÍ¿¡
7 — José María Re\es Descripción geográfica del — "
torio de la República O del Uruguay (Tomo
8 — José María Reyes Descripción geográfica del
torio de la República O del Uruguay (Tomo
9 — Francisco Bauza Estudios literarios
10 — Sansón Carrasco Artículos
11 — Francisco Bauza Estudios constitucionales
12 — José P Massera Estudios filosóficos
13 — El Viejo Pancho Paja brava
14 — José Pedro Bellan Doñarramona,
15 — Eduardo Acevedo Díaz Soledad y El combatí
la tapera
16 — Alvaro Armando Vasseur Todo» los cantos
17* — Manuel Bernárdez Narraciones
18 — Juan Zorrilla de San Martín Tabaré
1% — Javier de Viana Gaucha,
20 — María Eugenia Va* Ferreira La isla de los cÁNTf^jék,^
21 — José Enrique Rodó Motivos de Proteo (Tomo
22 — José Enrique Rodo Motivos de Proteo (Tomo ÜJ* «* ¡£
23 — Isidoro de María Montevideo antiguo (Tomo
24 — Isidoro de María Montevideo antiguo (Tomo II).